Me propongo el acceso a un grande de la literatura. La biblioteca paterna lleva años causando culpabilidad literaria, así que me arremango y tomo un lomo de apellido ruso: Tolstoi. Eso sí, por prescripción facultativa, comienzo por los relatos. Entonces, leo y me sorprendo. En esta edición, antigua, la mayoría son relatos de corte popular.
Empiezo con Iván el imbécil. El propio título orienta sobre algo que descubro. El autor dedicó parte de su obra (en esta recopilación son los que más abundan) a darle su peculiar giro a esos cuentos folklóricos. Este imbécil podría bien ser uno de los personajes que pueblan los cuentos de los hermanos Grimm, en aquel tipo de cuentos denominado "Seres idiotas".
Pero Tolstoi pretende diferentes objetivos, por lo que, pese a respetarse ciertos elementos, la moral, la moraleja o la moralina (depende del grado de calidad del cuento) que transmite es bastante diferente.
Por ejemplo, el retrato de un ser de supuesta tara mental no se traslada al terreno humorístico.
No se persigue esa connivencia con el lector, para que se ría del protagonista, y sus barrabasadas.
Esta peculiaridad se manifiesta en ciertos relatos de Cuentos de los Hermanos Grimm (Cátedra, 1999), aunque, claro, los pobres hermanos alemanes no tienen culpa de que las narraciones que recopilaran contuvieran esta crueldad. Por cierto, el propio recuento de ejemplos de esta clase de historias indican sospechosas traducciones. El Cateto es, en verdad, El Pequeño campesino (Das Bürle) o El Granjero. Elsa, la juiciosa es la muy libre interpretación del cuento Die kulge Else, que suele traducirse por Elsa, la lista. Y El Talento de algunos es, nada menos, que Die klugen Leute, que se traduce como La gente inteligente.
Fíase usted de las traducciones.
Pero Tolstoi pretende diferentes objetivos, por lo que, pese a respetarse ciertos elementos, la moral, la moraleja o la moralina (depende del grado de calidad del cuento) que transmite es bastante diferente.
Por ejemplo, el retrato de un ser de supuesta tara mental no se traslada al terreno humorístico.
No se persigue esa connivencia con el lector, para que se ría del protagonista, y sus barrabasadas.
Esta peculiaridad se manifiesta en ciertos relatos de Cuentos de los Hermanos Grimm (Cátedra, 1999), aunque, claro, los pobres hermanos alemanes no tienen culpa de que las narraciones que recopilaran contuvieran esta crueldad. Por cierto, el propio recuento de ejemplos de esta clase de historias indican sospechosas traducciones. El Cateto es, en verdad, El Pequeño campesino (Das Bürle) o El Granjero. Elsa, la juiciosa es la muy libre interpretación del cuento Die kulge Else, que suele traducirse por Elsa, la lista. Y El Talento de algunos es, nada menos, que Die klugen Leute, que se traduce como La gente inteligente.
Fíase usted de las traducciones.
Y todo esto colabora a que la historia posea cierta entidad propia, y no se precipite con descaro hacia la moraleja.
El número tres, ese común denominador de los cuentos populares, se repite aquí, además en su usual aplicación a los hermanos de una familia (siendo el que hace el tercero el elemento de la diferencia). Se recae también en un desliz propio de los cuentos (de Grimm, pero seguro que de otros recopiladores): la pincelada machista para la esposa del padre, con su característica de despilfarradora.
En el principio, la denominación de dichos hermanos influye para que nos atengamos a un relativo matiz fantástico, además de esa forma directa de presentación de personajes.
Pronto entendemos que la imbecilidad de Iván no tiene rasgos de enfermedad. Tampoco, y sobre todo, de esa torpeza e incultura que pueblan los relatos burlescos en torno a estos protagonistas. No: Iván es imbécil porque es ingenuo.
Porque no se rebela, porque acepta las injusticias de sus hermanos.
De esta forma, el lector ya no tiene tan fácil la superioridad respecto a él. Casi, por el contrario, suscita curiosidad, en primera instancia, y hasta identificación.
Entonces, participa en la historia el diablo, otro elemento repetido en los relatos folklóricos. Organizan un plan, que se nos desglosa, a modo simple de anticipación narrativa, también presente en algunas de estas narraciones populares.
Así el lector continúa la lectura, ávido de conocer si el plan funciona o no: si "el mal" engañará o no al atípico héroe.
Tolstoi separa, con un capítulo, la respuesta de Iván a los tejemanejes del diablillo adjudicado para su perdición. Aquí se introduce una variación más: el imbécil es ingenuo, pero esa ingenuidad le hacen trabajador y testarudo en el buen sentido. Su insistencia en la continuación de sus tareas provoca una recompensa. Cuando topa con los diablillos que intenta su perdición, se prepara para matarlo (un detalle interesante; contra el mal, el mal está justificado), éste le ofrece, cómo no, un deseo (si bien no explicitado bajo ese nombre). Es usual que la bondad tenga contrapartidas, pero aquí la bondad es producto de esa supuesta estupidez.
Tolstoi aboga por el trabajo que se vive sin queja ni tristeza.
Así, a diferencia de los cuentos de Grimm, al diablo no se le vence con esa astucia en gradación (si el demonio es listo, más listo ha de ser el hombre que lo enfrente, como se detecta en La sepultura o El campesino y el Diablo, en la recopilación de los Grimm) sino con tozudez ingenua (o no tanto).
El resto de diablillos intentarán sus respectivos ardides, siempre con el mismo resultado: la victoria no consciente ni planeada de Iván, y la recompensa en forma de deseo. Aquí se utiliza la repetición, de diálogos, y situación, en ese número tres.
Aparte de estos detalles, o el uso del lenguaje coloquial ("busca que te busca a sus compañeros, y no encuentra a nadie", aunque, de nuevo, crucemos los dedos ante la traducción), se cuela un estilo que denota que estamos en una evolución más trabajada de estos cuentos.
"De su cuerpo brotaba un vaho semejante a una niebla en un bosque" como forma de referirse al sudor sería, como mínimo, un paso más en las escasas y escuetas aperturas a lo metafórico en los cuentos de Grimm.
A partir de aquí, la trama se complica. Su misma longitud aporta más pistas de que las ambiciones narrativas del autor son mayores.
Pero vaya, lo importante es que uno lee con interés, porque lo que sucede altera las posibles expectativas.
Los motivos (simples) de Iván mueven a inesperados giros. No hace uso de sus dones para sí, sino que los comparte con todos, incluidos sus hermanos. Es decir, ni siquiera ellos obtienen el castigo congruente con este tipo de historias, sino que la ayuda de Iván les consigue riquezas. En cambio, él alcanza una posición desahogada por un azar, y, en particular, por un acto de bondad libre de toda conveniencia.
O sea Iván continúa desarmando a sus familiares por su ingenuidad, pero ésta le resulta, al cabo, provechosa.
Cabe la ironía en el narrador cuando explica que con un zar de estas actitudes:
"todas las gentes sensatas abandonaron el reino de Iván, y sólo quedaron en él los imbéciles. Nadie tenía dinero, se vivía trabajando y de este modo se proveía al sustento propio y de los demás".
Tolstoi aboga por un comunismo primitivo.
En cuanto al humor, hasta ahora hemos visto lo causado por las reacciones de Iván, siempre sorpresivas (inclusive las de la mujer, que se supone también es imbécil). Ahora surge la diversión cuando el demonio principal, a la vista del fracaso de sus lacayos, orquesta en persona varias argucias para el sometimiento del imbécil.
Por supuesto, los otros hermanos caen en sus trampas (por cierto que hay elementos fantásticos cercanos a la ciencia-ficción por lo anticipado de los artilugios usados en una batalla), pero al cándido Iván nada le vence.
Para colmo, el diablo se estampa contra esa filosofía de vida, ya contagiada a todos los habitantes del reino (todos también aparentes imbéciles). Nadie desea dinero, nadie se enrola como soldado. Y tampoco temen a la muerte, porque su zar Iván parece poco dado a intervenciones, ni drásticas pero tampoco ínfimas.
El reino se gobierna en comuna.
Sin embargo, esta ideología trasciende cualquier lógica (moderna), ya que tampoco se defienden cuando son asolados por soldados de otro reino.
"Ni aún así se defendía los imbéciles, que no hacían más que
llorar: lloraban los viejos, lloraban las viejas, lloraban los niños."
Tolstoi provoca la reflexión, y perpetúa la identificación. Además de buenos (quién cree ya que son de veras imbéciles), estos tipos son víctimas.
Tentados una y otra vez por la guerra y el oro, pero incapaces de dejarse convencer. El tinte religioso se trasluce en cómo los imbéciles alimentan a los que piden si lo piden "por el amor de Dios". Si no, si no existe necesidad en el que solicita ayuda, se le contesta que debe trabajarlo.
El clímax del relato es el último intento del demonio, que emula un tercer aspecto social que Tolstoi pretende socavar.
Se sube a un pilar, y predica. Vale tanto para los religiosos como para los intelectuales. El caso es que nadie atienda, ignoran el propósito de tanta palabrería, y renuncian a esa ilustración que prometía el diablo.
"Vosotros no me dais de comer porque no tengo las manos callosas,
y no sabéis que es cien veces más fatigoso trabajar con la cabeza,
tanto, que algunas veces ocurre que la cabeza estalla.
-¿Por qué entonces te das tan mal rato? No es bueno que
la cabeza estalle."
Tolstoi cree en aquel salvaje bueno de Rousseau. La cultura no salva a nadie.
El diablo deserta, confuso ante esa perspectiva diferencial, esa mirada "extrañada" de contemplar el mundo. Esa misma que juzga que se trabaja con la cabeza cuando el diablo golpea con ella una piedra.
Quizá las inusuales 30 páginas para un cuento faciliten que Tolstoi supere el esquema moralista. Porque me parecen menos interesantes el resto de cuentos en ese cariz más o menos fantasioso y popular.
El rey de Asiria, Asarkadón incluye una ambientación exótica, donde la fantasía persiste, aunque con elementos mágicos menos exagerados, y, me parece, más alejados de la imaginería popular rusa. Como curiosidad, es una vuelta de tuerca al tema del doble, siempre en la dirección interesada del autor. El rey victorioso se transforma (aunque en un innominado sueño, que apoya el realismo) en su prisionero, aunque también en un burro. Sólo con esta transferencia, un anciano (arquetipo de la sabiduría) le explica lo mísero de su comportamiento. Cuando Tolstoi narra los sentires del personaje en sus diferentes cuerpos, el relato trasciende; cuando se empeña en la exposición obvia del mensaje, se recae en ese estilo a lo Paulo Coelho, y el libro de autoayuda.
"La vida es una en todo, y tú no manifiestas en ti sino una parte de esta vida única; y es solamente en esta única parte de la vida en ti, en lo que tú puedes mejorar, aumentar o disminuir la vida".
Llamativo, por lo que contiene de filosofía oriental, pero poco más. El relato podía haber concluido cuando el anciano preguntaba a Asarkadón si comprendía.
El resto de los que se acercan a la brevedad común entre los cuentos populares disponen en general una moralina muy obvia. Digo yo que será el eterno problema de metas bienintencionadas y poca literatura.
Digo yo que a lo mejor se me escapan matices, y soy injusto con el maestro.
El manantial encubre poco y mal el aprendizaje, por boca de un personaje que casi la deletrea. Cambises y Psametico parte de la clasificación de "historia verdadera", que así refrenda otra defensa de la piedad. Una exageración es el otro recurso principal: al rey no le conmueve el aciago destino de amigos y familiares pero sí el de un mendigo
Tres preguntas acude al esquema del rey que ofrece un premio por un encargo, aunque es él quien viaja en su busca, de nuevo con un sabio anciano que le enseña las "grandes verdades". Tolstoi recurre a las estructuras donde antes de desenvolvía una moral antigua, para el apunte de sus propias convicciones. Tal vez creyó que el ciudadano de a pie asumiría mejor las enseñanzas de este modo.
El trabajo, la muerte y la enfermedad sería un cuento del tipo "el porqué de las cosas", pero sustituye la inventiva (un tanto rebuscada) de la fantasía de los recopilados por los Grimm (dentro de los denominados "Cuentos de los Porqués", se me ocurre El hombrecillo rejuvenecido y Los animales de Dios y los animales del Diablo, siempre según los títulos de la traductora de Cátedra) por una explicación que refuerce el mensaje.
Las excepciones pudieran ser El Mujik y el espíritu de las aguas, admisible por su brevedad, y El zar y la camisa, donde se da un caso de giro final, cualidad narrativa que exige una revisión activa del texto (coherencia interna), al tiempo que desprende sólo entonces la posible enseñanza.
En cuanto a Los dos hermanos, reporta una conclusión más ambigua, que no cierra conclusiones para el lector. Puede que en el número dos se halle la clave, y que estos dos personajes signifiquen esa dualidad del ser humano, la cautela y la temeridad, ninguna refutada del todo por el cuento.
En lo que se refiere al género realista, no es buen ejemplo Una vida en el campo, o tal vez se erija como muestra de lo que no debe hacerse: la descripción es vivida, pero parcial, habla el autor no narrador alguno, y apenas se narra nada. Hallamos hasta una "hipérbole social":
"[...] trabajo tan rudo que no se puede formar exacta idea de él quien
no lo haya hecho por sí mismo, siquiera haya oído hablar de él o lo
haya visto".
El colofón lo presenta una serie de citas bíblicas que retratan al Tolstoi creyente y humanista, pero no al escritor.
Por suerte, en la recopilación hallo un verdadero relato. Pero Polikushka será en otra ocasión.