Paradise:Faith (Paradies: Glaube, Ulrich Seidl, 2012) participó en la Sección Oficial
del Festival de Cine Europeo de Sevilla. Forma parte de una trilogía de este
director austriaco (que ya tuvo su buena recepción crítica, con Import/Export,
mostrada en la Sección Oficial de Cannes en 2007) en proceso cuyo primer
capítulo fue Paradise: Love, que también pudo verse en el festival. Sin
continuidad narrativa, las tres películas tendrán como denominador común un
desafío que se plantea ante mujeres con creencias religiosas muy fuertes. En su
paso por el festival de Venecia, esta última obra de Ulrich Seidl ya tuvo sus
ciertas dosis de polémica. Sin duda, sus imágenes son explícitas y la mezcla
entre religión y sexo se lleva a extremos que molestarán, indignarán y hasta
enrabietarán a muchos espectadores. Sobre todo, en España, y ya me parece un
buen síntoma de salud cultural que el Festival haya apostado por proyectarla en
una ciudad como Sevilla, bastante conservadora en estos temas.
En
cambio, encuentro que Paradise: Faith juega menos a la provocación que a una
distancia que vuelve complicado una respuesta única; y ni siquiera
constante durante toda la película. Yo diría que los tiros van menos por
pretenderse como “crítica de los fanatismos religiosos”. Y más por un proceso
más complejo, emocional y racional, en cada uno de los espectadores.
Anna Maria
es una asistente en un hospital a la que le llegan las vacaciones. Su tiempo
libre lo utiliza de una forma peculiar. No viaja fuera. Se queda en su casa, y
su día a día extiende lo que es una devoción católica muy poderosa a una tarea
más: la visita, puerta a puerta, de diferentes familias, a las que trata de
convencerles de que se conviertan a su religión.
En
líneas generales, se utilizan, y, a ratos, contrastan dos estilos de
filmación. En las visitas “a puerta fría”, el estilo de rodaje es más libre,
cámara en mano (sin tampoco demasiados aspavientos) y con un guión, y diálogos
que se notan improvisados. Luego, en la vida cotidiana de Anna Maria, la cámara
tiende a estarse estática.
En varios momentos, y no es casual, donde ella
prueba esa devoción, el personaje nos da la espalda. Los planos hasta adquieren
cierta cualidad de pinturas. No es fácil determinar con seguridad qué pretende
el director producirnos, y, menos, si lo consigue del todo.
Anna Maria, sola, canta y toca un órgano electrónico canciones religiosas. La vemos de espaldas.
Por una parte, que
toda la película se centre en ella casi con exclusividad movería a que, de
algún modo, nos fuéramos sintiendo cercanos. Por otra, esta mujer vive en un
universo que nos es completamente ajeno, y ya su plano primero lo deja claro, cuando Anna Maria se golpea la espalda con una especie de látigo frente a un crucifijo. Nos puede parecer tan ajeno... que la platea fue
dándose a la risa.
Algo
que poco a poco vamos a perder, con ese trasvase de espectadores de la sala de
cine a la pantalla de ordenador es la experiencia de compartir la sesión
cinematográfica con otros. No ya con quienes nos acompañen, sino con esa masa
de extraños que reaccionan, de formas similares o opuestas, a nosotros. Con
Paradise: Faith, lo que sucedía entre los asientos de la sala fue, para mí, un
punto de origen de reflexiones muy jugosas, que, de paso, apuntan a qué puede
que intentara el guión y la dirección de Seidl. Y, según leo aquí, la risa también aparecía en los pases del Festival de Venecia.
¿Es
Paradise: Faith una comedia? En principio, yo diría que no, aunque puede que
Seidl haga uso de algunos de sus mecanismos. Si persigue la risa, desde luego
la persigue como complementaria a otra cosa. Puede que la estrategia de Seidl
conduzca por fuerza a la incomodidad. Y ante la incomodidad, la risa es un modo
de superación. Como afirman la crítica de Ioncinema:
Many will be turned off at how Seidl often times uses his protagonists
for ridicule, but one could argue that this may really just be our own
discomfort with the consumption of materials not glossed over with euphemism.
Porque
la película juega a la acumulación. Y esto, es posible que cause que sintamos
que se mueva en círculos por momentos. Es lo peor de la cinta, porque acumular significa repetir, y tal vez un poco menos de ello hubiera servido igualmente a los propósitos del director y guionista.
Ahora bien, la acumulación también tiene un efecto peculiar. Un
ejemplo. Vemos que, entre esos hábitos religiosos tan extremos, Anna Maria está
el rezo repetitivo de una oración mientras avanza por su casa de rodillas.
Seidl sabe, tiene que saber, que esto ya es lo suficientemente extremo. Pero no
escatima planos. Vemos cómo recorre un pasillo. Vemos cómo sigue por todo el
suelo del salón. Vemos cómo entra en casi cada estancia. El conjunto resulta
esa acumulación que es imposible que no mueva a la risa, o a cierta sonrisa.
Pero
aquí no hay personaje testigo que nos sirva como guía de cómo tomárnoslo. Sí.
Este comportamiento es extraño para la mayoría de nosotros. Sí, tanto viaje por
todas las habitaciones sobre sus rodillas, y con esa oración (que además se
acelera) es absurdo. Pero para que el fanatismo produzca miedo, una historia ha
de mostrar su peligro para los otros. Para que se retrate como parte de una
“crítica social”, tendría que enseñársenos las consecuencias de dicho fanatismo
sobre personajes, situaciones, instituciones.
Y
aquí, los únicos efectos son sobre la misma protagonista. Puede que nos hayamos
reído o sonreído con esa penitencia extravagante, pero, en la escena siguiente,
vemos cómo Anna Maria se cura con alcohol las heridas de sus rodillas. Y ya no
tiene tanta gracia.
Ese
mismo método se usará durante todo el film. Lo estrambótico, lo extremo, de ese
comportamiento pareciera que sólo con la risa puede confrontarse… y al minuto
Seidl añade un acontecimiento o un detalle que hace que ni siquiera esa
distancia sirva. Y esa duración que se alarga quizá sea la clave.
Igual
que en la escena de los rezos de rodillas, hacia el final tendremos la visita
de Anna Maria a una inmigrante rusa. La mujer está borracha, y tal vez hasta
drogada. Anna Maria trata de animarla, calmarla, convencerla de que deje de
beber. Entre esa estatua de la virgen María (que porta en todas sus visitas, y
genera más de una situación hilarante), y lo ilógico de que persista en su
labor, la escena puede que origine cierto humor. Al fin y al cabo, dos escenas
anteriores, de éstas que retratan las visitas, han ido más por ese camino. En
una, Anna Maria charla con una pareja que no está casada, y las argumentaciones
de por qué deben casarse y por qué están “en pecado” es tan ilógico como ya
sabemos que son las normas de la Iglesia católica. Luego, también hemos
asistido a una visita a un hombre con evidentes síntomas del síndrome de
Diógenes, donde el diálogo (también, se intuye, con muchas dosis de
improvisación) ha degenerado en el surrealismo.
Sin
embargo, ahora, cuando estamos cerca del final, Paradise: Faith y su guión
demostraría que en la historia hay más progresión de lo que se podría suponer.
La escena con la inmigrante se alarga, y un chiste alargado ya no produce con
tanta facilidad la sonrisa. Los cambios de humor de la inmigrante, que la
desprecia, la humilla, y, al segundo, se echa a llorar, o se abraza a
Annamaria, son más bien dramáticos. Y la entereza de la protagonista, imposible
de negar.
Paradise:
Faith impide que el espectador se ponga “por encima” del personaje, por muy
lejano que nos parezca. La burla es una forma de humor, y, recordando a cierto
profesor mío de un taller literario, la literatura española sabe bien de ese
reírse de los personajes. Se me ocurre aquella interpretación chocante pero razonada del escritor Andrés Ibáñez (lo siento; no hay link), donde hablaba de cómo nada menos que el mismísimo
Quijote ya inauguraba esa tendencia en las letras españolas. Machaquemos a los
personajes, enseñemos lo estúpido de sus querencias, de sus sueños, y riámonos
de él. No con él.
Paradise:
Faith no permite esto, o no todo el tiempo. Por cada ocasión en que nos tiente descartar a Anna Maria
como ser incomprensible, sobre el que podemos juzgar, “desde arriba”, tenemos
otra oportunidad en la que sea hace demasiado humana para que esto nos sirva.
Su rostro sufre, y lo veremos, más de una vez, entre escenas y planos donde nos da la espalda, y otros en que ya no tanto.
No.
Tranquilos. Seidl “no se vende a Hollywood” como dice aquí ,
y tampoco usa todo el tiempo la posible identificación emocional común al cine,
digamos, convencional, o, si quieren, comercial. Es en la equidistancia donde
reside el mayor valor del film: el guión y la dirección no nos deja ni juzgarla
ni tampoco comprenderla.
¿Esto
conlleva a la frialdad? Bueno, no hay una respuesta sencilla. Aquí es donde
entraría la subjetividad de cada espectador.
Como
ya decía, es improbable interpretar Paradise: Faith bajo el epígrafe de
“denuncia del fanatismo” y esto se confirma con una sorpresa (casi podríamos
hablar de un giro) que matiza bastante su posible intolerancia. Cuando regresa
su esposo, que, tras un accidente ha quedado parapléjico, y que, tras un
tiempo, ha retornado a casa.
Y
su marido, Nabil, es musulmán.
La
aparición (tal vez algo tardía) de Nabil tiene dos ventajas principales. Una, es que a la
protagonista se le superponen matices que hace que se acreciente el interés por
seguir la historia. ¿Cómo es posible que una fanática católica como ella se
casara con un musulmán? ¿Cómo puede ser que, además, ahora acepte su regreso
con la mayor naturalidad? La otra, es que, además, crea un conflicto que da
nuevas energías al guión.
Nabil
ha vuelto para que su vida marital sea completa. Sus presiones son progresivas.
Anna Maria no cede. Los enfrentamientos empiezan en lo ridículo, y, ahí, de
nuevo ese giro cómico. Así lo reseñaba Indiewire:
And yet as button-pushing as the film is, it
also proved, to us at least, extremely funny. The set up – Catholic woman and
her disabled Muslim husband living together! – could almost be a twisted sitcom
pitch, and Seidl wrings plenty of laughs out of the escalating conflict between
Annamaria and Nabil.
Es
verdad. Nabil, irritado, se mueve por toda la casa con su silla de ruedas
usando un bastón para tirar cada crucifijo y cada imagen religiosa. Anna Maria
le echará agua bendita cuando duerme, para “purificarlo”.
Pero
poco a poco, degenerará en lo dramático, siguiendo ese esquema que ya hemos
visto que domina toda la cinta. Si antes hablábamos de que se expresaba en una
escena, ahora se aplica a toda esta subtrama en su estructura. Y el clímax es
cuando Nabil, ya harto, casi viola a Anna Maria. De nuevo, la comedia, entre
incómoda y absurda, se ha vuelto violenta, dura.
Puede
que, como se afirma aquí, sea refrescante que en pantalla veamos esta variación
en la que no es el creyente musulmán el fanático incomprensible. En todo caso,
tampoco estoy seguro de cuán importante sería el contraste de estas dos
religiones. Cuando Nabil realiza sus rezos, la cámara también lo toma desde
atrás. A Seidl le interesa menos, parece, la fe en sí que el efecto diario en
la psique de una persona. Además, Nabil se irá mostrando como igual de intransigente en sus exigencias de sexo.
La
última escena prueba que la fe de la protagonista se resquebraja, y, al minuto, se recompone.
No.
No tenemos idea de qué hacer de Anna Maria. No la comprendemos. Pero está ahí,
presente, y somos testigos de todas sus disyuntivas. De sus excesos (con alguna escena que es la que probablemente ha escandalizado más, donde el amor de ella hacia Jesucristo se expresa físicamente) y de esa búsqueda, rara, de la felicidad a través de la fe.
Paradise: Faith no propone
un mensaje claro, y eso, y menuda contradicción jugosa, pese a que su estilo no
sea la sutilidad. Sí, es posible que esa reiteración, y lo extremo, se antoje innecesaria, pero merece mucho la pena como forma distinta de exponer un mundo que tampoco está tan lejos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Blogger está graciosillo, así que ten paciencia con lo de los comentarios. En todo caso, gracias.