Este verano, en uno
de esos momentos en que la gente que hacíamos el Máster Mega Plus pudimos
relajarnos, hablábamos, por fin, de cine. No de planes de financiación,
posibles tax credits, o estimaciones de ventas internacionales. Sólo de
películas. Era durante una cena, y, como el grupo era grande, como suele
suceder en estos casos, las conversaciones se iban compartimentando en torno a
grupos. En una de ellas, dos personas debatían apasionadamente acerca de si Zero Dark Thirty era
una apología de la tortura y una deshumanización de los musulmanes, o si lo que
pretendía Kathryn Bigelow era justo lo contrario.
Es algo sobre lo
que se ha debatido bastante en los medios, también online. Desde The Guardian se le acusó de defender la tortura y la propia
directora tuvo que realizar una especie de carta de intenciones clarificadora sobre cómo lo que pretendía decir con su película era justo lo contrario. Esto es relevante. No, lo que
pretendía “contar”, sino lo que pretendía “decir” a través de esa historia. O
sea, a vueltas con el espinoso asunto del “mensaje”.
David Muñoz ha
escrito bastantes posts acerca de esto, en bloguionistas. Lo más recientes, en
torno a Man of Steel, y lo que su historia estaría transmitiendo. Lo que yo me
pregunto es si de veras los directores son conscientes de esos mensajes. Si de
veras hay ahí un componente, digamos, de propaganda. Porque, ya lo hemos dicho
aquí otras veces: es eso lo que sucede cuando las historias se desvían demasiado al asentar un
mensaje.
Quizá, érase una
vez, hubo un lenguaje cinematográfico estipulado y claro. Hollywood lo iba
usando desde principios del siglo XX de manera quizá menos consciente, y luego
vendrían los europeos, sobre todo aquellos locos franceses de los 60, y le
metieron la lupa, y descubrieron que vaya, un plano de cierto tamaño transmitía
mejor ciertas emociones, un tipo de montaje causaba un efecto particular en el
espectador, la música creaba una atmósfera…
Pero, quizá, eso
fuera érase una vez. Igual que ciertamente parece obvio que existen unas normas
para crear una historia, una narrativa, he aquí que se siguen escribiendo
libros (y no todos al calor de convertirse en el nuevo Syd Field) que enfatizan
que tampoco: que en verdad la narrativa no es de una determinada (y estricta)
manera.
Curiosa, y
contradictoriamente, los que abogan por bombardear los cimientos de la que
consideran narrativa convencional son los mismos que, cuando se colocan del
lado del análisis y la crítica cinematográfica, insisten en que sí que existe un
lenguaje cinematográfico, igual de estricto, que posibilita que tanto un
crítico como un espectador sepa si una película es buena o mala de manera
objetiva. Y si, como el caso que nos ocupaba, Zero Dark Thirty “dice” una cosa
u la otra.
Yo no lo sé. En cuanto a guión, el final del arco del personaje, ella, sola, subiéndose a ese avión, dándose cuenta de que su única "misión" en su vida (que ya vimos que sólo se reduce a ello) ha acabado, y cómo Bigelow lo muestra, y el guionista lo escribe, podríamos interpretarlo como que se da cuenta de que ha perdido, por el camino, parte de su alma. Pero todo es interpretable, ¿no?
Nunca
he abogado por la subjetividad absoluta, porque, al menos en estos tiempos, eso
es darle pábulo a cierta vagancia. Ésa que hace que nazcan blogs y weblogs
donde lo que vale es la opinión personal, pero no argumentada, en torno a
películas o series, y que va tan de la mano de esos “Me gusta” del Facebook. Al
mismo tiempo, me divierte, casi celebro con una sonrisa, que cuando menos los
críticos de cine más ortodoxos parezcan no haber oído de cómo la modernidad
murió hace mucho. De cómo la opinión “objetiva” e “incuestionable” del analista de cine es, no ya imposible,
sino inútil.
Quizá un escritor
tenga mayor control de qué dice y cómo lo dice en una novela, una poesía, un
ensayo, una obra de teatro. Sin embargo, y pese a que desde luego el cine es un
medio donde demasiadas intervenciones complican que la obra sea tan “pura”,
tampoco estoy seguro. Para que el espectador o el lector descodificara de modo
literal lo que un autor pretende transmitir el lenguaje tendría que ser, por
supuesto, universal y conocido por ambas partes. Pero la asignatura de cine no
se da en las escuelas, y me pregunto si en las propias escuelas de cine el lenguaje "ortodoxo" del cine tiene ya hueco. Por otro lado, cada director habrá asimilado esas “normas”, ese
lenguaje, de una forma personal. Igual que en los
talleres literarios es muy probable que un escritor asistente se rebele, y
cuando le digan que un relato tiene que ser como los hacía Raymond Carver o
Chejov, dicho alumno quizá vaya y encuentre que lo que le place es escribirlos
como hacía Borges o Cortázar.
Por tanto, cuando
un director realice su película estará usando las normas, sin
duda, pero de una forma personal. Con un código que puede o no ser comprendido
en toda su extensión por el espectador.
Queda la pregunta de que si las intenciones (políticas, morales) de
un director no quedan claras, tal vez es que sea un mal director de cine.
Pero tampoco encuentro tan obvio que un análisis, ni siquiera esos más extensos
que usa la revista Cuadernos del Caimán, tenga ocasión de ir plano por plano
para probar el argumento, por ejemplo, de que Bigelow deshumaniza a los
terroristas o justifica la tortura. Este sería el camino racional y analítico hasta el extremo, pero,
por otra parte, es la caja de Pandora que se abre cuando se debate usando el
argumento de que una opinión es demostrable hasta las últimas consecuencias.
Por otra parte, Bigelow, como le sucede a cualquier artista contemporáneo, a
cualquier escritor, no puede tomar de la mano a cada receptor de su obra,
sentarse a su lado e irle explicando “mira, esta escena está montada así,
escrita así, este cuadro tiene estos colores, porque lo que yo quería
transmitir era…”
Ustedes dirán. Yo
lo que creo es que “decir” un mensaje en cine es bastante complejo, y que, tal
vez por ello, a lo que se tiende es a usar el martillo pilón que llegue a
nuestras conciencias, y no la sugerencia. Botón de muestra: la mayoría del cine social español de los últimos años.
Otro ejemplo. El caballero oscuro: la leyenda renace (The Dark
Knight Rises). Nolan, como siempre, quiere contar demasiadas cosas, y, de paso
(y porque se considera “autor”) “decir” cosas importantes. Lo que no sé es lo que quiere decir. Lo quiera o no, en
el momento en que el pueblo de Gotham desaparece de la ecuación, y no sale
apenas en imagen, el efecto que tiene el discurso y la postura del dictador
populista en que se convierte Bane cuando toma la ciudad es ambiguo. Transplantar
la Revolución Francesa (los planos de esos juicios sumarísimos que preside El
Espantapájaros remiten a ello) a la historia indica bien esa ambición de Nolan,
pero el mensaje se diluye. Vemos cómo los ricos son asaltados, asesinados, y
llega la anarquía. Pero no queda claro quién la ejerce. ¿Son los sicarios de
Bane, esos desheredados que vivían en los subterráneos? ¿Son los delincuentes
que libera de la cárcel? ¿O es ese ciudadano de a pie, ese guiño a movimientos
como el 15 M o Occupy Wall Street, el que se arrebata hacia la violencia? Y si Nolan asimila los tres grupos... ¿no está simplificando el conflicto (político y social)?
No está claro. Y
como no está claro, el mensaje tal vez, no sé si pese al propio Nolan, es bien
otro. Este caballero oscuro no es (hasta donde alcanza mi memoria) en absoluto
aquel del cómic de Frank Miller, el cual justamente formaba y comandaba a los
desheredados para convertirlos en sus herederos. El de Nolan, de hecho, se
pone al frente de la policía en ese enfrentamiento final. Pero Nolan, o no se
moja, o no le importa, o no puede hacer un montaje “total” de su película (a lo mejor hubiera necesitado tres horas),
porque seguimos sin saber si contra quien va Batman es contra el criminal liberado de
la cárcel que tiene, por supuesto, intenciones abyectas… o si a Bane se le han
unido ciudadanos hasta las narices de la corrupción.
Así, ¿cuál es el
mensaje de The Dark Knight Rises? ¿Cuidado con este desencanto que vivimos en
las sociedades occidentales con la política porque puede llegar un Bane, un
dictador populista, y engañarnos? Pero, con toda esa dedicación (excesiva, como
suele ser en sus guiones) a tantos secundarios, ¿cómo es que no le da voz y
cuerpo a uno de esos ciudadanos que asiste a cómo Bane no es nada sutil en su
discurso, y lo puebla de violencia y asesinato, en el partido de fútbol
americano? ¿Todo el pueblo de Gotham se asimila a esa caterva de delincuentes
liberados de la cárcel? ¿Todos están de acuerdo con ese asalto anárquico a las
casas de los poderosos? Quizá hubiera estado bien haber utilizado al personaje
de Selina, ya que ella ciertamente pertenece a ese mundo de expulsados de la
sociedad “de bien”, y su postura, su posicionamiento, hubiera otorgado algún
que otro matiz.
Pero qué sé yo.
Lo que todo esto me
hace reflexionar es que no. No es fácil “decir” algo a través de una historia,
y no es fácil que ello llegue al espectador, en cuanto a cine se refiere, de una
manera unívoca.
Y luego dirán que no, que las historias, cómo se cuentan, cómo se escriben, no tiene importancia.
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