Hannibal (NBC, 2013-) fue otra de esos descubrimientos de la temporada. Si House of Cards (Netflix, 2013-) generaba el debate de cómo lo altera todo que una serie al completo pueda consumirse sin que aguardemos el esquema de emisión, Hannibal tal vez anticipaba, en voz baja, lo que ahora otra serie, True Detective (HBO, 2014-), plantea desde su ventaja de emitirse en una network con el sello de "calidad". La cuestión es si el cine está tan moribundo que ya no sólo emigran a la televisión los actores y los directores, sino todo el cuidado estético del formato cinematográfico. Algunos se preguntan hasta si tiene sentido que continuemos usando el término "televisión" para estas series, aunque quizá lo que pueda pasar más desapercibido de Hannibal era que de pronto hasta una cadena en abierto sin muchas aspiraciones podía dirigirse a una audiencia desde personajes adultos, inteligentes, complejos.
Lo cierto es que lo irregular de Hannibal procedía de varios frentes. El primero, su lugar de emisión. No es que la NBC se haya definido en los últimos años por el riesgo, y quizá desde el punto de vista industrial menos sentido tenía que lo hiciera ahora que ideas tan terriblemente mal desarrolladas como Grimm les otorgaba sus buenos réditos. También es cierto que sobre el papel, una precuela del personaje de Thomas Harris era un pitching fácil para que los ejecutivos digirieran; hasta ese punto Hannibal Lecter es ya parte del imaginario colectivo popular.
Del papel a la pantalla, sin embargo, siempre hay alguna de que otra sorpresa. Primero, pusieron la serie en manos de un showrunner con un currículum aparentemente inadecuado. Tan muertos como yo (Dead like me, 2003-2004) puede que insertara melancolía y cierto drama pero Bryan Fuller parecía más dado a la comedia extraña, y ya con Criando malvas (Pushing daisies, 2007-2009) se encaminaba hacia el cuento, con más de una conexión con el universo de Tim Burton.
La segunda sorpresa vino cuando el piloto establecía bien claro que aquí no había nada de burla, ni de tono exagerado. Igual que American Horror Story (FX, 2010-) opta por una autoconciencia que se dispara en el pie cada vez que su showrunner siente que se pone "serio", Hannibal asumía que su público estaría en los adultos menos dados a los histerismos posmodernos. Era una serie "grave", aunque no llegaba a los extremos de True Detective, quizá volcada a lo que podríamos llamar "el mal de (Christopher) Nolan": tomarse demasiado en serio.
Pero, por qué no. En tiempos oscuros como los que vivimos, recuperar tonos, historias y hasta ambientes de films como Seven o el propio El silencio de los corderos tiene lógica.
La tercera vía por la que llegaba lo atractivo de Hannibal era ese cuidado de la imagen, muy pronto establecida por aquel piloto dirigido por David Slade. Una cuarta es la que hace posible que la serie soporte revisionados: los personajes.
Con sus antecedentes, era normal que los guiones de la serie hicieran uso de esa ventaja de la propia premisa. Si todos sabemos ya, de antemano, que Lecter es/será el famoso psicópata caníbal, que nadie más lo sepa dentro de la ficción genera suspense y tensión. Esto, como buen y clásico motor desde la trama, mantenía el movimiento. Aunque quizá el combustible eran esos personajes. Por cuanto que profundizaba como parece que ya sólo la televisión sólo hacer en un personaje tópico, puede que lo más relevante de Hannibal fuera el abordaje del psicópata.
El propio retrato de Lecter ya puede distanciarse del original cinematográfico, y si allí Anthony Hopkins aprovechaba como sólo un británico sabe hacer aquel personaje más histriónico de lo aparente, Mads Mikkelsen hace al psiquiatra psicópata un dechado de auto control. Pero tal vez hasta de humanidad. Desde los 90 puede que hayamos aprendido la lección, y Lecter ha causado demasiado daño convirtiendo el psicópata refinado en un cliché.
Así, Lecter es, sí, un tipo culto, pero no más que los que se relacionan con él. Desde House, aunque con un tono bien distinto, no escuchaba yo diálogos tan densos. Al tiempo, no hablan de ópera o el último concierto en el Lincoln Centre, sino de los vericuetos patológicos de la mente humana. Casi cada conversación entre Lecter, el protagonista, el consultor y "profiler" Will Graham, y su superior en el FBI, Jack Crawford tienen un algo de ponerse a prueba, de explorar si el otro pregunta lo que pregunta, plantea lo que plantea, por algún motivo oculto de cierta manipulación psicológica. En cierto modo, cuando todos saben tanto de psicoanálisis, es el riesgo: son demasiado auto conscientes de que la psique es frágil y moldeable. Y de que las palabras pueden ocultar demasiados significados ocultos.
Eso provoca un problema nada simple: la frialdad. Puede que lo justifique el tono, y que, de hecho, esté buscado; sea intencionado. Por eso, los guionistas tenían el desafío de tornar la balanza un tanto hacia el otro lado, para no perder del todo al espectador.
Y eso ocurría hasta con el propio villano: Lecter.
Para comprender la escena que elijo, y su alcance, se requiere introducirla con dos anteriores: las tres pertenecen al episodio 01x08: Fromage. En una, en la que Lecter tiene una sesión con un paciente, donde charlan sobre esa tendencia de los psicoanalizados a vincularse emocionalmente que su psicoanalista.
La segunda ya se relaciona con la subtrama del capítulo, la que trabaja sobre la relación que se ha venido estableciendo entre Lecter y Will. Una en la que quizá las tornas de esa tendencia entre paciente y psicoanalista se estén cambiando. A priori, la escena pertenecería más a la otra subtrama, la del capítulo concreto, una en la que el amigo de este paciente que vemos aquí se va anticipando como posible psicópata. Pero como sucede en los buenos guiones, las subtramas están bien relacionadas. Al cabo, aquí el guionista lo que hace es un sembrado del dilema de Lecter: ¿estará considerando a Will como un amigo?
Este paciente es recurrente durante parte de la temporada. Pero ahora, en este 01x08, va generando una subtrama (ese amigo que se confirmará, efectivamente, como psicópata), y, de paso, en estas dos escenas, afecta a otra. Porque sí: ni siquiera Lecter está libre de la soledad.
Sin embargo, en la escena clave el guionista usa la imagen para algo que un personaje como Lecter tampoco podría expresar con palabras. Mikkelsen y su interpretación, y el propio personaje, son demasiado fríos. Y, como decíamos, la frialdad es problemática: ocasiona distancia para con el espectador.
Por eso, el guionista sabe que tiene que decir de otra manera lo que Lecter apenas se diría siquiera a sí mismo. Más tarde, en el capítulo, Lecter comprueba quién será el siguiente paciente.
Y éste segundo de más en que la cámara se queda tomando lo que Lecter observa es la repuesta. Nadie. Nadie le espera.
Lecter puede mirar cuanto pueda su reloj. Puede exagerar su extrañeza al darse cuenta de algo que debiera en verdad saber de sobra: que no hay más citas hoy. Pero el hecho es que justo porque nadie (más que nosotros) le ve, puede dejarse invadir, un segundo, por la duda.
Pero el detalle clave, el giro, de la escena aún no ha llegado. Lecter no sólo se siente solo. Es que echa de menos a alguien.
Nada de esto implica que Lecter sea menos villano, menos malvado. En verdad, cómo manipulará in crescendo a Will sostiene esta última parte de la temporada. Sin embargo, como dicen el dicho anglosajón, Dios (otros dicen el Diablo) está en los detalles. Y que este guión logre humanizar a un psicópata y lo haga, al tiempo, con sutileza, sin que este matiz implique justificarlo, habla quizá de por qué tantos espectadores cuando quieren evoluciones complejas de personajes cambien la pantalla de cine por la de la televisión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Blogger está graciosillo, así que ten paciencia con lo de los comentarios. En todo caso, gracias.