Arraianos
de Eloy Enciso participa en el Festival Europeo de Sevilla 2012 en su sección
Las nuevas olas. En ella se pretende dar un repaso a las nuevas formas de
afrontar el cine que tienen directores jóvenes de todo el continente. Fue la
única representación española en la sección oficial del Festival de Locarno, y,
como proyecto pequeño, este logro ya le ha granjeado cierta atención en los medios.
En
tiempos de crisis en el cine español, este tipo de cine, de autor, barato (el director y el productor bromearon con cuán importante ha sido la ayuda de sus progenitores, y de sus “préstamos”) pero con aspiraciones parece una vía cada vez más plausible y patente, frente
a las grandes producciones, y, con la
imposibilidad de que se realicen películas “medianas” (con un presupuesto de
entre uno y dos millones de euros).
Arraianos no es una película de ficción. Tampoco cabe encuadrarlo del todo en el lenguaje
del documental, si bien hay bastante de ello. Eloy Enciso y su equipo
estuvieron entablando un diálogo fluido tras la proyección, y en qué y cómo
respondían podían hallarse algunas de las claves. Sin embargo, y a medida que
avanzaba el debate más hacia “qué significaba qué”, mi sensación fue (y ahora
la confirmo) que tampoco se trata de leer el film como una especie de
rompecabezas intelectual, a la búsqueda de pistas. No pasa muchas veces (no,
cuando estamos acostumbrados al cine de ficción, bastante encorsetado), pero en
ocasiones una película puede verse sin que todas las cuestiones se hallen
resueltas con seguridad.
Arraianos
es el nombre de los habitantes de una zona que hace frontera entre Galicia y
Portugal. Son aldeas apartadas, y allí predomina una vida rural un tanto
congelada en el tiempo. Durante dos años, el director, su guionista, y el
equipo estuvieron viajando allí, conociendo esa atmósfera particular.
Tal
vez esa palabra sea significativa: particularidad. Eloy Enciso hablaba de que
el germen del proyecto era una reflexión sobre cómo era los gallegos (dándole,
por cierto, a su lengua mucha relevancia, reconocieron). De esto viene la inclusión de unas breves escenas, teatrales de forma intencionada (proceden de la obra O Barco de Jenaro Marinhas del Valle). En ellas dos mujeres, perdidas en el bosque, comentan, reflexionan,
debaten: cada una de ellas representa una parte del “alma gallega”. También hay
otra de esas escenas teatrales sin ellas, mucho menos comprensible. El director
y el guionista coincidieron en que estaba entre sus prioridades. Deseaban
romper respuestas fáciles. Estos momentos, pues (que, también, rompen lo documental) aportan un
sentido no ya abierto (Arraianos juega esa baza en toda su amplitud) sino
filosófico. Lo que no sé es si la presencia de las ideas (esto, tan propio del
cine europeo) consigue contrarrestar (y así, tener mayor validez) lo que se
expresa en la mayor parte del metraje: las gentes y el paisaje. En otras
palabras, no estoy seguro de que la reflexión intelectual supere el carácter de
documental antropológico.
Tampoco
sé si esto merma el resultado, o si, por el contrario, ello hace que el
proyecto de Eloy Enciso pueda disfrutarse a varios niveles. Yo, sin duda, he
encontrado más atractivo el recuento de las vidas de estas gentes, y de su
paisaje. Pero también admito que fue la primera de esas escenas entre las dos
mujeres la que me incitó a visionar la película con otros ojos.
ARRAIANOS - Trailer from Artika Films on Vimeo.
En
esa escena (sus textos no pueden juzgarse desde una verosimilitud
convencional), como en las posteriores
entre ellas, uno intuye que el aura de Esperando a Godot sopla en torno a las
dos mujeres, que hablan sobre avanzar en el bosque, dejarlo atrás, volver a
casa, pero no se mueven.
En
su primera aparición, cada una de ellas, representando una postura vital (o
sea, lo alegórico está presente) contraponen sus posturas: una habla de cada
árbol es diferente, único. Ella sería, según la clasificación que el propio
director aclaraba tras la película, la parte soñadora de los gallegos. Tal vez,
añado yo, la parte de ese pasado perdido entre bosques y montes, de ese mundo
rural tan alejado de la actualidad, donde un castaño no es un pino, ni una
piedra del todo igual a otra piedra. La otra señora es la vena pragmática
(según Enciso, también parte del “alma” gallega). Para ella, una piedra es una
piedra, un árbol tan sólo es un árbol, un hombre, cualquier hombre.
Ignoro
si la ambición del director de nada menos que retratar “el ser” de los gallegos
está conseguida. Desde mi punto de vista, las sociedades son demasiado
complejas, y, desde luego, si a mí preguntaran no sabría decir qué define a un
andaluz. Hace unas semanas, en mi Twitter, me enteré de que la artista
multimedia María Cañas aceptaba un proyecto que celebraba y, al tiempo, le
aterraba: una pieza sobre su ciudad (mi ciudad), Sevilla. Una tarea compleja.
Yo llevo viviendo en estas ciudad toda mi vida y, aunque tengo intuiciones
acerca de sus posibles rasgos, otra cosa muy distinta sería exponerlos en una
obra y hacerlo rotundos, definitivos.
Por
eso, me importa menos si la ambición en pos de “lo gallego” de Enciso alcanza o
no sus objetivos. Me ha interesado más esa posible pregunta que uno se hace,
frente a esas gentes, frente a esos paisajes. ¿Un árbol es cualquier árbol?
Como
el productor, Carlos Esbert, y el guionista, José Manuel Sande, sugerían, Arraianos tenía unas intenciones
como proyecto, pero ese mismo paso del tiempo (y algunos problemas durante el
rodaje, como cuentan en esta entrevista) causaron que, por el camino, el film
sumara, restara, cambiara. De forma que, en su montaje final, la visión de cada
miembro del equipo era personal y distinta. Por tanto, lo lógico es que cada
espectador sonsaque su interpretación personal.
La
mía es que esas imágenes me dicen que no. Que un árbol no es igual que otro. De
hecho, la cámara registra detalles del bosque similares, pero en diferentes
épocas del año. Y ya no son los mismos; los detalles han variado. Por eso,
supongo, me adscribo más a la tendencia soñadora, que ve que esa tierra
concreta es especial, definida, particular. Igual que sus gentes.
Otra
cosa es si están conseguidos otros matices que, según contaba, buscaba el
director. Eloy Enciso mencionó que el mundo del mito (tan importante en las
sociedades rurales gallegas) era uno de esos aspectos que su cámara quería
reflejar. Es verdad que ahí están las nieblas, y las noches oscuras (en las
aldeas hay poca iluminación). Hay un momento destacado donde la cámara apunta
un callejón por donde pasan unas ovejas. Apenas las vemos porque la dirección
de fotografía no fuerza esas luces poco potentes de la aldea. Es el sonido de
sus cencerros los que nos permiten entender que van llegando, llegan, pasan, y
vuelven a alejarse, en medio de esa noche oscura.
Luego,
en otra escena (ésta, por cierto, menos teatralizada, un poco más natural) una
mujer le cuenta a otra un breve cuento (que no termina). Pese a todo, quizá se antoje escaso. Lo
fantástico tiene, quizá, unos códigos que se inserten mejor en la ficción
“convencional”, y si no vemos el mito, puede que no sea suficiente.
Además,
la cámara se ha acercado a cómo se cuidan las bestias, cómo se lucha contra el
hielo, cómo se atienden pequeñas tareas en algún huerto. Esto tiene un
carácter, de nuevo, demasiado concreto. Huele, pues, a realidad.
El
único mito (y éste no sé si estaba en los planes del director o del guionista)
que nos llega es justo el de la frontera, y el de esta frontera, y no otra,
donde ya no hay niños, y las ancianas recuerdan canciones que puede que nadie
más recuerde en la Galicia urbana. Arraianos gana en esos momentos en que
suenan estas tonadas como documento audiovisual de un universo que tal vez ya
no sobreviva mucho más.
Vengan
los expertos más avezados que yo a desgranar si Eloy Enciso obtiene lo que
pretendía, pero en cualquier caso, Arraianos, si nos salimos de ese debate
(otro día hablaremos de si necesario, si sigue pesando demasiado la herencia
del cine moderno) de las ideas, ofrece imágenes interesantes, y la posibilidad
de que se contemple de una forma más libre. Más inocente.
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