Matteo Garrone y su última película Reality pasó con éxito por el último Cannes, donde obtuvo el premio Grand Prix. Era un proyecto muy esperado, debido al
impacto de su anterior película, Gomorra, que presentara en España justamente en el Festival de Cine Europeo de Sevilla. Ahora era lógico que retornara al
Festival para introducir su nuevo film, unos días antes de su estreno en las salas de todo el país.
Reality se centra en la familia de Luciano, un pescadero que
sobrevive en Nápoles compaginando este trabajo con otros manejos de economía sumergida.
Cuando se realizan pruebas que buscan candidatos para el Gran Hermano italiano, se anima y participa. A partir de aquí, a Luciano le
va creciendo una ilusión por que le llamen y le confirmen que es uno de los
elegidos en el programa. Poco a poco, la ilusión se convierte en obsesión.
Luego, en locura.
Reality causa posibles lecturas diferentes, lo cual, en parte,
pudo notarse en los momentos posteriores a la proyección, en las preguntas que
le hicieron los asistentes al director. En principio, su estilo es realista,
hasta el punto que hay quien lo acerca a esa tradición del cine italiano que
tuviera tanta importancia: el neorrealismo.
Sin duda, la cámara sigue muy de cerca a Luciano, de modo que
su rostro ocupa la pantalla en bastantes momentos, con primeros planos. Los
momentos en que la familia habla, por ejemplo, en la cocina (mientras la abuela
cocina) posee ese matiz de cercanía con lo cotidiano.
Pero también es cierto que, antes de la boda, se nos ha
introducido en la película con un plano cenital (desde un helicóptero,
suponemos) que sigue a una carroza de cuento donde una pareja de novios accede
al recinto de la celebración de los convites. Y que la banda sonora de Alexandre Desplat
juega mucho a ese aire de fantasía. Garrone lo comentó en la propia sesión: el
contraste que tenía en mente era ese realismo y su posible choque con lo
imaginado, lo soñado.
Matteo Garrone, contestando las preguntas del público asistente, tras el pase de Reality.
Puede que fuera un punto de partida que se desviara por el
camino, o puede que la misma fuerza de sus actores (profesionales, según dijo,
aunque los secundarios ciertamente parecieran gente de la calle) le empujara
por otro sentido. El hecho es que a algún crítico de hecho lo que rechina es
ese comienzo y ese final (que no adelanto, pero que enlaza con ese plano
primero cenital), por cuanto añade al realismo más “puro” elementos simbólicos. De esos que producen en los críticos interpretaciones distintas. Por ejemplo, la del crítico de IndieWire:
"The first and last shots of Matteo Garrone's drama take place
from extreme heights that make their focal point blend with their surroundings.
Everything in frame takes on the dimensions of a dollhouse, as if the Italian
filmmaker has assumed a godlike awareness. The compositions suggest that people
are inherently trapped by their surroundings and never fully capable of
realizing it."
No importa, o no tanto, si Reality añade estas potenciales vías de interpretación y rompe con el tono realista. No, porque, de todos modos, como el director ha admitido, puede que el proyecto comenzara hacia ese tono de realismo y de comedia. Pero, también ha comentado, el montaje final se le fue yendo hacia otros senderos. Como veremos, el tono variará, y la comedia y hasta el realismo se verá contrapuesto con lo dramático, y hasta lo terrorífico.
El actor que intepreta a Luciano nos
gana pronto, y ese mismo acercamiento de la cámara hace que sigamos su
evolución. Y la historia deriva en un giro bastante peculiar. Desde que Luciano
se imbuye ya de esa esperanza de que lo elijan, para él la realidad ya no es
realidad: es “reality”. Cree que los del concurso le vigilan. Que espían sus
acciones, su día a día. Él ya vive en el Gran Hermano antes de que participe en el Gran Hermano.
En ese sentido, el primer posible punto de giro no sería
tanto su entrevista como ese otro momento en que Luciano
atiende en la pescadería a dos señoras de Roma. Las ve cuchichear. Le parece
sospechoso. Si son de Roma, ¿qué otra cosa pueden estar haciendo en Nápoles, en
su barrio, en su pescadería, sino vigilar quién es y qué hace?
En esos momentos, la cámara se pega mucho a su rostro, y
luego, a lo que mira. Volverá a suceder cuando mande a tomar viento fresco a un
mendigo, y observe la presencia de hombres bien vestidos que parece que toman nota al respecto. Vemos a Luciano, lo
que ve, su reacción. Podemos entender por completo su incipiente paranoia.
Visto así, como algún crítico ya ha resaltado, Reality podría interpretarse menos como una crítica
contra la televisión basura, que contra su efecto en las personas. Ese guión "traicionado" (palabra que usó Garrone en sus comentarios en la sala, tras la proyección: fue una transgresión, sin embargo, permitida) por los actores, y esas interpretaciones logran que la historia tome tanto cuerpo, sea tan específica, que al final se trate más de la historia de una obsesión.
A esto se une que no veamos demasiado de los entresijos del
concurso, ni de sus organizadores (la entrevista a Luciano sucede en off). De
este modo, no es posible achacarle culpas a unos “malvados”. Puede que por eso
algunos analistas hayan visto un tono amable (incluso demasiado) para con el
tema. Reality nos acusa de forma enfática, y el
guión hace que sean nada menos que las hijas de Luciano las que convenzan a su
padre para que haga esa primera prueba. Luego, otros miembros de su familia son
los que instiguen, apoyen, insistan en esa quimera.
Garrone comentó en la sala que todo partía de una historia
real, de alguien a quién él conoció. Quizá esa cercanía, y el investigar cómo
podía suceder algo tan absurdo haya hecho que en ese sentido la película sea
más de personajes que de denuncia. O un film de denuncia menos rotundo en cuanto a que se apoya en personajes. Con todo, yo no hallo psicologismo fácil, pese a que ese guión menos férreo no excluye pistas, anticipaciones, gradación. Hasta las posibles motivaciones estén ahí, si uno atiende.
Todo empieza como broma, porque Luciano siempre ha sido “un
personaje” (así lo define el camarero de un bar vecino), y en la boda se
disfraza, dándose a entender que en eventos similares suele ser “protagonista”
mediante “papeles” que suele interpretar, como afición. Tras la prueba, y,
después, tras la entrevista, parte de su familia le instiga, insiste, apoya esa
quimera.
Uno de los planos más bellos y significativos es cuando
Luciano, vestido de mujer para hacer su “gracia” en la boda, persigue a Enzo,
el ex participante de Gran Hermano que ha acudido a hacer su “bolo”. Le pide
que se haga una foto con su hija, que se ha quedado dolida porque el famoso se
le haya escapado. Tras cumplir, y dejarse fotografiar, Enzo sube a un
helicóptero. La cámara se queda con el rostro, maquillado, y fascinado de
Luciano viendo como Enzo se aleja. Aquí ya queda marcada la justificación de
toda esa evolución posterior. Luciano quiere ser así; no le vale ser ese payaso
pintado que anima las fiestas.
Quiere ser ese hombre que, en el patio de ese edificio
antiguo de vecinos, en un plano posterior, le recibe con aplausos y vítores
(pese a que aún no le han llamado para confirmarle su participación).
El problema, podría estar diciendo Garrone, no es la
televisión, sino nosotros mismos. No sé bien si eso la hace un film menos "crítico", o justo lo contrario, más duro. En cuanto a la "amabilidad" que le achacan algunos analistas, no durará mucho. Durante parte del metraje domina ese tono de comedia (quizá neorealista). Pero a partir de cierto momento, las risas en la sala (por lo
absurdo) van desvaneciéndose. Y cuando Luciano se entremete en unos conductos
de ventilación para volver a hablar con Enzo, en su camerino de la discoteca,
ya la cosa no tiene tanta gracia.
Ni cuando hemos visto que su amigo y compañero en la
pescadería le llama desde lejos, mientras Luciano se va al bar cercano, a
celebrar (nadie sabe bien qué, aún no ha sido elegido) su popularidad. El amigo
le observa, feliz, y se marcha, preocupado por la deriva de su amigo. Portando por cierto una imagen de la virgen
María. (A partir de aquí, algunos spoilers).
Y es normal, este gesto, porque este amigo, Michele, es
un creyente fervoroso, que creerá, llegado el momento, que la cura de la
enfermedad de Luciano pasa por la fe. En cierto modo, la confusión es
comprensible. Luciano, ya en plena locura, actúa como un iluminado, regalando
sus posesiones a los mendigos. Michele lo lleva a Roma, a una especie de misa
multitudinaria, tal vez en la creencia de que un espectáculo, un ritual, “con sentido” le
servirá de sustituto. De esto, de religión como espectáculo, sabía mucho Fellini, y no puedo evitar ver en Reality algunos trazos de esta herencia. No veo claro un ataque frontal a la Iglesia, aunque tampoco una supuesta búsqueda interesada de ese tipo de público, católico (como, pareciera, se afirma aquí). Puede que, dentro del contexto donde se mueve la película, Italia, Nápoles, son unas coordenadas físicas y culturales donde los familiares y amigos de Luciano consideren más la opción de que se acuda a un sacerdote, y que desconfíen de la psicología (su esposa le espeta al camarero que, nada de psicólogo, que el que le ve es "un médico", dejando claro los prejuicios en torno al tratamiento de las enfermedades mentales aún presentes). En cualquier caso, como remedio, no funciona. Las viejas recetas no valen. Luciano se escabulle del evento religioso.
Ya había momentos donde ese estado mental alterado producía más miedo que risas. Pero cuando Luciano se introduce en la casa de Gran Hermano por la fuerza, esto gana intensidad. A estas alturas, tememos qué puede llegar a hacer Luciano.
En definitiva, Reality es un film que plantea cuestiones muy interesantes, no ya sobre el tema tratado, sino cómo esa concreción en personajes puede o no diluir el sentido crítico, y si es ésta la alternativa a las películas más políticas, pero tan militantes y enfáticas, que quizá sólo predican a los conversos. Y si hay puntos medios. El debate sigue abierto.
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