Boneshaker,
de Cherie Priest pertenecería al género de ciencia ficción, subgénero
steampunk. Para mí, es el primer acercamiento a esta rama de la ciencia ficción en literatura (vi en su momento Steamboy, bastante decepcionante obra del autor de Akira) y sus críticas entusiastas y su
nominación a los Nebula y los Hugo me parecían cierta garantía. He aprendido
una lección: la mayoría de blogueros anglosajones que escriben sobre ciencia
ficción y fantasía tienden a la reseña entusiasta y acrítica (no en vano,
habida cuenta de que las editoriales premian su labor enviándole libros). Y los
Hugo y los Nebula son dos premios muy cuestionados, cuyas nominaciones, e
incluso ganadores, no significan calidad.
Boneshaker
es una novelita esquemática, más simplista que sencilla, y que hace pocos
favores al subgénero, al género y a la literatura entendida hasta en sus
extremos menos exigentes. Una crítica con la que coincido mucho y que he encontrado
en la Red es ésta.
El
punto de partida, sin embargo, es muy interesante.
Como es común al steampunk,
partimos de una línea temporal divergente de la real. Estamos en 1870, y
Estados Unidos aún no es Estados Unidos, debido a que la guerra de Secesión se
ha alargado mucho más de lo que cuentan nuestros libros de Historia. También la
ciudad de Seattle de la época que ha elegido Cherie Priest es una
interpretación bastante libre, como ella misma nos explica en la nota al final
del libro. La fiebre del oro hacia terrenos del norte se adelanta unos cuantos
años, y las autoridades rusas buscan métodos que saquen este mineral del hielo.
Leviticus Blue, un inventor, construye la Boneshaker, una máquina que cumpliría
ese propósito. En cambio, lo que produce es una catástrofe. Por razones
desconocidas, se pone en marcha y se introduce bajo el suelo de la ciudad,
causando que varios edificios se derrumben y que se libere un extraño gas que
es tóxico. La parte de la ciudad intoxicada debe ser vallada, con un muro.
Leviticus Blue se ve como culpable de todo, y se convierte en un nombre
maldito. Su mujer, Briar, vive con ello, años después, en la parte de Seattle
fuera del muro, y asumiendo en silencio todas las preguntas que hace Zeke, su
hijo, sobre qué pasó verdaderamente con su padre.
Zeke,
harto de no obtener respuestas, decide que cruzará el muro, y visitará la que
fue antigua casa de su madre y su padre, para investigar. Pero dentro del muro,
aún subsiste ese gas, al que todos llaman La Plaga, además de habitantes que,
tras intoxicarse, se han convertido en “los podridos”: un tipo no muy
disimulado de zombies.
No
es nada extraño que ya se hable de una posible adaptación a la gran pantalla.
No ya porque el tema de los zombies (en cualquier variante) tiene su rasgo de
“moda”, sino porque la forma predominante de la novela ya anticipa un lenguaje
muy de guión de cine. Los cliffhangers no son ya, claro, recursos exclusivos de
la ficción audiovisual como no lo son una historia que se fragmenta en dos
tramas, y que en cine facilitará mucho la estructura común de esa especie de
progresión que es el montaje alterno. Aquí, predomina el esquema de un capítulo
con Zeke de protagonista, y otro, con Briar haciendo esa función. Por si nos
perdemos, cada capítulo tiene un pequeño dibujo que identifica sobre qué
tratará cada uno; unas gafas en el caso de ella; una linterna, en el caso de
él.
Lo que sí es un transplante más molesto de esta estética del guión es, por
un lado, el texto se limite casi todo el tiempo a la descripción de acciones, y
por otro, a que en Boneshaker casi todo se exponga mediante el diálogo.
Respeto
a lo primero, a que este recuento de acciones se acerque mucho a cómo se
describen éstas en un guión, hace pensar que tal vez, aunque no se publicite
como tal, Boneshaker sea literatura YA; es decir, literatura para jóvenes. Tal
vez así se justificarían la acción casi constante, y esa preocupación por ser
un buen “pageturner”; es decir, que no sea aburrido. Por mi experiencia leyendo y reseñando libros para
niños y adolescentes en el programa La Banda, diría que Cherie Priest y/o su
editorial tiene un concepto bastante bajo de lo que un chaval o chavala
requiere para que “comprenda” lo que lea. Si, además, la situación no fuera
ésa, sino que Boneshaker se pretenda para lectores adultos, entonces estaríamos
ante un problema aún mayor.
Porque,
y esto es la mayor contradicción, esa aparente sencillez no significa una mayor
claridad de la información expuesta.
Puede
que nunca estuviera entre las prioridades de la autora que conociéramos más y
mejor el contexto donde incluye su historia. En otras palabras, sería injusto,
al menos, en parte, demandarle que ahonde de veras en su premisa, y nos cuente
en qué y por qué es diferente este Seattle de finales del XIX, cómo afecta una
guerra amplificada por el uso de armas. O bien Priest supone que la nota que
abre el libro (sobre el poder de la maquinaria y los inventos para la guerra)
es suficiente, o bien espera que el lector medio (americano o de otra
nacionalidad) conozca de sobra los pormenores de aquella Guerra de Secesión. Lo
más que se cuela, aquí y allá, es que las batallas son cruentas, y que suceden
en el oeste, sin que tampoco conozcamos cómo no ha llegado a Seattle o qué
papel juega esta plaza en el conflicto.
Sin
embargo, más consecuente sería pedirle cuentas por que no se clarifiquen
detalles de la trama que sí se utilizan. Y no lo hacen, porque los momento
dedicados a la acción son escuetos (fáciles de “leer”) pero más simples que
sencillos: lo simple aclara; lo simplista, más bien complica.
Lo
más difícil en ciencia ficción (probablemente en cualquier tipo de libro) es
que se logre transmitir sensación de lugar. Que el lector comprenda
perfectamente dónde transcurren las escenas, y cómo son esos espacios. Aquí, en
cambio, se da un laberinto de “arribas” y “abajos” (la superficie y los túneles
que los habitantes han construido debajo) que no se especifican lo suficiente.
En la página 103 y 104, tenemos que Briar y Jeremiah se encuentran con los
chinos que también habitan la ciudad cercada, fuera. Pero si están fuera, ¿cómo
es que, en la escena anterior, Rudy y Zeke los han hallado “dentro/abajo”, en
los túneles?
Otras
veces, nuestra imaginación completa el trabajo (es más fácil representarse la
habitación de un hotel) pero cazando a la autora en un error. En la página 110,
tras el ataque de los podridos, Briar comprueba la herida en su pierna, y
concluye que no tiene con qué vendarla. ¿No hay cortinas en la habitación?, se
pregunta uno. Pues, de hecho, sí.
Una página posterior confirma que sí hay “cortinas delgadas”.
Otros
problemas de simplicar la trama o su forma de exponerla son los fallos de
coherencia. Podemos aceptar (y no sé si es mucho pedir) que el misterioso gas
haya surgido de las profundidades de la ciudad y que no se le dé explicación
(ni siquiera científica: supongo que esto molestará a los fans más acérrimos de
la hard science fiction); que sea un elemento fantástico, si bien un poco
“casual” para hacer de detonante de toda la historia. Pero entonces,
encontramos esto:
“Si
queremos expandirnos, si necesitamos más lugares seguros, o crear nuevas rutas,
tenemos que excavar” (pág. 154)
¿La
Plaga se liberó cuando la Boneshaker se puso en marcha y realizó aquellos
destrozos pero no ha vuelto a salir? Si excavan, ¿no se arriesgan a liberar más
gas; más “Plaga”? En verdad, si se afirma que llevan tiempo haciéndolo, ¿cómo
es que no han topado con más?
Igualmente
inexplicado es el hecho de que ciertas sustancias, situadas en puertas o
similares, detengan el gas, y permitan compartimentos estancos en habitaciones,
dentro de la ciudad amurallada.
Eso
sí, si nada de esto parece interesarle a la autora (suponiendo que tampoco le
importarán al lector) en lo que sí se detiene son en los detalles superficiales
que contentarán a los seguidores del steampunk más acérrimos. Los personajes
manejan inventos improbables en esta época; armas, sobre todo, y hay un
personaje, Lucy, que hasta tiene un brazo mecánico. Y hay que reconocer que la
escena de la escaramuza entre los dos dirigibles es atractiva y hasta divertida
(aunque al precio, veremos que no inusual, de que Zeke sea más bien un
espectador torpe). Supongo que en instantes como éste es donde se han podido
fijar los productores de Hollywood. En cuanto al otro aspecto que habrá llamado
la atención, los zombies, qué se puede decir. Que mezclar subgéneros por
mezclar tal vez te gane algún apoyo visceral (como el que aparece en esta
portada española, de Scott Westerfeld, otro autor de steampunk) pero no
convierte el conjunto en algo “más original” en realidad.
Podríamos
también indicar que abundan más las pruebas de un lenguaje más cercanos al
tópico: “Tan oscuro como la noche” (pág 59) o “Toda la estructura cayó enseguida,
como una montaña de naipes” (pág. 56). Pero lo que más distrae es este afán por
hacerse “comprensible” hasta la extenuación (aunque ya digo que es inoperante
en otros sentidos), con una reiteración constante.
En
una misma página, la 54, hallamos, con apenas unos párrafos de distancia, estos
dos ejemplos:
“…volverá
en menos de diez horas. […] La máscara no lo protegerá durante más tiempo, y si
no logra encontrar un lugar seguro ahí dentro, sabe que tiene que darse media
vuelta y salir de nuevo. Sólo tiene que esperar un poquito más”
“La
máscara le daría diez horas, y si cuando se agotaran no había encontrado
refugio, se daría la vuelta y se marcharía.
Pero
hay más.
“Llegó
un compartimento sorprendentemente espacioso, aunque quizá solo daba esa impresión
porque estaba casi vacío. [tres frases después]. Sin embargo, el centro de la
estancia estaba totalmente vacío.” (pág. 77)
Se
llegará a repetir hasta dos veces que un personaje no llegue a pronunciar una
palabra sino que “la forme con los labios”.
"...aún no había encontrado ni rastro de Zeke, que, por lo que sabía, quizá estuviera muerto ya [en la misma pagina, la 200, dos párrafos después] y que ayudaran a su hijo... que por lo que sabía, quizá estuviera muerto ya." Dos páginas después, de nuevo Briar afirma que "Lleva aquí dentro... ¿cuánto tiempo? Un par de días ya, supongo, y está solo, y quizá, quizá esté muerto."
Como indica este último ejemplo, la reiteración también se dará en los diálogos. En la página 133, Briar repite
palabra por palabra lo que ha dicho, unas páginas atrás, su hijo: “No puede ser
mucho peor que estar aquí”. Luego, más de un personaje le pregunta lo de la
posibilidad de que Minnericht sea su marido.
Hablando de diálogos, retomando aquello que mencionábamos de que era el otro factor preponderante en Boneshaker, como forma principal de que se nos comunique la
información, en sí, no tendría por qué ser una mala opción, siempre que
se evaluaran sus consecuencias. En primer lugar, los diálogos alargan. En el
caso de la novela de Cherie Priest uno tiene todo el tiempo la sospecha de que
ello es una decisión consciente. Que, gracias a los diálogos, el libro oferta
más páginas de lo que la historia, tal como está desarrollada, necesitaría en
verdad (a no ser, claro, que se hubiera tomado esa otra posible vereda de
detenerse más en la atmósfera y los detalles del contexto).
Si
no fuera el caso, de todos modos el problema es que abusar de los diálogos no
es tan problemático si se utilizan bien. No sucede aquí. En primer lugar, por
exceso de “naturalismo” las conversaciones incluyen réplicas y contrarréplicas
que sólo enfatizan la información de forma reiterativa. En ese sentido, la
autora no ha podido o sabido o querido aprender las normas básicas de la escritura
de diálogos.
En
segundo lugar, que todo se verbalice no significa, al tiempo, que esto ayude a
caracterizar a los personajes, o que nos sean atractivos. Cuando sabemos que
el capitán Cly le debe un favor a Briar (al padre de ésta), suponemos que durante
el viaje en el dirigible esto dos personajes compartirán algún tipo de
comportamiento resultante de esa información revelada. Pero no. Cly conduce la
nave y punto. Ella no pregunta, ni siente o responde a lo sabido de manera
alguna. Hablan de cómo funciona la nave (en vez que de que lo veamos), y hablan
de lo que harán, por cierto, algo común en todo Boneshaker: es un libro donde
todo el tiempo se nos informa del próximo paso, de la próxima acción, de la
próxima aventura. Para crear suspense, y para posibilitar giros cuando dichos
planes salgan mal. Nada que oponer a que se cuide algo tan sustancial como la
atención del lector. Pero cuando todo se reduce a eso, al cabo puede que nos
importe un pimiento que sucederá a continuación, si nada de ello produce
cambios en los personajes.
En
cuanto a relación entre diálogos y personajes, también está un tercer elemento
bastante poco favorecedor: hay más de una frase y un cierto tono general donde
entran tópicos y clichés, justamente del cine de Hollywood. Varios ejemplos
son:
“Si
quieres vivir lo bastante para hacerlo, vas a tener que seguir mis órdenes.
(pág. 73)” (Variación de esa frase clíché, de "Si quieres vivir, haz lo que te diga")
“Si
quieres saber mi opinión, estamos en el infierno (pág. 76)
“Cómo
os gustan los juguetes a los hombres” (pág. 153)
"Las mujeres tenemos que ayudarnos entre nosotras, ¿no?" (pág. 183)
Esto
deviene en que los personajes que las enuncian se vuelven más estereotipos que
verdaderos caracteres; sobre todo porque no se le contraponen matices, actitudes, o acciones que equilibren dicho rol. Rudy, por ejemplo, no es más que un tipo duro, plano en
todas sus escenas, y cuya motivación (y posible conflicto) no se narra hasta
cuando ya no tiene posible desarrollo. Ya hemos hablado del capitán Cly,
definido tan sólo como ser que le debe un favor a Briar; es decir, por su
función en la trama (es la razón por la que lleva a Briar a la ciudad). La
caracterización de los personajes principales también camina hacia ese retrato
con huesos más o menos fuertes, pero sin matices que le den mucha carne.
Briar
es, es cierto, una mujer fuerte y decidida. Cherie Priest aquí parece que
también emparenta con los conocimientos que se le suponen a un guionista: un
buen protagonista tiene un objetivo claro.
Sin embargo, como objetivo
único que no se matiza ni evoluciona en toda la trama, se antoja un tanto
exiguo. Que desee rescatar a su hijo de esta ciudad fantasmal llena de peligros
es lógico, es comprensible. Pero que todo el tiempo, el texto y los diálogos
con los otros personajes, lo diga acaba siendo pesado y repetitivo. Véase la
escena en el “bar” Maynard, donde repite que quiere encontrar a su hijo una vez
más, tras hacerlo con Jeremiah cuando éste topa con ella… hace apenas unos
minutos. A ratos, esto degrada al personaje, y recuerda más, por momentos, a
ese histerismo de la protagonista de la serie de televisión Missing o la Danaerys de la segunda temporada de Juego de tronos, como comentaba con gracia Alberto Nahum en esta crítica,
con aquello de “quiero mis dragones, quiero mis dragones” a ser sustituido por
“quiero a mi hijo, quiero a mi hijo”.
Además,
me extrañaría que esta protagonista contente a quienes crean que porque sea una
mujer la que ejerza este rol, estemos ante una historia que cuide el tema del
género. Por muy resolutiva que sea Briar, será en su momento rescatada por
Jeremiah, y luego, nada menos que por su propio hijo.
Un
hijo que también deja mucho que desear como personaje principal. Al contrario
que la repetida cantinela de la madre sobre qué busca, a Zeke, por el
contrario, se le llega a olvidar su objetivo. Pretendía salvar su apellido y la
mala fama de su padre, pero, una vez entra en la ciudad, se olvida hasta el
punto de que acepta que se lo lleven en el dirigible Clementine. Tras todo lo sufrido,
uno esperaría que este chico que suponíamos tozudo hubiera luchado un poco más.
En
la página 139, Briar afirma que Zeke se maneja "demasiado para su propio bien".
No
es lo que hemos visto con las acciones del hijo: más bien es un niño algo
ingenuo y bastante dependiente de las acciones de los demás. La trama (y por
tanto no es casual; es responsabilidad de la autora) lo trae y lleva de un
personaje a otro por una serie de azares y circunstancias que él en ningún
momento controla y ante las que apenas reacciona. O, maticemos: a las que
apenas reacciona con inteligencia. Se fía de todos, y no se enfrenta a nadie. Entiendo que no es intencionado, pero esa especie de broma (un poco
demasiado) recurrente de sus ganas de vomitar ante cada giro/problema por el
miedo, si bien lo hace un niño creíble (por poco heroico), también lo convierte
en alguien por momentos ridículo.
Otro
ejemplo. En la página 159, cuando Angeline le presenta la posibilidad a Zeke de
que él mismo se responda a por qué no hay mujeres jóvenes en esta sección de la
ciudad, se prueba que ingenioso, lo que es ingenioso, no es. Pudiera ser que el
diálogo se dé así para que la información se dosifique de forma que no haya
grandes párrafos; una especie de truco (todos los que escribimos guiones lo
conocemos bien) de “picar” los diálogos. Sin embargo, aunque válido, pareciera
que la autora no vislumbra que, en este caso, el “truco” implica consecuencias
para la caracterización: Zeke, notamos, no es un chico de muchas luces.
Es
otra consecuencia de confiarse en exceso al diálogo. Como todo lo tiene que
explicar un personaje, Zeke (y en parte, Briar) son pasivos escuchadores de
todos los datos. No averiguan nada por sí mismos, mediante sus acciones.
Aparte,
tenemos otra caracterización defectuosa en el caso del doctor Minnericht. “Es
un monstruo pero también es un puto genio”, se dice en la página 154. Así es,
durante al menos el 80 % del libro el que sería el malvado de la función. La
cuestión es si esta decisión de que lo sea en función de lo que todos los
habitantes de este escenario hablan de él no es más problemática que otra cosa.
Lo habrán dicho ya muchos gurús del guión, y se puede pensar en muchas películas que lo
demuestren: si presentamos un personaje con tanta expectativa sobre cómo es,
luego hay muchas posibilidades de que se nos decepcione. Un ejemplo que siempre
me pareció oportuno: el personaje de Lola en Todo sobre mi madre (Pedro
Almodóvar, 1999), esencial en la historia, pero que surge tan tarde, que casi
estorba más que aporta.
A
Minnericht lo conocemos igualmente tarde en Boneshaker. En principio, sí
responde a esa imagen que Briar (y nosotros) hemos podido hacernos de él. Pero
en apenas dos capítulos y medio, todo cambia. (A partir de aquí, advierto de
spoilers) Puede que se deba a esta aparición tardía, o puede que a que no hay
distancia/tiempo suficiente para con el giro que surge en el tercer acto, ya
casi cerca del final. De una u otra forma, ese paso apresurado de un extremo (de "genio del mal" a "don nadie advenedizo") lo destruye todo.
Que
Minnericht no era quien decía ser lo sabíamos de antes, pero el giro lo
representa la revelación de una información fundamental: no es aquel genio del
que todos hablaban. Bien. No está mal hilado, tiene su grado de sorpresa, pero
¿un advenedizo, un don nadie? Aceptemos que toda sorpresa y giro a una
expectativa creada tiene su peligro de decepción, pero, aun así, estamos ante
una cuestión de verosimilitud. Si no tiene ningún grado de conocimiento, como
parece que la trama nos descubre,¿entonces cómo maneja y construye y conoce tan
bien la técnica (no diremos tecnología, para ser fieles a esa atmósfera de
steampunk) para crear y controlar los inventos? ¿Es tan fácil ser ingeniero
como para que alguien salido de ninguna parte ejerza como tal?
Para colmo, la escena pivota sobre otro de esos clichés tan propios del cine estadounidense menos trabajado: el "malo" al que el protagonista hace perder tiempo hablando y hablando para que se despite y acabe siendo vencido.
Finalmente,
tengo mis dudas respecto a la traducción, lo que tampoco sería novedad en el
caso de los libros publicados por la editorial Factoría de Ideas. Quien conozca
y haya leído la versión original podría indicarnos si el lenguaje a veces usado
en los diálogos son propios de la autora o de esta traducción. Porque no parece
creíbles algunas frases y expresiones, para personajes del siglo XIX.
“Solo son papeles. No valen nada. Pero
si me dejes, te enseñaré algo chulo” (pág. 49)
"Lo arrastramos hast aquí, y ahora es un horno que te cagas, ¿no? (pág. 179)
Lo
que sí sería plantea preguntas sobre la traducción (o una mala edición y corrección de las pruebas finales) son la aparición de lo que yo diría que son laismos y
loismos. Vengan y se manifiesten filólogos más expertos, pero pongo algunos ejemplos que lo confirmarían.
“Si
volvía a casa, la consumiría la preocupación” (pág. 55)
“era
un agujero cavado en un lugar sólido, y la ponía nerviosa” (pág. 152)
“y
contuvo la necesidad de expulsar aquello que lo estaba haciendo enfermar” (pág.
101)
“Cogió
el brazo de Briar, con tanta violencia y tan rápidamente que Briar estuvo a
punto de dispararlo por accidente” (pág. 151)
"Vas a pagarla para que se marche" (pág. 256)
En
conclusión: Boneshaker de Cheri Priest confunde lectura “facil” con historia y personajes esquemáticos, además de que
resulta justo lo contrario, en cuanto uno no hace sino tropezarse, una y otra vez,
con informaciones en las que se insiste hasta el infinito, mientras que otras,
que serían útiles, se descartan como superfluas.