En un artículo de Bloguionistas Manuel Ríos San Martín nos detalla el origen de nuestra patria
manía de que las series de televisión tengan 70 minutos de duración, con capítulos, por cierto, invendibles fuera de nuestro mercado. Sobre cómo esto no es sino un motivo más por la que es injusto comparar series españolas y americanas hablaré en otro post, centrado, digamos, más en lo industrial. Ahora me centro más en otra propuesta que hace San Martín. Habla de que en las series
españolas prima la anécdota, y que en las americanas, hay más ocasión para el
tema.
Entiendo que dicho artículo no pretende un análisis comparativo exhaustivo, y aun así, permítanme, con respeto,
que discrepe. Me he decidido a escribir sobre ello, porque es algo que me
interesa, y porque David Muñoz también ha hablado recientemente de esto del “mensaje”,
de valores, de ideología: de cómo las historias no sólo cuentan historias.
Anticipo que esta
argumentación mía está abierta. Es decir, como siempre, intento que no sea una
conclusión, sino una reflexión. Sobre todo, porque mi conocimiento de las
series españolas ha mermado muchísimo en los últimos años (sobre otros temas,
permitan que copie a Muñoz anticipando que no pretendo sentar cátedra en
absoluto). Pero
considero que he visto suficientes series estadounidenses, y de diferente
calidad, calado y estilo, como para preguntarme si de veras la clave de “lo bueno” en ellas tiene tanto que ver con el “theme”, y si no será más bien con el desarrollo de personajes. Y
con las otros mil vericuetos que hacen una buena narración.
Esto del “theme” a
mí siempre me ha parecido espinoso. En el Máster de Megaplus hemos tenido a
Bobette Buster, para el módulo de desarrollo; en concreto, para el tema de los
guiones. Buster es una profesora maravillosa (cuánto se nota que la pedagogía
sí se ha cuidado en las universidades americanas) y nos hizo unos análisis
prodigiosos de dos películas. Ahora bien, dichos análisis, que, como
herramientas, eran y son poderosísimas, mostraban a las claras que el concepto
de buena película o de buen guión tiene cuando menos más de una problemática.
El concepto que tienen, claro, los amos del juego en estas cuestiones, que, al
menos en el audiovisual, son los estadounidenses.
Cadena perpetua fue una de las películas/guiones que analizamos durante el Máster Megaplus, en el módulo de Desarrollo.
La historia como
exposición de valores. La historia como mensaje, con intención de que el
espectador sienta que ha aprendido algo.
Porque el problema
es que no podemos volver atrás. Érase una vez, los cuentos, los relatos, eran
un resultado aún balbuceante de los que fueran los mitos. Te explicaban, en
román paladino, aquello que no tenía explicación, y te daban una moralina, una
enseñanza de cuáles eran los códigos morales de la época en concreto. "Esto (este comportamiento) está bien/es aceptable"; "esto (este comportamiento) está mal/no es aceptable". Pero lo
más lejos que esto pudo durar, se me ocurre, fueron los cuentos populares, por ejemplo los de
los Hermanos Grimm, y esto fue muy a principios del XIX. Le copio la frase al escritor Matías Candeira, la cual leí en Twitter: con la llegada de Edgard Allan Poe, los relatos fueron ya (y para siempre) otra cosa.
No. Las grandes
historias no son, y no sé si acaso nunca fueron, aquellas que cogen un “tema” y
te ofrecen una conclusión cerrada. Podríamos hacer una amplia revisión de
cuáles son los cuentistas que han pasado a la Historia, y por supuesto puedo
equivocarme. Pero diría que incluso aquellos novelistas del XIX (pero de
finales del mismo) se preocupaban menos de las “grandes ideas” o los “grandes
temas” que de simplemente contar su manera de ver el mundo.
De ahí, que aún me
rechine que muchos log lines (como ya analicé aquí) tiren de esa filosofía de
manual; de andar por casa. “El amor puede con todo”, “el individuo con
personalidad sabrá imponerse a una sociedad que lo fustigue”. Etc. Por eso,
imagino, la crítica pero también el propio público europeo reacciona con la
ceja alzada cuando nos llegan películas desde Hollywood con mensajes no ya
cuestionables en sí (en esto entraría la ideología particular de cada uno) sino
por el modo: machacón, obvio. Fácil.
Porque hay un
problema con esto de darle relevancia al “theme”. Para hablar sobre algo con
esa posición “de vuelta”, esa postura de enjuiciamiento, uno ha tenido que
vivir mucho, o conocer dicho tema muy bien. Aun así, tengo mis dudas. Me
pregunto si confundimos el “tema” con el “mensaje”. Los guionistas de The Wire
ciertamente merecen nuestros respeto. Tienen, además de la edad, la experiencia
y el conocimiento de primera mano sobre lo que tratan en la serie. La
corrupción y la ineficacia del sistema es, sí, el “theme”, y sí, en ese
sentido, The Wire se acercaría a esa definición americana de que la “gran
historia”, la narración que trasciende, es aquella que cierra conclusiones y
lanza mensajes. Los malos siempre ganan; el sistema hace que el bien no
triunfe. Etc.
O no. O quizá eso
sea lo que merma el alcance de The Wire. La sensación de que la narración no
fluye del todo libre, que el desarrollo dramático de los personajes sirve a un
fin previo, premeditado. Que todo está atado y bien atado de antemano, para un
propósito más “serio” que el propio arte de narrar.
Nada nuevo, por
otra parte. El arte, ya se sabe, es abstracto, imposible de medir en su
utilidad social. Lo creen y han creído tanto a la derecha como a la izquierda
en el sentido ideológico, y ambos lados sólo han encontrado valor en el arte de
contar historias justamente recuperando aquella función antigua. La pedagógica.
Niños y niñas, mejor que explicaros cómo quiero que veáis el mundo, os contaré
una historia donde esos valores se ponen de manifiesto. No puede ser casual que
la base de una religión tan poderosa como la cristiana sea un puñado de
historias denominada La Biblia. Volvemos, pues, al mito. A la parábola.
Esto no ayuda,
creo, a que avancemos en nada. Igual que es absurdo e injusto ponerse a hacer
un documental con todas las respuestas ya contestadas por uno de antemano,
independientemente de lo que la realidad luego te susurre y hasta te grite,
empezar un guión desde un “mensaje” es manipulador. Pensemos que cuando decimos
“mensaje” quizá queramos decir “prejuicio”. Yo comprendo que el mensaje de la serie de televisión House, el cinismo, el “nadie puede cambiar”, tiene hoy día una fuerza
considerable. Lo interesante de esta serie, sin embargo, fue que de modo más o
menos (dependiendo de la temporada) hábil, esto se cuestionaba una y otra vez.
La gente nunca cambia… o sí. O hay gente que cambia y gente que no. O hay gente
que cambia un poco y gente que no. O… Infinidad de posibilidades. Imposibilidad
de conclusiones.
Probablemente es
cosa mía, personal, pero siempre he sido muy afín a aquello del “sólo sé que no
sé nada”. Con sinceridad, les diré que no, no creo saber cómo funciona el
mundo. Que no sé nada de las supuestas reglas de la realidad.
Luego, tenemos la
posible argumentación de que el cine y la televisión de autor, o la propia
narrativa de calidad en novelas o relatos, es siempre la voz de alguien
diferente, particular. Lo que se llama cosmovisión del autor. Cierto. Fellini
no es comparable a nadie, como no lo es Lynch o Bergman, y ya decía yo que los
grandes narradores, los del XIX, los del XX, y seguramente los del XXI, lo que nos regalan son visiones muy concretas, extrañas, divergentes, peculiares, de la
realidad. Miren a Borges, Cortázar, Chejóv, Kafka...
Ahora bien, la
visión de un autor, novelista, autor de relatos, guionista o director no
implica necesariamente que lo que se exprese sea un “mensaje”. En España,
imagino que esto no es fácil de asimilar porque nuestra Historia (y la reciente
es sólo el último reflejo) ha causado suficiente ardor ideológico como para que
esto se haya colado en nuestros contadores de historias. A lo mejor, y sólo a
lo mejor, esto es lo que ha causado que no contemos en ningún panteón mundial
con muchos narradores de apellido español.
El cine social, el
malo, el que aspira a Ken Loach, pero sin ser consciente de lo limitado de esa
aproximación, ha hecho estragos aquí. Que se haya premiado con un Goya al
documental a una hagiografía sin matices del juez Garzón (con el que yo mismo
puedo tener muchas coincidencias ideológicas, pero ésa no es la cuestión) es
prueba de no nos enteramos de nada. Y en ficción, cuarto y mitad de lo mismo.
No se trata de no se pueda ser ideológico. En absoluto. Lo que es criticable es
el grado de consideración para con el espectador. No nos importaría que alguien
nos cantara los vicios del sistema capitalista si no fuera porque esa canción,
además de poco matizada, además de reiterativa, usa un martillo y no una
cuchara para remover nuestras conciencias. Además, es contraproducente. A los
que cuentan historias con mensaje premeditado habría que responderles dos
cosas: una, que es una falta de respeto al propio arte de narrar, el usar sus
mimbres para otra cosa. Y dos: si su “mensaje” suena tan alto y claro, no nos
dejan pensar por nuestra cuenta. Aparte, tanto que creemos que conocemos la
Historia de España, y se ve que no conocemos la Historia del Cine Español.
Franco y sus colaboradores durante la dictadura ya usaron el cine para contar las historias
(también la que va con mayúsculas) bajo presupuestos ideológicos. Y aquí que,
muchas décadas después, tenemos a gente que piensa que al público hay que
adoctrinarle. Si vamos a sacar la religión de las escuelas (algo por lo que yo
abogo fervientemente, y sí, soy consciente de este juego de palabras), no caigamos en meter la catequesis en nuestras salas de
cine, en nuestros salones, en nuestras pantallas de ordenador.
No sé ustedes, pero
yo no quiero sentirme como esos niños a los que en la escuela les narran la
historia de Jesús de Nazareth como si fuera real. No quiero parábolas. No
quiero cuentos morales, en ese sentido de los cuentos populares. No quiero
moralinas, ni mensajes.
No quiero, por
favor, más “el hombre es un lobo para el hombre” de The Walking Dead (y de
mucha literatura apocalíptica) porque una afirmación tan general se convierte
en un tópico, en un cliché que ya no tiene valor (de hecho, esta serie gana cuando se aleja de ese mantra insistente). “El ser humano es bueno por
naturaleza”, “el ser humano es malvado por naturaleza”, “la tecnología es
buena”, “la tecnología es mala”, son afirmaciones que no significan nada, que
tienen el mismo alcance intelectual que decir “los catalanes son de esta
manera”, “los andaluces son aquella otra”, “los hombres son así”, “las mujeres son asá”. Quizá las afirmaciones tajantes deberían mantenerse fuera de cualquier ficción: también de los guiones.
No, no creo que a
la ficción española lo que le falte sea “theme”, en este sentido. Al final, si
me apuran, Aída o Con el culo al aire (re) transmiten muy bien esa visión del
mundo tan nuestra, tan del costumbrismo, tan de que “España es asín”. O sea,
que puede que más bien nos sobre “theme”. Por otra parte, yo diría que, puestos
a soñar o a demandar, lo que falta sigue siendo peripecia.
70 minutos es desde
luego un handicap considerable. El hecho es que, de nuevo, esto de las
comparaciones es algo problemático, porque depende de qué serie hablemos. The Good Wife
tiene un ritmo envidiable, no es precisamente una serie de acción y no le ha faltado (quizá en esta cuarta temporada, un poco) desarrollo de personajes. Juego de
tronos por lo que apuesta desde luego no es por lo narrativo (¡apenas pasa
nada relevante en cuanto la trama general!) sino por lo dramático (en el sentido de lo relativo a personajes).
Person of Interest participa en esa otra liga que es la de lo episódico, y todo
lo que puede simplificar en cuanto a personajes, lo trabaja en cuestión de
narrativa, con tramas episódicas que (ya en su segunda temporada) pierden
relevancia (conscientes, sus guionistas, supongo, de aquello que no vieron los
de House: los “casos” al cabo tienen una variedad finita de conjugaciones).
Eso, por no hablar de Fringe o Perdidos, cuya ambición narrativa ha ido más por
el lado de la experimentación (muchos olvidan que Perdidos y su uso del
flash-back todavía colean en muchas ficciones). No, las series
estadounidenses no cojean por lo de la peripecia. Pero ¿destacan por
sus “themes”?
Sí, si entendemos por "tema"; no, si lo entendemos como "lanzadoras de mensajes".
Quiero que me
lleven a sitios donde no he estado. Quiero, y eso es lo que hace grande a The
Wire, y no su “mensaje”, que me lleven de la mano por los diferentes niveles
del crimen y la ley de las calles de Baltimore. Quiero conocer personajes que
parezcan personas, que me hagan olvidar la diferencia entre ambos. Quiero
interesarme por ellos, sufrir por ellos, como sufro con Carrie de Homeland, o
al igual que sigo, de forma tan enfermiza como su propia evolución, a Walter
White.
Pero no, no sólo quedarme en lo emocional que tiene al audiovisual, cine
o televisión, no sólo es juego de la identificación (que a veces juega malas
pasadas, por aquello de darse a la manipulación). Quiero que se me permita la
reflexión. Quiero que la historia me deje espacio para formarme mis propias
opiniones, y conclusiones sobre si de veras el amor lo salva todo, si la
familia es una bendición o una carga, si la ambición es positiva o negativa. Al fin y al cabo, ¿alguien sabe de veras de qué trata Mad Men?¿Cuál es su "theme"? ¿O su mensaje?
Me pregunto si serán posibles, si se escriben, si se producen, si se emiten, historias que tienen digamos un grado cero de proselitismo. Porque son ésas las que me interesan.
Una de mis
compañeras de clase, aquí, en el Mega Plus, una auténtica cinéfila, tras los análisis (y conclusiones)
de Buster sobre los films que vimos me provocó la sonrisa. Decía que es que los
americanos piensan que las grandes historias son como libros de autoayuda.
Acertadísimo.
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