martes, julio 16, 2013

GUIONECES: COMPARACIONES ODIOSAS (I): ¿"THEME", "TEMA" O "MENSAJE"?


En un artículo de Bloguionistas Manuel Ríos San Martín nos detalla el origen de nuestra patria manía de que las series de televisión tengan 70 minutos de duración, con capítulos, por cierto, invendibles fuera de nuestro mercado. Sobre cómo esto no es sino un motivo más por la que es injusto comparar series españolas y americanas hablaré en otro post, centrado, digamos, más en lo industrial. Ahora me centro más en otra propuesta que hace San Martín. Habla de que en las series españolas prima la anécdota, y que en las americanas, hay más ocasión para el tema.

Entiendo que dicho artículo no pretende un análisis comparativo exhaustivo, y aun así, permítanme, con respeto, que discrepe. Me he decidido a escribir sobre ello, porque es algo que me interesa, y porque David Muñoz también ha hablado recientemente de esto del “mensaje”, de valores, de ideología: de cómo las historias no sólo cuentan historias.

Anticipo que esta argumentación mía está abierta. Es decir, como siempre, intento que no sea una conclusión, sino una reflexión. Sobre todo, porque mi conocimiento de las series españolas ha mermado muchísimo en los últimos años (sobre otros temas, permitan que copie a Muñoz anticipando que no pretendo sentar cátedra en absoluto). Pero considero que he visto suficientes series estadounidenses, y de diferente calidad, calado y estilo, como para preguntarme si de veras la clave de “lo bueno” en ellas tiene tanto que ver con el “theme”, y si no será más bien con el desarrollo de personajes. Y con las otros mil vericuetos que hacen una buena narración.

Esto del “theme” a mí siempre me ha parecido espinoso. En el Máster de Megaplus hemos tenido a Bobette Buster, para el módulo de desarrollo; en concreto, para el tema de los guiones. Buster es una profesora maravillosa (cuánto se nota que la pedagogía sí se ha cuidado en las universidades americanas) y nos hizo unos análisis prodigiosos de dos películas. Ahora bien, dichos análisis, que, como herramientas, eran y son poderosísimas, mostraban a las claras que el concepto de buena película o de buen guión tiene cuando menos más de una problemática. El concepto que tienen, claro, los amos del juego en estas cuestiones, que, al menos en el audiovisual, son los estadounidenses.

Cadena perpetua fue una de las películas/guiones que analizamos durante el Máster Megaplus, en el módulo de Desarrollo.

La historia como exposición de valores. La historia como mensaje, con intención de que el espectador sienta que ha aprendido algo.

Porque el problema es que no podemos volver atrás. Érase una vez, los cuentos, los relatos, eran un resultado aún balbuceante de los que fueran los mitos. Te explicaban, en román paladino, aquello que no tenía explicación, y te daban una moralina, una enseñanza de cuáles eran los códigos morales de la época en concreto. "Esto (este comportamiento) está bien/es aceptable"; "esto (este comportamiento) está mal/no es aceptable". Pero lo más lejos que esto pudo durar, se me ocurre, fueron los cuentos populares, por ejemplo los de los Hermanos Grimm, y esto fue muy a principios del XIX. Le copio la frase al escritor Matías Candeira, la cual leí en Twitter: con la llegada de Edgard Allan Poe, los relatos fueron ya (y para siempre) otra cosa.

No. Las grandes historias no son, y no sé si acaso nunca fueron, aquellas que cogen un “tema” y te ofrecen una conclusión cerrada. Podríamos hacer una amplia revisión de cuáles son los cuentistas que han pasado a la Historia, y por supuesto puedo equivocarme. Pero diría que incluso aquellos novelistas del XIX (pero de finales del mismo) se preocupaban menos de las “grandes ideas” o los “grandes temas” que de simplemente contar su manera de ver el mundo.

De ahí, que aún me rechine que muchos log lines (como ya analicé aquí) tiren de esa filosofía de manual; de andar por casa. “El amor puede con todo”, “el individuo con personalidad sabrá imponerse a una sociedad que lo fustigue”. Etc. Por eso, imagino, la crítica pero también el propio público europeo reacciona con la ceja alzada cuando nos llegan películas desde Hollywood con mensajes no ya cuestionables en sí (en esto entraría la ideología particular de cada uno) sino por el modo: machacón, obvio. Fácil.

Porque hay un problema con esto de darle relevancia al “theme”. Para hablar sobre algo con esa posición “de vuelta”, esa postura de enjuiciamiento, uno ha tenido que vivir mucho, o conocer dicho tema muy bien. Aun así, tengo mis dudas. Me pregunto si confundimos el “tema” con el “mensaje”. Los guionistas de The Wire ciertamente merecen nuestros respeto. Tienen, además de la edad, la experiencia y el conocimiento de primera mano sobre lo que tratan en la serie. La corrupción y la ineficacia del sistema es, sí, el “theme”, y sí, en ese sentido, The Wire se acercaría a esa definición americana de que la “gran historia”, la narración que trasciende, es aquella que cierra conclusiones y lanza mensajes. Los malos siempre ganan; el sistema hace que el bien no triunfe. Etc.



O no. O quizá eso sea lo que merma el alcance de The Wire. La sensación de que la narración no fluye del todo libre, que el desarrollo dramático de los personajes sirve a un fin previo, premeditado. Que todo está atado y bien atado de antemano, para un propósito más “serio” que el propio arte de narrar. 

Nada nuevo, por otra parte. El arte, ya se sabe, es abstracto, imposible de medir en su utilidad social. Lo creen y han creído tanto a la derecha como a la izquierda en el sentido ideológico, y ambos lados sólo han encontrado valor en el arte de contar historias justamente recuperando aquella función antigua. La pedagógica. Niños y niñas, mejor que explicaros cómo quiero que veáis el mundo, os contaré una historia donde esos valores se ponen de manifiesto. No puede ser casual que la base de una religión tan poderosa como la cristiana sea un puñado de historias denominada La Biblia. Volvemos, pues, al mito. A la parábola.

Esto no ayuda, creo, a que avancemos en nada. Igual que es absurdo e injusto ponerse a hacer un documental con todas las respuestas ya contestadas por uno de antemano, independientemente de lo que la realidad luego te susurre y hasta te grite, empezar un guión desde un “mensaje” es manipulador. Pensemos que cuando decimos “mensaje” quizá queramos decir “prejuicio”. Yo comprendo que el mensaje de la serie de televisión House, el cinismo, el “nadie puede cambiar”, tiene hoy día una fuerza considerable. Lo interesante de esta serie, sin embargo, fue que de modo más o menos (dependiendo de la temporada) hábil, esto se cuestionaba una y otra vez. La gente nunca cambia… o sí. O hay gente que cambia y gente que no. O hay gente que cambia un poco y gente que no. O… Infinidad de posibilidades. Imposibilidad de conclusiones.

Probablemente es cosa mía, personal, pero siempre he sido muy afín a aquello del “sólo sé que no sé nada”. Con sinceridad, les diré que no, no creo saber cómo funciona el mundo. Que no sé nada de las supuestas reglas de la realidad.

Luego, tenemos la posible argumentación de que el cine y la televisión de autor, o la propia narrativa de calidad en novelas o relatos, es siempre la voz de alguien diferente, particular. Lo que se llama cosmovisión del autor. Cierto. Fellini no es comparable a nadie, como no lo es Lynch o Bergman, y ya decía yo que los grandes narradores, los del XIX, los del XX, y seguramente los del XXI, lo que nos regalan son visiones muy concretas, extrañas, divergentes, peculiares, de la realidad. Miren a Borges, Cortázar, Chejóv, Kafka... 

Ahora bien, la visión de un autor, novelista, autor de relatos, guionista o director no implica necesariamente que lo que se exprese sea un “mensaje”. En España, imagino que esto no es fácil de asimilar porque nuestra Historia (y la reciente es sólo el último reflejo) ha causado suficiente ardor ideológico como para que esto se haya colado en nuestros contadores de historias. A lo mejor, y sólo a lo mejor, esto es lo que ha causado que no contemos en ningún panteón mundial con muchos narradores de apellido español.

El cine social, el malo, el que aspira a Ken Loach, pero sin ser consciente de lo limitado de esa aproximación, ha hecho estragos aquí. Que se haya premiado con un Goya al documental a una hagiografía sin matices del juez Garzón (con el que yo mismo puedo tener muchas coincidencias ideológicas, pero ésa no es la cuestión) es prueba de no nos enteramos de nada. Y en ficción, cuarto y mitad de lo mismo. No se trata de no se pueda ser ideológico. En absoluto. Lo que es criticable es el grado de consideración para con el espectador. No nos importaría que alguien nos cantara los vicios del sistema capitalista si no fuera porque esa canción, además de poco matizada, además de reiterativa, usa un martillo y no una cuchara para remover nuestras conciencias. Además, es contraproducente. A los que cuentan historias con mensaje premeditado habría que responderles dos cosas: una, que es una falta de respeto al propio arte de narrar, el usar sus mimbres para otra cosa. Y dos: si su “mensaje” suena tan alto y claro, no nos dejan pensar por nuestra cuenta. Aparte, tanto que creemos que conocemos la Historia de España, y se ve que no conocemos la Historia del Cine Español. Franco y sus colaboradores durante la dictadura ya usaron el cine para contar las historias (también la que va con mayúsculas) bajo presupuestos ideológicos. Y aquí que, muchas décadas después, tenemos a gente que piensa que al público hay que adoctrinarle. Si vamos a sacar la religión de las escuelas (algo por lo que yo abogo fervientemente, y sí, soy consciente de este juego de palabras), no caigamos en meter la catequesis en nuestras salas de cine, en nuestros salones, en nuestras pantallas de ordenador.

No sé ustedes, pero yo no quiero sentirme como esos niños a los que en la escuela les narran la historia de Jesús de Nazareth como si fuera real. No quiero parábolas. No quiero cuentos morales, en ese sentido de los cuentos populares. No quiero moralinas, ni mensajes.

No quiero, por favor, más “el hombre es un lobo para el hombre” de The Walking Dead (y de mucha literatura apocalíptica) porque una afirmación tan general se convierte en un tópico, en un cliché que ya no tiene valor (de hecho, esta serie gana cuando se aleja de ese mantra insistente). “El ser humano es bueno por naturaleza”, “el ser humano es malvado por naturaleza”, “la tecnología es buena”, “la tecnología es mala”, son afirmaciones que no significan nada, que tienen el mismo alcance intelectual que decir “los catalanes son de esta manera”, “los andaluces son aquella otra”, “los hombres son así”,  “las mujeres son asá”. Quizá las afirmaciones tajantes deberían mantenerse fuera de cualquier ficción: también de los guiones. 

No, no creo que a la ficción española lo que le falte sea “theme”, en este sentido. Al final, si me apuran, Aída o Con el culo al aire (re) transmiten muy bien esa visión del mundo tan nuestra, tan del costumbrismo, tan de que “España es asín”. O sea, que puede que más bien nos sobre “theme”. Por otra parte, yo diría que, puestos a soñar o a demandar, lo que falta sigue siendo peripecia. 

70 minutos es desde luego un handicap considerable. El hecho es que, de nuevo, esto de las comparaciones es algo problemático, porque depende de qué serie hablemos. The Good Wife tiene un ritmo envidiable, no es precisamente una serie de acción y no le ha faltado (quizá en esta cuarta temporada, un poco) desarrollo de personajes. Juego de tronos por lo que apuesta desde luego no es por lo narrativo (¡apenas pasa nada relevante en cuanto la trama general!) sino por lo dramático (en el sentido de lo relativo a personajes). Person of Interest participa en esa otra liga que es la de lo episódico, y todo lo que puede simplificar en cuanto a personajes, lo trabaja en cuestión de narrativa, con tramas episódicas que (ya en su segunda temporada) pierden relevancia (conscientes, sus guionistas, supongo, de aquello que no vieron los de House: los “casos” al cabo tienen una variedad finita de conjugaciones). Eso, por no hablar de Fringe o Perdidos, cuya ambición narrativa ha ido más por el lado de la experimentación (muchos olvidan que Perdidos y su uso del flash-back todavía colean en muchas ficciones). No, las series estadounidenses no cojean por lo de la peripecia. Pero ¿destacan por sus “themes”?

Sí, si entendemos por "tema"; no, si lo entendemos como "lanzadoras de mensajes".



Quiero que me lleven a sitios donde no he estado. Quiero, y eso es lo que hace grande a The Wire, y no su “mensaje”, que me lleven de la mano por los diferentes niveles del crimen y la ley de las calles de Baltimore. Quiero conocer personajes que parezcan personas, que me hagan olvidar la diferencia entre ambos. Quiero interesarme por ellos, sufrir por ellos, como sufro con Carrie de Homeland, o al igual que sigo, de forma tan enfermiza como su propia evolución, a Walter White. 

Pero no, no sólo quedarme en lo emocional que tiene al audiovisual, cine o televisión, no sólo es juego de la identificación (que a veces juega malas pasadas, por aquello de darse a la manipulación). Quiero que se me permita la reflexión. Quiero que la historia me deje espacio para formarme mis propias opiniones, y conclusiones sobre si de veras el amor lo salva todo, si la familia es una bendición o una carga, si la ambición es positiva o negativa. Al fin y al cabo, ¿alguien sabe de veras de qué trata Mad Men?¿Cuál es su "theme"? ¿O su mensaje?

Me pregunto si serán posibles, si se escriben, si se producen, si se emiten, historias que tienen digamos un grado cero de proselitismo. Porque son ésas las que me interesan.

Una de mis compañeras de clase, aquí, en el Mega Plus, una auténtica cinéfila, tras los análisis (y conclusiones) de Buster sobre los films que vimos me provocó la sonrisa. Decía que es que los americanos piensan que las grandes historias son como libros de autoayuda. Acertadísimo.

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