Hace
ya unos meses le preguntaba yo a David Muñoz en Bloguionistas cuándo se sabe el momento en que hay que pasar del tratamiento al guión. Cuándo
se debe abandonar el proceso de afinado y revisión, y pasar al documento que,
en verdad, será el que manejemos, para enseñarlo, para “venderlo”.
En
esto no hay recetas claras, y cada guionista se mueve según le resulte más cómodo, o
más efectivo. En mi caso, yo me paso mucho tiempo con el tratamiento. Aunque
también me es muy útil para asegurarme de la evolución de los personajes,
encuentro que el tratamiento, bien revisado, impide errores en las historias
donde la trama tiene importancia (y en la mayoría de mis historias, es así).
Esto
sucede, al menos en mi opinión, incluso si se usan las tarjetas. Al fin y al
cabo, en ellas es más posible que se esté pendiente de si uno crea las escenas
donde se expongan (nunca literalmente, claro; nunca verbalizando por
obligación) las Motivaciones de cada personaje, los Objetivos, y las
Intenciones: los modos en que dichos objetivos buscan alcanzarse.
Pero
en cuanto a los detalles de la trama, lo más seguro es que inventemos modos y
maneras que sean forzadas. Esto va desde lo más pequeño, como puede ser que un
personaje vaya de una a otra localización, o se encuentre con otros personajes
hasta lo más “grande”; cómo resuelve el protagonista un obstáculo, cómo
descubre algo relevante.
Lo
curioso es que este fallo no lo esquivan ni los guionistas mejor pagados de
Hollywood, como también David Muñoz comenta en esta entrada, sobre The Amazing Spiderman. Puede que sea porque confían en su carácter de blockbuster, o puede que las
superproducciones metan prisa a los guionista. El hecho es que la forma en que Peter Parker entre en los laboratorios privados sólo porque convenga a la
historia es bastante torpe. Pero si hablamos de detalles forzados, ahí
tenemos lo conveniente que es que la chica protagonista tenga un pie en los
laboratorios del malo de la función, y el otro, en el mundo del jefe de
policía, como hija suya.
El guión de The Amazing Spiderman tiene sus virtudes, como un Peter Parker más creíble como adolescente, pero la verosimilitud a ratos no está muy presente.
Más
posibles vías fáciles… la casualidad, y los “porque sí”. De ello habla este
otro post de Bloguionistas ; de los trucos en Avatar. Yo añadiría lo improbable de la evolución del protagonista en tan poco tiempo, pero eso será tema para otro post.
¿Otra
opción muy probable para idear respuestas concretas en la trama cuando estamos con las tarjetas? Recurrir a la
ficción que conocemos. Series o películas o novelas. Lo que pasa es que la
mayoría de éstas son de Estados Unidos. En el mejor de los casos, si estas
series, películas o novelas son realistas, atenderán al detalle de cómo
funcionan las cosas en ese país… y sólo en ese país. En el peor de los casos, ya
sabemos que muchas veces no hilan muy fino.
Siempre
hay un secundario experto en informática, un protagonista capaz de reducir a
veinte esbirros que le impiden el paso a la habitación del oponente, un abogado que es capaz de convencer a un fiscal del distrito de la inocencia de su acusado en las pocas horas que restan para que lo ejecuten.
Por
supuesto, puede que nuestra historia no sea realista. Supongamos que es de
género fantástico o de ciencia ficción. En ambos casos, la tentación es “la solución
mágica”. Pero también el universo fantástico o de ciencia ficción tiene que ser
coherente. De hecho, en mi experiencia (con el segundo de estos géneros),
incluso antes de las tarjetas es mejor que hayamos creado los elementos
principales; las normas por las que ese “mundo futuro” se rige.
De
hecho, en uno de los proyectos en que ahora trabajo, con un compañero, lo que
más nos está costando del guión es imaginar cómo será esa sociedad: qué habrá,
qué no. Cómo afecta la tecnología en que se centra la historia a todo; en este
caso, una de esas singularidades que precisamente altera mucho del día a día.
Lo necesitamos para saber qué será posible y qué imposible; qué verosímil y qué
no, porque tendremos que exponérselo al espectador en algún momento. Para que
sepa a qué atenerse. Pero también para que no podamos ceder a la tentación de
hacer trampa, y sacarnos conejos de la chistera.
En
el caso “realista”, supongamos que tenemos una historia de género policíaco,
donde la trama suele ser más bien compleja.
Por
ejemplo, supongamos que alguien realiza una investigación. Un policía, un
periodista. Un detective. Y en cierto momento de la trama, queremos que
encuentre una pista fundamental. Para salir del paso, en las tarjetas,
anotaremos ideas como:
Un
hacker que accede a todos los datos sin problema alguno
El
culpable o alguien relacionado con él se deja atrás una pista.
Lo
cierto es que en esta etapa de las tarjetas pondremos a un personaje en la
localización y el momento apropiado, y como tendremos prisa, y no queremos
atrancarnos, improvisaremos sobre los “por qués”. No es tan negativo. En las
tarjetas, quizá tendamos, como digo, a fijarnos más en el desarrollo de los personajes.
Y tenemos que avanzar. Si nos detenemos en cada pequeño detalle de la trama,
podemos bloquearnos.
Digamos
en esta etapa se trata de ser más imaginativos, y menos analíticos. Y es el
tratamiento donde se tiene la ocasión de corregir.
En
cuanto a esas opciones que veíamos de la historia policíaca, ninguna de por sí
es mala. Ahora bien, una vez pasamos al tratamiento, y el texto se desarrolle
puede que choquemos con que necesitamos más información. Y ahí conviene no
inventarla. Documentarse sobre la realidad española (al menos si es aquí donde
queremos ambientar la historia). Preguntar. Y aun más; una vez nos hayamos
documentado, repensar si incluso si el detalle es “real”, si será creíble,
verosímil.
No
es imposible que un hacker acceda a ciertos datos. Pero tiene un cierto grado
de improbabilidad. Habrá que hablar con un experto. ¿Qué datos? ¿De dónde saca
un detective un hacker? ¿Los que trabajan en el departamento correspondiente de
la policía tienen esos conocimientos? ¿Y si los tienen, estarían autorizados a
hacerlo? ¿Y si no lo estuviera, lo haría, por la investigación, pese a las
posibles consecuencias para su puesto?
En
cuanto al segundo supuesto. Puede que alguien se deje atrás una pista, pero ¿un
detective tiene acceso al piso o a lugares implicados en la investigación de un
crimen? ¿Lo tiene un periodista?
Por
otra parte, todavía cabe que suceda una posibilidad diferente. Que la respuesta
al por qué un periodista o un detective accede a la pista sea posible… pero tan
complicada de justificar que de pronto necesitemos varias escenas para ello.
Entonces, parece mejor que inventemos otra cosa.
En
mi caso, en uno de los proyectos que trabajé este año (Proyecto Sísifo), gracias al tratamiento
me percaté de que los personajes conseguían lo que yo estimaba que era
necesario (para la trama, para el desarrollo de personajes) con demasiada
facilidad. La historia era (es) de ciencia ficción, pero hallé que esto no era
excusa para hacer un uso demasiado descarado de esos “objetos mágicos”,
tecnológicos de esa sociedad futura, que lo resuelva todo “porque sí”.
Además,
esta facilidad era contradictoria con la situación de partida que, en la
historia, era fundamental.
Los
personajes están, más o menos, encerrados en una localización. Por tanto, no
pueden moverse con facilidad. Y, en ciertos momentos, aquella primera versión
del tratamiento incluía estas “imposibilidades”. Para juntarlos, según me
“pedían” las tarjetas, y que pudieran interactuar, de pronto los personajes se
movían por ese encierro como si no fuera un encierro en absoluto. Porque la
primera versión del tratamiento será, con mucha seguridad, el paso simple de
las tarjetas al ordenador.
Por
eso, también el tratamiento merece algunas versiones.
En
esta historia de la que hablo no tenía sentido orquestar toda una serie de
expectativas en torno a ese encierro (es una especie de cuarentena) y luego contradecirlo. Por
otro lado, aquella idea de limitar la localización y el número de personajes aún seguía teniendo ventajas. En mi opinión, era “buena”. Pero
hasta las buenas ideas se topan con las exigencias narrativas.
Quería mantener ese punto de partida original, pero era imposible, al menos en su forma más "pura". Para
justificar el aislamiento de los personajes principales, necesitaba tantas
posibles explicaciones que, al final, volví a verlo: mejor inventar otra
cosa. Lo peculiar es que, cuando optas por una alteración a veces radical, comienzas a ver que en realidad lo que cambias tiene más sentido. El tratamiento cambió. Bastante. No podía tener las escenas imaginadas entre personajes. Pero siempre hay otros modos.
Por un lado, los personajes ya no estaban completamento solos en la localización. La cuarentena los incluía pero había otros. Por otro, decidí que eran necesarias más dificultades para moverse, al menos durante bastante parte de la historia (más o menos hasta un poco antes del segundo punto de giro, donde las circunstancias cambian).
En todo caso, habrá guionistas que pase más rápido del tratamiento al guión. Tienen ustedes la palabra: ¿cuánto tiempo pasan con el tratamiento? ¿Corrigen en él los detalles de la trama?
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