“Citizenfour” (Laura Poitras, 2014) sirve como síntesis de los datos
claves que desveló una investigación periodística facilitada por Edward
Snowden, sobre la vigilancia de millones de ciudadanos (en Estados Unidos y en
muchos otros países) a través de diversos sistemas que guardaban datos vía
teléfonos, móviles, y conexiones on-line. El hecho sobre el que se apoya es,
sin duda, poderoso, y, sin embargo, el documental se esfuerza tanto en dejar un
testimonio que complemente los artículos periodístico que sabe a poco. Esa
estrategia de que los hechos hablen por sí solos causa una estética y un relato
muy poco dado al énfasis, lo que beneficia al espectador que quiera sus propias
conclusiones. Pero también ocasiona un rechazo tan continuado por explorar
cualquier vericueto que se salga del plan que, con un tema en verdad bastante
conocido ya, no deja muchas agarraderas para nada más.
Como reza esa línea tan reiterada en algunos films, “sólo porque seas
un paranoico, no significa que no tengas razón”. “Citizenfour” apunta bien a una verdad sobre la que
reflexionar. Todos nosotros, los ciudadanos, ya hemos estado expuestos al
descubrimiento de esa vigilancia continua. Y lo hemos asumido. La propia
ficción popular lo ha asumido. Films o series comerciales llevan años hablando
de los extremos de las agencias de inteligencia en Estados Unidos. “Person of
Interest” comienza en parte desde ese hecho (anticipándose a esta noticia, por
cierto, lo cual habla bien de cómo la serie de Jonathan Nola es y siempre ha sido
ciencia ficción). Lo sabemos. Pero lo asumimos.
Ahora bien, esta dirección de “Citizenfour”, como todo en el
documental, está tan levemente apuntada (el estilo de Poitras es más bien esquivo)
que quizá generar reacciones en el espectador sea un objetivo un tanto
imposible. Esa frialdad con que todo se expone beneficia al respecto por el
tema y, es cierto, también es respetuoso con la inteligencia del espectador.
Pero, para los que ya habíamos leído en prensa, para muchos estadounidenses en
todo el espectro ideológico (porque a los libertarios de derecha esto tampoco
debe gustarles mucho) que ya lo sabían, ¿el documental no sería redundante? Aun
más, ¿no pierde justo su carácter periodístico y de actualidad un reporte de
una realidad que, como digo, la propia ficción ya ha explorado? Cuando “The
Good Wife” ya trataba (con matices bastante más extensos) este tema en su sexta
temporada, y sumando ese caso de “Person of Interest” (estrenada en el 2011,
nada menos), cabe la pregunta de si “Citizenfour” no estaba desfasado incluso
antes de su estreno.
El concepto periodístico prima también por respeto a una petición del
propio Edward Snowden. “I am not the story” les comenta. Poitras en general lo respeta. Hasta el minuto 28
no se menciona su nombre, y uno de los periodistas del The Guardian lo dice tal
cual: “I don’t know who you are”.
Esto no hace desaparecer al personaje; más bien remarca ese vacío. Como si su personalidad fuera un trasunto más de la frialdad de
“Citizenfour”, Snowden es, sobre todo, una visión del mundo, pero apenas una
persona. De lo poco que aquí se expresa, escuchamos sus motivaciones con cierta
incredulidad. Es un idealista puro, y en ese sentido Laura Poitras no exalta su
rol de héroe, si bien tampoco ahonda en posibles claroscuros. Lo único claro es que Snowden procede
de todos aquellos que creyeron que Internet era una panacea de libertad y
comunicación, y no pudo sino reaccionar cuando se vio participando en un método
de travestir eso. Igual de ingenua esa confianza suya en que la mera exposición
de la conspiración cambiará algo. Puede que, como afirma esta crítica de Screen Daily, Snowden representa la nueva era electrónica, y sus valores, y sus posibles deficiencias.
De espaldas, o de frente, Edward Snowden conserva su misterio. Una contradicción muy peculiar, teniendo en cuenta que se expone al público cuando filtra la conspiración.
Esta focalización que otorga prioridad al fondo y a no a sus actores se
aplica también a la propia Laura Poitras. Sobre la opción, extendida (tenemos
ejemplos en televisión, en España), de que el reportero o investigador gane
protagonismo, se puede debatir largo y tendido. El hecho, significativo, es que
aquí la directora y guionista se ha borrado de pantalla. Y es significativo
porque al cabo “CitizenFour” es una historia que, siendo justos, le sucedió a
ella. Snowden acudió a Poitras como informante a distancia, y Poitras y el
periodista Glen Greenwald y un compañero del periódico británico The Guardian
fueron los encargados de recibir, clasificar y explicar todos los documentos
que Snowden les iba suministrando, una vez se conocieron en persona. No es que
Poitras no pudiera haber contado más de “su” historia. Hay sólo unos pocos documentos
que se muestran, pero bastan para que quede bien demostrado que la directora y
guionista fue vigilada por las autoridades, antes incluso del documental, como
figura “incómoda” que investigaba sobre las cloacas del gobierno
estadounidense.
Poitras, quizá en comunión con la postura de Snowden de ser suprimido
como “personaje”, posiciona el dato, el hecho, por encima de sí
misma. Su presencia como personaje no la echamos de menos,
puede que hasta sea de agradecer. Pero, cuando un buen porcentaje del metraje es la cámara tomando a Snowden, ese muro que es capaz de levantar sobre quién es (hasta cuando se expone
su nombre en los medios lo acepta con una calma que desarma) lo que causa es más
curiosidad por el informante y no por sobre qué informa. De cierta forma, es
como si aquella frase del periodista británico se mantuviera intacta durante
todo el documental: “I don’t know you are”.
¿Qué pensaría Snowden al ver que la directora al final sí que le diera más protagonismo, si no tanto en el documental, sí en la estrategia de marketing, con casi todos los posters y fotos centradas en él?
Existen otros momentos que se escapan del dato puro y distante. En el hotel de Hong Kong donde están reunidos con Snowden
comienza a sonar una alarma de incendios. Se supone. Pero es cierto que para
entonces la exposición de la información ha sido tan convincente que es
improbable no contagiarse, como afirma Greenwald, del “virus de la paranoia”. Las
declaraciones del empresario creador de Lavabit (un sistema de mail que impide
que él tenga acceso a las cuentas, de modo que se elimina de la tentación de
vigilar) se van quebrando en él cuando cuenta cómo tuvo que cerrar la empresa
porque el gobierno le presionaba a entregar esa información sobre sus clientes. Ahí, en los recovecos que persisten a pesar del tema, a pesar, quizá, de las intenciones de Poitras, está lo mejor de "Citizenfour".
Por otra parte, la suposición de Poitras de que este evento
periodístico era merecedor de esta especie de “monumento” paralelo para la
posteridad en forma de cine permite más debate.
En primer lugar, en parte, habla de la usual prepotencia de Estados
Unidos en suponer cuáles son esos “hitos” que marcarán la Historia, aunque
Poitras en esto también es inteligente. Es consciente de que habita en un mundo
más amplio que sus propias fronteras, y la propia historia (esos azares de cómo
tuvo que casi huir del país) conformaron que Alemania se implicara en la
producción: la NSA también estaba espiando Europa (a la propia presidenta
alemana, Angela Merkel). El film es, de hecho, una coproducción entre Alemania, Estados Unidos, y Gran Bretaña. Y Greenwald viaja a Brasil y comparte con la prensa
allí detalles del espionaje extendido a este país.
De cualquier modo, el plan de Poitras le ha salido bien, en especial en
su tierra, lo cual incide de nuevo en si hasta los críticos estadounidenses no
se han dejado llevar un tanto por este (respetable) patriotismo. Si se consulta
cualquier medio, las críticas han sido en general muy positivas. Lo interesante sería poder comprobar en toda su extensión si las críticas lo han sido en ese sentido sólo en los países implicados en la producción (y en la línea argumental). Habría que leer las críticas en Brasil
o en Alemania. De todas maneras, la mayoría de adjetivos parecen
exagerados (hay quien lo define como “thriller” nada menos), en especial,
porque, insisto, el film se aleja bastante de darle fuerza a aquello sin directa relación con el tema, con lo cual ni música ni montaje, ni
ritmo pretende generar un suspense o siquiera un hilo narrativo muy rotundo. Puede que algo de la estética de ciertos "thrillers" esté presente al comienzo (las comunicaciones por ordenador, los mensajes leídos mientras se avanza por un túnel...) pero desaparece bien pronto.
Además, en segundo lugar, en tanto que se pretende como síntesis de
todo lo sucedido, en cuanto al propio tema, lo informativo no trae nada nuevo.
La idea de que dejar una prueba cinematográfica de esa investigación periodística es
loable y comprensivo. Los artículos, los periódicos, más ahora que todo es
on-line, tal vez dejen menos constancia para la posteridad y “Citizenfour” será
así un documental a exponer en las aulas de periodismo de todo el mundo. Es una defensa clara de cuán necesarios
son los medios de comunicación que cuestionen a los estados y, a ratos, plantea
por ejemplo algunos subtemas interesantes, como el dilema ético que se plantean
sobre cuándo y si publicar quién es esta fuente que les pasa los documentos, o
cómo la prensa británica al final, por cierta ley en este país, tuvo que
echarse atrás en la publicación de qué empresas estaban colaborando con el
espionaje. Más allá de ello, de esa sensación lograda de que el tema merece atención, no hay mucho más.
Tal vez en unas décadas, volveremos
a ver “Citizenfour” y puede que nos sorprendamos. Dios mío, lo sabíamos, lo sabíamos,
se contaba aquí, y no hicimos nada. O no, y serán justo otras obras (de ficción)
las que nos cuenten este tema de maneras más complejas y atractivas. “Citizenfour”
pasará, es posible, a la historia del periodismo como documento audiovisual en
defensa de la prensa y como aviso de los tentáculos de los estados. No parece que vaya a pasar a la Historia del
cine documental.
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