@SamuelDalva y yo hemos cerrado una primera etapa en nuestro trabajo creando una serie de televisión de ciencia ficción. Ahora nos hallamos en
un pequeño descanso, y es ese momento que tan bien viene a los guiones. Para
que respiren. Para que uno se dé a las reflexiones sobre qué se ha
hecho en verdad; hasta para, si quieren, las epifanías (“Dios, ¡pero si la serie en
realidad va de esto/aquello!”).
Mi compañero tenía claro, sobre todo, al protagonista de la
historia, y el marco en que se desarrollaba. Desde ahí, hemos estado sumando,
restando, completando, definiendo. Uno de los elementos en que, ahora me
percato, me detuve con más cariño e interés fue en quién sería el antagonista
del héroe. El oponente. Supongo que fui a contracorriente sin darme cuenta. Usé
una máxima que pienso repetir, desde que se la escuché a mi compañero de
andanzas en la facultad, el indómito Pacofox. Paxofox afirma que, si algo (una
escena, una situación, un personaje) expone tufillo a tópico, cabe ejercer
sobre ello un experimento: llevarlo al extremo opuesto. Bien, en este proyecto
de serie de televisión, a medida que fui dándole entidad al oponente, lo fui
alejando de la villanía. Es decir, probé una posibilidad: la de que un
personaje bien pudiera ponérselo complicado al protagonista si que ello
convirtiera a dicho antagonista en un malvado. Bastaba con que sus objetivos
chocaran con los del protagonista. Lo que cada uno de ellos busca los situa en
extremos opuestos de la mesa de juego, pero sin que ello convirtiera al otro en
“mejor persona”. En cierto modo, como en cualquier competición deportiva. Al
menos, en cuanto a ese concepto del deporte tal vez ya desconocido en este país, donde gusta
tanto transformar al rival en enemigo.
Si
mi propuesta de oponente funciona o no en esta serie, podré confirmarlo, una
vez enseñemos el proyecto por ahí. Mientras, quedémonos con ese concepto: el
villano. Lo bien que funciona. Lo fácil que nos lo hace todo. Lo placidez que
ejerce sobre nuestras emociones como espectadores… y como ciudadanos mismos.
Ignoro
qué sensaciones está suscitando la crisis económica, financiera, social, que
vivimos en estos tiempos en otras geografías, pero en España es tal que se han
subvertido, al menos en parte, el usual control de las historias desde los
poderes fácticos. Cualquier analista político, en especial si son expertos en
comunicación, les dirá que una buena historia vende a un candidato. Igual que
una narración convincente y fuerte, de ésas con buenos y malos, permite que los
ciudadanos crean que lo que sucede tiene un sentido, en el doble significado de
esta palabra. “Sentido” como “significado” y “sentido” como “dirección”.
Pero
no, no les está siendo a los políticos españoles crear esa narrativa funcional
y tranquilizadora. El mundo en el que vivimos en la actualidad casa mal con las
historias “sencillas”, sobre todo ahora que, y he aquí otra epifanía tal vez
colectiva, hemos despertado.
Se
nos ha derrumbado más de un edificio de creencias. Y de los rescoldos y ruinas,
quizá nazcan dos puertas por las que muchos estamos decidiendo salir, ahora
faltos de esos ganchos de las viejas ficciones.
Ya
que los malvados son difíciles de definir, es más probable o bien caer en el
cinismo (no hay héroes; todos son malvados) o bien en la paranoia (el mal no
tiene rostro; el villano se esconde bajo siglas y transacciones bancarias y
despachos oficiales).
Esto
retroalimenta las ficciones audiovisuales, y de lo primero tenemos pruebas más
o menos palpables en cuán complicado les parece a los guionistas ofertarnos
héroes creíbles. El cine no sabe ya muy bien cómo escribir un protagonista
heroico, si no es recurriendo a la parodia (The Expendables, o, lo pretendan o
no, los últimos dos John McClanes), o a los esquemas del cine de acción de
hace décadas, con Jason Statham sustituyendo, con apenas matices, a los
Stallones o los Swarzenegger o el propio Willis de los años 80 y 90 del pasado
siglo. Y no es que aquellos héroes, entonces, fueran modelos libres de problemas. En
cuanto a las series de televisión, en aquellas que es probable que dejen más herencia (por su calidad), la apuesta va en la dirección opuesta de hacer protagonistas complejos, aunque, también, bien lejos del arquetipo heroico.
La última película de la Jungla de cristal. Cuando una frase se convierte en chiste, y un personaje, una parodia de sí mismo.
Las aventuras de los canales de cable han hecho que sigamos a protagonistas con códigos morales
cuestionables. Desde Dexter, pasando por el cabeza de familia de Los Soprano,
la ambigüedad de Don Draper en Mad Men, hasta la sed de poder y dinero del
protagonista de Breaking Bad. No, no son, parece, tiempos de héroes. Y no lo
son, no ya de héroes absolutos, sino siquiera que luchen contra el mal, porque
el mal, en alguna variante (compleja, eso sí, y llena de matices) está dentro
de ellos mismos.
La
propia Juego de tronos (Game of Thrones, HBO, 2011-) aprovecha esa temperatura
anímica de principios de siglo en que estamos imbuidos. Los guionistas están
tratando de darle a Tyrion o Daenerys tintes que atraigan
nuestras simpatías o nuestra identificación. Pero, si respetan los libros
originarios, (y según leo en blogs que narran su argumento, porque yo no les he
leído) esto va a saltar por los aires en poco tiempo. Tampoco los personajes más afines al código moral del héroe alcanzan relevancia. La rama de los Stark, por ahora, crea personajes más bien insulsos, y el máximo exponente es John Snow.
A lo mejor, el éxito del
universo de George R. Martin proviene de su adecuación a los tiempos que
corren. Esa vía del género
fantástico, subcategoría “épica”, en la que todo es “grit”, duro, sucio,
realista con su punto de naturalismo (el otro gran exponente es el escritor Joe Abercrombie), quizá
se adecúe bien a nuestros días. En Juego de tronos, en general, todo
el mundo es bastante hijo de puta.
Martin insistía en sus libros en salirse de las convenciones de esa ficción televisiva que tanto le restringieran cuando trabajó en la industria. De ahí, por ejemplo, que le plazca matar a aquellos personajes con las que pudiéramos establecer como protagonista y/o "héroe". Ello tiene sus ventajas, pero desde que muriera la cabeza del clan Stark, la serie lo está teniendo complicado. Porque esperen a ver qué llega a cometer Tyrion Lannister.
Conste
aquí que unos protagonistas más cerca del anti héroe, o unos héroes complicados en realidad son pruebas de madurez; la de los
guionistas y directores, y la de los espectadores. Al tiempo, ello nos habla, quizá, de cómo nos sentimos, al menos, en parte de las sociedades occidentales respecto a esa lucha simbólica del bien contra el mal. Y de cómo ésta la estamos perdiendo.
La
vía del héroe problemático lleva a nuestros héroes, nuestros super héroes
incluso, a pasar por el diván. A pesar de todo, pesar de cuando incluso se reinventa, tal vez sea una vía que aún no impide que el espectador los observe lejanos, y difíciles como posibles modelos de conducta.
Sigan
conmigo en el próximo post para que revisemos toda la problemática de los
nuevos héroes, y de los nuevos villanos.
Pienso que "Juego de Tronos" está diseañado como una liga de fútbol. Si no quieres a una familia, quieres a otra.
ResponderEliminarIncluso los Lannister pueden caerte bien, exceptuando a Joffrey que está pintado como un niñato cruel, sin un rasgo de bondad ni inteligencia. Lo mismo cabe decir de Theon: estúpido, malvado, rencoroso. Por mi que los maten a los dos, ya.
Yo tengo dos problemas principales con Juego de tronos.
ResponderEliminar1. No sé de qué va. De momento, es una serie que cuenta más bien poco, que se basa sobre todo en retratar a personajes. Poca peripecia, y, sin embargo, a la vez, poco tema veo. Al menos, de momento.
2. No sé a dónde va. Todo está tan "a tiempo real" que no sé del todo si se puede aplicar lo de los objetivos a los personajes.
Pero seguro que soy yo!!
Gracias por comentar.
PD: Y ya ves que ya salen los comentarios.