Boy eating the bird’s food (To agori troei to fagito tou pouliou) de Ektoras
Lygizos pertenece al grupo de películas participantes en la Sección Oficial del
Festival de Sevilla Europeo de Sevilla 2012. Es una obra que prueba que los contextos
en los que se proyectan influyen tanto que imprimen exigencias e
interpretaciones bastante separadas de las propias intenciones del director.
Como
el propio Ektoras Lygizos explicó tras la proyección, Boy eating the bird’s food parte de la curiosidad que le
produjo al director y guionista la lectura de una novela del autor noruego Knut
Hamsum, Hunger. En ella, relataba Lygizos, tenemos la historia de un artista
con dificultades para la supervivencia, en particular para alimentarse. Afirmó
que le atraía cómo ese personaje, por orgullo, no pedía ayuda, no acudía a
nadie. Por tanto, y Lygizos insistió en ello, este film suyo pretendía la
indagación en los límites de ese orgullo: ¿hasta dónde y hasta cuándo llegaría
una persona de este tipo, en su sufrimiento, antes de que diera su grito de
socorro?
Es
decir, es una historia sobre un personaje, si bien el retrato psicológico
estaría limitado en su sentido más clásico (del concepto de guión, o dramático)
ya que, según también añadió Lygizos, no le importaban las motivaciones.
En
cambio, por lo que leo en algunas críticas (de aquí, del Festival, y de otras
latitudes, cuando la obra se presentó en Karlovy Vary, un festival del que el
de Sevilla se ha nutrido bastante) descubro que muchos analistas han
interpretado Boy eating the bird’s food como
una cinta en cierto modo social.
El director, Ektoras Lygizos, exponiendo lo que había tras su film, en la sala. Por cierto, el traductor daba muestras de poca experiencia. Un aspecto mejorable del Festival.
La crítica de Indiewire (bastante dura) afirma:
"the film is so narrowly
focused on the lead that almost no context is admitted, and while we know it to
be set in modern-day Greece, we get very little sense of place or culture."
Cierto.
Excepto por la lengua, la película bien podría estar ambientada en cualquier
ciudad europea o, en general, occidental. Pero es que la clave social, como
decíamos, puede que no sea tan relevante.
Lo
que sucede es que el cuándo y el dónde de un film son marcas que (también) todos leemos,
y nos influyen, tanto como una portada o la introducción de un libro. Averiguamos que el film es de un joven director y guionista griego, y son lógicas las asociaciones. Boy eating the bird’s food será, podemos pensar, una nota crítica sobre la situación
económica y sus efectos en las personas.
Lo
que no sé es si podemos achacarle errores si no triunfa en unas aspiraciones
que el director y guionista nunca tuvo.
Esta
otra crítica, de la revista Vulture, por contraposición, afirma incluso que esa falta de detalles de
contexto para el protagonista refuerzan la metáfora de que representa a toda la
sociedad griega en su momento presente.
“The whole film is an unashamed metaphor for the mood of the
people of modern day Greece. […] Yorgos’ is deliberately denied a social
context or background history in order to convey the message that his story is
indeed a ubiquitous one in Greece and the emphasis remains on the obvious
metaphor. Greece’s abandonment by Germany is symbolically present within the
classical German language piece Yorgos chooses to sing for an audition early in
the film.”
Es
obvio que, en muchas ocasiones, un autor realiza su obra con un sentido, y
luego adquiere vida propia, y suma un significado que no se había previsto. Si
Boy eating the bird´s food alcanza esa tonalidad simbólica o no casi parece más
relacionado con el ojo que la ve que con lo que la película propone en sí.
¿Y
qué hay de su objetivo del retrato dramático? Pues sus resultados dependen
mucho de las decisiones de Lygizos como director y como guionista.
Cámara
en mano, y con una cercanía al protagonista constante (un grado más del que
veíamos en Reality, de Matteo Garrone), en cambio la misma personalidad de
Yorgos y su actitud causan un estilo de guión minimalista, donde apenas hay
diálogos. La historia es un recuento detallado de la serie de artimañas que
este chico articula para someter ese hambre. Roba los restos de
algún contenedor, aprovecha lo que hay en la cocina de un vecino anciano cuando
va a visitarlo, y, por supuesto, come un poco de la comida con la que alimenta
a su pájaro, su más preciada pertenencia. En este sentido, algo hay de aquello
que Lygizos comentara tras la proyección: el seguimiento casi entomológico de
un ser humano como si fuera un animal en pos de su supervivencia.
Sin
embargo, aun cuando no se expresan en esos términos clásicos, los elementos que
conforman a un personaje de ficción están ahí. Presentes por su misma ausencia.
Ese estilo minimalista se hace un tanto (¿demasiado?) consciente en una escena.
Cuando el protagonista llama a su madre, sólo escuchemos sus respuestas, y no
las palabras de ella. Y las respuestas de él son un escueto “sí”, que repite.
No
sabemos qué le pregunta, le pide, le comenta su madre. Se nos niega esa información. Pero en los ojos y
rostro de Yorgos percibimos cuánto le está costando no reconocerle que necesita
ayuda; cuánto le duele estar, probablemente, mintiéndole. Me es imposible si es
un efecto deliberado, pero entonces uno es cuando confirma (nunca del todo,
como veremos) sus sospechas, y hace hipótesis. Algo grave tal vez sucediera en
la vida de Yorgos que le distanciara de su familia. Algo que le impide
reconocerles el estado tan desasistido en el que se encuentra.
Por
tanto, a medida que vemos cómo todo se le complica, más nos preguntamos qué le
ha llevado hasta aquí, y por qué. Puede que Lygizos quisiera crear un documento
sobre el orgullo, pero el dibujo del personaje se amplifica. Sobre lo que no
está, tendemos a especular. Sobre todo, porque es complicado quedarse de mero
testigo a tal sufrimiento, que no se nos remueva la empatía. Mucho del metraje
contiene esa tensión surgida de nuestras preguntas.
¿Por
qué no llama a casa de sus padres? ¿Por qué no contacta con algún amigo? ¿Por
qué no va al médico, en cuanto ve que su poca ingesta de alimentos le causa que
se le caiga el pelo?
De
cuánta paciencia tenga cada espectador con la falta de respuestas claras, o de
cuánta capacidad para que enfrente el dolor ajeno depende que se determine si Boy eating the bird’s
food es demasiado larga, muy larga, o
con la duración exacta.
Las
respuestas nunca se dan, y, como anticipaba antes, tampoco se confirman lo que
uno sospechara, anticipara, supusiera. En mi opinión, no creo que ese orgullo
explique todo lo que sucede. En verdad, Yorgos se ve tan debilitado, tan
indefenso, que cuesta asociarle con un concepto como el orgullo. Quizá sea por
esa cámara que se pega tanto a su rostro, o quizá porque desde luego le vemos
sufrir en su soledad, pero el hecho es que existe una conexión con el personaje.
Una que, por un lado, genera todas esas preguntas cuyas respuestas posibles
sólo proceden de nuestra personal interpretación. Podemos pensar, por ejemplo,
que en casa de sus padres no lo admiten. Que su padre (que tampoco se menciona)
es un hombre que no le perdona alguna afrenta. O que cometiera alguna acción de
la que se arrepiente contra ellos, y que es la culpa la que le impide que acuda
a ellos.
Por
otro lado, ese acompañamiento continuo origina que nos afecte eso por lo que opta, una y otra vez, y que le separan de los demás. En una escena, duda en cuanto a acercarse a la mujer que le gusta, y que,
además, le da muestras de que, si la sigue, irán a su apartamento, tendrán
sexo… y tal vez se transforme ella en ese samaritano que tan bien le haría. Y nos lamentamos por él.
No
sé si esta reflexión sobre cuán orgullosos, o temerosos podemos
todos llegar a ser, o cuán separados podemos estar de los que nos rodean
incluso en instantes de debilidad requiere la interpretación metafórica. No sé
si este protagonista es o si tiene por qué ser representante de toda una
población, la griega, que pasa por dificultades similares en la actualidad. En
realidad, yo señalaría, como hace esta reseña, que hay más de un detalle que alejarían a Yorgos de su cualidad como dicho
símbolo.
Por
ejemplo, esa capacidad que tiene el protagonista para el canto (que lo iguala a
su pájaro; y esto era intencionado, como el director y guionista explicara en
la presentación de la película) nos hace intuir que este joven tal vez provenga
de una extracción social más privilegiada (lo que, de paso, acrecienta las
preguntas sobre qué le ha conducido hasta aquí).
"But even if the camera is stuck like glue on leading man Yannis Papadopoulos, and the film is firmly placed in the present, it’s inevitable that you’ll think of the boy's past. Of what came before. Because this boy isn’t just a tortured hero or some kind of social outcast. He’s got the carefully cultivated voice of a counter tenor and the behavior of someone who’s seen better days."
Por
otra parte, lo dramático pese más que lo social, cuando, una vez obtiene un empleo
(basura) como vendedor en telemarketing, abandona el puesto, entendemos, porque
un teléfono al alcance de su mano lo juzga demasiado tentador (de hecho, a
punto está de marcar el número de casa de sus padres, aunque logra
controlarse). Las opciones, como personaje, ganan más relevancia; un "representante" del cine social no rechazaría un trabajo, sino fuera por motivos como la escasa paga, el maltrato de un jefe... motivaciones sociales. Aquí, valen las personales, inseparables de Yorgos. Es en cómo evoluciona él, como personaje concreto, en su relación con el mundo en lo que
se centra Boy eating the bird’s food.
No
sé, si, como se preguntó en la sala, el viaje del protagonista necesitaba tanto
tiempo, o tales extremos (hay una escena cruda donde Yorgos evita desperdiciar cualquier gasto de proteína.. y no diré más). Pero, en cuanto a lo segundo, sí que encuentro que la
película de Lygizos aporta una novedad en un cliché que ahora mismo está muy
extendido.
El
protagonista, pese a su hambre, pese a su sufrimiento, y pese a su
determinación para sobrevivir sin ayuda de nadie, no es convierte en un
depredador. Aquí, por fortuna, no hay nada de ese tópico ya del “el hombre es
un lobo para el hombre” tan recurrente y sobado en mucha de la ficción
apocalíptica. El chico tiene tiempo para cuando el vecino, medio inválido, y
tan solo como él, le llama. Cuando éste fallece, no deja la oportunidad de
alimentarse un tanto de las escasas viandas. Pero no se queda en su domicilio. Y su única preocupación, extraña, contradictoria, es que su mascota, su pájaro, siga siendo alimentado.
Así, puede que la película de Ektoras Lygizos sea a ratos excesiva, pero contempla una visión del ser humano más completa; dura, porque es terrible la alienación a la que todos podemos vernos abocados (rompiendo los lazos con nuestra familia, amigos, y las gentes que nos rodean), pero también esperanzadora, porque, ante el dilema de sobrevivir, no todos se transforman en entes puros de crueldad y egoismo.
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