miércoles, marzo 20, 2013

RELATOS SF/F: ALL THE FLAVORS; KEN LIU



All The Flavors   Ken Liu   Gigantosaurus, Febrero 2012  Novella. Nominado a la Mejor Novella en los Premios Nebula 2012

Otra historia que no es ni de ciencia ficción ni de fantasía. Es más preocupante en este caso, ya que está nominada para los Premios Nebula. Aunque lo peliagudo de veras es su calidad. Solemos afirmar que darle un premio a una obra u otra no tiene tanta relevancia, pero empiezo a creer que no es tan inofensivo. Los premios, el año pasado, a Ken Liu por The Paper Menagerie ya están afectando a un autor que prometía. Si se premia al relato, al tono, al estilo, inadecuado, mandas un mensaje. Y Liu parece haber tomado nota. Para mal.

All the Flavors tiene lo peor de The Paper Menagerie. La búsqueda de la emoción con los mimbres más obvios, y el énfasis. Todo se hace demasiado explícito. Tampoco parece coincidencia que All the Flavors haya dado aún un paso más a lo que sucedía en aquel relato. Si allí, el elemento fantástico era más bien tangencial (y no tan relevante para la trama), aquí ya directamente queda expulsado.

Esto es ficción histórica. Ni más ni menos.

All the Flavors cuenta la historia de Lily y Lo Guan. Ella es una niña que vive en el Idaho de la década de los 60 del siglo XIX; él, un chino emigrado a Estados Unidos que llega a la zona, con algunos compatriotas, dispuesto a ganarse la vida buscando oro. Lily irá sintiéndose cada vez más atraída por su personalidad, y toda esa cultura que él, y los suyos, despliegan: la música, la comida, la mitología de sus cuentos... Esta amistad, claro, tendrá sus más y sus menos, ya que el mismo contexto no es propicio, con racismo y prejuicios para con los inmigrantes chinos.

Liu sigue con su intención de que sus relatos exploren la historia del país de sus antepasados (la web del autor no concreta si son sus padres o sus abuelos los que vinieron originariamente; ignoro si de hecho no es él el emigrado): China. Esto le incluye en esa hornada de autores de ciencia ficción o fantástico que abordan cuestiones culturales haciendo uso de sus nacionalidades (Aliette de Bodard, Lavie Tidhar, Rochita Leonen-Ruiz, Tobias S. Buckell). Esto, en sí, no es ni bueno ni malo, aunque, en contexto, tiene más de positivo, dado que estos dos géneros quizá estaban topando con una especie de muralla de estancamiento (aunque Jonathan MacCalmont, el Young Angry Man de la crítica considera que ni eso salvaba el escollo).

Ahora bien, esto puede tratarse de diferentes maneras, y si sólo apoyamos el intento, per se, tal vez señalemos el aspecto exótico y no realmente esa calidad que puede dar, en potencia, este punto de partida.

En All The Flavors, hay un mensaje, pero lo malo es que ese mensaje necesita reiterarse, insistirse, deletrearse. Con todo ese cuidado del autor por que nos quede claro, tenemos, en cambio, que hay un descuido claro en más de una decisión narrativa y estilística. Quizá no sea casualidad, y lo primero origina lo segundo. Si los esfuerzos se vuelvan tanto en la “claridad”, pareciera que se pierde tiempo y atención a todo lo demás. Claro que, “todo lo demás” a lo mejor es lo que de verdad hace una historia buena.
  
Veamos. Elegir una niña como protagonista colabora a algo que, confirmo, por otros relatos suyos que leo, hace a Liu sentirse cómodo: la sencillez en el estilo. Esto tiene una gran ventaja, la claridad, lo que no es desdeñable en ciencia ficción, y fantasía. En las antípodas de (cierta) hard-science fiction, Liu escribe para el gran público, y desmenuza bien qué sucede, cómo, dónde. En este sentido, sorprende que Liu sea habitual de Clarkesworld, revista y hogar habitual de la ciencia ficción y la fantasía más “literaria”. En el lado negativo, tenemos que a ratos All The Flavors es similar a un informe. Se lee bien, con facilidad, y con rapidez. Por desgracia, si estos fueran los valores por los que medimos las historias, igual nos valdría cualquier best-seller. El Código Da Vinci o Crepúsculo también “se leían bien”. Ya. Lo sé. Estoy exagerando. Pero ustedes me entienden. En All the Flavor todo es, a veces, demasiado descriptivo, y demasiado explicativo.

El hecho es que la perspectiva de un niño ofrece, además, otras ventajas, que Liu no desaprovecha. Claro. Los niños tienen esa “mirada diferente”. Observa el mundo adulto sin tantos prejuicios. ¿Les suena todo esto a eslogan publicitario; a fórmula de baratillo? Bien, seamos equidistantes (intentémoslo): si la “fórmula” se concreta y se hace de modo personal, puede ser efectiva, y además hasta interesante. Pero ya llevo cinco historias contadas por niños (aunque una, con un narrador externo que nos adentra en sus pensamientos y sentimientos) y empiezo a ver que hay que ser muy buen escritor para eso: para que una fórmula vaya más allá de los límites que tiene ésta como tal.

He leído (ya lo comentaré) otro relato nominado al Nebula, Uncle Flower’s Homecoming Waltz de Marissa K. Lingen, y, junto a All The Flavors, confirmo que la voz infantil tiene tendencia a ser sobre todo una estrategia. En el caso de la historia de Liu sirve bien, para que colabore a la “denuncia” (mediante mostrar cuán absurdo es un prejuicio de los adultos):

Lily didn’t believe that the Chinamen would eat her. They seemed friendly enough. And if they were going to supplement their die with little girls, why would they bother spending all day working on that vegetable garden they’ve planted behind their house?

Bien, para producir “emoción” que una posibilidad de crear, de veras, una mirada especial y diferente. De hecho, en más de una y de dos líneas se cuelan los tópicos; el tiempo que "se detiene" cuando se produce un disparo, la niña Lily que escucha la música de los instrumentos de los chinos y:

The high-pitched fiddle with only two strings wailed so high and pure that Lily thought she could float on air, just listening to it.

Para eso, mucho mejor Swift, Brutal Retaliation  de Megan McCarron, donde, tal vez no sea azaroso, la autora prefería darnos acceso a las voces de sus protagonistas, pero sin que ellas fueran las narradoras. O, ya que, como dije, aquella novelette tampoco me convencía del todo, otro ejemplo de una voz infantil diferente, verosímil, y cuidada es la de la niña de If The Mountain Comes, de An Owomayela.

No todo cae en lo fácil, lo que me hace conservar (algunas) esperanzas sobre Ken Liu como autor. Como mucha novela histórica, hace uso de aquello de transplantar algo del presente a esa época, como potencial reflexión. En algunos casos, es imposible no replantearse nuestros propios prejuicios. En particular, cuando se expone esto, que tanto nos toca a muchos españoles que piensan que los chinos son “un peligro” para le economía local:


They’ll work seven days a week, sixteen hours a day. They’ll do it since their hearts are filled with greed for gold […] What do you think the inevitable result of the cheap labor of these Chinamen will be? These Chinamen are going to undercharge Mrs. O´Scannlain and Mrs. Day and all the other widows. [… ] What will you have these widows do when their work has been stolen from them by the Chinamen?

¿Y que hay de esas otras estrategias, las usadas por Liu para puntuar los temas que le interesan? Pues ahí sí se detecta que es un autor que maneja los materiales bien, si no, hasta sus últimas consecuencias, o con el todo el cuidado esperable.

El padre de Lily, Jack, bromea, medio en serio, en realidad, con su esposa, en torno a una cuestión: por qué no pueden cambiarse los nombres. No cambiarlos, digamos, de forma legal. Jack ya es Jack, para todos los de la zona, y no Thad, pero su esposa se resiste a lo que su marido le quiere decir. Que en esa América, todos pueden ser quienes quieran ser. Lo Guan admite que Jack “convierta” su nombre chino es “Logan”.

A la vez, ninguno de los dos renuncia del todo a su herencia. Jack canta viejas canciones irlandesas (en una escena emocionante sin ser excesiva), y Lo Guan cuenta historias míticas del héroe/dios. Al tiempo, la conclusión a la que ha llegado Luan usa otra metáfora más para que se "ate" el sentido; el de los sabores a los que alude el título:


When I was a boy I was taught that were only five flavors in the world, and all the world´s joys and sorrows came from differente mixtures of the five. I´ve learned since then that´s not true. Every place has a taste that´s new to it, and whiskey is the taste of America.

Por si ambas ideas, los nombres, los sabores, no bastaran para asentar el mensaje, Liu también lo incluye dentro de esa historia dentro de la historia: la que cuenta las andanzas de Chan Sheng, ese héroe/dios que vive aventuras en un pasado lejano. 


[...] until the barbarians began to think of themselves as Chinese, and they, in turn, fought against the next wave of barbarians.

Por cierto, que es lo mejor de la novella, esta parte de venganzas, malos malísimos y ese aire de cuento que no te tomas muy en serio pero que funciona. Y he aquí que hallo el único rasgo de sutilidad: que en ese cuento que le traslada a Lily  notemos que Luan va insertando detalles que inventa en el momento, llenando esa ficción de aspectos que ella está conociendo, como la comida; los platos que la niña descubre. 

Otra discusión sería si ese “mensaje” que está por todas partes no es una simplificación, y una reafirmación de ese mito tan americano. Liu usa varias citas de Alexis de Tocqueville, un francés que fue testigo y analista de la sociedad y política americana en el siglo XIX. Elige aquellas citas que más apoyan su visión. Si es ésta, por supuesto, es respetable. Pero cuando menos es problemática. Porque, insisto, reincide en un cliché que, de reiterado, está ya gastado, y tiene poco de verdad. Ciertos estadounidenses aún confiarán en esa creencia, más de los demócratas, y cuyo símbolo clave es Nueva York, de la melting pot. Sin embargo, sin ni que siquiera sea necesario que habitemos allí, en ese país, la propia ficción hace ya muchos años que nos cuentan otra película. De hecho, y permítanme el engarce, el propio medio audiovisual ha tenido mucha responsabilidad de que todos conozcamos cuán falso es lo de la inclusión de otras razas y culturas. Cualquier policial (hasta los malos) ambientado en Los Angeles vale de ejemplo. Y si queremos una obra audiovisual “de calidad”, ahí tenemos The Wire

Al mismo tiempo, ese discurso tiene su elemento de contradicción con esa vía que se supone que Liu está tomando de escribir desde su tradición cultural. En la escena del flash-back de cómo llegaron a América, Lo Guan “convierte” a aquellos que desea que huyan de los que los explotan con un discurso en donde se dice que "If you truly want to bring glory to your ancestors and your families, then you must become Americans", y "This is a land of trickery, and we must learn to become as tricky as the Americans". 

Aparte de que el momento del discurso es bastante falso (porque además todo se hace explícito, de nuevo) y peliculero (digno de los peores momentos de, pongamos, un Spielberg) al final uno se pregunta si el modo sugerido de que los inmigrantes se adapten sea, por esa idealización del país de acogida (así imagino que lo verá Liu), y, por el sacrosanto mito del capitalismo benefactor. De este modo, consciente o no, el autor resulta un escritor que vive en otro mundo, ya que una mirada al contexto, al aquí y ahora, bastaría para que se percatara de su error. Aun más; de que no es quizá uno de esos mitos que convenga que se mantengan con vida. Y que nadie se asuste: no pediré ese extremo (expuesto por McCalmont en aquella crítica feroz contra los dos géneros, la ciencia ficción y la fantasía) de que de pronto toda la ficción tenga que ser marxista. Pero entre no mirar siempre a la realidad, y no mirar en absoluto la realidad circundante hay muchos pasos intermedios. Por otro lado, supongamos que el mito de la melting pot es digno de recuperarse. Como ya hemos visto hace muy poco, con dos héroes, en cine (Batman, James Bond) los mitos pueden reavivarse, pero para ello se requiere recuperarlos con matices. Con cambios que no lo alteren del todo, pero que no suponga una mera resucitación. Porque si no, se tiende a la ingenuidad, o incluso a la manipulación. Ken Liu cae en el mismo error que cualquier autor "ideológico" malo (da igual si de derechas o de izquierda): el proselitismo que se apoya en los recursos publicitarios. Llámese emoción (una niña que descubre desde la inocencia el mundo de la cultura china), llámese eslogan, como los que se cuelan en algunos diálogos (como el ya mencionado discurso de Guan).

Si todo esto les parece muy radical, pido que se paren un momento, y recuerden en qué han pensado muchos de ustedes de todo ese cine español “con niño”. ¿Lo encontraban sentimentaloide? Entonces, ¿no es igual de sentimentaloide y manipulador cuando lo usa un autor de ciencia ficción y fantasía?

Luego, tenemos que la historia que se quiere contar se llena de páginas innecesarias. Quizá All The Flavors pudiera haber sido una novelette, pero como novella hay digresiones no justificadas. Puede que el prólogo fuera necesario, por cuanto estos pistoleros que causan un incendio en la ciudad luego tendrá cierta importancia. Quizá, sin verlos aquí, ahora, actuando como malvados (un poco malvados estereotipados, por cierto), la escena en que desafían a Gon Luan, más adelante, no causara la tensión adecuada. Al mismo tiempo, en esta escena, ya el propio discurso (diálogos en ese ámbito un tanto de película mala del Oeste) es bastante amenazador, por lo que tengo dudas, pese a todo, de si la presentación de Obee y Crick eran indispensable.

Lo que no tiene justificación narrativa es que hacia el tercer acto y la resolución de la historia, todo se “detenga” para que se introduzca todo el backstory del que será el juez en el caso de Luan. No es ya que “pare” la progresión de la acción, ni que eso impida la existencia de suspense alguno; es que, además, que se nos presente a este personaje episódico no tiene su sentido, ya que el caso, halehop, acaba enseguida, con final feliz.

No, All the Flavors hace aguas por demasiados lados. En el fondo, y en la forma. Estoy seguro de que Ken Liu puede hacerlo mejor. Pero, de momento, me parece que si prosigue por ese camino (sancionado por los premios) de lo fácil, a mí me va a perder como lector.

La reseña de Lois Tilton para Locus apunta también ese exceso de moralismo, aquí,

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