viernes, agosto 14, 2015

“CITIZENFOUR (LAURA POITRAS, 2014): HISTORIA DEL PERIODISMO, NO DEL DOCUMENTAL


“Citizenfour” (Laura Poitras, 2014) sirve como síntesis de los datos claves que desveló una investigación periodística facilitada por Edward Snowden, sobre la vigilancia de millones de ciudadanos (en Estados Unidos y en muchos otros países) a través de diversos sistemas que guardaban datos vía teléfonos, móviles, y conexiones on-line. El hecho sobre el que se apoya es, sin duda, poderoso, y, sin embargo, el documental se esfuerza tanto en dejar un testimonio que complemente los artículos periodístico que sabe a poco. Esa estrategia de que los hechos hablen por sí solos causa una estética y un relato muy poco dado al énfasis, lo que beneficia al espectador que quiera sus propias conclusiones. Pero también ocasiona un rechazo tan continuado por explorar cualquier vericueto que se salga del plan que, con un tema en verdad bastante conocido ya, no deja muchas agarraderas para nada más.



Como reza esa línea tan reiterada en algunos films, “sólo porque seas un paranoico, no significa que no tengas razón”.  “Citizenfour” apunta bien a una verdad sobre la que reflexionar. Todos nosotros, los ciudadanos, ya hemos estado expuestos al descubrimiento de esa vigilancia continua. Y lo hemos asumido. La propia ficción popular lo ha asumido. Films o series comerciales llevan años hablando de los extremos de las agencias de inteligencia en Estados Unidos. “Person of Interest” comienza en parte desde ese hecho (anticipándose a esta noticia, por cierto, lo cual habla bien de cómo la serie de Jonathan Nola es y siempre ha sido ciencia ficción). Lo sabemos. Pero lo asumimos.

Ahora bien, esta dirección de “Citizenfour”, como todo en el documental, está tan levemente apuntada (el estilo de Poitras es más bien esquivo) que quizá generar reacciones en el espectador sea un objetivo un tanto imposible. Esa frialdad con que todo se expone beneficia al respecto por el tema y, es cierto, también es respetuoso con la inteligencia del espectador. Pero, para los que ya habíamos leído en prensa, para muchos estadounidenses en todo el espectro ideológico (porque a los libertarios de derecha esto tampoco debe gustarles mucho) que ya lo sabían, ¿el documental no sería redundante? Aun más, ¿no pierde justo su carácter periodístico y de actualidad un reporte de una realidad que, como digo, la propia ficción ya ha explorado? Cuando “The Good Wife” ya trataba (con matices bastante más extensos) este tema en su sexta temporada, y sumando ese caso de “Person of Interest” (estrenada en el 2011, nada menos), cabe la pregunta de si “Citizenfour” no estaba desfasado incluso antes de su estreno.

El concepto periodístico prima también por respeto a una petición del propio Edward Snowden. “I am not the story” les comenta.  Poitras en general lo respeta. Hasta el minuto 28 no se menciona su nombre, y uno de los periodistas del The Guardian lo dice tal cual: “I don’t know who you are”.

Esto no hace desaparecer al personaje; más bien remarca ese vacío. Como si su personalidad fuera un trasunto más de la frialdad de “Citizenfour”, Snowden es, sobre todo, una visión del mundo, pero apenas una persona. De lo poco que aquí se expresa, escuchamos sus motivaciones con cierta incredulidad. Es un idealista puro, y en ese sentido Laura Poitras no exalta su rol de héroe, si bien tampoco ahonda en posibles claroscuros.  Lo único claro es que Snowden procede de todos aquellos que creyeron que Internet era una panacea de libertad y comunicación, y no pudo sino reaccionar cuando se vio participando en un método de travestir eso. Igual de ingenua esa confianza suya en que la mera exposición de la conspiración cambiará algo. Puede que, como afirma esta crítica de Screen Daily, Snowden representa la nueva era electrónica, y sus valores, y sus posibles deficiencias.

 De espaldas, o de frente, Edward Snowden conserva su misterio. Una contradicción muy peculiar, teniendo en cuenta que se expone al público cuando filtra la conspiración.

Esta focalización que otorga prioridad al fondo y a no a sus actores se aplica también a la propia Laura Poitras. Sobre la opción, extendida (tenemos ejemplos en televisión, en España), de que el reportero o investigador gane protagonismo, se puede debatir largo y tendido. El hecho, significativo, es que aquí la directora y guionista se ha borrado de pantalla. Y es significativo porque al cabo “CitizenFour” es una historia que, siendo justos, le sucedió a ella. Snowden acudió a Poitras como informante a distancia, y Poitras y el periodista Glen Greenwald y un compañero del periódico británico The Guardian fueron los encargados de recibir, clasificar y explicar todos los documentos que Snowden les iba suministrando, una vez se conocieron en persona. No es que Poitras no pudiera haber contado más de “su” historia. Hay sólo unos pocos documentos que se muestran, pero bastan para que quede bien demostrado que la directora y guionista fue vigilada por las autoridades, antes incluso del documental, como figura “incómoda” que investigaba sobre las cloacas del gobierno estadounidense.

Poitras, quizá en comunión con la postura de Snowden de ser suprimido como “personaje”, posiciona el dato, el hecho, por encima de sí misma. Su presencia como personaje no la echamos de menos, puede que hasta sea de agradecer. Pero, cuando un buen porcentaje del metraje es la cámara tomando a Snowden, ese muro que es capaz de levantar sobre quién es (hasta cuando se expone su nombre en los medios lo acepta con una calma que desarma) lo que causa es más curiosidad por el informante y no por sobre qué informa. De cierta forma, es como si aquella frase del periodista británico se mantuviera intacta durante todo el documental: “I don’t know you are”.

 
¿Qué pensaría Snowden al ver que la directora al final sí que le diera más protagonismo, si no tanto en el documental, sí en la estrategia de marketing, con casi todos los posters y fotos centradas en él?


Existen otros momentos que se escapan del dato puro y distante.  En el hotel de Hong Kong donde están reunidos con Snowden comienza a sonar una alarma de incendios. Se supone. Pero es cierto que para entonces la exposición de la información ha sido tan convincente que es improbable no contagiarse, como afirma Greenwald, del “virus de la paranoia”. Las declaraciones del empresario creador de Lavabit (un sistema de mail que impide que él tenga acceso a las cuentas, de modo que se elimina de la tentación de vigilar) se van quebrando en él cuando cuenta cómo tuvo que cerrar la empresa porque el gobierno le presionaba a entregar esa información sobre sus clientes. Ahí, en los recovecos que persisten a pesar del tema, a pesar, quizá, de las intenciones de Poitras, está lo mejor de "Citizenfour".

Por otra parte, la suposición de Poitras de que este evento periodístico era merecedor de esta especie de “monumento” paralelo para la posteridad en forma de cine permite más debate.

En primer lugar, en parte, habla de la usual prepotencia de Estados Unidos en suponer cuáles son esos “hitos” que marcarán la Historia, aunque Poitras en esto también es inteligente. Es consciente de que habita en un mundo más amplio que sus propias fronteras, y la propia historia (esos azares de cómo tuvo que casi huir del país) conformaron que Alemania se implicara en la producción: la NSA también estaba espiando Europa (a la propia presidenta alemana, Angela Merkel). El film es, de hecho, una coproducción entre Alemania, Estados Unidos, y Gran Bretaña. Y Greenwald viaja a Brasil y comparte con la prensa allí detalles del espionaje extendido a este país.

De cualquier modo, el plan de Poitras le ha salido bien, en especial en su tierra, lo cual incide de nuevo en si hasta los críticos estadounidenses no se han dejado llevar un tanto por este (respetable) patriotismo. Si se consulta cualquier medio, las críticas han sido en general muy positivas. Lo interesante sería poder comprobar en toda su extensión si las críticas lo han sido en ese sentido sólo en los países implicados en la producción (y en la línea argumental).  Habría que leer las críticas en Brasil o en Alemania. De todas maneras, la mayoría de adjetivos parecen exagerados (hay quien lo define como “thriller” nada menos), en especial, porque, insisto, el film se aleja bastante de darle fuerza a aquello sin directa relación con el tema, con lo cual ni música ni montaje, ni ritmo pretende generar un suspense o siquiera un hilo narrativo muy rotundo. Puede que algo de la estética de ciertos "thrillers" esté presente al comienzo (las comunicaciones por ordenador, los mensajes leídos mientras se avanza por un túnel...) pero desaparece bien pronto.

Además, en segundo lugar, en tanto que se pretende como síntesis de todo lo sucedido, en cuanto al propio tema, lo informativo no trae nada nuevo. La idea de que dejar una prueba cinematográfica de esa investigación periodística es loable y comprensivo. Los artículos, los periódicos, más ahora que todo es on-line, tal vez dejen menos constancia para la posteridad y “Citizenfour” será así un documental a exponer en las aulas de periodismo de todo el mundo.  Es una defensa clara de cuán necesarios son los medios de comunicación que cuestionen a los estados y, a ratos, plantea por ejemplo algunos subtemas interesantes, como el dilema ético que se plantean sobre cuándo y si publicar quién es esta fuente que les pasa los documentos, o cómo la prensa británica al final, por cierta ley en este país, tuvo que echarse atrás en la publicación de qué empresas estaban colaborando con el espionaje. Más allá de ello, de esa sensación lograda de que el tema merece atención, no hay mucho más. 

Tal vez en unas décadas, volveremos a ver “Citizenfour” y puede que nos sorprendamos. Dios mío, lo sabíamos, lo sabíamos, se contaba aquí, y no hicimos nada. O no, y serán justo otras obras (de ficción) las que nos cuenten este tema de maneras más complejas y atractivas. “Citizenfour” pasará, es posible, a la historia del periodismo como documento audiovisual en defensa de la prensa y como aviso de los tentáculos de los estados. No parece que vaya a pasar a la Historia del cine documental. 

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