jueves, mayo 02, 2013

GUIONECES: HÉROES Y VILLANOS, FICCIÓN Y REALIDAD (III) "CONSPIRANOIA"

Decía en el primero de los posts de esta serie, que quizá existan dos posibilidades a la hora de que nos enfrentemos a los conflictos que vivimos en la realidad, usando las categorías de la ficción. La primera, era la del pesimismo. El mundo está tan viciado que lo lógico es que descreamos de cualquier héroe más o menos puro. El cinismo, si quieren. Nuestro oponentes son villanos son tan poderosos que es imposible vencerlos. 

Veamos más sobre la segunda posible opción: darnos a la "conspiranoia". Esa que nos cuenta que nuestros antagonistas no sólo son poderosos sino desconocidos, inaccesibles. Actúan a distancia, ocultos, debajo de organizaciones o siglas misteriosas. 

Hace unos años, muchos hubieran considerado la sarta de teorías alternativas a todo lo relativo al atentado del 9/11 una locura; una historia alentada en algún refugio antinuclear por un libertario derechista estadounidense (tópico e imagen, por cierto, que hemos aprendido también de la ficción). Una sinrazón que se codeaba con todas esas otras hipótesis alocadas, que tanta fuerza han recuperado fuerza gracias a Internet, y que igual culpan a Israel de aquel atentado, que exponen que el hombre en verdad nunca llegó a la luna mediante pruebas tan exiguas como extrañas (y hasta fascinantes, por cuanto expresan la cantidad de tiempo invertida en buscarlas e interpretarlas de esa manera). 

Sí. Lo irracional. Lo absurdo, incluso. Al fin y al cabo, la paranoia tuvo categoría de enfermedad mental y, acorde con un cambio en la clasificación psiquiátrica, ahora se incluye en otras patologías, como la esquizofernia paranoide. Aunque yo diría que, de ser el caso, a lo que hemos llegado, parte de la sociedad, al menos, es a otra enfermedad: la depresión paranoide. 

En todo caso, sea como fuera, ahora no veo tan “alocado” que personas que juzgo inteligente, (a ratos hasta yo mismo) dudemos durante unos segundos cuando se expresan teorías alternativas a la verdad oficial sobre el atentado reciente de Boston. Hubo un tiempo en que confiábamos en los periódicos o la televisión, que, al cabo, no hacían sino confirmar nuestros prejuicios ideológicos (si éramos de derecha, el ABC y, a ratos, el Mundo; si, de izquierda, el País). Pero ya no nos fiamos. De ningún periódico. De ninguna historia oficial. Algo no nos cuadra. Quién sabe. También puede ser que los que crean la Historia oficial tenían antes mejores contadores de historias. Y de mitos. El hecho es que, bien por la crisis económica, bien por la crisis de valores, bien por la crisis en el modelo de transmisión de información, España ha entrado en ese túnel peliagudo de la "conspiranoia". En ese sentido, nunca el ciudadano medio español quizá se haya parecido más al ciudadano medio estadounidense. 

Encuentro curioso que esta forma de asimilar la realidad parezca infectada por otro tipo de ficciones. Al cabo, la "conspiranoia" es casi contingente al subgénero de espías y a cierto tipo de thrillers. Lo cierto es que aquella serie de J. J. Abrams, Alias (ABC, 2001-2006), mostraba ya, para lo bueno y para lo malo, las costuras de este tipo de historias. Cuando leía, hace tiempo, este post de mi amiga Arancha Ferrero, no entendía del todo qué quería decir con que este subgénero tenía un riesgo de verosimilitud. Pero me olvidaba de Alias, y ahora, viendo Person of Interest (ABC, 2011-) o Nikita (The CW, 2010-) he podido confirmarlo: cierto, en un universo donde todos pueden traicionar a los demás, donde los enemigos son organizaciones oscuras, organizaciones dentro de organizaciones, y donde las agendas propias de cada personajes son ambiguas, un espectador puede desesperarse, perderse o encontrar que los giros, más que sorprendentes, más bien son inverosímiles. Como le sucedía al villano del último Bond (interpretado, eso sí, de forma brillante por Javier Bardem), esos planes tan medidos al milímetro que preveen qué hará quién, cuándo y cómo, es muy posible que nos produzcan impaciencia en nuestra butaca. Eso tan común de “sí, claro; ¿y qué más?”.

Alias, o cómo el culebrón familiar podía codearse con el thriller, el subgénero de espías y hasta la fantasía. Una locura más de J.J. Abrams.

Sin embargo, ahí que estas ficciones de subgénero de espías persisten. Alias, al menos hasta donde yo la vi, acababa siendo, lo quisiera o no, paródica. Aun así, no fue esa obra que marcara un punto y aparte; una especie de “señores, y dicho esto, ya no hay nada más que decir sobre el subgénero”.

No, parodia o no, el subgénero más relacionado con la “conspiranoia” seguimos tomándonoslo más o menos en serio. Tanto, que hoy día se retoma una novela de ese autor que ya mencioné, John Le Carré, y aún llena salas, y hasta obtiene premios. Es el caso de El topo (Tinker, Tailor, Soldier, SpyTomas Alfredon, 2011). Por supuesto, ni esta película ni su guión, ni aquella obra de Le Carré retorcía hasta el extremo la madeja de conspiraciones. Pero tampoco hacía falta. Aunque su estilo sea más realista, y no haya superordenadores ni acción, resulta que el tono no es tan inadecuado a los tiempos que corren.


El telón de acero creaba “grandes” protagonistas y antagonistas, y, sin embargo, dentro de aquella "gran" ficción de buenos y malos, de bandos heroicos y de bandos villanos, algo ya no encajaba. Algo se colaba en el propio mito de cada bando, y acababa haciendo pedazos la historia. Porque aquellos agentes secretos sin glamour (la otra cara de la moneda de la serie Bond), y aquel universo donde igualmente se daban las traiciones y los asesinatos, al final retrataban bandos intercambiables por cuanto ambos era poco éticos. Y todo, con un aire funcionarial y distante. 

En cierto modo, El topo y Juego de espías (Spy Game, Tony Scout, 2001) son películas y guiones opuestos en eso del tono. Pese a ello poseen elementos comunes. Personajes que ya no creen en esas cruzadas de sus respectivos gobiernos, en cuanto a que ni las comparten del todo, ni el daño colateral que originan les impide el rechazo moral. Protagonistas que no pueden ser héroes ante todo ese sistema de secretos y conspiraciones orquestadas por villanos a veces sin rostro donde, si acaso, les queda salvar vidas concretas. Por supuesto, todo esto puede contener todos los matices que se desee, pero parece que lo que los 70 ya nos contaba sigue vigente hoy, en cuanto a este subgénero de espías. 

De hecho, Robert Redford protagonizaba en aquella década otra película de estas características: Los tres días del Cóndor (Three Days of the Condor, Sydney Pollack,1975). Es uno de esos guiones que en su día descubrí gracias a uno de los libros de Syd Field, y sigo considerándola una cinta muy interesante. En Los tres días del Cóndor el héroe era un trabajador de la CIA, pero uno más cercano a ese “average man” que mencionaba que en estos tiempos no abundan. Era un analista. Un funcionario, eso sí, con eso que parece que no requieren los héroes de hoy: inteligencia. Ni sabe kung fu ni maneja todo tipo de armas. 

Una de las frases usadas para definir al protagonista en este trailer es "I am not an field agent; I just read books!" (No soy un agente de campo; ¡sólo leo libros!)

Desde su primer punto de giro, la conspiración se cernía sobre él, y se iba destapando eso luego tan explotado (hasta la saciedad): una rama secreta, paralela, dentro de una organización gubernamental. El final quedaba abierto y era bastante pesimista: era improbable que el héroe acabara con la conspiración porque era demasiado amplia y afectaba a muchos intereses. Los planos de la última escena me parecen hasta simbólicos en relación a qué sucede ahora. Robert Redford quedaba mirando las siglas del periódico al que se planteaba ir con todo lo recabado, las del New York Times. Hoy sería imposible, ingenuo, que un protagonista supusiera que daría la puntilla a su gesta heroica confiando en la prensa. 

Con lo lejano que parece, aquellos años 70, parece que los americanos (bastante más críticos con el poder de lo que se les supone) o ese subgénero de espías de la época ya nos hablaba de protagonistas y héroes (o antihéroes) envueltos en tramas movidas desde despachos lejanos e inaccesibles. Como he hallado en la reciente novela que leo (Dead Water, de Simon Ings, Atlantic Books, 2011; la recomiendo), el mundo gira y se mueve pero los personajes individuales no saben cómo, por qué, ni hacia dónde. No es que no haya villanos. Es que es imposible verlos, y mucho menos enfrentarlos. Ahora no sucede algo muy distinto, y quizá eso trataba de aprovechar una heredera de Le Carré, la estupenda serie de televisión Rubicon (AMC, 2009). Quién sabe. Si AMC la hubiera estrenado hoy, hubiera encontrado más público que se identificara con el protagonista y esa confirmación de que el mal está en todas partes. Y no sólo ahí fuera, en otro país, en otro partido político. No. En tu propia casa. 

En el próximo post, hablaré un poco de esta" conspiranoia" que ha saltado de la ficción a nuestra realidad más cotidiana.

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