Por si casos como el de “Town of Runners” (Jerry Rothwell, 2012) o la inminente “Speed Sisters” (Amber Fares, 2015) no lo acabaran de definir del todo, “Red Army” manifiesta de nuevo
que documental de deportes puede hablar de mucho más que de ganar títulos. El
film de Gabe Polsky es una cabriola en cuanto a equilibrios, capaz de
narrarnos, con igual habilidad, la peripecia de un jugador de hockey ruso, y la
“macrohistoria” del fondo contra el que se apoya –la Guerra Fría. Y todo esto, con
un ritmo endiablado fruto de un guión muy pensado, que de paso esquiva el tono
sentencioso.
Ahora que ESPN quiere robarle a HBO Sports la etiqueta de cadenaproductora de los documentales deportivos indispensables, la inversión en estos productos parece parecía quizá el momento
propicio para que “Red Army” alcanzara aún mayor relevancia. En cambio, la
película, con críticas en general muy positivas, y un recorrido interesante
de festivales, no llegó a las cinco nominadas finales de los Oscars del
año pasado.
En apariencia, se ofrece como extraño. “Red Army” ofrece algo que se antoja muy estadounidense; la capacidad
para no tomarse demasiado en serio. Según la jugada (quizá posible respuesta
intencionada) de HBO Sports produciendo el “mockumentary” “7 days in Hell”(Andy Samberg, Kit Harrington, 2015) sobre una competición de tenis, donde el guiño es burlarse de ciertos cánones del género, se intuye que estas dos cadenas (con la última, percatándose) han podido
estar cayendo justo en ese error de estimar que ese tema tan querido del
triunfo a pesar de todo (“against all odds”) y la seriedad de cualquier
competición requerían un cierto tremendismo. Puede que, así, muchos
espectadores esperen de un documental del género de deportes esa gravedad.
Incluso es posible que mucho “target” habituado al otro género concomitante –el
documental histórico- esperara esa dosis de rotundidad. Cualquiera que haya
visto un documental de “History Channel”, sea de un evento medieval, una crisis
en un reinado o lo relativo a alguna guerra sabe que ahí música, “voice over” y
montaje se agrupan para repicar casi cada cinco minutos sobre el cerebro del
que lo visiona.
También es posible que para esa llegada a los Oscar lo que le
perjudicara es que aquí los protagonistas son, claro, rusos. Viacheslav Fetisov
es el centro de la historia, y su narrador principal. Nacido y criado en la
URSS, fue, como tantos otros, un aspirante más a formar parte del equipo
nacional de hockey. Estos jugadores representaban un símbolo de los valores que
Stalin quería que su pueblo entendiera como los del comunismo. Fetisov no
engaña. Los creía entonces, y, en parte, a su manera, los sigue creyendo a día
de hoy. Ése es el giro temático que quizá haya pasado más desapercibido. “Red
Army” cuenta, muy bien, el detalle de cómo un equipo de hockey ruso triunfando
en Occidente era propaganda, tanto como lo era del lado estadounidense que
fueran los “suyos” los que probaran en la Olimpiada que eran los líderes. Sin
embargo, lo más novedoso es que estas dos líneas argumentales, las dos tramas, si se quiere –jugadores, país
y política- se extienden tras la “Perestroika”, y se adentra en el régimen de
Putin. Es en ese punto donde uno desearía que “Red Army” durara unos minutos
más (si bien, parece ser que la versión estadounidense tiene unos minutos más
que la que está disponible en España en VOD). Fetisov recupera la amistad con
el amigo que, en parte, le traicionó, una vez acepta ser Ministro de Deporte,
como recupera el afán “organizador” del nuevo líder ruso. Quizá aquí de nuevo
la historia personal, del personaje protagonista, sea metáfora de cierta
historia de su nación: una mezcla peculiar entre necesidad de orden importado
de lo que vivieron como jóvenes,
un heredado nacionalismo del comunismo pero un aperturismo a las
ventajas del capitalismo. Si esta combinación es o no es contradictoria Fetisov
no la ve, ni Gabe Polsky la enfatiza del todo. Deja que lo veamos nosotros,
igual que deja que el propio personaje tenga esas contradicciones personales,
juzgando que es una especie de drama nacional que los jugadores rusos actuales
sigan dejando el país, por dinero, cuando él mismo presionó (hasta extremos
peligrosos) al gobierno de la Unión Soviética para que le dejara marchar
cobrando de forma íntegra todo su sueldo. Eso sí, cierto momento parecería que
Polsky cuando menos empatiza con su argumento. Es una escena de un “factual” de
la televisión de Estados Unidos, a una de las recientes estrellas rusas
importadas no le duele en prendas aceptar el reto de probar su puntería…
disparando el disco contra muñecas rusas, puestas en línea. En cierto modo, una
imagen muy simbólica de la posible caída del orgullo patrio ruso.
De cualquier manera, “Red Army” concede aún una sorpresa más, ya para
el espectador concreto que pueda dedicarse al audiovisual. Porque, todo el
deleite obtenido por el documental, viene de una estética que no es
especialmente flamante. Al cabo, sigue el usual esquema de las “cabezas
parlantes”, si bien se libra de complementarlo con una “voice over” moralizante
o aclaratoria. En todo caso, para los estándares, pongamos, europeos en cuanto
a cine documental es muy probable que se juzgara como “televisivo” en exceso.
No les faltará razón a quien apunten esa característica, y en la propia España
pasó pronto al VOD. Sin embargo, lo que Polsky adhiere al formato tradicional
son matices, detalles, hallazgos, que denotan una gran habilidad.
Uno de esos recursos, a priori simples, consigue un efecto
interesantísimo. Polsky usa las antiguas retransmisiones de ciertos encuentros
de hockey pero también para que las oiga Fetisov durante momentos silentes de
las entrevistas, de forma que los “totales” son sus gestos de reacción al
recuerdo. Esto es en especial efectivo cuando se nos cuenta y oímos, y se le
hace oír, el partido que enfrentó a la URSS contra Estados Unidos en un partido
con implicaciones políticas, en las Olimpiadas.
Otros recursos tal vez sean más obvios, como unos travellings –eso sí,
bastante medidos en todo el metraje- hacia los entrevistados, en instante
cruciales, como cuando casi es la cámara la que “pregunta” e “insiste”,
acercándose al que fuera mejor amigo de Fetisov, sobre cierta crisis entre
ambos.
Quizá la decisión más delicada haya sido la banda sonora. En realidad,
cumple su requisito de colaborar al ritmo: en cierto sentido, la música te
“empuja” a continuar viendo tanto como el (muy notable) montaje. Lo que sucede
es que en esa especie de competición de qué avanza o hace avanzar más
rápidamente, si la imagen y su montaje, o la banda sonora, a ratos uno puede
verse agotado. La otra potencial arista se basaría en que los acordes e
instrumentos que remiten a la música tradicional rusa tal vez estén forzados.
Aunque es bien posible que esto fuera intencionado, en tanto que, en esas
antípodas a la música tajante y dramática de esos, por ejemplo, documentales
históricos que mencionaba antes, en esas mezclas hay una cierta ligereza, afín
al tono buscado.
Ése es el otro gran aporte del guión, que prueba que el director supo
detectar que con un protagonista tan elusivo, distante, que le trató con cierta
displicencia (“Gran chico de California”, afirma al final, con Poslky
añadiendo, “Erm… De Chicago…”), lo mejor era contagiarse de esa posición casi “inferior”
donde le colocaba el entrevistado. De ahí que “Red Army” y su guión no eluda
los puntos dramáticos (que la historia personal los tenía) pero siga esa
levedad de quien no quiere asentarse a base de martillazos como “autor” sino
dejando que sea el espectador quien concluya. Quien disfrute con una trama
asentada sobre ese fondo más complejo de lo que aparenta.
"Red Army" tiene como agente de ventas internacionales a Wild Bunch. En España puede verse en Filmin.