sábado, abril 21, 2012

¿QUÉ DEMONIOS QUIERE EL ESPECTADOR? (I): SERIES USA

Guionistas, creativos, escritores, autores, en general, a veces, todos los que nos dedicamos a esto, bien en niveles más visibles, con mayor o menor éxito, o de formas más locales o nacionales, topamos con esa realidad inasible que se nos suele ocultar quien sabe si bajo nuestros propios deseos. ¿Cómo es posible que una obra tan buena, tan original, tan interesante, tan arriesgada, no tenga éxito? Fíjense que incluyo un matiz. No hablo ya siquiera de ese dolor de ego que es chocarse una y otra vez con editores, productoras, analistas o directores o jurados de subvenciones y concursos. No. 


Cuando sufrimos desengaños en lo propio, el sufrimiento sería tan abocado a lo emocional, que puede que no se nos resbale el conocimiento último. Como ya comentaba en este post de GuionistasVLC, en donde su autor se preguntaba −nada más y nada menos− qué demonios funcionaba mal con el cine español. Cierto que esta cuestión merece conferencias, congresos incluso, de expertos, con argumentos para que se desvíe el debate de respuestas simplistas (y, en general, muy estúpidas, como lo que proviene de los convencidos de la “caverna mediática”). Pero el problema es que la creatividad juega en dos ligas muy dadas a la confusión. Una película, una serie, un corto, una novela, un relato, son modos de expresión, manejan un lenguaje complicado (uno que denota, otro que connota), y, a la vez, antes o después adquieren carácter de producto. Es lo primero lo que impide el análisis y juicio que provenga de parámetros económicos o de marketing, al menos uno que pretenda respuestas contundentes. 

Porque nadie sabe nunca nada acerca de qué puede triunfar. De ahí, aquella pregunta que nos hacemos, no ya como autores, sino como simples espectadores o lectores. Nos encontramos una pequeña joya japonesa de animación que apenas se estrena en cines, descubrimos una serie de una cadena en abierto apuesta por tramas complejas y diálogos inteligentes, o nos llega una novela española que se atreve con el fantástico y encima es buena literatura. Y ninguna tiene éxito. Ni predicamento. Nadie la conoce y quiénes sí, la desdeñan. Entonces, nos frustramos de una manera distinta, peculiar. Si quieren, de una forma solidaria. No nos volvemos ese monstruo de soberbia que se queja de que nadie entiende su genio, sino que ahora nos dolemos de que otro autor, otro guionista, otro escritor, realice un trabajo maravilloso y nadie lo vea. 

A mí me está sucediendo con la información que me llega de qué series de televisión estadounidenses de esta temporada se quedan, y cuáles se van o ya se han ido. Se me antoja que sería un análisis desafiante para esos nuevos expertos en marketing que piensan que todo se colige de tendencias detectables. No el mío, por cierto, que no es completo; para eso tienen a esas dos máquinas de visionado de series como son Miss Macguffin o Alberto Nahum. Sin embargo, un paseo rápido por estas series USA acaba siendo tan esclarecedor como chocante. Uno acaba sin saber eso de lo que, después, le hablarán productores o expertos en marketing con esa pose paternalista: lo que el público quiere. Pero es que nadie sabe muy bien qué diablos quiere el público. O si lo sabe, no lo parece.

Usemos algunos ejemplos. 

¿Qué pasa con una cadena como ScyFy? Hace poco se publicó un interesante post que resumía la contradicción de una cadena que se supone que contenta a un target de audiencia muy específico. Parecería que ese público ávido de ciencia ficción, que la consume, y mucho, en libros (la cantidad de libros publicadas en Estados Unidos de este género es relevante), no la quiere en el formato audiovisual. O no la quiere hasta ese punto. 

Battlestar Galactica fue un éxito suficiente, pero ¿qué pasó con Caprica? Si la respuesta fuera que se trata de calidad, estaríamos ante una contradicción. Sería absurdo que gente que consume los libros de Ian M. Banks sobre la cultura, o sigue comprando las novelas de Robert M. Heinlein o Isaac Asimov o Arthur C. Clarke, luego sea tan exigente con la ficción televisiva. Es cierto que las historias del primero contienen muchos elementos interesantes, incluso a ratos, suficientes para que se contrapongan con los errores. Y que los tres otros nombres ofrecen bastante ya con el hecho de ser “clásicos” (si bien en la ciencia ficción esto no tiene el mismo elemento distintivo de calidad que en los clásicos de literatura generales). Es decir, nadie niega el riesgo o la cualidad de pioneros (relativos) en la invención de posibles futuros de estos autores, pero la lectura hoy en día desvela una ingenuidad y un descuido por lo básico que son significativas. Sin embargo, el público no le pasó la mano a Caprica.  No valoro lo positivo, y parecería que se enquistó en los posibles errores. ¿Cómo es posible que la gente que lee a Christopher Priest o Charles Stross o Vernor Vinge se conforme con Eureka o Warehouse 13


No es que sean series a despreciar, pero ambas oferta un elemento común que dice mucho del supuesto target que durante tanto tiempo las ha apoyado (Eureka también la cancelan este año). Una resolución por un humor un poco tópico, un tanto torpe, que se despliega para apenas permitir que los personajes se desarrollen como entes verosímiles o complejos. Y una falta de imaginación y aspiraciones muy preocupante. Al cabo, la ciencia ficción y el fantástico son los únicos géneros (aunque, siendo específicos, el primero tal vez sea un subgénero del segundo) donde la imaginación debería primar. Más extraño es encontrarse que series anteriores de esta cadena se dotaban de características difíciles de encajar con el target

A no ser que éste sea fácil de contentar (y no me lo parece), no se entiende que Stargate durara diez temporadas y Stargate Atlantis cinco. Dejando de lado la primera (porque vistos algunos capítulos, nunca me satisfizo), la segunda, Stargate Atlantis era una space opera de presupuesto (e ideas científicas) limitada. Con un estructura general de episodic plots, (donde algunos podrían ser stand alone episodes perfectamente) el ritmo era, a ratos, apreciable. En cambio, sufría un problema que, de nuevo, se opondría contra un elemento esencial en la ciencia ficción. Uno que, además, tiene larga tradición en el audiovisual televisivo con la serie de Star Trek: la reflexión ética en torno a lo complejo que es la relación con otros mundos y especies. Para ser una serie dedicada a los fans y posibles geeks, resulta confuso que la especie alienígena elegida como enemiga se retrate de forma tan unidireccional. Y que en varios capítulos, los fundamentales, los personajes humanos residentes en Atlantis ni asuman, ni se cuestionen las decisiones de esta delegación de la Tierra en la galaxia Pegasus. Cuando, de hecho, son estas las que originan las mayores complicaciones de los arcos de la mayoría de temporadas. Más sangrante es que Stargate Universe, que llegaba cuando los autores de las anteriores parecían listos para preocuparse un tanto más por los personajes, no resistiera dos temporadas.


¿Posibles conclusiones? Relativas, improbables. ¿El público de televisión prefiere la estructura episódica que los capítulos que se continúan? No es tan claro, y en este sentido dos artículos (éste y éste, que trata de matizar o corregir el primero) sobre la ficción televisiva ahondaban en que la tendencia pudiera ser la opuesta. Pero nadie sabe. Nunca. Nada. 

House lleva ocho temporadas con episodic plots que dejaban entrever avances en tramas generales (dos, en general, por temporada). Castle y The Mentalist (El Mentalista, CBS) son casos aún mas virados hacia lo primero, donde apenas tres o cuatro capítulos (de temporadas de nada menos que 21) se dedican a la trama general. Y han funcionado. De hecho, son de las series más vistas. ¿Entonces, cuál es la estructura que genera adhesiones incondicionales? Hay quien interpreta que, como se hablaba en estos artículos, la HBO y la AMC han impuesto un grado de calidad asociado a la estructura de capítulos que se asemeja a la novela. Y que, por tanto, los capítulos autoconclusivos ya no funcionarían. 

Puede que ello explique que Alcatraz esté en la cuerda floja para una segunda temporada. O no, porque otras series tienen público y temporadas de sobra para considerar la opción opuesta. Ley y Orden: SVU (Unidad de Víctimas Especiales) ha cuidado poco a los personajes, y, aún peor, ha intentado avances en ellos y en sus Tramas de temporada de forma irregular, y ahí sigue. Con episodic plots. ¿Puede que sea que los pupilos de J.J. Abrams no ha entendido las enseñanzas de su maestro, y que hayan confundido la relevancia de un misterio “grande” como una mera pantalla para que el espectador se olvide de que los personajes importan? Puede. Sin embargo, siguen existiendo series que caen en ese posible mismo error (error cierto en cuanto a escritura de guiones, pero aquí hablamos de recepción positiva o negativa por parte del espectador) y cuyo éxito lo desmentiría. 

Grimm es un ejemplo, y uno que nos devuelve a posibles tendencias que también son confusas. Lo fantástico se cuela como género en NBC (casi como si fuera ScyFy) pero lleno de efectos especiales defectuosos, una falta de continuidad bastante molesta, y unos personajes estancados. Es de lo más visto de la cadena. 

Hablemos de aspectos menos relacionados con la estructura, lo narrativo o lo dramático. Hablemos de tonos o temas. Otros blogueros lo han señalado como la explicación del éxito de otra de las pocas series de esta temporada que puede quedarse: Once upon a time. Ésta merece un post o dos aparte, pero digamos aquí que no es tan contundente ese matiz “positivo” para explicar su éxito. Pan Am también se encaminaba por esa senda y ha sido un fracaso. 

Y Once upon a time tiene la curiosa (e interesante) rutina de mezclar un amor que puede contra viento y marea (aquí, el aspecto “positivo”) con momentos, sino oscuros, sí de tono mucho menos complaciente. Lo hace, además, con una estructura (heredada sólo en parte de Lost, ya que sus autores participaron en ella) de flash-backs donde a veces lo real, lo terrible, se sitúa en ese pasado del lado fantástico (la tierra de los cuentos), a veces, en el lado “real”. Suficientemente ambiguo para que el efecto sea siempre claro en el espectador. ¿En tiempos de crisis busca el escapismo, y un lugar donde todo sea sencillo y feliz? Pues Once upon a time sería un lugar más bien extraño para buscarlo; y el escape a esa tierra de fantasía puede provocar más de un susto. Como probaba el capítulo dedicado al sombrerero loco , el sitio de los cuentos está lleno de monstruos o locura. 


Otro ejemplo, en este caso uno de esos que personalmente me origina frustración: Awake. El análisis de Alberto Nahum del piloto era muy acertado, y en él ya anticipa que la serie tenía los capítulos contados. Aunque yo añadiría que sus autores (tal vez más sus productores, los mismos de Homeland) no han sido tan ingenuos. La premisa es rara y atrevida, sin duda, pero la estructura sigue siendo episódica. Habrá quien no confíe en el espectador medio, pero yo opto por pensar que el simple hecho de que el coloreado de una realidad y la otra de formas distintas es suficiente para evitar la confusión. Sin embargo, no es probable que renueve. 

Por eso, mi pregunta: ¿qué demonios quiere el espectador? Esto, sólo hablando, y de forma resumida, de algunas series de la televisión de Estados Unidos. Seguro que cualquier de ustedes tiene otros casos de series que disfrutan y que ven cómo se encaminan hacia la cancelación. ¿Qué se nos escapa?

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