domingo, septiembre 09, 2012

STORIES OF YOUR LIFE AND OTHERS. TED CHIANG. ANÁLISIS (II)

Continuamos analizando los relatos que componen esta antología del autor de ciencia ficción, Ted Chiang, Stories of your life and others.

Story of your life 

Story of your life es la prueba de aquello que decía: en ocasiones, a Chiang le pierde su propia fascinación con la ciencia que retrata (y que tan bien habrá estudiado para documentarse) y sus historias se alargan sin un motivo claro. Esto es detectable porque sus paradas a cada rato, a desplegarnos (eso sí, a veces de modo atractivo) su cualidad de detallista para con lo técnico, hace que, para esta carrera de fondo, no basten los elementos que mantienen la atención. Se gastan pronto, o bien se prueban como algo frágiles como creador de interés, como veremos.


Louise Banks es una experta en el lenguaje. El gobierno la llama cuando unos extraterrestres se comunican con la Tierra. Nunca pisan el planeta, sino que establecen una conexión a distancia. Ella será la encargada que indague y estudie pautas para comprender la lengua que usan. Quien conozcan cuánto admira China Miéville a Ted Chiang, entenderá que este relato bien podría haberle inspirado como punto de partida para esa otra última novela suya (también, bastante controvertida), Embasytown

Este mismo resumen del argumento ya señala qué falta en la ecuación: conflicto. Existe, sí, una dificultad para que se alcancen los objetivos, pero el desafío es tan intelectual, y dichos obstáculos, tan técnicos, que no sentimos como lectores que la tarea esté en verdadero riesgo. Tampoco se hace uso de otra pregunta que contendría la premisa: ¿qué quieren los extraterrestres?

Pero ya hemos indicado (en el anterior post) que si hay algo que merece su reconocimiento es que Chiang no ceja en técnicas e ideas para tratar de asegurarse nuestro interés. Story of your life está narrada por la propia Louise pero en una secuanciación peculiar. Desde las primeras líneas, ella se dirige a su hija en una suerte de discurso anticipativo. Esto nos hace pensar, en principio, en que la historia la cuenta esta protagonista desde un momento futuro, desde donde “recopila” todo lo que sucedió. De alguien que cuenta todo una vez se acabara aquella aventura con los extraterrestres. Pero también que se lo deja como legado a esa hija que irá creciendo; al modo en que se deja un testamento grabado en un vídeo o en algún tipo de formato físico de sonido. Tal vez, pensemos, como haría alguien que ha muerto.

Excepto que, a medida que avanzamos en la lectura, hay otras pistas, que indican algo más complejo.

“I’d love to tell you the story of this evening, the night you’re conceived, but the right time to do that World be when you’re ready to have children of your own, and we’ll never get that chance.”

Entonces (y en un párrafo temprano, en la página 95; la quinta de este relato) en el discurso de Louise se cuela un dato (otra anticipación) que da un giro que no desvelaré. Pero que cambia nuestra perspectiva completamente. Lo que se anticipa (y en esto, acierta y bien, el autor) es un final más bien dramático. Uno que, tal vez por lógica, el lector puede llegar a relacionar con la otra trama, la de sus labores de intentos de comunicación con los extraterrestres.

En otras palabras, a partir de aquí, uno espera que se responda a esa anticipación que, además, acabaría relacionando la dos historias (hablaríamos de tramas, si esto fuera un guión). El relato se dividirá siempre entre lo que sucedió con los extraterrestres (el pasado) y esa especie de recuerdos contradictoriamente contados como algo que sucederá. 

“I´ll remember the scenario of your origin you´ll suggest when you´re twelve. `The only reason you had me was so you could get a maid you wouldn’t have to pay´ you´ll say bitterly, dragging the vacuum cleaner out of the closet. That’s right, I’ll say. Thirteen years ago I know the carpets would need vacuuming around own, and having a baby seemed to be the cheapest and easiest way to get the job done. Now kindly get on with it.”

Es en estos momentos en que Louise habla de su hija cuando sí sabe Chiang ofrecernos un personaje más vivo (y en este caso, no distante, aunque algo irónico, a ratos). Si bien la relación con la hija no se mueve por lo más original, sí hay humor, complicidad, verosimilitud. Mientras, la historia “principal” (digamos, la trama) queda en el territorio de lo explicativo. Hasta el que es su ayudante no es sino un truco demasiado expuesto de alguien a quien Louise pueda responderle, para dar (nos) las pertinentes aclaraciones. Aunque por momentos fascinante (el relato ofrece hasta diagramas que explican en qué se basa el lenguaje de los extraterrestres), ya decíamos que le falta una situación conflictiva. En su labor, Louise se retrata más como su profesión que como su personalidad. Cuando comienza a comprender cómo ese lenguaje tan especial de los extraterrestres ha “construido” su misma forma de relacionarse con la realidad, de pronto el personaje adquiere un tono (y una distancia) que se asimilan demasiado a aquel personaje (cuyo entendimiento también progresaba) de Understand.

"Freedom isn’t an illusion; It´s perfectly real in the context of sequential consciousness. Within the context of simultaneous consciousness, freedom is not meaningful, but neither is coercion; It´s simply a different context, no more or less valid than the other."

No es, es cierto, del todo injustificado. La Louise que reacciona y aprende con los extraterrestres no es la misma que la (mas humana) que recorre sus recuerdos sobre las edades de su hija. La que afronta el contacto con los llamados heptapods es la científica; la otra, es una madre. Si suprimimos lo que la crítica feminista diría de esta dicotomía (y no crean; en la ciencia ficción, esta perspectiva es, además de usual, bastante enriquecedora), ésta causa una especie de tensión que adquiere cotas difíciles por la tardanza de Chiang en relacionar ambas tramas.

Llegado el momento (y sin poderles desvelarles esta otra sorpresa), encontraremos que aprender el lenguaje de los extraterrestres significa para Louise un cambio fundamental… que de paso explica por qué narra todo lo de su hija en ese tiempo verbal futuro.

Como giro final es hábil y desde luego sorprendente. Ahora comprendemos todo. Y lo mejor de este final es esa mezcla de impotencia y tristeza asumida que domina a Louise. Es tan bueno que, en parte, nos tienta perdonarle al autor que la investigación para encontrar una base común para comunicarse con los extraterrestres haya sido tan pormenorizada.

Al tiempo, cuando se nos cuenta que en verdad el cierre de esta trama deja aún más claro que no era lo esencial de la historia, la cuestión crece en intensidad: ¿si no era tan importante, para qué detenerse hasta la extenuación? ¿Si una subtrama tiene más peso −porque es en ella donde se transmitan lo que siente la protagonista− que la trama no estamos tal vez estemos ante un problema?

No hay respuesta sencilla. The Story of your life requiere más de una lectura para que captemos que sí hay una evolución en su protagonista, y que todas sus vivencias de aprendizaje con los heptapods son necesarias, tanto para esa técnica de narrar en futuro, como para esa alteración de la realidad de Louise (¿y no es la ciencia ficción, siempre, la historia de cómo el encuentro con un desarrollo científico concreto cambia a los personajes?). Con todo ello, no sería desleal pedirle a Chiang que controle su puntillismo. Puede que fuera indispensable el encuentro con los extraterrestres, pero no tanto detenerse en cada ínfimo detalle para que supiéramos cómo avanzan en el tema del lenguaje.

Twenty Two Letters

Twenty Two Letters es una historia entre lo fantástico y la ciencia ficción. La premisa es original pero tan potente que un relato (incluso uno largo) no alcanza bien a retratar su desarrollo. En este caso, Chiang ha ido a un “what if” que sí se dedica a un ambiente más general, y eso quizá demandaba una novela entera.

En este mundo, no ha existido la ciencia como tal. En su lugar, se ha profundizado en las ideas filosóficas y alquímicas judías donde las cosas se crean a partir de su nombre justo. Por tanto, cuando la historia sucede (en la Inglaterra del siglo XIX se intuye), los avances de la sociedad son muy diferentes a los nuestros. Robert, el protagonista, colabora en la fabricación de autómatas al modo de aquel mito del Golem. Entonces, su curiosidad y su afán “científico” (pese a que, en este contexto, esto tiene implicaciones bien distintas) hacen que proponga una idea revolucionaria: crear autómatas que creen autómatas. Tan revolucionario es como polémico, puesto que esto disgusta a ciertos teóricos religiosos así como a la misma industria de autómatas que preven que el cambio acabe con la mano de obra.

Ilustración de un Golem

En definitiva, no anda muy lejos de aquello tan tratado en la ciencia ficción; desde los robots de Isaac Asimov hasta el clásico Blade Runner. Si el ser humano crea otros seres, que son, además, capaces de crear también, ¿qué sucede? No sólo de ciencia ficción sería un tema recurrente, porque la atracción (pero también el miedo) hacia los primeros autómatas del siglo XIX (del “real”; del nuestro) se encuentra en los cuentos fantásticos de E.T.A. Hoffmann, y en algún relato de Ambrose Bierce.

Es un universo donde el “sense of wonder” de su premisa (atrayente, sin duda) está bien mezclado con el detalle al que es tan afín Chiang para apoyar cada hecho en una explicación plausible. Ahora bien, se quieren exponer demasiadas cosas, sin que ninguna alcance un pleno desarrollo. Como si la trama resumida más arriba no requiriera ya tiempo y páginas (para que se transmita una atmósfera que nos deje ver cuán diferente es esta alternate History), Chiang le añade una más. Robert y su rol de “avanzado” a su época llama la atención de otros estudiosos que llevan a cabo una investigación igualmente polémica, con la propia reproducción humana.

Aunque esto apoya ese tema del ser humano que crea vida, esta subtrama (para entendernos) no lleva a ninguna parte. Y se presenta como distracción de aquella trama y situación que sí prometía dilemas (el choque entre lo individual y lo social siempre es jugoso).

El Turco, un autómata que adquirió fama en el siglo XIX, y que le inspirara a E.T.A. Hoffman su relato Die Automate.

Para colmo, en esa segunda trama se dan algunos de los más propios (y peores) vicios de la ciencia ficción: el exceso de información, ofertada, además, mediante técnicas tan obvias como la de personaje que pregunta + personaje que responde. Se dan especulaciones interesantes (por ejemplo, cuando el experimento de los estudiosos alcanzan potenciales efectos políticos, como el control de la natalidad en las clases bajas) pero en una historia que es demasiado fina. Tal vez el problema sea que, aunque fijada su atención en ese aspecto particular (siempre una potencial ventaja si hablamos de relatos), Chiang encuentre en ella tantas ramificaciones que, al cabo, también necesitaría más espacio.

“Repetition of the process lets us examine the unborn generations of any given species. […] They tested many animal species, but never observed any changes in form. However, they obtained a peculiar result when working with the seminal foetuses of humans. After no more than five generations, the male foetuses held no more spermatozoa, and the females held no more ova. The line terminated in a sterile generation.”

Aquí, se siembra un peligro y un problema. El autor nunca lo abordará. Nunca cerrará nada de esto. La inclusión de esta segunda historia tiene, añadido a todo lo anterior, la carga de que roba oportunidades para que el protagonista sea, de veras, personaje. 

Twenty Two Letters se desestabiliza, pues, por el lado de los personajes, que están huérfanos de esa misma atención que el autor tiene para con la ciencia retratada. De cualquier manera, no es un problema nuevo en este género, seamos justos. Habrá quien hasta separe, autores y libros, entre aquellos que son más trama, y los que destacan por el tratamiento de sus personajes. Como no es aquí espacio ni lugar para ahondar en el debate (siéntanse libres de hacerlo en los comentarios), diremos que, de igual modo, a Chiang lo que le lastra para salvarle por este método son estos relatos que se van a una extensión casi cercana a las 50 páginas. Robert no es un ser verdaderamente definido, por lo que, cuando Chiang le confronta oponentes no sentimos que estemos involucrados. Los pilares hacia causar intriga están ahí (el asesinato) pero, como en el caso de Understand con lo de la CIA, pareciera que el autor los incluye sin del todo entender las necesidades que implica un suspense efectivo. O eso, o bien, como si Chiang tuviera su propio interés dividido, y se canse de una trama y tenga que acudir a la otra (la de la reproducción humana), sin que halle el punto medio.

Para cuando se arriba al final, esta trama ya se nos antoja que se ha acelerado un poco demasiado.

De toda la colección, es con bastante probabilidad, el relato más ambicioso. Pero también el más fallido. Y tampoco se explota este problema al que se enfrentan esos otros estudiosos que acuden a Robert. Es casi como si Twenty Two Letters aguardara a que Ted Chiang parta de él para una novela. No es poco común, en autores de ciencia ficción, lo de un relato que siembre un argumento para una próxima publicación en formato más largo. Pero no Chiang, que es en este sentido extravagante, y sólo se ha dedicado al relato.

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