Durante
esta edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla, una de las secciones
ha sido nombrada como “Special Screenings”, cuya intencionalidad pueden leer en
ese mismo enlace a la web del festival. Para el común de los mortales, tal vez
aparente más bien ese cajón de sastre (habitual en los festivales de cine,
por otra parte) donde cabe un poco de todo, ya que hay desde estrenos de cine
español que se prometen relevantes (Invasor, de Daniel Calparsoro), películas de terror más bien de serie B (Kill Zombies!), o adaptaciones de clásicos de la literatura (Great Expectations, Mike Newell).
O
una película de animación en 3D francesa. Supongo que su inclusión la justifica
que la dirige (y participa en su guión) Patrice Leconte, un “autor”, si bien
con una carrera que alguna que otra vez ha desafiado esa calificación.
Le magasin des suicides es una propuesta curiosa, incluso desde el punto de vista
comercial. Se me escapa del todo el target de audiencia que se tenía en
mente cuando se encaminó el proyecto, ya que es demasiado fuerte para un
público infantil, y tal vez demasiado sencillo, para uno juvenil. Puede que sólo
los adultos logren disfrutarla. De cualquier manera, puede que esta misma indefinición (en este enlace, un recuento de esas potenciales dificultades para la comercialización) se traslade a toda la película.
Le magasin des suicides se emplaza en una ciudad no identificada pero con el
suficiente gris para que resulte cualquier geografía moderna occidental. Allí,
los ciudadanos se están suicidando a un ritmo tan alto que la paloma que nos
sirve de guía al comienzo ha de esquivar los varios cuerpos que se tiran desde
las ventanas de los edificios más altos. En este contexto, un negocio vive
boyante: la tienda con el título del film, donde la familia Tuvache surte a
sus clientes con toda clase de parafernalia que ayude al suicidio privado. Y es
que en la vía pública está prohibido. Puede que la falta de concreción sea intencionada y afín a un posible tono de cuento. Claro que la depresión colectiva, en estos momentos, en muchos países a causa de la crisis económica hace que la película se asuma en términos más realistas de lo planificado.
Si
a este punto de partida, se le añade que la película de Patrice Leconte es un musical,
es muy tentadora la comparación con Tim Burton. Sin embargo, en cierto modo, Le
magasin des suicides va en sentido opuesto. En este caso, la “normalidad” es la
“anormalidad”. Los dos hijos mayores del matrimonio Tuvache son tan "oscuros" y
están tan a gusto con la cercanía de la muerte que incluso espían los momentos
en que los clientes de la tienda cumplen su propósito. Y el primer número
musical (uno de los mejores; genial, esa pared llena de retratos de sus antiguos clientes), chocantemente coherente, es una celebración
del suicidio. Por eso, el “héroe” de la función es lo contrario que, pongamos,
un Eduardo Manostijeras, como protagonista modelo de Tim Burton: Alan nace
sonriendo. Feliz. Y crecerá de la misma forma. Silba. Ríe. Sonríe.
Un
horror y una decepción para toda su familia.
La canción de los Tuvache; la mejor canción, probablemente.
Así,
la fuente de humor en el guión es ese contraste entre lo que el espectador
medio encontraría aceptable (que un chaval sea más o menos feliz, tenga
ilusiones, sea inocente) y el efecto de ello en sus hermanos y sus padres. Alan
rompe la norma, sí, pero esa norma se aleja de nuestros presupuestos (aunque,
de acuerdo, estos son bastante convencionales: un día merecería reflexionar,
más allá del cine de terror, por qué los niños no se retratan como entidades un
tanto más complejas, más malvadas, más problematicas).
Esto
funciona durante buena parte del metraje, también porque se apoya en dos
ventajas: una, que Leconte y su guión le da ocasión a los padres de matizarse
frente al conflicto, y otra, que ese aspecto cruel (relativo, claro) que parece
el tono de Le magasin des suicides da momentos más arriesgados que la media,
teniendo en cuenta el formato de animación.
De
lo primero, cabe destacarse que el personaje mejor perfilado es el de Mishima,
el padre (cuyo nombre tal vez se inspire en cuán admira el método de suicidio del
seppuku, mediante el cual el escritor japonés de mismo apellido cometió su
suicidio). Es cierto que también a la madre, Lucrece, se le dota de una canción
que expone que no todo es celebración. En ella, se dan algunas imágenes
llamativas (Lucrece dentro de una bañera de sangre) que apuntan a que al fin y
al cabo, ayudar a la gente a morirse es bastante deprimente. Pero, como apunte
de motivaciones o exploración del personaje, se antoja un tanto contradictorio
con esa sonrisa y satisfacción con que atiende a los clientes.
En
cambio, Mishima lo encuentra todo deprimente, sí, pero es durante el guión
cuando se le antepone un choque que le da su giro particular. Cuando visita a
uno de sus clientes para entregarle el veneno correspondiente, observa por primera
vez (suponemos) el resultado de su trabajo. Y, además, contempla con tristeza
el rostro que fuera feliz, en su juventud, del anciano suicidado, en un
retrato. A partir de ahí, su ánimo cae en picado. Uno de los únicos momentos
donde tal vez adquiera utilidad el 3D (aunque no he visto suficientes películas
para juzgarlo bien del todo) es ese momento en que acude al psicoanalista, y la
psique de Mishima se disecciona mediante unos tests de Rorchach.
En
cuanto a esos apuntes de crueldad a juego con el tono, baste ese momento en que
Mishima, harto ya de la alegría de Alan, fantasea con asesinarle… para luego,
decidirse a ofrecerle un cigarrillo para que la muerte le llegue de alguna
manera.
Mishima, en la tienda de los suicidas. Se percibe que el señor Adams pudiera ser la fuente de inspiración para su diseño.
Si
todo esto da una impresión de una animación cruda, no se despisten. La banda
sonora de Ettienne Porruchon adhiere un buen contraste, en esa dirección de tono de cuento, y Le
magasin des suicides incluye al menos un momento bello, dentro de toda esa extrañeza. La pandilla de amigos de Alan espía cómo su hermana, Marilyn,
responde al regalo de éste (un cd con música oriental y un pañuelo)
embriagándose en un baile que celebra su cuerpo. La escena incluye un poso de
inocencia (Alan dice, sonriendo, y soñador, “¿A que es guapa, mi hermana?”),
aunque, al tiempo, lo que sucede es innegable: el hermano menor espiando el
descubrir de la sexualidad de Marilyn. Tal vez sea cuando Patrice Leconte logre el mejor equilibrio de extremos (situación “surreal”
y/o adulta más tono de cuento).
Hacia el final, ya no es tan obvio si el guión
ha logrado lo que se proponía. O más bien, si queda claro qué es lo que se
proponía.
La
evolución de la madre y los hermanos a aceptar esa alegría que ofertaba Alan es
un tanto precipitada, y se acerca mucho al tópico que Marilyn, cuyo proceso sí
ha sido más expuesto, acabe firmando por “la vida” sólo porque se enamora.
Puede
que todo se justifique por ese clima surreal que posee la historia (es, de alguna
manera, un mundo al revés) y se me ocurre que Francia tiene bastante
antecedentes en cuanto a este tipo de relatos (otra historia absurda donde el amor
es relevante es La espuma de los días
de Boris Vian;, no es más que una referencia, no un posible modelo) Sin embargo, esto explicaría esa necesidad de no juzgarlo todo con la lupa del realismo, pero no la escena, y canción final. Como bien se dice aquí, detenta un mensaje un tanto simplista,
forzado, y, a tenor de la mayor parte del tono del film, bastante inesperado. De nuevo, cuando creíamos haber determinado a quién iba dirigida la película de Patrice Leconte, volvemos a equivocarnos: es imposible que lo del "mejor estar vivos que estar muertos" apele a ningún adulto.
En todo caso, como rareza, y como muestra de que la animación europea, en estética y temas, no tiene por qué seguir los modelos de Estados Unidos, Le magasin des suicides es muy válida e incluso algo gamberra. Ahora bien, quizá convendría que sí miráramos al otro lado del Atlántico, para aprender que hay modos menos obvios de transmitir mensajes. Si nos molesta lo que durante años hiciera Disney, siempre podemos acudir a Pixar, que, además de por muchas otras cosas, también en esto de suministrar ideas mediante historias, es buque insignia de la animación.
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