Hace
unos días me reuní con unos compañeros, para ponernos al día de nuestros proyectos, y compartir pesimismo e ilusión a partes iguales. Durante una de nuestras
conversaciones donde revisábamos últimos estrenos de cine, surgieron dos
posturas más o menos encontradas
Uno
de nosotros (desde ahora, llamémosle “Guionista 1”) había llegado a una
determinación: la situación social española era tan grave que sentía que le
“llamaba” crear historias que reflejaran o reflexionaran sobre esa realidad.
Confesaba, incluso, que las ficciones de puro entretenimiento le causaban rechazo. Por el contrario, otro del grupo (“Guionista 2”) exponía el
argumento de que justo por cuán dura esa realidad, el público necesitaba
pasárselo bien y reírse. Para reafirmarse en sus respectivas posturas, se puso
el énfasis en ese factor: la audiencia. Y, como el público, en principio,
determina qué empuja a una productora a llevar a cabo un guión, ¿qué tiene más
posibilidades; una historia social o una historia de entretenimiento?
¿El
público quiere olvidarse de lo que le rodea, o prefiere que le lancen mensajes
que se lo recuerden?
No sé si hay respuestas obvias. La tradición dice que, en taquilla, en
España los géneros que funcionan son la comedia, y, desde hace unos 12 o 15
años, el terror. Pero no es una norma infalible. Como ya decía yo aquí, esa
cantinela que corre por las redes sociales de que el cine español es muy
cansino con los temas sociales o de la guerra civil tropieza con el dato de que
algunas de sus películas obtienen datos de recaudación considerables. Luego,
Grupo 7 (Alberto Rodríguez, 2012) o No habrá paz para los malvados (Enrique Urbizu, 2011) han sabido recordarnos que el género
negro (thriller o policíaco) asimila bien temas "reales". Y no les ha
ido mal en taquilla.
Estos
mismos dos ejemplos hace que quizá haya que replantearse qué entendemos por “género”. Puede que la película de Enrique Urbizu, como ya lo fuera La caja 507
(2002), no deja de ser cine social, con el oído muy ajustado a lo que sucede en
España. El cine social no es un género en sí. Ken Loach, un exponente casi
canónico de qué implica este tipo de películas, ha realizado dramas (My name is Joe,
1998, o Ladybird, Ladybird, 1994), comedias (Looking for Eric, 2009 o la que
acaba de estrenarse en España, The Angel´s Share, 2012), películas históricas
(Land and Freedom, 1995 o The Wind that Shakes the Barley, 2006)… Y
posiblemente una de sus mejores trabajos era un thriller (Hidden Agenda, 1990).
Con
esto, la cuestión se va matizando. Esta confrontación ya no sería entre “cine
social” y “cine de entretenimiento”, sino quizá entre drama y comedia. Entre
eso que mencionaba Guionista 2: ¿la gente va al cine a pasarlo bien o a pasarlo
mal?
Todos los años se cuelan las comedias, en
cuanto a cine español, en puestos importantes de las más taquilleras. Pero
también caben las películas de Almodóvar (que ya hace años que no realiza una
comedia “pura”). En la lista de 2011, hay, por ejemplo, hueco para dos dramas claros como son Black Swam (Daren
Aranosky, 2011) o Hereafter (Clint Eastwood, 2011).
De
hecho, consultando esta lista lo que se extraería como enseñanza posible es que
el tipo de cine con éxito asegurado es el de animación. Los datos que se
conocen ya de Las aventuras de Tadeo Jones (Enrique Gato, 2012) indicarían que la receta no sería ni comedia ni drama: aventuras. Y aventuras
para los niños.
No
veo que ninguna de las dos opciones que planteaban Guionista 1 y Guionista 2
pueda justificarse apelando a que “tiene más salidas”. Antena 3 y Tele 5 parece
que continuará con las superproducciones, o bien con las comedias con rostros
conocidos. Pero TVE aún (crucemos los dedos) aún apoya proyectos que pudiera
tener esa calificación de cine social. Además, está ese detalle que sale menos
en las conversaciones de guionistas (de las conversaciones, en general) porque
nos fastidia nuestra concepción (“racional”) de cómo funciona el mundo: el
azar. La suerte. La buena y la mala.
Conclusión:
Guionista 1 tiene las mismas probabilidades de encontrar productora para sus
proyectos “pequeños” y “sociales” que Guionista 2 con sus proyectos
comerciales. Hay público para todo. Por supuesto, siempre tiene más
probabilidades el cine más volcado hacia el entretenimiento, pero también son
productos más caros, con lo que se juegan más. Una cinta “social” se acerca más
a ese tipo de cine que, dice la tendencia en principio, también se continuará
haciendo. Y su coste es, en general, bastante menor, con lo que no requiere
cifras de ésas que gustan a los que escriben los titulares en los periódicos.
El éxito relativo de Elefante Blanco (Pablo Trapero, 2012) indica que todavía
hay muchas personas interesadas en historias con ese fondo realista, sobre el
que se hace denuncia. Si nos vamos a la televisión, los medidores de audiencia
(incluidas esas nuevas formas que nos informan sobre el impacto social, como el
mismo twitter), ganan enteros esos programas que tratan la realidad (no como
ficción) como Salvados, en La Sexta. Y esa zona de audiencia esta
cadena lleva meses explorándola y buscando aprovechar.
El
argumento que no surgió en la conversación entre Guionista 1 y 2 estaba más del
lado del concepto de “compromiso”. A partir de aquí, pues, olvidemos aquella conversación real a la que asistí: será, ahora, más bien personajes. A los que hago orígenes de hipótesis de en dónde másse halla la respuesta a sus puntos de vista,
que no ya en el tema de qué es más “producible”.
Puede
que Guionista 2 crea que sea cruel golpear al espectador con “demasiada”
realidad, o con una realidad “reiterada”, dado que ésta nos espera a todos una
vez dejemos la sala. Puede que opine que demasiada crudeza sea injusta. A lo
cual, podríamos reponerle que este año una película como Amour, de Michael
Haneke, tiene hasta a los críticos estadounidenses (un tanto miopes en cuanto a
todo lo que se produce fuera de sus fronteras) ganados. No me parece casualidad
que haya sido la película con mayor coincidencia de opiniones positivas durante
el Festival de Sevilla 2012. Al igual que esa hipotética reticencia de
Guionista 2, el entrevistador de Hollywood Reporter en esta reunión con varios guionistas , no pudo sino preguntarle a Haneke eso mismo: ¿no es demasiada crudeza? (a partir del minuto 45). En la
respuesta del director alemán, puede que Guionista 2 tendría la suya.
Aquí,
la entrevista de la revista Hollywood Reporter a varios guionistas. Por cierto,
es muy intrigante la posible contradicción en Haneke: afirma que nunca contaría
el tema del nazismo, pero cuando se le pregunta sobre esa crudeza de Amour,
responde que por qué no, que “alguien tiene que contarlo”.
Por
otro lado, puede que Guionista 1 piense que hay que contar historias “sociales”
como algo intrínseco de la ideología política progresista. Bueno, ya sabemos
cómo mucha crítica europea y, por contagio, europea le ha negado siempre el
valor al Billy Wilder cómico. Y no hablemos de cuán marginal ha subsistido la
literatura fantástica (no digamos ya de ciencia ficción) en España. La figura
del autor comprometido es un modelo poderoso.
Lo
cierto es que a veces lo que se lee en el periódico afecta tanto que uno se
cuestiona si dicha realidad no te “exige” que cuentes eso, y sólo eso. Además, España y su tradición
cinematográfica no vive en el aislamiento. Posee ciertas conexiones, en su
Historia del cine, con lo que se ha venido realizando en Europa, y allí el
análisis social tiene un bastión potente. Esto se comprueba, cada
año, en los festivales. En los pequeños, y de esto doy fe como lo que pude ver
en el Festival de Cine de Sevilla 2012. Y en los grandes, Cannes, Berlín,
Venecia, donde el cine de esta clase tiene ya un buen listado de directores y
películas más o menos indiscutibles.
Ahora
bien, el compromiso como escritor de historias, me temo, es tan personal como
decisión que no se puede usar como martillo sobre la conciencia de los demás.
Igual que no se sabe bien de dónde salen las ideas, tampoco se sabe eso que,
por cierto, insisten tanto en que es algo clave cuando se ejecuta un pitching: ¿y
por qué quiere contar esa historia? ¿Por qué la haces tuya? Y ahí, y sólo ahí,
quizá, es donde está lo que vale.
A
lo mejor, hay que darle la vuelta, un poco, a la pregunta. Sin que quiera yo quitarle
relevancia al aspecto de conexión con la audiencia, lo cierto es que la mayoría
de guionistas no escribimos guiones de cine por obligación. Casi todos nos
ganamos la vida con trabajos paralelos, sean como analistas, como consultor,
como realizador, o como guionista de series que, muchas veces, te llegan por
encargo. Todos, claro, queremos ése, nuestro guión de largometraje que estamos
trabajando, llegue a la pantalla. Pero si vas a trabajar 6, 12 meses, 2 años,
sobre él, en tu tiempo libre, en esos ratos robados a tu vida
personal, cuando no estés trabajando en lo que te da de comer… ¿te vas a meter
en un guión de algo que no te llame?
A
Guionista 1 le “llama” escribir cortos que se inspiren en lo que ve, oye, lee
sobre lo que sucede a su alrededor. Por tanto, es esto lo que le causará placer
(ya me entienden; también le acarreará sufrimiento) a la hora de escribir. Lo
que le aporta esa pasión que se antoja fundamental, tal como está el mundo del audiovisual. Guionista 2, el que apoya más bien el cine comercial,
siente que “le salen” historias de entretenimiento.
Ponerse a escribir un guión desde el presupuesto de “voy a contar
esto para hacer una denuncia” es tan vago como hacerlo porque “voy a hacer que
la gente olvide sus penas”. Más interesante, y más auténtico quizá sea
olvidarnos de eso. Puede que el compromiso político sea un concepto; que venga
de nuestra parte racional. Puede que el afán por gustar y situarse en ese juego de recompensas sentimentales (aquí no lo digo con su definición peyorativa) entre creador y público venga de nuestra parte emocional.
Sin
embargo, a lo mejor tendremos que escribir un guión sobre algo porque lo
necesitemos. Porque te sale del estómago. No del corazón, metáfora obvia de eso
de las emociones, ni de la cabeza, imagen igualmente tópica de aquello de la
razón. No; del estómago. De la intuición. O de algo para lo que ni tengamos una palabra.
Luego,
que cada uno cree la justificación a posteriori que considere mejor.
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