Just the Wind (Csak a Szél, 2012) forma parte del grupo de películas del Festival de
Cine Europeo de Sevilla seleccionadas y recomendadas por la Academia de Cine
Europeo, y que han sido finalistas a obtener algún premio. Obtuvo el Gran
Premio del jurado en el último Festival de Berlín, y además ha sido
seleccionada como una de las tres obras de la iniciativa Lux Film Days. Justo
antes de la proyección, el director del festival, José Luis Cienfuegos, y el director español de la Oficina del Parlamento europeo nos explicaron en qué consistía.
Cada año, un jurado de expertos selecciona estos tres films para que se
muestren en los 27 países miembros de la UE, acompañándolos de debates entre el
público. Aparte, hay una votación entre los asistentes para que finalmente una
de las películas logre el premio de 25.000 euros a la distribuidora. Los tres
elegidos son exhibidos ante los parlamentarios europeos que también eligen un
ganador.
A
este cargo público del parlamento que nos habló antes del comienzo de Just the
wind se le escapó un comentario que quizá sea significativo. Decía que trataba
de un tema trágico “aunque tardaba en empezar a desarrollarse”. Uno podría
interpretar que este señor tal vez se decepcionó con que Bence Fliegauf no
hiciera la usual película denuncia. O puede que leyera la sinopsis que facilita
la productora o la distribuidora.
Como
puede sucedernos a todos los que la vimos en el festival.
Los
efectos contraproducentes del marketing (porque cualquier film lo tiene, no
seamos ingenuos; no es cosa única del cine comercial) se ponen de manifiesto
aquí, porque, leyendo una sinopsis como ésta, es lógico que uno espere que el elemento
fundamental sea el suceso que inspiró la cinta de Bence Fliegauf.
Pero
no es eso. Unos rótulos
antes de que comience, ya advierten de que Just the Wind no usa ninguno de los
datos reales del que fue un ataque de un grupo de aspirantes a neonazis a un
campamento gitano en Hungría con varios víctimas mortales y muchos heridos. De
hecho, si hay algo que destaca es que la información que nos llegará será
escasa, muy medida, y muy dosificada. De lo que no estoy seguro es de si eso, junto a cierto efecto de distancia, y un acercamiento que es distinto al
habitual es exitoso del todo. Quizá, sí, si se quería mover a la reflexión, pero no
tanto si se pretendía mover a la emoción. Just the Wind elige una serie de
recursos que se alejan de las aproximaciones tópicas, pero que también hacen
notables sus desventajas.
Para
empezar, su ritmo. La película se mueve en un espacio de 24 horas. Aunque,
obviamente, se requieren elipsis (el film dura una hora y media), ello implica
que asistiremos a acciones cotidianas sin una relevancia dramática. En cierto
modo, sería una especie de “un día en la vida de…”. Pero sólo en cierto modo.
Just
the wind amanece con una familia de gitanos, en un campamento en Hungría. Mari
es la madre, que saca cuanto puede de trabajos basura, como despejar carreteras
de rastrojos, o limpiar colegios. Anna es la hija mayor. Adolescente, sus
obligaciones son ir al instituto. Rio es su hermano pequeño, apenas un niño al
que no le importa tanto esa integración, y prefiere vagabundear por los
alrededores.
Poco
a poco sabremos que sí hay un hecho conflictivo y dramático que pesa sobre el
guión. El riesgo es que ha ocurrido en el pasado. Bence Fliegauf confía en que
la sombra del que ha sido una serie de asesinatos de familias gitanas en la
zona proyecte su sombra durante todo el metraje. En parte, está ahí. Está en
ese momento en que Mari ve que Rio no responde al móvil. Está en ese momento en
que Rio percibe que un coche le sigue. Está, sobre todo, en cómo Anna no sabe
cómo expresarle todo el miedo que tiene a su padre, que ha emigrado a Canadá, y
con el que habla mediante Skype, en el instituto. El plan, le promete él, es
que se marchen pronto, que se vayan con él, que comiencen una vida nueva en un
país cuyo trato a los gitanos sería cuando menos no tan peligroso.
En
ello confía Fliegauf y su guión: en los detalles. Pero esa elección de un ritmo
tan apegado al paso del tiempo, si bien hace que estos detalles quizá resalten
(si fuera una sucesión continua de los mismos, no destacarían)
produce un seguimiento demasiado excesivo. O, en otras palabras, no está del
todo conseguido el equilibrio entre los momentos de naturalismo/realismo donde
suceden menos cosas importantes, y esos donde sucede lo esencial.
Tampoco
hay, este equilibrio, entre estos tres protagonistas. Tal vez la que esté más
conseguida sea Anna. La interpretación de la actrz, Gyöngi Lendvai, es
perfecta. Su timidez, su asunción de su rol como alguien que mejor no llama la
atención, ya transmite mucho. Si veíamos que la protagonista de Eat Sleep Die
(Äta Sova Dö, Gabriela Pirchler, 2012) era una inmigrante deseosa de encajar
mediante la negación de sus orígenes y un carácter abierto, enérgico, que le
enlazaba mejor con la comunidad, Anna opta por el cumplimiento callado. El
autobús que le lleva al instituto no se detiene junto a ella en la parada sino
más adelante. Anna no protesta. Corre hacia él y se sube, sin aspavientos.
Llega de las primeras. Conecta el cargador de su móvil a un enchufe de la sala.
Llega el conserje del instituto. Enseguida, Anna se mueve hasta el enchufe y
quita el cargador. Pese a que el conserje le dice que no le importa, ella
miente y dice que ya está cargado. No quiere que ni por asomo la relacionen con
ese prejuicio de que los gitanos son unos aprovechados, unas “sanguijuelas”
como se dirá en otro momento del film.
De
paso, el detalle del autobús que no para donde ella, y la escena con el
conserje inciden pero sin énfasis en lo que sufren los miembros de esta raza en
un día cualquiera. Porque el conserje despliega una amabilidad ambigua y,
enseguida, muy amenazadora. Se mueve muy cerca, demasiado, del cuerpo de Anna
(incluso casi la toca, señalándole que se ajuste la camiseta por abajo),
mientras le comenta que hace poco han robado en el instituto. El diálogo no
requiere que el tipo deletree la acusación: da por sentado que han sido los
gitanos. Anna, tímida (hasta en su tono de voz), baja la cabeza, asume, acepta. Esto
llega a un extremo que sí funciona muy bien; como definición del personaje, de
esa situación como ciudadana bajo sospecha, a la vez de ese miedo a que las
represalias acaben siendo tan violentas como las que se han vivido en su
campamento estos días pasados.
Anna
no quiere señalarse hasta el punto de que, en los vestuarios, no interviene
cuando dos chicos entran y abordan a una compañera. La escena es incómoda,
porque lo que empieza como broma se promete una violación. Y Anna se acaba de
vestir rápido, y sale, apresurada. Ese terror que le llena por no granjearse
enemigos que la incluyan en la concepción de la sociedad de los “gitanos
problemáticos”, sumado a ese deseo suyo, personal, de precisamente distanciarse
de ellos (ser una más, estudiar; la hemos visto llegar la primera y ponerse a
estudiar palabras en inglés, aplicada) la hacen que no quiera siquiera ayudar a
otra chica.
La escena mencionada, en el vestuario.
Mari
es un personaje menos definido. Al contrario que su hija, ella ha logrado una
buena relación con ese ambiente de trabajo sin que renuncie a quien es. Cuando
el conserje del instituto le pide que vaya esa tarde a limpiar, lo hará, pero,
cuando él la ataque con comentarios racistas, Mari no reacciona con pasividad. Tiene un pasado que suponemos problemático, pero en este caso, la sombra que proyecta no tiene la fuerza suficiente para hacer más complejo al personaje.Tampoco es pasiva cuando recibe la visita de quien le consiguiera esta casa
donde viven, y que la amenaza si no paga lo que debe.
Esto
es interesante. El hombre que le exige el pago parece también perteneciente a
la comunidad gitana. Si junto a esto (un retrato de uno de ellos que no es
“puro”, “positivo”), tenemos esos matices que decíamos de Anna, el guión de
Fliegauf camina por una dirección más compleja. Otra aproximación al tema de la
violencia contra los gitanos en Hungría caería tal vez en convertirlos en
simples víctimas. Y el discurso, en el paternalismo tan propio de los bienpensantes
espectadores. En este caso, no. Son personas. Nada más. Por eso, la
marginación, los prejuicios, las pequeñas injusticias que vamos percibiendo nos
parecerán más abusivas. Como se afirma aquí:
Patiently, Fliegauf’s camera piles up evidence that, as destitute as they are are and living on the edge of society as they have to, these people are not different from anyone else in their social class. There is no attempt to idealise, demonise them, it is only in death that they are being dressed up by others to fit in with their exotic image.
Esto
también lo vemos en esa familia que vive a unos pasos. Su vida es igual de
difícil que la de los protagonistas, si bien en este caso los padres se han
rendido, y dado al alcohol o a las drogas (no se detalla; está implícito). Anna
tiene que pasar parte del día cuidando de la niña que tienen. Rio también nos
hace de guía a esos otros jóvenes o niños que, como él, renuncian a la escuela,
y cuyos padres, suponemos, o no insisten en ello, o no pueden vigilarlos (como
le pasa a Mari) porque tienen sus horas cubiertas de un sitio a otro,
buscándose como pueden el sustento.
La
escena que se sale del estilo predominante de Just the Wind contiene un largo
diálogo que habla de todo esto. Mientras Rio (nuestro guía, y de ahí la
justificación de la escena) explora la casa de la última familia asesinada,
llegan dos policías. Rio se esconde. Entonces, los dos policías charlan. Uno de
ellos analiza el caso con una frialdad y un discurso muy lógico, y, a la vez, muy
terrible. Para él, que se asesinen gitanos bien asimilados, “cumplidores” en la
sociedad, es absurdo. Son los
otros, los que roban, los que no respetan las normas, los que merecen la
muerte. No, dice, porque sean gitanos, sino porque son una rémora.
La
escena se alarga, y los diálogos se clarifican un poco demasiado; a ratos, casi
nos recuerda a ese tipo de ficciones de la que, en principio Fliegauf y su
guión quería huir. Por ejemplo, las estrategias, a veces descaradas, de la
serie Ley y Orden y Ley y Orden: víctimas especiales, donde, para sentarse
sobre algún caso de injusticia de actualidad, los personajes hablan y hablan,
usándose cada uno para poner en palabras los diferentes puntos de vista.
Pero
si este sendero, demasiado ficcionalizado, suena un poco a falso, ese otro, más
dominante, de cine que se deja llevar por el día a día tampoco es la respuesta,
en algunas ocasiones.
Esto
sucede, sobre todo, con Rio. En parte, deviene de que el director y guionista
lo elige como protagonista y guía para ciertas cosas, cuando, en verdad, su
jornada no le enfrenta a desafíos, como si hemos visto en Mari, y aún más, en
Anna. Rio nos lleva a esa casa de la familia asesinada; Rio nos lleva a ese
otro caserón, donde los jóvenes y niños gitanos que “pasan” de ir al colegio,
pasan las horas jugando a alguna consola de vídeo juegos. Pero poco sabemos de
él. Sólo que tiene un refugio secreto donde guarda de todo. A través de los
ojos de uno de los guardias del campamento (los gitanos se han preparado para
la autodefensa, a la vista de que las autoridades no están haciendo mucho sobre
los ataques), entenderemos que es la futura casa que Rio anticipa que
necesitará su familia. Porque, niño o no, ya entiende ciertas cosas, como que
no conseguirán suficiente dinero para pagar la deuda. O que eso de que se
marchen a Canadá es más un sueño que un proyecto seguro.
¿Es
esto suficiente? Dependerá de cada espectador. Sólo con el paso del tiempo tras la proyección puede recopilemos que lo mostrado de esa cotidianeidad de Rio tiene su importancia. Al cabo, esa visita a los otros chavales habla de lo que produce esa marginación de su comunidad. La pregunta sería si lo hace de forma demasiado indirecta, y, si es así, y se considera un valor, si no va en detrimento de la película que lo descubramos a posteriori. Aunque quizá Just the wind sea de esas obras que duren en la memoria justo por eso. En mi caso, tendrá que pasar más tiempo para ver si es así.
Cuando llega el final se entiende mejor la elección del director y
guionista. (Aquí, spoilers) Primero, conocemos a los personajes. Su vida. Sus
dificultades. Su relación con ese “mundo exterior”, pero también las que se dan
dentro de su propia comunidad. Luego, y sólo luego, tiene su efecto dramático
el final.
En
mi experiencia, difiero de esta reseña, que afirma que el final es esperado. A mí, en cambio, me tomó por sorpresa. Una
vez que acepté que Just the wind usaba un hecho similar al real como amenaza
latente, ya no aguardaba que se produjera un ataque contra la familia
protagonista.
Claro
que esta misma precipitación, esta misma sorpresa, me hizo complicado el paso
de esa observación atenta que exigía el resto del film (su estilo, su tono cercano al documental) a
una reacción más emocional. Es decir, me pasó justo lo opuesto a lo que
concluye esta crítica
"Intentionally sedate
and slow-burning, all the way up to its cataclysmic finale, few films this will
leave you as shaken (and hopefully challenged) as this unashamedly draining
slice of stark social realism."
Comprendo,
y hasta reconozco, las bondades de este método de paso lento que desemboque en
un choque. Pero en mi caso, no ha logrado el efecto deseado.
La
frialdad vuelve enseguida, cuando vemos los preparativos para el funeral de
Mari, Anna y el abuelo. En verdad, es en este ánimo donde todo se queda, donde
la mayor parte del film de Bence Fliegauf se ha movido. Lo aleja de lo melodramático, lo
distingue de los tópicos enfáticos del film denuncia, y ambos elementos son muy
loables.
Como
decía, Just the wind tiene la virtud de no ser rotunda en esa mezcla de momentos
importantes y momentos de paso, así como en no navegar por las rutas más
trilladas para denunciar hechos graves, aunque a ratos ese seguimiento
naturalista fomente más la distancia de quien analiza una realidad injusta que
la implicación de quien teme y sufre con sus protagonistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Blogger está graciosillo, así que ten paciencia con lo de los comentarios. En todo caso, gracias.