La ficción, cuando la lees, a veces te da encuentros extraños y casualidades varias, casi, casi como cuando la escribes. A mí me sucedió que acabé de ver The Lovely Bones, donde un frigorífico (o similar) era donde se ocultaba un secreto y un drama, y también, alguien lo llevaba a un lugar donde deshacerse de él, y, al tiempo, topé con esta historia de Candeira, hermosa, secreta, misteriosa, que me causó, quizá por la coincidencia, un dolor muy peculiar.
Candeira se merece mejores reseñas que las que pueda hacerle yo, y además me parece un escritor modesto, cercano y cuya visión del mundo es verdadera y no impostada. Él "ve" y "vive" la vida como si todo fuera un cuento fantástico. Lean y lo comprobarán. Y ya tiene nuevo libro. Yo se lo recomiendo, desde esa seguridad que da el descubrimiento azaroso de las coincidencias, y de un autor, que ya te hace seguirlo hasta... hasta ese precipio, tal vez, donde nos deshacemos de las cosas que mueren.
“Debe ser el día en que se mueren las cosas y la gente se despide para siempre. […] Hay muchas más personas y pertenencias, unidas por cariños inabarcables, en este acantilado blanquecino. La familia los descubre al bajarse del coche. Decenas de seres humanos que dicen “adiós, adiós”, a sus objetos, a una parte de sus sueños, quizás, y hacen con la mano el signo de despedida. Varios escolares con las narices hinchadas de llorar arrojan sus canicas al mar embravecido y todavía siguen la trayectoria con los ojos; al fondo, un hombre con barba y pasado besa un vestido de novia y luego lo deja a merced del viento, se pone a temblar violentamente bajo el disco anaranjado del sol. Hay una mecedora, un poco más allá, que arrastra ahora sus ruedas chirriantes por la hierba y empuja a una anciana por el borde. ”
Cuando se muere la nevera. Matías Candiera. La soledad de los ventrílocuos. Tropo editores. 2008
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