Los blogs lo cambian todo. Cada uno puede producir textos. También críticas. De literatura, música, cine, arte. Si las revistas especializadas se esfuerzan en una contención frente al insulto llano, en tu blog puedes vilipendiar la última de Meden. Si alguien sospecha que la corrección y el respeto (o cierta distancia) son muestras del desgastado concepto de la “corrección politica”, en tu blog puedes hacer sangre.
Con suerte, crearás tu camarilla, tus seguidores, y haréis un frente. Los blogs lo cambian todo. Los expertos ya no están en los periódicos; cualquiera es un experto. Se han roto los límites.
Próximamente, realizarán una entrevista al escritor sevillano
Andrés Pérez Domínguez en un
programa que lleva mi productora. Escuchando este dato en una de mis visitas, me he dado por revisar una polémica dura, a ratos desquiciada, pero significativa en todo caso. Tuvo lugar en la web
Estado Crítico. Una de sus “firmas”, Carolina León, analizaba la última novela de
Pérez Domínguez. Leanla, porque si no, no me van a entender.
Y luego, lean los comentarios. A Carolina León el libro no le gustó. Es una crítica rotunda, aunque, según lo veo yo, con ese matiz de “personalización” que va calando en ciertos analistas estos días. Pienso en
Hilario J. Rodríguez, cuando analiza las películas que ve. Una forma de rotundidad, pues, relativa, como advirtiendo “así lo veo yo”.
Pero esto no es un periódico. Es un blog. Si alguna vez nos mosqueaba lo que afirmaba el crítico de Babelia sobre un libro que nos encantó, callábamos. No había opción. Ahora no. Ahora la red, además, permite el anonimato para los comentarios. Fíjense en la que se lió. Y eso, que esta novela ha recibido, sobre todo, reseñas positivas. Es decir, no se entiende que, por una que no la estime, los lectores acaben así.
Quizá la misma inmediatez que causa esta forma de comentar lo facilite, pero, en general, notarán que a muchos les pierde la emoción. Es posible que Carolina León no haya sabido ver lo que pudiera haber de positivo en El violinista de Mathausen, pero insisto en que no encuentro una saña particular.
Y pienso que mucho de lo que le critican es justo en lo que algunos de los defensores de Pérez Domínguez caen. Pero veamos algunos de los argumentos en los que se basan para ir contra la autora de la reseña.
Ya hace mucho, recuerdo lo que se originó cuando Cela dedicó un pequeño texto a la masacre de la persona (más que del escritor) de Antonio Muñoz Molina. Y recuerdo la respuesta del escritor jienense. Hablaba de esa visión propia de aquí: cómo nos pone Quevedo, oiga. Cómo nos gusta el insulto “con gracia”.
El insulto, con gracia o sin él, es lo que es. Es la pérdida del respeto por una persona en concreto. Este estilo que alguien, creo, denominó como “tabernero” ya ha cuajado en la prensa nacional. Vean las críticas de cine de Carlos Boyero en El País.
¿Cuál es la otra crítica que, viendo esos comentarios que decíamos, se achaca justamente a los críticos? La pedantería.
Resbaladiza palabra, ésta. Se tiende a creer que es un pedante el que prueba que sabe más que uno. La RAE no nos va a solucionar mucho. Siempre será una cuestión de perspectiva personal.
Como con lo primero, tenemos que coincidir. Este tipo de crítico existe. Incluso hay quien utiliza sus textos para un vapuleo sustentado en requiebros literarios. Pienso en
Otis Rodríguez Marchante, en algunas ocasiones.
Una tercera ventana a través de la cual merece la crítica que la defenestremos: los intereses. Es cierto, también. El País, ABC, El Mundo suelen dar más espacio a las editoriales que luego pagan publicidad. Y otros intereses comerciales y empresariales desvitúan la supuesta objetividad. La última vez que un crítico de
Babelia hostigó una novela de Alfaguara, tuvo que dejar
El País.
Así que sí, los críticos pueden ser barriobajeros, pedantes y hasta “vendidos”. De acuerdo. Pueden. Algunos. Algunas veces.
Pero aquí no hablábamos de un medio común. Carolina León escribía en un blog. Uno sin publicidad. Escribía desde su opinión, tan personal como la de cualquiera de esos que salieron a apoyar a Pérez Domínguez.
Luego, el ataque, además de desproporcionado, era contraproducente. Si estamos con el cambio en la forma de asimilar las formas de la cultura, no podemos lanzarnos al cuello de quien ejerce esa nueva libertad que da Internet.
Recuerdo un antiguo colega y una conversación que tuvimos:
YO: ¿Qué estás leyendo ahora?
MI COLEGA: La Trilogía de Nueva York. Ya sabes, Paul Auster.
YO: Ah, y ¿qué? ¿Qué te está pareciendo?
MI COLEGA: Pues… No sé. No lo entiendo. (Pausa) Pero a lo mejor soy yo.
YO: Hombre, no sé, no se trata de eso...
MI COLEGA: Es que como todo el mundo dice… En fin, será que soy un puto zoquete.
Ahí está el quid. Queremos deshacernos de la crítica “oficial”, pero seguimos dejándonos influir por ella. Si muchos expresan que Auster es un escritor magnífico, y nosotros no los disfrutamos, nos acongojamos. En primera estancia. Al rato, ya nos vamos haciendo mala sangre. En un par de días, tendremos que reafirmarnos. “Es que ese Auster es cosa de los intelectualoides esos”.
Y la rueda vuelve a girar.
La posmodernidad nos vuelve a todos un poco locos, por eso de que se han roído las bases y las referencias. Asumámoslo. Sí, cuesta. A mí me cuesta, oigan, de veras. Y luego, disfrutemos de sus ventajas. Si algo nos gusta o no, será a pesar de lo que digan o escriban. Los críticos de los medios oficiales, u otros blogueros.
Todos somos ya adultos. Si no queremos “sufrir” (aunque tampoco aprender), basta con que nos aferramos a “nuestros” escritores, “nuestros” libros de cabecera.
Además, algunos argumentos de esta contra-crítica no se sostienen. Habrá, seguro, una cierta tendencia cainita en nuestras letras, y en la propia web basta escarbar un poco. Un señor tan serio como Fernando Valls no pierde ocasión de burlarse del grupo de Nocilla Lab. Y bien, es probable que haya más de uno que se deje llevar por eso supuestamente tan español como es la envidia.
Pero es un camino peligroso esto de las generalizaciones. Recuerdo que le leí a Javier Cercas comentando esto de la envidia nacional, al preguntársele por algunas (serían escasas, además) negativas a su
Soldados de Salamina. Y no, hombre. Como alguien afirmaba en los comentarios y como dice Alejandro Luque
aquí, los escritores con éxito en ventas y hasta en críticas no debieran aspirar a que todos se rindan a ellos. Tampoco me vale lo de “¿No te parece bueno? Anda, pues hazlo tú, a ver si tienes tanto éxito”.
Eso que se dice acerca de cómo todos los críticos son escritores o cineastas frustrados es una soberana tontería. A ver si no vamos a poder hablar mal de los premios Planeta, o los best sellers españoles. Y eso, sólo para empezar.
Además, a mí me pasa como lo que comentaba el mencionado Hilario J. Rodríguez,
aquí: me resultan más enriquecedoras las críticas con las que no estoy de acuerdo. A lo mejor, peleándome con lo que escribe el crítico, aprendo algo. Siempre que sea alguien a quien respeto, claro.
Por otra parte, volemos o no por los aires los supuestos grandes popes de la crítica, cuidado. No vaya a ser una mera excusa para nunca leer a los grandes.
Porque ésa es otra tendencia reciente: la soberbia ingenua. Muy común en los talleres literarios, se da en gente que no tiene empacho en, tengan o no lecturas a sus espaldas, poner en cuestión el estilo de Tolstoi, burlarse de lo recargado de Poe, o afirmar, así, tal cual, que "menuda imbécil está hecha la señora Dalloway".
Pero eso será para otro post. Lo que oye en los talleres literarios (y de guión, ya que estamos) da para un relato, como mínimo.