“Finding Vivian Maier” (John Maloof, Charlie Siskel, 2013) parte del
descubrimiento de miles de negativos de fotografías con una calidad reseñable
realizados por una completa desconocida. Desde ahí, se detona la historia de la
investigación subsiguiente, desde las fotos, en parte como meros puntos de partida para explorar junto a los
entrevistados la misteriosa personalidad de Maier. Si la aventura a ratos
obsesiva de Maloof y su codirector se acaba cayendo del lado de explotar en
exceso un hallazgo casual o si con un personaje así era improbable no
seguir el reguero de contradicciones es una pregunta lo suficientemente atractiva
para que “Finding Vivian Maier” sea un documental notable. Además, resulta un complemento conveniente para la exposición de sus fotografías que se puede contemplar en Madrid hasta el próximo 26 de septiembre.
No se puede afirmar que “Finding Vivian Maier” sea un documental con un
tratamiento estético destacable. La realización es bastante funcional, la base
no deja de ser el recurso de las “talking heads” (cabezas parlantes, es decir;
entrevistas). En cambio, el guión oferta de manera convincente y entretenida una de esas historias que en ficción
parecerían forzadas, falsas, exageradas. Un tipo, el propio Maloof, encuentra
estas fotografías, contrasta que su calidad, como sospechaba, es reseñable, y
comienza una exploración: quién fue la autora.
Donde Maloof y Siskel tal vez sean más astutos es en ir insertando dos
líneas en el guión y en el montaje. A modo de trama tenemos la propia
investigación de Maloof, muy medida y organizada en la dosificación de
la información, lo cual denota una labor bastante pensada como guionistasen. Ello se
percibe por ejemplo en el momento en que se introduce a Maier como imagen, buscando un cierto retraso, y el efecto de “revelación” (“revelar” es la palabra mágica en un documental
sobre negativos hallados por azar).
Esto sería una suerte de narración en
presente de indicativo, y una trama que le da mucha cohesión a una historia
que, al cabo, está derivándose hacia el pasado constantemente. Ahí, hacia atrás, sería la otra vereda del guión de “Finding Vivian
Maier”, porque mientras más saben los directores y guionistas sobre ella, menos
parece que saben, y esa misma duda se transmite bastante bien.
Un aspecto criticable se halla en cómo Maloof no tiene ninguna duda en
insertarse como personaje. También es verdad que esto es más patente cuando la
historia se inicia, y es casi indispensable. Al fin y al cabo, le sucedió a él.
Pero su presencia es más molesta cuando editorializa e insiste justo en la calidad de Maier como artista que quiere que sea admitida por
todos. Ésa pueda ser un tanto la perdición de Maloof. No se conforma con haber
descubierto una fotógrafa valiosa. La quiere reconocida por todos. La quiere en
el MOMA, o en la New Tate. Y supone (erróneamente o tal vez no) que las
instituciones culturales acabarán mostrando interés sólo si la persona tras la
cámara fotográfica se construye con más datos. Si esto es justo o injusto con
la artista es complejo de determinar. Visto así, Max Brod sería despreciable por haber empujado la carrera de Franz Kafka a su pesar. Ése es el otro flanco por el que el film puede ser criticado. “She would have never let this happen. She would never has put her
babies on display”, afirma la que se define como su mejor amiga. Maier sólo
reveló algunas de sus fotografías y nunca se las mostró a nadie. El documental, en esa
trama de investigación, al final desvelará que la fotógrafa tenía planeado enviar sus
negativos a una tienda en Francia. Eso ayudaría a Maloof a
justificar esta cruzada suya (y el propio documental), si la propia artista planeaba hacer lo que él hace. De igual modo, desde el momento que las
fotos van desapareciendo y crece la búsqueda del “personaje”, parecería que se
rompe ese halo de privacidad que Maier buscó toda su vida.
Empezara como método para que el mundo del arte le diera su lugar o no, poco a poco la investigación de Maloof crece hacia otra parte. El propio co-director y
co-guionista lo admite: le obsesiona saber más. Alguien que “nace” ante sus ojos siempre
genera curiosidad, aunque es la propia investigación (el propio rodaje del
documental) el que casi precipita que las preguntas continuaran surgiendo para
Maloof. ¿Por qué a unos pedía que la llamaran de una forma, y a otros, de otra?
¿Por qué incluso ella misma escribía unas veces su nombre de una manera y en
otros documentos, de una muy distinta?
En ese sentido, “Finding Vivian Maier” se centra en un
elemento que, si bien en ficción puede o no darse, en el documental quizá sea
fundamental: la curiosidad más intelectual. Digamos que en ficción queremos
saber si una expectativa o una amenaza se cumple, pero hay menos tiempo para
las preguntas sobre por qué un personaje es como es. Quizá Maloof se haya
dejado llevar en exceso, y, nadie puede negarlo, se ha beneficiado, en lo
económico, en su reconocimiento como autor, gracias a Maier. La cuestión es
si había otra manera de que se diera un documental de esta clase. ¿Sin un poco de
obsesión cualquiera de nosotros seríamos capaces de la búsqueda de alguien con
apenas unos datos y miles de negativos y objetos y cajas y maletas y una vida
que apenas parecía que existía? La otra pregunta sería si Maloff podría haber
puesto coto a esa curiosidad iniciada, deteniéndose antes de indagar en los
aspectos menos amables. Quién sabe.
Quizá “Finding Vivian Maier” se obsesione con la persona más que con la
obra, aunque es dudoso que el propio género, el documental “de arte”, esquive
esa deriva con asiduidad. Al público en general continúa atrayéndole la figura
tras la obra, y es probable que ese mismo vicio sea patente en documentales
sobre pintores, escritores, directores. En lo que se diferenciaría el film de
Maloof y Siskel es en que, con una autora/artista desconocida, no existe la
presión de dirigirse a la hagiografía, por familiares y herederos o por la "comission" de una televisión pública o privada que encargue el producto. Imposible la idealización del personaje, también porque alrededor de una sombra
no puede haber defensores y críticos: sólo espectadores que no saben bien cómo
definir a esta mujer misteriosa.
El documental evoluciona bastante en cuanto a tono. Justo por
narrarse en cierto modo desde Maloff y su experiencia, comienza intentando (lo
consigue en parte, sólo) restarle importancia a sí mismo como personaje. Ahí,
en especial en el que sería el Primer Acto, todo se desenvuelve en un tono
cercano, liviano incluso. En unas ocasiones, en los primeros choques de datos
que se oponen hay hasta humor. Es el caso de una especie de “tete a tete” entre
dos entrevistados sobre si Maier falseaba o no su acento francés. Lo cual el
director sabe aprovechar para insistirle a uno de ellos. “You don’t want to
see a copy of my dissertation” comenta muy seguro el experto en lingüística. Maloof en “off” comenta…
“Pues….”
Pero el tono va cambiando. Por cada (aparente) contradicción, nace una
pregunta, y, a medida que avanza “Finding Vivian Maier”, aquella trama de Maloof en pos del reconocimiento artistico de la fotógrafa se relega. Las fotos y los
objetos (facturas, cartas, etc) se vuelven cada vez más meras pistas en la
senda hacia el “backstory” del personaje. Ahí va desapareciendo la parte de
narración, y la búsqueda se acerca a una psicológica.
Cierto. No le interesaba. Pero ello no se ve tanto en sus fotos como en lo que se nos va descubriendo. A Maier le atraían los crímenes y recortaba y coleccionaba noticias relacionadas con ello. Los motivos se quedan fuera del documental, que no cierra nada con rotundidad. La persona se indaga pero sigue quedando siempre fuera de cámara. Inaccesible.
En verdad, esto es un mero efecto. Es decir, las contradicciones no sólo se acumulan en momentos particulares del
metraje, sino que continúan volviendo aquí y allá, lo cual es un hallazgo de
guión y montaje. Como si una vez establecida la primera vez, ese “leit-motiv”
retornara pero ya quedara en manos del espectador relacionar unas partes y
otras. Eso sí, es loable la capacidad de que aquellos sembrados se mantuvieran entonces como simples curiosidades, fiel a ese tono primero, para luego regresar como algo que el espectador pueda revisar con sorpresa.
Esto se ve muy bien en cómo una anécdota acompañada incluso de una
melodía idealizada luego puede interpretarse de manera muy distinta. Uno de los
chicos que cuidaba tiene un accidente y Maier ni se acerca a comprobar cómo
está. Sólo toma las fotos. Los implicados lo cuentan, en coherencia con esa
banda sonora, tomándoselo como una extravagancia más. Claro que, cuando después
descubrimos qué le atrae de las noticias y una mirada bastante menos inocente
de la realidad (colecciona recortes de crímenes), nos pasa como a la música.
Igual que ésta evoluciona a algo más inquietante cuando vemos películas en 8 mm
de cómo Maier grabó todos los pasos relativos al asesinato de otra niñera,
también uno puede preguntarse si Maier era más de un adjetivo, y con muchos de
ellos en franca lucha entre sí. ¿Era una niñera agradable y cercana a los niños, o una
que, nos cuentan otros que fueron cuidados por ella, más bien estirada, abusadora, cruel?
El guión tampoco requiere que se resalten aquellas preguntas que quedan
sin responder, y Maloof ahí se mantiene aparte, hábil. ¿Cómo es que una niñera
pudo permitirse viajar durante 8 meses por toda Sudamérica y por parte de Asia
y África, realizando fotografías? ¿Cómo es que la propia (desvelada) familia de
Maier fuera tan “privada” que se mantuvieran al margen de otros posibles
familiares? Cuando las preguntas
se van acumulando hacia territorios más oscuros, Maloff rompe un tanto esa
distancia. La música quizá sea el elemento que más se escora hacia el énfasis.
Los datos más escabrosos se sitúan aquí (también algunos de los más extraños,
como la visita a un matadero que organizó para uno de los niños) y la crítica
sobre si se explota demasiado esa faceta tenebrosa ahí tendría cierta razón. Al
tiempo, quizá por esa anticipada presión (y por que, no nos engañemos, a todos
los finales felices tienen mayor mercado), Maloof y Siskel contraponen todo
ello con una conclusión positiva, con, de nuevo, la artista por encima de la
(dudosa, ahora) persona. Hubiera sido más arriesgado ir de lo “grande” a lo
“terrible” sin luego esa remontada aunque tampoco hablamos, nunca lo hicimos,
de un documental “indie”. Una pena. Puede que si se hubiera sido más consecuente, el documental al final planteara esa opción que a todos nos cuesta tanto asimilar. No tenemos que encontrar válido el comportamiento personal de un artista para que disfrutemos de su obra.
En cualquier caso, “Finding Vivian Maier” sí es consecuente con ese
valor del formato, la curiosidad. Puede que el problema de seguir haciendo preguntas te
vuelva un impertinente, como aquellos niños que preguntan una y otra vez el “por
qué” de realidades a los que, al final, los padres no tienen respuesta. Puede,
también, que este sea el riesgo inherente de hacer documentales, y es que si
sigues indagando, en especial, en una persona, antes o después, la foto que uno
obtenga no sea justo en el blanco y negro de las fotos de Maier.
“Finding Vivian Maier” tuvo una nominación al Oscar al Mejor Documental
en 2014, y una nominación a los Premios BAFTA en la misma categoría. Tiene como
agente de ventas a HanWay. En España puede verse en Filmin.
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