Llego tarde a los análisis que en nuestra blogosfera (y al otro lado del charco) se hicieron en torno a la serie de AMC The Killing y su primera y denostada primera temporada. A ellos llego mediante el blog de Diamantes en serie. En sus artículos se halla una postura en cuanto a ese vuelco excesivo de la crítica norteamericana hacia el apedreamiento directo con la que estoy bastante de acuerdo.
Lo interesante, según yo lo veo, es que Veena Sud tal vez ha tratado de darle un giro al género policíaco, en concreto al tan manido procedural/procedimental, y tal vez se haya quedado por el camino. Puede que, como menciona este artículo de la revista Vulture, Sud no se asumió lo serio y exigente de la propia apuesta (no estaba segura de quién sería el asesino una vez tenía ya orientados varios capítulos; es decir fue, en cierto modo, improvisando), o puede que el departamento de marketing de AMC se hallara en pisos y/o despachos muy distantes, y que aquel “Who killed Rosie Larsen” fue un modo muy equivocado de atraer públicos con expectativas muy cerradas, como explica este artículo de Series a la parrilla.
En todo caso, también es posible que haya géneros y subgéneros donde haya más dificultades para la innovación (ahí está el cine de terror, perdido hace mucho en situaciones y personajes, ya, más que arquetípicos, estereotipados). Dificultades, claro, a la hora del guión, que en este caso se han probado en esa indecisión entre la idea de Veena Sud (“voy a hacer un procedural distinto donde el whodunnit no sea lo relevante”) y su mismo trabajo como showrunner. Como ya comenté en su día, para mí The Killing nunca se trató de la trama policíaca, pero es obvio que soy excepción, y que el público mayoritario al que (error de marketing o no) iba esta serie de televisión iba dirigida sí la estimó importante.
Veena Sud y The Killing puede que hayan fracasado en sus máximos (aunque yo sigo estimando que la serie tiene muchos detalles válidos) pero tal vez abra un camino. Porque el hecho es que el procedural en televisión sigue teniendo muchas dificultades para transgredir las camisas de fuerza que sus normas internas le provocan. Leyendo aquel artículo mencionado sobre los aspectos negativos de The Killing en Vulture, uno intuye un problema de mayor calado, incluso.
Con expresiones como It's just a glorified episode of Law and Order o It's disrespectful of its audience's innate TV IQ, pareciera que existen géneros o subgéneros que tendrían la guerra perdida en cuanto a salirse de la media de espectadores “normales” y a aspirar a esa liga de primera de las series de televisión con cierta qualité, asociadas a HBO y AMC.
A mí todo esto me divierte mucho, porque sería el consecuente paso de esa vieja guerra entre “High Art” y “Low Art” que sigue presente (al cabo es de lo que se adivina que trata Mario Vargas Llosa en su último libro). Esa contienda que, al poco, se distribuye en los blogs, donde fans acérrimos y blogueros aficionados se dan golpes en el pecho ante la visión de los “críticos oficiales” de mayor prestigio. Digo que me divierto porque todo esto proviene de una gran simplificación, además de unos usos y costumbres que deberían estar ya superados. A esto vuelvo al final del artículo.
Pero veamos. A poco que uno consuma series de televisión desde hace tiempo, es claro que el procedural/procedimental efectivamente ha estado bajando el nivel hasta extremos preocupantes. Ignoro si esto implica que su público potencial posee un Coeficiente Intelectual inferior, como tal vez da a entender, con cierta suficiencia, el artículo de Vulture. Lo que sí sería motivo de reflexión es que la estructura propia (o mejor digamos “típica”) del subgénero da síntomas de agotamiento, si no en cuanto a espectadores, sí en cuanto a resultados narrativos y dramáticos. Castle o El Mentalista siguen ofreciendo buenas marcas en los shares de audiencia, pero ya hemos hablado en otros posts sobre sus variadas problemáticas.
40 minutos y el esquema del close case por capítulo persiste en ser una chaqueta incómoda para ir más allá. Dos series que tal vez demuestren que los mismos showrunners previeron lo contraproducente del tema son CSI y la franquicia de Law and Order, Law and Order: Criminal Intent (Ley y Orden: Accíon Criminal).
La primera la he seguido a intervalos de tiempo (y la abandoné en la décima), pero si la memoria no me esquiva, a partir de cierto momento decidieron que las subtramas principales (las policíacas, fueran únicas o divididas en dos casos, para darle a todos los del equipo su tiempo) llenaban minutos pero tal vez poco más, y fueron incluyendo cada vez más acerca de las vidas de los personajes, en concreto de Grisson.
Claro que probaron, también otras estrategias. Hubo temporadas donde a Grisson le buscaron sus Némesis: aquel experto en prótesis y maquillaje, o (con muchas temporadas de por medio, curioso), aquella chica que construía maquetas en miniatura de los asesinatos que cometía. Un oponente tan inteligente como el protagonista siempre colabora a una mayor implicación emocional con el héroe, lo cual no era nada desdeñable en este caso. Grisson era “un cerebro” (aunque también en esto hay matices; la primera temporada ofrece un personaje menos cerrado, más cercano, que el de las demás), y esa inteligencia le hacía un héroe tal vez distante. Si alguien se le opone, le vence, insiste, por decirlo así, en que los casos no se resuelvan en esos 40 minutos, y expanden la trama a toda una temporada, hace que Grisson nos sea más como nosotros. Humanos. Y si le vemos, además, sufrir por ello, aún mejor.
La asesina de las miniaturas le dio mayor unidad a la temporada de CSI. Sin embargo, lo limitado de la iniciativa lo probaba que el interés sólo residía en los capítulos que se trataban casos relacionados con ella. 23 capítulos para series en abierto son muchas, y lo complican todo para que en ellas se abra paso otras formas de hacer procedurals.
Esto no es nada nuevo, y ahí tenemos el ejemplo clásico y casi obvio de Sherlock Holmes, y su Némesis, Moriarty. No es casual que esta idea también pareciera tentar a los creadores de Ley y Orden: Acción Criminal. En parte, como el detective británico, el detective Goren es un ser “incómodo”. No es tan pedante ni tan insufrible como Holmes (al menos al de la reciente adaptación de la BBC, obra de Steven Moffat y Matt Gatiss, un tanto sobrevalorada según mi opinión), pero, de nuevo, estamos ante un “cerebro”. Bien mirado, Ley y Orden: Acción Criminal puede que buscara a huir de ese público más complaciente que pareciera mencionar Vulture en su artículo, el que ahora puede que vea Castle o El Mentalista. Como, por otra parte, también hacía CSI, el juego se limita, en estas series, a un paseo de caras/personajes donde las cartas ya están marcadas de antemano: sabemos que uno de los que pasa por los interrogatorios será el culpable. No van a sacarse un personaje de la manga, por un lado, y, por otro, no van a contratar a un actor sólo para los planos de su arresto. En realidad, en este sentido, la participación intelectual del espectador es bien poca.
Ley y orden: acción criminal hacía las cosas de otra manera.
Primero, el foco de la narración no estaba del lado de los investigadores todo el tiempo. En cada capítulo, la estructura incluía un prólogo, y, luego, escenas insertas durante todo el metraje, que mostraban el lado de los implicados en el crimen. Pero los guionistas eran listos. Ese prólogo y esas escenas, al menos hasta el penúltimo giro, eran lo suficientemente ambiguas como para que el espectador no supiera bien qué estaba sucediendo ni quién de ellos había asesinado a la víctima o víctimas.
En verdad, la experiencia de ver Ley y orden: acción criminal nunca incluía, aunque uno quisiera, por costumbre, en esa juego del espectador de ir diciendo “ha sido éste” o “ha sido aquél”. Es decir, no se decantaban por el whodunnit, sino más bien por saber cómo primero qué había pasado y, ya tras el giro que indicaba el culpable, cómo lo atrapaban. Lo primero era, digamos, la novedad, ya que las tramas eran endiabladamente complejas. Sin duda, hay una línea fina entre “complejo” y “complicado”, y la serie de Dick Wolf y sus guionistas no siempre supieron la diferencia. Sin embargo, era de agradecer de darle más entidad al criminal (esas escenas "paralelas" lo facilitaban; los veíamos interactuando con otros personajes) y que éste fuera hábil. Aunque, si un personaje como Goren iba a ser el protagonista, era de lógica. A un héroe tan inteligente era necesario oponerle gente a su altura. Hay que añadir que, sin embargo, esto no derivaba, en casi ninguna ocasión, en esa visión (ya superada) del psicópata refinado, diabólico, casi genial. No; estos criminales eran psiques torturadas. A ratos, tan víctimas como las de sus asesinatos.
El mayor acierto (y es por donde yo llegué a la serie, y que me “enganchó”) era ese esquema ya señalado: la Némesis de Goren. Era Nicole Wallace, una mujer de pasado oscuro, el cual (y esto hacía que el personaje creciera ante nosotros) se iba desvelando en los capítulos que la trataban como orquestadora del crimen, y ello duró bastantes temporadas. Era su oponente perfecta, y lo era también porque, además de inteligente, era un desafío para Goren en lo emocional. Con ella, tuvo que usar ese quid pro quo aunque la información personal del inspector también la obtenía ella por otros métodos.
Con todo, pese a todas estas variaciones interesantes, estos intentos originales (relativamente, claro) de insuflarle vida al subgénero aún probaban más las limitaciones como “vuelos de prueba”. 40 minutos y stand out alone plots tan complejas daban poco tiempo para que cupiera una background plot o trama horizontal, bien para otra trama policíaca durante toda la temporada, bien para que se profundizara en los personajes. A veces, hasta esa duración era escasa para dosificar bien toda la información, de forma que se hacía difícil seguirla. Y tanto diálogo explicativo (no "sobreexplicativo", sin embargo, no creo que a esta serie se le pueda culpar de "obvia") a tal velocidad impedía hasta los necesarios momentos de calma más esenciales. Un fallo que Veena Sud ha reconvertido en virtud en The Killing, precisamente.
Además, siempre hubo problemas de verosimilitud. El inspector Goren y esa facilidad para detectar traumas (y un conocimiento enciclopédico) eran posibles, pero se notaba en exceso que la compañera era un mero truco de guión para que sus reflexiones no fueran en voz alta. A diferencia de Holmes de Steven Moffat para la BBC (y supongo que del original, que no conozco, luego no opino), la inspectora Eames era un Watson sin categoría propia. Aparte, como también se refleja en el artículo de Vulture, el espectador es perro viejo en procedurals o policíacos (hasta en España; es muy probable que sepamos más de leyes, juicios y derechos de los USA que de los nuestros), y sabe bien que los abogados de los criminales son tan listos o más que la policía. En el caso de Ley y orden: acción criminal muchas veces el clímax tenía lugar en la sala de interrogatorios, con Goren jugando su última baza ante el silencio y la pasividad del abogado correspondiente.
Wolf también se dio cuenta de esto, o tal vez sólo del peligro de la reiteración, porque poco a poco los clímax fueron ocurriendo en otros lugares. Tarde, demasiado, también, y, como ya referí sobre su otra franquicia (Law and Order: Special Victims Unit; Ley y orden: unidad de víctimas especiales), vieron los showrunners que era tiempo de indagar más en Goren (a Eames la continuaron viendo como comparsa). Entonces, ya en las últimas temporadas, volvía a darse ese problema del procedural: si el capítulo se detiene en los personajes y sus desarrollos, las tramas policiales pierden fuelle. Pero si las tramas policiales mantienen su fuerza, el espectador puede sentirse que le roban tiempo para saber qué le pasa a continuación a los protagonistas.
Este círculo vicioso parecía que sólo podía romperse justo llevándose el subgénero a las estructuras de continuidad que se dan en las cadenas "cerradas". Si la trama policial y los personajes tienen más capítulos durante la temporada, quizá fuera un camino.
Este círculo vicioso parecía que sólo podía romperse justo llevándose el subgénero a las estructuras de continuidad que se dan en las cadenas "cerradas". Si la trama policial y los personajes tienen más capítulos durante la temporada, quizá fuera un camino.
Y es peculiar. Dick Wolf y Veena Sud aparecen como showrunners que fallan por el mismo camino: la irregularidad. El primero, cierto, ya tuvo una cierta seguridad de renovación en NBC, y podía haber planificado mejor cada temporada. Sud, en cambio, no lo sabremos nunca con seguridad, tal vez quería ser ambiciosa, pero el propio sistema de la televisión estadounidense jugó en su contra. Si no sabes si renovaras para una próxima temporada, es difícil planificar bien los guiones de un procedural que no dure justo una temporada.
De todos modos, The Killing ha sido, hasta ahora, el intento más ambicioso de ir más allá de los modos típicos del subgénero procedural. Puede que el original del que adaptaba también la lastrara las alas, y que una adolescente asesinada diera paso a situaciones y detalles un tanto demasiado conocidos ya, como critica Vulture. Quién sabe: a lo mejor en eso Ley y orden: acción criminal tenía cosas que enseñarle. Pero Sud fue donde pocas (no diré ninguna por si acaso) series había ido. A dedicarle tiempo a los dramas resultantes de un asesinato. Sí, tenían sus segundos de aparición en los procedurals habituales. Hemos visto familiares derrumbarse, padres negándose a reconocer las derivas criminales de sus hijos. The Killing iba más allá, y, además, lo hacía sin adentrarse, casi nunca, en los alrededores del melodrama sentimentalista o la pornografía de las emociones.
Y esto, para mí, fue siempre tan claro, que nunca creí que seguirle los pasos al candidato a alcalde significara de veras que su papel fuera clave en el asesinato. Es decir, ¿no era concebible alejarse de esa camisa de fuerza de la norma y dejar que siguiéramos a los personajes envueltos en las consecuencias del asesinato sin que, por obligación, estos tuvieran que tener relación directa con él? El marketing, e incluso la estructura de capítulos, retornaron demasiado a insistir en que la trama era importante. Pero me parece llamativo que se hable de lo que se debe hacer y lo que no con tanta ligereza como muchos críticos han hablado, al menos si el argumento era que no "rompía" demasiado el subgénero.
Me hace preguntarme qué estamos demandando en realidad. Si las “rupturas” de la televisión “de calidad” consiste, como en Juego de Tronos, en mostrar escenas donde una prostituta enseña a otra sus labores, ¿no somos un poco ingenuos ya que, por lógica, para rupturas reales, habría de irse al naturalismo más extremo, como señala Nahum, y adentrarse en lo escatológico? Y aun más, ¿nadie se ha percatado de que Breaking Bad o Homeland (y les tengo mucho aprecio a ambas) utilizan recursos tan “clásicos” y poco “vanguardistas” como el suspense? Si somos fieles a las normas de los géneros, ¿cómo vamos a renovarlos? Si no queremos renovarlos, ¿entonces de qué demonios hablamos?
Supongo que también, para cierta crítica, y cierta parte de la blogosfera, hay géneros y géneros, géneros en los que las rupturas no se exigen, la originalidad o la inteligencia no se juzgan necesarias, mientras que a otros se les demanda todo ello y, para colmo, con un pelín de autosuficiencia.
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