“Maidan” (Sergei
Loznitsa, 2014) retrata el proceso de protestas en Ucrania contra el presidente
Yanukovych, acusado de corrupción y que derivó en un movimiento organizado en
especial a partir de la negativa de aquél de firmar un acuerdo con la Unión
Europea, plegándose, entendieron muchos, a una alianza con Vladimir Putin. Pese
a que en teoría estaríamos ante un documental del género “actualidad”, el film
queda lejos de ayudarnos a comprender bien la situación que retrata. “Maidan”
se detiene en el detalle cotidiano de la propia organización del evento
ciudadano hasta extremos desesperantes, sin que a cambio se permita una cierta
contextualización. Si se quiere comprender qué sucedió en Ucrania, este documental
no es, pues, el más apropiado. Aunque lo más grave es cuando arroja dudas de si
estamos ante una película de autor que exige esfuerzos, o un film, que con esos
mimbres, se encubre para la mera propaganda.
Si “Maidan” es un
documental observacional o no, ya queda del juicio de manos más expertas. Lo seguro es que estamos ante un film bien lejos de las tendencias
del mercado. Sergei Loznitsa elige la vía como autor, con una película que oferta pocos pilares para el espectador. No se definen
personajes, no se nos da acceso a quiénes son los “actores” en esta situación,
no se nos informa. No vemos a los líderes de la protesta pero tampoco se nos
sitúa lo suficiente para saber si es que acaso no tuvo líderes. El montaje siquiera
muestra la imagen del oponente, el presidente ucraniano.
Es la estrategia
opuesta al reportaje hasta sus últimas consecuencias. Pasan más de veinte
minutos antes de que se incluya algún dato, y ello llega mediante un cartel.
Loznitsa pareciera que hace propio aquello de “Fuck the average viewer” que
dijera David Simon cuando se le preguntara sobre las exigencias del espectador
para con aquella, su serie, “The Wire”.
Esto añade algunas
ventajas, aunque a la vez más de una problemática.
En el lado de lo
arriesgado y apreciable, no hay narrador con una “voice over” que guíe el
documental, tampoco cabezas parlantes con sus correspondientes “totales”, dando
explicación alguna. Loznitsa supo de esa protesta en la plaza central de la
capital, la vio crecer, y allá que llevó su cámara y su equipo. A dar cuenta de
qué sucedía. Pero a dar cuenta de una forma alejada de los convencional.
La cámara se
esfuerza de hecho en buscar los rincones más secundarios. Desde las cajas de
comida que se almacenan para la
protesta, hasta músicos improvisados. Como nadie “ocupa” el encuadre, nadie
protagoniza “Maidan”, y, a la vez, se transmite que es toda la ciudadanía la
que protagoniza el evento. Como apunta Andrew Pulver en su crítica para The Guardian así se obtiene un film sobre el caos, o sobre la masa. El director y guionista también señala que era su intención, en esta entrevista.
Eso no implica que
la teoría (“el pueblo es el protagonista”) tenga efecto real, ya que parece
imposible la empatía con gente anónima sin nombre, apellidos o “backstory”,
pero, de nuevo, partamos del supuesto de que Loznitsa ignora a propósito también
los elementos dramáticos. de cualquier manera, como también incluye Pulver, poca sensación
de la emoción del “momento histórico” puede transmitir un montaje de planos
fijos con duraciones extendidas.
Luego, pasa el
tiempo, y el gobierno de Yanukovych estima que la protesta ya le estorba y
estipula una serie de leyes en contra de los manifestantes. Al poco, ya llega
la policía. La cronología la conocemos, por esos otros eventos internacionales
que han protagonizado los medios de comunicación, luego siquiera “Maidan” y su
guión puede jugar con la sorpresa. Gases, mangueras, el ataque continuo.
Es probable que la
cámara de Loznitsa estuviera ahí antes que la de cualquier medio de
información. Sólo que su seguimiento es más exhaustivo, fuera de las
necesidades y exigencias del medio televisivo, “Maidan” casi se diría que lo
toma todo. Puede detenerse en los momentos tensos (en una ocasión, disparan gas
a periodistas y éste afecta al cámara del film), y en momentos extraños como es
una trompeta que toca el himno mientras llueve agua sobre la bandera ucraniana
de las mangueras y sobre los manifestantes, además de gases lacrimógenos.
Esa sensación de
retrato extenso lo facilita la poca disposición de Loznitsa para la síntesis.
No se duda que la acumulación de esos detalles variopintos (niños cantando en
el escenario, sacerdotes rezando, canciones inventadas) colaboran a una
definición más matizada (al menos, en teoría; volveremos sobre esto). Sin
embargo, a partir del momento en que estos detalles no son tan diferentes sino
acumulativos, cabe la pregunta de si un documental no debiera saber qué
seleccionar en su montaje. El metraje de más de dos horas ya lo demarca, pero
es que el himno ucraniano se repite al completo hasta dos veces (en escenas
calcadas).
Es cuando se toma la protesta cuando el director y guionista prueba sus mejores bazas. Con igual estatismo de la cámara, es imposible el ritmo y la premura, pero, a cambio, hay planos y momentos que imprimen una cierta épica. En ese sentido, Loznitsa no delega del todo en la pura observación, y cuando los encontronazos se asemejan ya a batallas, a guerra, uno no está viendo ya tanto ese caos que se suele aparejar a esto (al concepto "guerra"): está viendo el paisaje de todo un pueblo resistiendo.
Uno de los planos más bellos de "Maidan". Se diría que los encuadres ganaron relevancia a medida que la protesta hubo de enfrentarse a las autoridades.
Y aquí reside un factor relevante. Aquella impresión primera es falsa, y “Maidan” en realidad no lo toma todo. Selecciona, como cualquier montaje, en cualquier documental, selecciona. Los hechos
sucedidos en Ucrania van más allá de la primera simplificación que vieron
muchos medios de querer asumirlo como ejemplo más de esa serie de respuestas
ciudadanas en contra de gobiernos corruptos. En realidad, es probable que
cualquiera de esos eventos, desde aquella primavera árabe, hasta nuestro 15 M,
en verdad fueran así, complejos, difíciles de comprenderse bajo conceptos
“resumibles” en titulares.
De ahí, que la
propuesta de Loznitsa sea a priori tal vez hasta notable. Contra el “resumen”, el metraje
extenso. Sin embargo, “Maidan” acaba por
dejar ver cuánto esto se ha podido convertir en un viaje hacia un
extremo opuesto contraproducente.
Esta exigencia deja
tanto “fuera” de cámara, del documental, que “Maidan” como mucho puede ser un
punto de partida para una investigación que realicemos cada uno de nosotros por
nuestra cuenta. En tanto que esto implica una confianza importante en el
espectador, se agradece. También es cierto que los encuadres no parecen
casuales. La cámara queda quieta casi siempre dejando bien lejos a los
protagonistas de los discursos del escenario montado. Los mensajes llegan, pero
de lejos, o en "voice over", durante esa cotidianeidad del campo de manifestantes
que crece cada día. Esto, es verdad, le resta énfasis, y denota una cierta
distancia del director y guionista con cualquiera de los argumentos que se
despliegan en contra del gobierno. Tampoco se enfatiza la propia violencia de la policía, siempre con cierta distacia de los hechos.
Ahora bien, de
todos modos, de lejos o no, variopintos (como
lo sería, si una cámara similar hubiera tomado el detalle de las peticiones de
nuestro 15M) o no, no dejan de reflejar una postura y sólo una postura.
Así, en tanto que
el director y guionista ha seleccionado lo que ha seleccionado, ¿y si la
verdadera intención de Loznitsa no es alejarse de un mensaje, un posicionamiento, que hace todo demasiado
fácil (nada conveniente para el análisis)? Ese mismo plano, bandera + himno de
Ucrania + el ataque, también puede
interpretarse bajo un prisma de Loznitsa como nacionalista convencido.
Imaginemos un plano similar durante una manifestación en nuestro país, mientras suena el himno español o el catalán.
Otras pistas suman
para cuando menos considerar si al cabo “Maidan” se acerca a la propaganda de
forma consciente. Con una cámara que se fija en el (excesivo) detalle de la
vivencia cotidiana de ese campo de ciudadanos en protesta, sin salir de allí,
sin siquiera dar cuenta de cuál es la versión del gobierno ucraniano, es
imposible formarse una opinión. O, mejor dicho, es probable que nos la formemos
en contra de Yanukovych. Vemos sus policías, su represión, y sabemos de las
acusaciones desde los altavoces: corrupción, posibles asesinatos, esa sumisión
de Putin… Visto así, todo resultaría no ya contraproducente sino irónico.
Sergei Loznitsa se vale de los recursos de un autor pero, al final, recae en
los errores de cualquier documental convencional con mensaje. Valoramos que no se nos deletree, pero al cabo, para este viaje no necesitábamos tantas alforjas.
Eso, en el mejor de
los casos. En el peor, no se trataría de un error no intencionado, sino de una
estrategia consciente. La cámara (¿casualmente?) no toma nunca la parte de grupos y partidos de extrema derecha que se sumaron al movimiento. Si fueron o no fundamentales, ya depende del medio de comunicación y del periodista, y aquí tienen una visión, de la BBC, y otra, de El País. En general, parece que el asunto era cuando menos complejo. Nada de lo cual parece interesar a Loznitsa.
Entendemos que en Cannes, que seleccionó el film, ignoraran lo
suficiente sobre el contexto de Ucrania como para asumir (con prisa) que aquel movimiento
“Maidan” era comparable a la primavera árabe, "Occupy Wall Street" o el 15M.
Los propios medios pudieran haber cometido el error, y algunos de los
manifestantes (al menos según la traducción de la V.O.) usan la palabra “casta”
que aquí no es tan conocida.
Pero Loznitsa es
ucraniano. ¿También él ignoraba el detalle, el contexto? ¿Se dejó llevar por la
ilusión del levantamiento ciudadano y no vio la mano interesada de la extrema
derecha? De ahí, que uno
nunca esté seguro del todo si Loznitsa es un propagandista nacionalista
ucraniano muy hábil, o un director de cine empeñado en un formalismo que no
beneficia el tema.
Lo que sí es interesante, es determinar si "Maidan" por fin sea un caso de documental (de cine, en general) en el que podamos juzgar menos si nos gusta qué nos dice, y más el modo en que se nos dice. Sobre lo primero, puede chirriarnos más o menos esa épica que elude una perspectiva que complete "la verdad", pero, sobre lo segundo, quizá los medios y recursos que hayan utilizado el director sean en verdad muy poderosos si la mayoría de la crítica ha loado el film, sin percatarse del "mensaje". En el caso de España, todo esto aún gana mayor interés. Sería llamativo que un nacionalista ucraniano que juega a dotar de épica a "un pueblo" fuera aceptable, cuando si cualquiera de nuestros variados nacionalismos (includo el español) usara en un film similares recursos generaría polémica. Una crítica española de "Maidan" que me ha resultado atractiva es ésta, de "cinemaldito": aunque el autor percibe una sorna en la mirada de Loznitsa que yo no encuentro, también se apercibe de que el aliento nacionalista está ahí, de alguna manera u otra.
“Maidan” fue
presentada en el Festival de Cannes fuera de concurso, y participó en otros
festivales, como el Festival de Cine Europeo de Sevilla, el London Film Festival o el Jerusalem Film Festival.
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