Leones es parte de la sección Las nuevas olas del Festival de Cine Europeo de Sevilla
2012. Fue presentada anteriormente en el Festival de Venecia. Puede que ciertos
aspectos de la película, así como observar que la directora, Jazmín López,
tiene un currículum como artista, quizá mueva a que creamos que Leones es
clasificable como obra experimental. Algo de experimento tiene, sin duda, pero
no en su concepción más conocida. De hecho, y la propia directora lo señalaba,
tras la proyección, su film prueba con los códigos del género fantástico nada
menos. ¿Es posible aunar un tratamiento de autor a unas pautas tan
supuestamente alejadas del cine “firmado”? Jazmín López lo intenta, y, en
muchos momentos, lo logra. Pero sobre todo, abre una puerta a que se persista
en ello, en manos suyas, o de otros directores.
Leones
se centra en un grupo de jóvenes que marchan por un bosque. Se dirigen a una casa a pasar unos días en el campo.
Pero eso no importa tanto, porque algo más está sucediendo. Algo
extraño. La extrañeza estaba ahí desde el primer plano. La cámara sigue a
Isabel en su caminar. Se para. Pareciera que nota algo a su alrededor. Sigue caminando. La banda sonora ya aporta que nos preparemos para algo
que quede fuera de la lógica.
Los diálogos ofrecen una mezcla rara entre el realismo y un matiz de
teatralidad. Ignoro si, como dice esta reseña, Jazmín López pretendía
exponerlo, así, de modo tan brusco, como crítica a un estilo que ha estado
presente en cierto cine argentino reciente: el exceso verborreico. Es posible. En cierto momento, el
personaje de mayor tendencia a la palabrería con ínfulas, Arturo, suelta una sentencia
bastante negativa contra el cine de autor.
Comprendo
que, a un oído hecho a los diálogos realistas, estos primeros minutos resulten
escandalosos. Pero, estando más atentos, se percibe que cuando eso de la
teatralidad corre el riesgo de hacerlo todo más irreal (a diferencia de ese
recurso que veíamos en Arraianos que rompía a posta el tono de documental etnográfico), el guión lo justifica. Así, en más de una
ocasión. La manía de Arturo de soltar frases entre lo poético y lo
filosófico lo explica que el personaje es así de “pelotudo” (nosotros diríamos “pesado”),
pero, además, que entre todos tienen un juego en el cual hay que crear cuentos
con pocas palabras. A cada una de esas frases pretenciosas, el guión le opone
algún comentario de otro personaje, normalmente pidiéndole que deje el juego de
una vez.
Durante
una buena cantidad de minutos, es muy probable que muchos espectadores se
agoten, de todos modos. Porque los chicos caminan, y siguen caminando, y siguen
caminando. Esa cámara que les sigue a algunos entre el público (según
comentaron en las preguntas tras la proyección) les despistó. A lo mejor,
supusieron que este recurso les llevaba a una cinta naturalista/realista, donde
simplemente seguiríamos a un grupo de chavales que hablaban de la vida, etc.
Como una especie de retrato generacional.
Improbable
que esta interpretación se asienta según avanza la película. Un film
naturalista/realista no deja de seguir a los personajes un segundo, para una
panorámica de 360 grados, durante la cual, se inserta un efecto de time-lapse.
No,
Leones, vamos averiguando, es otra cosa.
Supongamos
que mientras los seguidores de ese otro cine más de autor o experimental puede
que se agoten, si ven sus expectativas frustradas, los más dedicados al cine
“comercial” rastrean por si perciben ganchos donde agarrarse. Ganchos
dramáticos, ganchos narrativos. Sí, los personajes se van individualizando; sí,
algo se intuye que sucede entre la pareja dentro del grupo. Pero es escaso.
Mucho. He ahí el riesgo: quiénes se rendirán antes (alguno abandonó la sala),
si el primer hipotético grupo, o el segundo.
Ahora,
supongamos que existe un tercer grupo al que este bosque y esos sonidos, ahora
muy fieles al ambiente, ahora incluyendo matices oscuros, le remiten a otras
referencias. Un bosque es todavía un elemento poderoso para el subconsciente,
y, si desconfiamos de estas interpretaciones, entonces fijémonos en que todavía
aparece como lugar de misterio y terror. Un ejemplo reciente: The Tall Man (Pascal
Laugier, 2012).
Supongamos
que a este otro tipo de espectador lo visto le recuerda esos referentes: los
del cine de terror. Y he aquí lo más llamativo de Leones: la imagen y el sonido
van pesando tanto si nos interesa este género que nos aferramos a esos exiguos ganchos. Lo poco que vislumbramos puede que nos facilite las
hipótesis sobre qué hecho terrorífico sucederá. Si consideran que la inclusión del film en el género es inapropiada, lean cómo este crítico, especializado en ello, no tiene dificultades en hacerlo.
El
otro personaje más destacado es Isabel, y es ella el origen de nuestras
preguntas. Le hemos visto una herida inusual en su nuca. Luego, tiene sueño
constantemente. Luego, hambre. Los demás, entendemos, la tienen por la chica
“especial” del grupo, así que no le dan importancia. Pese a que Isabel diga una
y otra vez que tiene miedo (sin que sepa por qué), y que deben llegar a la casa
lo más pronto posible.
Julia Volpato, la intérprete del personaje de Isabel.
Por
supuesto, este ritmo, comprendemos pronto, nos alejarían de la forma de abordar
el género del cine estadounidense, o del europeo que más importa sus formas.
También esa cámara que, aunque los sigue, como decíamos está en el extremo
opuesto al uso que hemos visto en otras películas del festival (Just the Wind o
Eat Sleep Die). Se trata de una steady, y, además, la propia directora
explicaba que cómo se movían los mismos actores tenían mucho de coreografía.
Jazmín López no ocultó la influencia del cine de Gus Van Sant (aunque advirtió
que hay más de Gerry que de otras cintas del director americano), aunque está
claro que ella se ha llevado la técnica (y el operador de Van Sant en estas
obras suyas, que es argentino) a efectos diferentes.
La directora, charlando con los asistentes a la sala, tras la película
Puede
que sea que tengo reciente el visionado de The Cabin in the Woods, donde se
hacía un recuento (aunque un tanto superficial) de los arquetipos en muchas
películas de terror. Por eso, hasta es posible ver algo de lo que reflejaba
aquella película en los personajes de Leones. Isabel sería la inocente (“la
vírgen”, según esa clasificación de los arquetipos) y Marcos y su palabrería,
“el payaso”.
Claro
que aquí no hay cabaña en el bosque. Tarda y tarda, igual que tarda que se exponga
la amenaza. ¿Qué le ha pasado a Isabel para que se comporte así? ¿Esa herida es
que algo o alguien la ha mordido? Más adelante, uno del grupo se hace con una
pistola. ¿El giro será hacia el cine de terror donde los propios protagonistas
evolucionan hacia la locura y acaban unos con otros? Nótese que ninguna de esas
cuestiones serían las usuales frente a una película de autor. Y, al tiempo,
Leones sigue confiando en chicos que se mueven por ese bosque inquietante.
El
juego es muy arriesgado, como digo (esta reseña habla de ello). A ratos, uno no sabe a qué carta quedarse.
Entonces (tal vez demasiado tarde) el guión da un giro. Uno que hasta puede que
decepcione a quienes esperaban que la película continuara sólo en ese sentido
más experimental. (Spoilers, en los siguientes párrafos).
La
cámara se queda con los cascos de una grabadora que otro de los chicos lleva
escuchando desde que caminan. En ella, ha estado grabando todo lo que le
apetecía, por pasar el rato. Y, durante este paseo que no acaba de arribar a su
destino, repasa lo grabado en el viaje en coche que les trajo aquí. Es curioso
cómo el guión ha logrado que esto haya entrado en la ficción sin que le demos
mayor importancia (quizá porque ese estilo más de autor nos ha desarmado; si
fuera una cinta “comercial” nos habríamos percatado de que era un sembrado).
Pero ahora notamos que la cinta es relevante. Porque, mientras el personaje que
la escuchaba se aleja un segundo, la cámara y el micrófono nos dejan oír qué
más sucedió durante el viaje. Tuvieron un accidente.
Los
chicos están muertos.
Sorpresa.
Por si no había quedado lo bastante claro, se confirma que Leones es una vuelta
de tuerca al género de terror con elementos del fantástico. Hay ya muchos referentes que pueden recuperarse
(en esta reseña, algunos) y con los que recordemos cómo este asunto se ha
abordado en el género. A mí me vino a la mente Dead End porque, en su día, me pareció interesante. (Fin
de los spoilers)
Sin
embargo, como decía, el giro que lo expone en el guión no se halla ni en su
zona primera (para que fuera un primer punto de giro) ni en su zona última
(para que fuera un segundo, como sucedía en Dead End). De modo, que esto clarifica que la ficción no puede ya tener un desarrollo
como el que estamos acostumbrados.
El guión no se olvida de Isabel, que es el personaje que más
podríamos pedir que confirme que aquellos que prometía, se cumpla. Y, en parte,
es así. Ahora entendemos lo de su herida. Ahora entendemos que ella sea la única que sienta que algo va mal. Es ella la que descubre qué les ha pasado. Por cierto, que es
probablemente la mejor escena. La edición de sonido, contaba la directora, fue
una tarea creativa y fascinante, y aquí puede comprobarse. En particular, en
cómo apoya la actuación de la actriz, que llora porque no entiende, comienza a
entender, no entiende, de nuevo…
Jazmín
López hablaba, en la sala, de recuperar el legado del fantástico de Borges o
Cortázar; otra tradición que no sea la anglosajona. La ambición tal vez quede
lejos de la obra final, pero sí hay algo que pervive más en autores
hispanohablantes que en las ficciones más comunes en este género. Cuando lo
fantástico es menos causante del sense of wonder. Cuando la entrada o el choque
entre lo extraño, lo anormal, lo ilógico y la realidad oferta una parte de
belleza (hasta mágica) a la vez que de temor. El modo en que la directora filma
el baño de Isabel y Arturo de los chicos bajo el agua es ejemplo de esta combinación. La
cámara submarina parece que busca qué hay más allá (casi esperamos que aparezca
el anticipado “monstruo”), y el sonido de las zambullidas junto a los detalles
de las burbujas reflejarían casi un mundo distinto; al modo de los sueños.
Pero también esa atmósfera que, una vez expresada la información del giro, tiene justificación. Este viaje no puede ser de otra manera que surreal. Y, una vez pasado el giro, Leones continúa en ese tono: pese a que ahora se nos ha dado una explicación cercana al "por qué", hay muchos otros detalles que no se explican. Esto sería impensable bajo los supuestos más clásicos del fantástico anglosajón. No así, considero, si miramos esos otros mundos, incompresibles, absurdos, del fantástico de otros lares.
No. Nada de lo anterior significa que todo en Leones funcione al mismo nivel. Hay algunos momentos como el partido de
volleyball ficticio, donde nada en el guión equilibra ya lo absurdo, y hasta
cae en lo ridículo. Puede que su duración le vaya a la contra. Y, aunque sepamos que todo lo visto se mueve por una reglas que no son las de la realidad, esta justificación del guión no nos quita del todo la molestia de haber escuchado más de un dislate en los diálogos. En cambio, como acercamiento a cómo el género fantástico o el de terror pueden visitarse desde otras miradas, es una apuesta atractiva, y, en ocasiones, tan inquietante como se pretendía.
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