martes, septiembre 15, 2015

“FINDING VIVIAN MAIER” (JOHN MALOOF, CHARLIE SISKEL, 2013): OBSESIÓN Y CURIOSIDAD

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“Finding Vivian Maier” (John Maloof, Charlie Siskel, 2013) parte del descubrimiento de miles de negativos de fotografías con una calidad reseñable realizados por una completa desconocida. Desde ahí, se detona la historia de la investigación subsiguiente, desde las fotos, en parte como meros puntos de partida para explorar junto a los entrevistados la misteriosa personalidad de Maier. Si la aventura a ratos obsesiva de Maloof y su codirector se acaba cayendo del lado de explotar en exceso un hallazgo casual o si con un personaje así era improbable no seguir el reguero de contradicciones es una pregunta lo suficientemente atractiva para que “Finding Vivian Maier” sea un documental notable. Además, resulta un complemento conveniente para la exposición de sus fotografías que se puede contemplar en Madrid hasta el próximo 26 de septiembre.


No se puede afirmar que “Finding Vivian Maier” sea un documental con un tratamiento estético destacable. La realización es bastante funcional, la base no deja de ser el recurso de las “talking heads” (cabezas parlantes, es decir; entrevistas). En cambio, el guión oferta de manera convincente y entretenida una de esas historias que en ficción parecerían forzadas, falsas, exageradas. Un tipo, el propio Maloof, encuentra estas fotografías, contrasta que su calidad, como sospechaba, es reseñable, y comienza una exploración: quién fue la autora.

Donde Maloof y Siskel tal vez sean más astutos es en ir insertando dos líneas en el guión y en el montaje. A modo de trama tenemos la propia investigación de Maloof, muy medida y organizada en la dosificación de la información, lo cual denota una labor bastante pensada como guionistasen. Ello se percibe por ejemplo en el momento en que se introduce a Maier como imagen, buscando un cierto retraso, y el efecto de “revelación” (“revelar” es la palabra mágica en un documental sobre negativos hallados por azar). 

Esto sería una suerte de narración en presente de indicativo, y una trama que le da mucha cohesión a una historia que, al cabo, está derivándose hacia el pasado constantemente. Ahí, hacia atrás, sería la otra vereda del guión de “Finding Vivian Maier”, porque mientras más saben los directores y guionistas sobre ella, menos parece que saben, y esa misma duda se transmite bastante bien.

 
Un aspecto criticable se halla en cómo Maloof no tiene ninguna duda en insertarse como personaje. También es verdad que esto es más patente cuando la historia se inicia, y es casi indispensable. Al fin y al cabo, le sucedió a él. Pero su presencia es más molesta cuando editorializa e insiste justo en la calidad de Maier como artista que quiere que sea admitida por todos. Ésa pueda ser un tanto la perdición de Maloof. No se conforma con haber descubierto una fotógrafa valiosa. La quiere reconocida por todos. La quiere en el MOMA, o en la New Tate. Y supone (erróneamente o tal vez no) que las instituciones culturales acabarán mostrando interés sólo si la persona tras la cámara fotográfica se construye con más datos. Si esto es justo o injusto con la artista es complejo de determinar. Visto así, Max Brod sería despreciable por haber empujado la carrera de Franz Kafka a su pesar. Ése es el otro flanco por el que el film puede ser criticado. “She would have never let this happen. She would never has put her babies on display”, afirma la que se define como su mejor amiga. Maier sólo reveló algunas de sus fotografías y nunca se las mostró a nadie. El documental, en esa trama de investigación, al final desvelará que la fotógrafa tenía planeado enviar sus negativos a una tienda en Francia. Eso ayudaría a Maloof a justificar esta cruzada suya (y el propio documental), si la propia artista planeaba hacer lo que él hace. De igual modo, desde el momento que las fotos van desapareciendo y crece la búsqueda del “personaje”, parecería que se rompe ese halo de privacidad que Maier buscó toda su vida. 

Empezara como método para que el mundo del arte le diera su lugar o no, poco a poco la investigación de Maloof crece hacia otra parte. El propio co-director y co-guionista lo admite: le obsesiona saber más. Alguien que “nace” ante sus ojos siempre genera curiosidad, aunque es la propia investigación (el propio rodaje del documental) el que casi precipita que las preguntas continuaran surgiendo para Maloof. ¿Por qué a unos pedía que la llamaran de una forma, y a otros, de otra? ¿Por qué incluso ella misma escribía unas veces su nombre de una manera y en otros documentos, de una muy distinta?

1954. New York, NY

En ese sentido, “Finding Vivian Maier” se centra en un elemento que, si bien en ficción puede o no darse, en el documental quizá sea fundamental: la curiosidad más intelectual. Digamos que en ficción queremos saber si una expectativa o una amenaza se cumple, pero hay menos tiempo para las preguntas sobre por qué un personaje es como es. Quizá Maloof se haya dejado llevar en exceso, y, nadie puede negarlo, se ha beneficiado, en lo económico, en su reconocimiento como autor, gracias a Maier. La cuestión es si había otra manera de que se diera un documental de esta clase. ¿Sin un poco de obsesión cualquiera de nosotros seríamos capaces de la búsqueda de alguien con apenas unos datos y miles de negativos y objetos y cajas y maletas y una vida que apenas parecía que existía? La otra pregunta sería si Maloff podría haber puesto coto a esa curiosidad iniciada, deteniéndose antes de indagar en los aspectos menos amables. Quién sabe.

Quizá “Finding Vivian Maier” se obsesione con la persona más que con la obra, aunque es dudoso que el propio género, el documental “de arte”, esquive esa deriva con asiduidad. Al público en general continúa atrayéndole la figura tras la obra, y es probable que ese mismo vicio sea patente en documentales sobre pintores, escritores, directores. En lo que se diferenciaría el film de Maloof y Siskel es en que, con una autora/artista desconocida, no existe la presión de dirigirse a la hagiografía, por familiares y herederos o por la "comission" de una televisión pública o privada que encargue el producto. Imposible la idealización del personaje, también porque alrededor de una sombra no puede haber defensores y críticos: sólo espectadores que no saben bien cómo definir a esta mujer misteriosa.

El documental evoluciona bastante en cuanto a tono. Justo por narrarse en cierto modo desde Maloff y su experiencia, comienza intentando (lo consigue en parte, sólo) restarle importancia a sí mismo como personaje. Ahí, en especial en el que sería el Primer Acto, todo se desenvuelve en un tono cercano, liviano incluso. En unas ocasiones, en los primeros choques de datos que se oponen hay hasta humor. Es el caso de una especie de “tete a tete” entre dos entrevistados sobre si Maier falseaba o no su acento francés. Lo cual el director sabe aprovechar para insistirle a uno de ellos. “You don’t want to see a copy of my dissertation” comenta muy seguro el experto en lingüística. Maloof en “off” comenta… “Pues….”

Pero el tono va cambiando. Por cada (aparente) contradicción, nace una pregunta, y, a medida que avanza “Finding Vivian Maier”, aquella trama de Maloof en pos del reconocimiento artistico de la fotógrafa se relega. Las fotos y los objetos (facturas, cartas, etc) se vuelven cada vez más meras pistas en la senda hacia el “backstory” del personaje. Ahí va desapareciendo la parte de narración, y la búsqueda se acerca a una psicológica.


Cierto. No le interesaba. Pero ello no se ve tanto en sus fotos como en lo que se nos va descubriendo. A Maier le atraían los crímenes y recortaba y coleccionaba noticias relacionadas con ello. Los motivos se quedan fuera del documental, que no cierra nada con rotundidad. La persona se indaga pero sigue quedando siempre fuera de cámara. Inaccesible.

En verdad, esto es un mero efecto. Es decir, las contradicciones no sólo se acumulan en momentos particulares del metraje, sino que continúan volviendo aquí y allá, lo cual es un hallazgo de guión y montaje. Como si una vez establecida la primera vez, ese “leit-motiv” retornara pero ya quedara en manos del espectador relacionar unas partes y otras. Eso sí, es loable la capacidad de que aquellos sembrados se mantuvieran entonces como simples curiosidades, fiel a ese tono primero, para luego regresar como algo que el espectador pueda revisar con sorpresa.

Esto se ve muy bien en cómo una anécdota acompañada incluso de una melodía idealizada luego puede interpretarse de manera muy distinta. Uno de los chicos que cuidaba tiene un accidente y Maier ni se acerca a comprobar cómo está. Sólo toma las fotos. Los implicados lo cuentan, en coherencia con esa banda sonora, tomándoselo como una extravagancia más. Claro que, cuando después descubrimos qué le atrae de las noticias y una mirada bastante menos inocente de la realidad (colecciona recortes de crímenes), nos pasa como a la música. Igual que ésta evoluciona a algo más inquietante cuando vemos películas en 8 mm de cómo Maier grabó todos los pasos relativos al asesinato de otra niñera, también uno puede preguntarse si Maier era más de un adjetivo, y con muchos de ellos en franca lucha entre sí. ¿Era una niñera agradable y cercana a los niños, o una que, nos cuentan otros que fueron cuidados por ella, más bien estirada, abusadora, cruel?

El guión tampoco requiere que se resalten aquellas preguntas que quedan sin responder, y Maloof ahí se mantiene aparte, hábil. ¿Cómo es que una niñera pudo permitirse viajar durante 8 meses por toda Sudamérica y por parte de Asia y África, realizando fotografías? ¿Cómo es que la propia (desvelada) familia de Maier fuera tan “privada” que se mantuvieran al margen de otros posibles familiares?  Cuando las preguntas se van acumulando hacia territorios más oscuros, Maloff rompe un tanto esa distancia. La música quizá sea el elemento que más se escora hacia el énfasis. Los datos más escabrosos se sitúan aquí (también algunos de los más extraños, como la visita a un matadero que organizó para uno de los niños) y la crítica sobre si se explota demasiado esa faceta tenebrosa ahí tendría cierta razón. Al tiempo, quizá por esa anticipada presión (y por que, no nos engañemos, a todos los finales felices tienen mayor mercado), Maloof y Siskel contraponen todo ello con una conclusión positiva, con, de nuevo, la artista por encima de la (dudosa, ahora) persona. Hubiera sido más arriesgado ir de lo “grande” a lo “terrible” sin luego esa remontada aunque tampoco hablamos, nunca lo hicimos, de un documental “indie”. Una pena. Puede que si se hubiera sido más consecuente, el documental al final planteara esa opción que a todos nos cuesta tanto asimilar. No tenemos que encontrar válido el comportamiento personal de un artista para que disfrutemos de su obra.

En cualquier caso, “Finding Vivian Maier” sí es consecuente con ese valor del formato,  la curiosidad. Puede que el problema de seguir haciendo preguntas te vuelva un impertinente, como aquellos niños que preguntan una y otra vez el “por qué” de realidades a los que, al final, los padres no tienen respuesta. Puede, también, que este sea el riesgo inherente de hacer documentales, y es que si sigues indagando, en especial, en una persona, antes o después, la foto que uno obtenga no sea justo en el blanco y negro de las fotos de Maier.


“Finding Vivian Maier” tuvo una nominación al Oscar al Mejor Documental en 2014, y una nominación a los Premios BAFTA en la misma categoría. Tiene como agente de ventas a HanWay. En España puede verse en Filmin.

domingo, septiembre 06, 2015

"MAIDAN" (SERGEI LOZNITSA, 2014): AUTORÍA O PROPAGANDA


“Maidan” (Sergei Loznitsa, 2014) retrata el proceso de protestas en Ucrania contra el presidente Yanukovych, acusado de corrupción y que derivó en un movimiento organizado en especial a partir de la negativa de aquél de firmar un acuerdo con la Unión Europea, plegándose, entendieron muchos, a una alianza con Vladimir Putin. Pese a que en teoría estaríamos ante un documental del género “actualidad”, el film queda lejos de ayudarnos a comprender bien la situación que retrata. “Maidan” se detiene en el detalle cotidiano de la propia organización del evento ciudadano hasta extremos desesperantes, sin que a cambio se permita una cierta contextualización. Si se quiere comprender qué sucedió en Ucrania, este documental no es, pues, el más apropiado. Aunque lo más grave es cuando arroja dudas de si estamos ante una película de autor que exige esfuerzos, o un film, que con esos mimbres, se encubre para la mera propaganda. 


Si “Maidan” es un documental observacional o no, ya queda del juicio de manos más expertas. Lo seguro es que estamos ante un film bien lejos de las tendencias del mercado. Sergei Loznitsa elige la vía como autor, con una película que oferta pocos pilares para el espectador. No se definen personajes, no se nos da acceso a quiénes son los “actores” en esta situación, no se nos informa. No vemos a los líderes de la protesta pero tampoco se nos sitúa lo suficiente para saber si es que acaso no tuvo líderes. El montaje siquiera muestra la imagen del oponente, el presidente ucraniano.

Es la estrategia opuesta al reportaje hasta sus últimas consecuencias. Pasan más de veinte minutos antes de que se incluya algún dato, y ello llega mediante un cartel. Loznitsa pareciera que hace propio aquello de “Fuck the average viewer” que dijera David Simon cuando se le preguntara sobre las exigencias del espectador para con aquella, su serie, “The Wire”.

Esto añade algunas ventajas, aunque a la vez más de una problemática.

En el lado de lo arriesgado y apreciable, no hay narrador con una “voice over” que guíe el documental, tampoco cabezas parlantes con sus correspondientes “totales”, dando explicación alguna. Loznitsa supo de esa protesta en la plaza central de la capital, la vio crecer, y allá que llevó su cámara y su equipo. A dar cuenta de qué sucedía. Pero a dar cuenta de una forma alejada de los convencional.

La cámara se esfuerza de hecho en buscar los rincones más secundarios. Desde las cajas de comida que se almacenan para la protesta, hasta músicos improvisados. Como nadie “ocupa” el encuadre, nadie protagoniza “Maidan”, y, a la vez, se transmite que es toda la ciudadanía la que protagoniza el evento. Como apunta Andrew Pulver en su crítica para The Guardian así se obtiene un film sobre el caos, o sobre la masa. El director y guionista también señala que era su intención, en esta entrevista.

Eso no implica que la teoría (“el pueblo es el protagonista”) tenga efecto real, ya que parece imposible la empatía con gente anónima sin nombre, apellidos o “backstory”, pero, de nuevo, partamos del supuesto de que Loznitsa ignora a propósito también los elementos dramáticos. de cualquier manera, como también incluye Pulver, poca sensación de la emoción del “momento histórico” puede transmitir un montaje de planos fijos con duraciones extendidas.

Luego, pasa el tiempo, y el gobierno de Yanukovych estima que la protesta ya le estorba y estipula una serie de leyes en contra de los manifestantes. Al poco, ya llega la policía. La cronología la conocemos, por esos otros eventos internacionales que han protagonizado los medios de comunicación, luego siquiera “Maidan” y su guión puede jugar con la sorpresa. Gases, mangueras, el ataque continuo.

Es probable que la cámara de Loznitsa estuviera ahí antes que la de cualquier medio de información. Sólo que su seguimiento es más exhaustivo, fuera de las necesidades y exigencias del medio televisivo, “Maidan” casi se diría que lo toma todo. Puede detenerse en los momentos tensos (en una ocasión, disparan gas a periodistas y éste afecta al cámara del film), y en momentos extraños como es una trompeta que toca el himno mientras llueve agua sobre la bandera ucraniana de las mangueras y sobre los manifestantes, además de gases lacrimógenos. 


Esa sensación de retrato extenso lo facilita la poca disposición de Loznitsa para la síntesis. No se duda que la acumulación de esos detalles variopintos (niños cantando en el escenario, sacerdotes rezando, canciones inventadas) colaboran a una definición más matizada (al menos, en teoría; volveremos sobre esto). Sin embargo, a partir del momento en que estos detalles no son tan diferentes sino acumulativos, cabe la pregunta de si un documental no debiera saber qué seleccionar en su montaje. El metraje de más de dos horas ya lo demarca, pero es que el himno ucraniano se repite al completo hasta dos veces (en escenas calcadas).

Es cuando se toma la protesta cuando el director y guionista prueba sus mejores bazas. Con igual estatismo de la cámara, es imposible el ritmo y la premura, pero, a cambio, hay planos y momentos que imprimen una cierta épica.  En ese sentido, Loznitsa no delega del todo en la pura observación, y cuando los encontronazos se asemejan ya a batallas, a guerra, uno no está viendo ya tanto ese caos que se suele aparejar a esto (al concepto "guerra"): está viendo el paisaje de todo un pueblo resistiendo. 

Uno de los planos más bellos de "Maidan". Se diría que los encuadres ganaron relevancia a medida que la protesta hubo de enfrentarse a las autoridades.

Y aquí reside un factor relevante.  Aquella impresión primera es falsa, y “Maidan” en realidad no lo toma todo. Selecciona, como cualquier montaje, en cualquier documental, selecciona. Los hechos sucedidos en Ucrania van más allá de la primera simplificación que vieron muchos medios de querer asumirlo como ejemplo más de esa serie de respuestas ciudadanas en contra de gobiernos corruptos. En realidad, es probable que cualquiera de esos eventos, desde aquella primavera árabe, hasta nuestro 15 M, en verdad fueran así, complejos, difíciles de comprenderse bajo conceptos “resumibles” en titulares.

De ahí, que la propuesta de Loznitsa sea a priori tal vez hasta notable.  Contra el “resumen”, el metraje extenso. Sin embargo, “Maidan” acaba por  dejar ver cuánto esto se ha podido convertir en un viaje hacia un extremo opuesto contraproducente.

Esta exigencia deja tanto “fuera” de cámara, del documental, que “Maidan” como mucho puede ser un punto de partida para una investigación que realicemos cada uno de nosotros por nuestra cuenta. En tanto que esto implica una confianza importante en el espectador, se agradece. También es cierto que los encuadres no parecen casuales. La cámara queda quieta casi siempre dejando bien lejos a los protagonistas de los discursos del escenario montado. Los mensajes llegan, pero de lejos, o en "voice over", durante esa cotidianeidad del campo de manifestantes que crece cada día. Esto, es verdad, le resta énfasis, y denota una cierta distancia del director y guionista con cualquiera de los argumentos que se despliegan en contra del gobierno. Tampoco se enfatiza la propia violencia de la policía, siempre con cierta distacia de los hechos.



Ahora bien, de todos modos, de lejos o no, variopintos (como lo sería, si una cámara similar hubiera tomado el detalle de las peticiones de nuestro 15M) o no, no dejan de reflejar una postura y sólo una postura.

  
Así, en tanto que el director y guionista ha seleccionado lo que ha seleccionado, ¿y si la verdadera intención de Loznitsa no es alejarse de  un mensaje, un posicionamiento, que hace todo demasiado fácil (nada conveniente para el análisis)? Ese mismo plano, bandera + himno de Ucrania + el ataque, también puede interpretarse bajo un prisma de Loznitsa como nacionalista convencido. Imaginemos un plano similar durante una manifestación en nuestro país, mientras suena el himno español o el catalán.

Otras pistas suman para cuando menos considerar si al cabo “Maidan” se acerca a la propaganda de forma consciente. Con una cámara que se fija en el (excesivo) detalle de la vivencia cotidiana de ese campo de ciudadanos en protesta, sin salir de allí, sin siquiera dar cuenta de cuál es la versión del gobierno ucraniano, es imposible formarse una opinión. O, mejor dicho, es probable que nos la formemos en contra de Yanukovych. Vemos sus policías, su represión, y sabemos de las acusaciones desde los altavoces: corrupción, posibles asesinatos, esa sumisión de Putin… Visto así, todo resultaría no ya contraproducente sino irónico. Sergei Loznitsa se vale de los recursos de un autor pero, al final, recae en los errores de cualquier documental convencional con mensaje. Valoramos que no se nos deletree, pero al cabo, para este viaje no necesitábamos tantas alforjas.

Eso, en el mejor de los casos. En el peor, no se trataría de un error no intencionado, sino de una estrategia consciente. La cámara (¿casualmente?) no toma nunca la parte de grupos y partidos de extrema derecha que se sumaron al movimiento. Si fueron o no fundamentales, ya depende del medio de comunicación y del periodista, y aquí tienen una visión, de la BBC, y otra, de El País. En general, parece que el asunto era cuando menos complejo. Nada de lo cual parece interesar a Loznitsa.

Entendemos que en Cannes, que seleccionó el film, ignoraran lo suficiente sobre el contexto de Ucrania como para asumir (con prisa) que aquel movimiento “Maidan” era comparable a la primavera árabe, "Occupy Wall Street" o el 15M. Los propios medios pudieran haber cometido el error, y algunos de los manifestantes (al menos según la traducción de la V.O.) usan la palabra “casta” que aquí no es tan conocida.

Pero Loznitsa es ucraniano. ¿También él ignoraba el detalle, el contexto? ¿Se dejó llevar por la ilusión del levantamiento ciudadano y no vio la mano interesada de la extrema derecha? De ahí, que uno nunca esté seguro del todo si Loznitsa es un propagandista nacionalista ucraniano muy hábil, o un director de cine empeñado en un formalismo que no beneficia el tema. 

Lo que sí es interesante, es determinar si "Maidan" por fin sea un caso de documental (de cine, en general) en el que podamos juzgar menos si nos gusta qué nos dice, y más el modo en que se nos dice. Sobre lo primero, puede chirriarnos más o menos esa épica que elude una perspectiva que complete "la verdad", pero, sobre lo segundo, quizá los medios y recursos que hayan utilizado el director sean en verdad muy poderosos si la mayoría de la crítica ha loado el film, sin percatarse del "mensaje".  En el caso de España, todo esto aún gana mayor interés. Sería llamativo que un nacionalista ucraniano que juega a dotar de épica a "un pueblo" fuera aceptable, cuando si cualquiera de nuestros variados nacionalismos (includo el español) usara en un film similares recursos generaría polémica. Una crítica española de "Maidan" que me ha resultado atractiva es ésta, de "cinemaldito": aunque el autor percibe una sorna en la mirada de Loznitsa que yo no encuentro, también se apercibe de que el aliento nacionalista está ahí, de alguna manera u otra.

“Maidan” fue presentada en el Festival de Cannes fuera de concurso, y participó en otros festivales, como el Festival de Cine Europeo de Sevilla, el London Film Festival o el Jerusalem Film Festival.