“Siempre se dice que el trabajo y el ocio no
deben mezclarse. Este concepto está pasado de moda. Hoy en día están en
convergencia”. Es parte del discurso de un adulto que alecciona a los recién
fichados para un e-sport. Estamos en Corea del Sur, y “State of Play” (Steven
Dhoedt, 2013) nos introduce en los campeonatos de este modo de deportes jugados
por ordenador y on-line, en este caso, centrado en el vídeo juego StarCraft. El documental sigue a tres chicos con relaciones distintas en con este deporte a lo largo de un periodo de dos años. La
decepción procede de que, como empiezo a creer que es común en los documentales,
las sinopsis prometen lo que no cumplen. El detalle de este universo se expone con excesiva superficialidad, también porque los personajes seleccionados
roban tiempo sin ofertar, a cambio, una serie de conflictos novedosos o sugestivos. Además, se percibe un ir y venir entre escenas que
narran o expresan lo dramático y escenas que “informan”, con estas últimas
ocasionando que el documental resulte bastante malogrado.
Es bastante posible que en el mercado de
documentales internacional un 60% de las opciones de que cadenas y agentes de
ventas anticipen dinero para un proyecto se encuentre en la selección del tema.
“State of Play” cumple bien este supuesto y nos da eso que mueve a muchos
espectadores de documental: el acceso a un universo desconocido.
Quizá esto sea lo mejor del documental. La
cámara y el guión incorporan aquí y allá, y sin demasiado énfasis, aspectos de
este mundo que abren preguntas sin querer cerrarlas en exceso, si bien luego veremos que eso se queda sólo en eso, lo cual no colabora a asentar ningún tema concreto. Tenemos la
frialdad con que se compite, con dos jugadores en dos cabinas, y la frialdad
con la que se gana, con Lee Jae Dong, el jugador profesional, quitándose los
cascos y dejando la cabina hasta con cierta brusquedad. Tenemos los anuncios
televisivos que dan fe de que el negocio está en alza, con la peculiar
contradicción de mostrar a sus estrellas en actitudes similares a los
deportistas “reales”; en plena acción y hasta sudando, aunque ellos sólo toquen
botones en la consola. Tenemos a comentaristas igual de apasionados que
cualquiera que retransmita un partido de fútbol. Y tenemos, claro, las fans,
mayoritariamente femeninas.
Sin embargo, Steven Dhoedt confronta una
dificultad que no resuelve del todo bien. Como cualquier guión de ficción, el
Primer Acto ha de ser capaz de dar todas las pautas del universo en que se
mueve la historia. Aquí, el director lo ha supuesto tan complejo, que ha querido acelerar en esa entrada, que además requiere espacio para la presentación de personajes.
Es tal esa prisa que, en el caso de dichos personajes, se opta porque sus
situaciones se desglosen oralmente. Se “dicen” y no se “cuentan”. No lo hace
una “voice over” externa, sino en primera persona, aunque esto tampoco parece
una solución mucho mejor. Los “totales” se van superponiendo muy pegados a la
presentación de cada uno, y se acumulan los datos. Produce la sensación de que
las acciones o situaciones en los que el director tomara a los personajes no le
parecieron lo suficientemente claras. O, aún peor, que desconfía del espectador.
Es como si en un guión de ficción, los personajes dijeran en voz alta todo lo
relativo a su “backstory” y su situación actual. Así, al cabo, dar paso a las
voces de los personajes, ocasiona como mucho un nivel menos de distancia (en
una imaginable escala) que si fuera una “voice over” de un narrador externo.
Los “totales” nunca suenan “en on”, siempre en “over; nunca se relaciona la
persona (su cuerpo) con su voz en un plano. Nunca vemos qué se expresa en el
rostro de cada uno mientras “lista” cada uno de esos datos, bien de su
“backstory”, bien de su situación actual.
Al tiempo, es como si se creyera que esos dos
elementos, “backstory” y situación actual de partida, de forma automática
generaran una verdadera expresión del personaje. O, visto de otro modo, es como
si se hubiera exportado, casi “copiado y pegado”, a esos “totales” el texto que
se suele escribir sobre cada uno de los personajes en los dossieres de un
proyecto documental, en el apartado de “perfiles”. La estrategia se extiende hasta
en los rótulos que introducen a los personajes, rozando casi el metalenguaje,
haciendo demasiado visible la estrategia de guión que se sigue en la
construcción de un documental. Por si el espectador se fuera a perder, o quien
sabe si anticipando que los rostros coreanos no serían distinguibles para una
audiencia europea, el director opta por los rótulos, para nombrarlos… y para
exponer el perfil.
De cualquier manera, la descripción de un
“backstory” o de una situación personal no es efectiva o funcional ni en lo narrativo ni en lo dramático. Todo esto supone un peso para todo el documental, que
apuesta por que la información ocasione esos efectos dramáticos o narrativos por sí
sola.
Lo más extraño es que el director luego navega
al otro extremo, tras esos momentos “informativos”. Es en esos momentos (de
silencio de los “totales” en “voice over”) cuando “State of Play” deja al
espectador que busque sus propias conclusiones. Cuando más lo permite, más
efectivo es. Es el caso del campeonato que juega Lee Jae Dong tras la crisis
que supone la disolución de su anterior equipo. En el que sería el Primer Punto
de Giro, un escándalo con jugadores que pactaban las partidas, hace que el que
fuera estrella quede descolgado de una “profesión” que le daba miles de euros.
Pero, tras ese momento "bajo", se le ofrece la oportunidad de sumarse a otro
equipo. En el momento en que se presenta de nuevo ante las audiencias, sin ni
una sola palabra en “voice over”, podemos comprender la tensión, la
expectativa… y el conflicto que supone que pierdan.
Es justo lo contrario de lo que sucede cuando
se retorna a esos “totales” que
expliquen. Lee Jae Dong cuenta que tiene que regresar a casa de sus padre
cuando ya estamos viendo que regresa a casa a sus padres. Uno intuye que el
rodaje no pudo ser continuado, y que, tal vez, entre viaje y viaje, sucedió el
descubrimiento del escándalo, y que el director y su equipo puede que no
tuviera el tiempo o la ocasión de rodar material del joven siendo informado de
que el equipo finalizaba y que tenía que dejar la residencia. Nunca lo
sabremos. En cualquier caso, de ser el caso, otros momentos no tendrían esa
justificación por problemas de producción. Tras esa escena en el campeonato que
el nuevo equipo pierde, allá que vuelve otro “total” del jugador profesional
para reafirmar lo que ya hemos visto: el efecto en ellos de ese fracaso.
No sólo estamos viendo ya ese viaje, sino que, en la escena siguiente, vemos justo lo que ya de decía. Esto es reiterativo. E implica muy poca confianza en la capacidad de comprensión del espectador.
Otra cuestión que ya me pareció
relevante viendo “Web Junkie”, es si el seguimiento de personajes alcanza de
veras a un retrato complejo de una realidad. No pongo en duda, en absoluto, que
es mejor método elegir personas para guiarnos por un tema. Lo que me pregunto
es si, como en aquel documental, como en el caso de “State of Play”, los perfiles
se deciden sobre el papel por prometedores en tanto tales (“el profesional”,
“el aspirante”, etc; a priori yo mismo los hubiera “comprado”) pero después no
facilitan esa exploración que se aseguraba. ¿Es tal vez el riesgo de apostar por unos personajes específicos al comenzar la producción en los documentales?
No se trataría tanto de que esperemos que los
personajes implicados en una situación concreta sean capaz de la reflexión, ni
de que ésta tenga que añadirse acudiendo, por ejemplo, al recurso habitual del
“experto”. Es más el hecho de que si los personajes elegidos no se van a mover
por diferentes corredores de esa realidad compleja, al final todo se queda en
una exposición leve y algo anodina. Con algún detalle atractivo, como ya
mencionaba, sin duda, aunque sin verdaderos conflictos (sólo el jugador profesional
vive de veras una crisis).
Una escena quizás sea significativa en este
sentido. Aquel discurso del que animaba a los recién fichados, lleno de
potenciales vericuetos por los que se podría haber explorado, lo que genera en
uno de los protagonistas que asisten a él es… sueño. Esto es normal. Los que viven dentro de
un universo es complicado que tengan distancia para ser consciente de cómo funciona. Lo que sucede es que Steven Dhoedt juega dos cartas en los momentos erróneos.
Por un lado, parecería que se contagia de ese "aburrimiento" o esa indiferencia que el mundo retratado producen en sus personajes, de forma que a él tampoco le atrae al menos mover a la reflexión sobre el matiz de ese universo. Pero al tiempo, en el clímax del documental, resulta que hace que el jugador profesional exponga una serie de reflexiones (sobre ganar y perder) que, además de ser casi tópicas (del género del documental de deportes), resultan chocantes: ¿de pronto este personaje que no ha tenido un instante de reflexión sobre ese contexto sí tiene capacidad de estipular, no ya reflexiones, sino "mensajes"? ¿Al final este tema, tan diferente, tan ajeno, acaba cayendo en el tema ya visto en el documental de deportes?
Puede que la estrategia es que el documental, éste y muchos otros, se asuman como una especie de punto de partida para que luego, en los “Q&A”, o en estrategias complementarias (se me ocurre, el transmedia), el autor amplíe sobre el tema. Ello es, sin duda, respetable, pero sin que podamos disfrutar de esas posibles intervenciones del director en algún festival o foro, entonces el documental se convierte en una pieza incompleta.
Por un lado, parecería que se contagia de ese "aburrimiento" o esa indiferencia que el mundo retratado producen en sus personajes, de forma que a él tampoco le atrae al menos mover a la reflexión sobre el matiz de ese universo. Pero al tiempo, en el clímax del documental, resulta que hace que el jugador profesional exponga una serie de reflexiones (sobre ganar y perder) que, además de ser casi tópicas (del género del documental de deportes), resultan chocantes: ¿de pronto este personaje que no ha tenido un instante de reflexión sobre ese contexto sí tiene capacidad de estipular, no ya reflexiones, sino "mensajes"? ¿Al final este tema, tan diferente, tan ajeno, acaba cayendo en el tema ya visto en el documental de deportes?
Puede que la estrategia es que el documental, éste y muchos otros, se asuman como una especie de punto de partida para que luego, en los “Q&A”, o en estrategias complementarias (se me ocurre, el transmedia), el autor amplíe sobre el tema. Ello es, sin duda, respetable, pero sin que podamos disfrutar de esas posibles intervenciones del director en algún festival o foro, entonces el documental se convierte en una pieza incompleta.
La ironía final de “State of Play” es que el
montaje apenas permite tiempo a justo aquello que, mediante la voz y los “totales”,
nos sobrecargaba por otro lado: información. O, siendo más concretos, de lo que
carece es de la medida correcta: de cómo y cuándo dar información, y cuándo
dejar que el espectador la comprenda por sus propios medios. Y de cuándo seguir al personaje y cuándo usarlo de veras como guía del tema que se prometía explorar.
"State of Play" tiene como agente de ventas internacional a Cat & Docs. En España puede verse en la plataforma de VOD Filmin.
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