martes, enero 22, 2013

CLOUD ATLAS (TOM TYKWER, ANDY AND LANA WACHOSKI, 2012): ANÁLISIS



Cloud Atlas (Tom Tykwer, Andy & Lana Wachoski, 2012) es un film entre el género histórico y el de ciencia ficción. Cuenta seis historias, con sus correspondientes grupos de personajes, en diferentes fechas y ambientes. Ewing es un americano, en el siglo XIX,  en viaje por islas lejanas, que se da de cara con la dureza de la esclavitud. Robert Fishober es un aspirante a compositor que, en los años 30 se adentra en la casa (y la vida) de un viejo maestro del que quiere aprender. Luisa Rey es una periodista de los años 70 que investiga una central nuclear con algún secreto. Timothy Cavendish es un editor, algo ridículo, algo rastrero, que pasa de un éxito a un encarcelamiento, ambos inesperados y bastante cómicos. Sonmi-451 es una mujer coreana del año 2144, donde ella, y sus compañeras, son “fabricants”, una  raza inferior de ejemplares humanos creados genéticamente para servir a los clientes. Por último, Zachary vive en un futuro aún más lejano, tras algún desastre mundial que ha dejado a unos humanos devueltos a tiempos premedievales, y a otros, los “Prescients”, superiores en su conocimiento de tecnologías avanzadas.


Cloud Atlas hace algo muy bien: empieza adelantando lo que la define principalmente. Como si siguiera ese consejo para guionistas, no poco sabio, de que un buen principio debe asentar pronto por dónde irán los tiros, comienza “saltando” entre varias localizaciones y épocas. Y sin que ninguna de ellas sea realmente un comienzo de cada una de esas historias. No son introducciones al uso, sino entradas in media res.

Esto es lo que resume la película, su mayor aportación, y su mayor valor: seis historias, seis hilos, que no se unen por los nudos convencionales. Eso sí, imagino que esto no es lo que pretendían sus directores, los hermanos Wachoski y Tom Tykwer. Porque hacia el final, pareciera que se arrepienten, y entonces establecen unas conclusiones que cualquier espectador (o tal vez no, volveré sobre esto) podían anticipar sin que le llevaran de la mano.

Esto puede que explique lo que afirma el personaje de Cavendish, hacia el final de esas primeras escenas:

“While my extensive experience as an editor, has led me to a disdain for flash-backs and flash-forwards and all such tricksy gimmicks, I believe that, if you dear reader can extend your patience for just a moment, you will find there is a method to this tale of madness”. 

Igual que parecieran dar un paso atrás con la intención inicial, ya este principio necesita dirigirse al espectador y pedirle clemencia: “por favor, no huyan de que no contemos nuestras historias en un orden no usual”. Y esto de que tengan que masticarnos no ya que pretende sino cómo apunta a lo peor de Cloud Atlas. Y lo que hace que su intento sea tan loable como fallido es el resultado.

Nunca he sido yo creyente de esa aserción crítica que dice que de buenas intenciones, no salen buenas obras. Pero que no sea una norma no significa que no se cumpla en algunas ocasiones.

El hecho de que el casting repita su participación en las diferentes historias, pero bajo diferentes edades, razas y hasta géneros, no es una decisión, imagino, sin motivo. Los directores querían que quedara claro esa conexión a través del tiempo que une la película (y, en parte, por lo que leo, también el libro original) así como la reiteración de roles en las reencarnaciones. En particular, esto sirve para con los personajes que interpreta Hugo Weaving. Ahora bien, es de esas opciones que tienen sentido sobre el papel, sobre el guión, pero que tiene un coste alto en imagen; rodado.

Pese a todos los posibles avances en maquillaje, convertir a un actor occidental en un personaje coreano no funciona. No funciona porque se nota. Y como se nota, ayuda a que se enfaticen algunas preguntas. Algunas preguntas muy bien resumidas en esta reseña de Gabriel Murphy, en la página Strange Horizons.

Para una historia que pretende apuntar con el dedo a la opresión del Otro (ya sean esclavos negros, “fabricants” replicados por ingeniería genética o un gay chantajeado por su orientación sexual), ese dedo a lo mejor es más paternalista que valiente, si ese Otro no está tan fielmente representado. Y no se justifica en que actores de otras razas hagan de blancos, porque estos personajes son no ya secundarios, sino episódicos.



Curiosamente, algo de paternalismo hay también en algunas de las críticas; como si Cloud Atlas mereciera la palmadita en la espalda por lo esforzado del intento, pero sin que se abrace del todo la propuesta. Valen estos dos ejemplos, del San Francisco Gate, y del Examiner; a sus críticos no les place que un futuro muy lejano hable en un lenguaje inventado y diferente (esto se perderá en el doblaje, por cierto; a mí, ya lo digo, me parece un detalle de verosimilitud que echo en falta y mucho en la ciencia ficción audiovisual). O que las historias no se entremezclen siempre con razones obvias. Pero aplauden, de todos modos.

Lo peculiar es que el grado de ambición, algo en lo que insisten estas críticas y algunas otras, es relativo. Las historias, per se, siguen una evolución narrativa más o menos convencional. Lo que puede “incomodar” al espectador medio es el montaje que simplemente invierte en algunos momentos su orden cronológico, o ese mismo hecho de que se entrelacen seis vidas. Y una conexión entre personajes de las distintas historias que no son claras siempre. Pero si ello hace a Cloud Atlas “ambiciosa” o “rompedora”, hace que me pregunte hasta cuán bajo han caído nuestras expectativas acerca de lo que significan estos adjetivos. Cuando llegue a España, y lleguen las críticas correspondientes, será interesante. Ahí veremos si nuestro grado de exigencia está tan bajo como el de Estados Unidos. Si Cloud Atlas es “vanguardista”, entonces no es extraño que una cinta tan convencional como Argo se considere de lo mejor del año.

A la película le hubiera convenido un humor que también acaba diciendo que “el destino” tiene más mala leche y más vulgaridad y no es sólo esa fuente de “sentido”. Veremos que, de hecho, este matiz, menos trascendente, estaba ahí (¿quizá en la novela original?), en especial en la historia de Cavendish.

Es un detalle divertido, quizá irónico, que las revolucionarios del año 2144 usen una frase de una película como parte de su levantamiento. Porque dicha película (Kino, según el vocabulario de ese futuro) se basa en Cavendish, y su experiencia contada más bien en tono de comedia, y que no deja de ser, en todo caso, bastante banal. 








La rebelión en la historia del 2144 comienza con una frase que viaja por el tiempo, y que adquiere otro sentido. Como si fuera un giro irónico a aquello que decía, creo, Karl Marx, de que "la historia se repite, primero como tragedia, y después como farsa". El montaje coloca primero la escena del futuro, y luego la de Cavendish.

Como en el libro original las historias se narraban de manera consecutiva, ahí no estaba, pero aquí, lo que le ocurre a Cavendish planteaba un problema de ruptura de tono: aquí está entrelazado durante todo el guión. Su encierro forzado en una casa de “retiro” para ancianos no puede aspirar a ser ese peso trascendente que se le quiere dar a todo el film. Por suerte, tampoco pretende sumarse a ese tono, y no es mala opción. Es verdad que él, y esos ancianos “retirados”, también sufren falta de libertad, pero Hugo Weaving como enfermera cruel resulta más humorístico que opresivo. Y nunca se ve el posible maltrato a Cavendish o el resto de ancianos. Para cuando llega su clímax, entendemos que el propio Cavendish exagera lo vivido (ya que, como digo, se supone que luego lo convierte en libro) o bien los directores y guionistas han sido fieles (para lo bueno) con la novela de Mitchell. Porque esa lucha liberadora en un pub, entre ingleses y escoceses, no puede aceptarse sino es como comedia absurda. Y aun así, uno se pregunta si esa excusa perdona lo extremo de su resolución.

Igual de sarcástico, cruel incluso, es que Cavendish repita, en su primer intento de fuga, aquella frase de la película Soylent Green: cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973): “Soylent  Green is people, Soylent Green is people”. Y que, más adelante (pero no inmediatamente; de ahí, que sea una conexión no tan masticada para el espectador), se compruebe que aquella posibilidad que contaba la película/novela se cumple en el futuro donde habita Sonmi-451. Ahí, de veras, las personas se están alimentando de personas.

Sí, lo mejor de Cloud Atlas es cuando las conexiones no son para que se especifique el sentido; cuando son asociaciones un poco más libres. Un ejemplo: la huida de Somni de sus perseguidores (cine de acción futurista no demasiado original, por cierto, y casi diría que rodado con desgana) con la escena, paralela en tensión, del esclavo que intenta proteger Arwin, luchando por demostrar que vale un puesto en el barco para no ser ejecutado.

La marca de nacimiento con forma de cometa se repite en cada historia, pero en personajes diferentes y Tom Hanks no sigue el mismo itinerario de Hugo Weaving de repetir roles de “malvado”; en una historias es un hombre ambicioso y despiadado, en otra, un colaborador en favor de “la verdad”, en otra, alguien indeciso de si acepta al Otro o no. Ninguno de los dos detalles puede explicarse con una teoría simplificada de la reencarnación, religiosa o no. No; en este sentido, si uno se fija bien, no se puede despreciar Cloud Atlas porque sea “filosofía de auto ayuda”; no lo es, todo el tiempo. Antes de ese final tan equivocado que si cae en eso, en el guión están esos vericuetos que “rompen” cualquier teoría facilona, usual en cómo los occidentales asumimos (tanto para criticarla como para sumarse, pero simplificando) la filosofía procedente de Oriente. Otros dos ejemplos no son ya detalles, sino historias enteras. Dos que no reducen todo a esa lucha, a través de los siglos, contra la opresión o a esa desconfianza que puede o no superarse entre los seres de distintas razas y condición.

Así son las tramas de Luisa y de Robert, que son las rodadas por Tykwer, lo que quizá sea significativo. El racismo está presente, sí, pero sin obviedad, en la historia de Luisa, en cómo el gerente de la central nuclear trata a su personaje (de paso, también hay ahí machismo, éste algo más subrayado). Y, sí, también hay decisiones difíciles que hacer en cuanto a cuánto implicarse (ella y su informante) por la verdad. Lo peculiar es que su historia tal vez sea la que sigue más los cánones del suspense, de la intriga, y el peso de la trama. Quizá es lo que la haya salvado de ser tan abstracta como “parábola”: como historia que, de nuevo, le grite al oído al espectador qué debe pensar. En la escena donde se conocen ella y su informante, sencilla, pero con un rojo que lo inunda todo (el ascensor en que viajan queda estancado), hay algo que abunda en todo el film: emoción. Contenida. Con pistas sólo para el espectador. Con detalles que sólo lo captamos nosotros y no los propios personajes.









En cuanto a la historia de Robert, ofrece dos características, quizás contradictorias. Es la menos típica por lo que cuenta, y, a la vez, es la que hace aguas en los momentos claves. Es la que oferta detalles más emocionantes. El beso de despedida de Robert a su amante, justo antes de marcharse; el momento de coincidencia de maestro y alumno, hablando de qué rápido se escapa la inspiración, pese a que luego se distancien y se hagan de hecho enemigos. Mucho de lo que tiene de bueno se basa en la interpretación de Ben Whishaw. 

Al mismo tiempo es la que se desenvuelve con menos lógica. Parece justo que una de esas historias de opresión fuera la presión social contra un homosexual. Y parece justo, y necesario, que su final haya de ser dramático. Si no, esa composición musical suya no tendría su valor de símbolo (parece que con mayor peso en la novela que aquí; la banda sonora no destaca). Su obra musical (Cloud Atlas, precisamente) es un acto de independencia, y la prueba de que es fiel a ella pese al precio que paga. Además, sin ese final, su amante nunca será ese informante de la periodista, cuarenta años después. Todo esto, según me informo, ya era bastante problemático en la novela original, pero, desde luego, en el film que sea el suicidio sea “necesario” no hace que sea comprensible. Como un ardid de guión, “conveniente”, pero que no se destile del personaje o la historia. Al fin y al cabo, nunca vemos la presión social sobre él.

Si estas dos historias pesaran más hacia el final, tal vez Cloud Atlas pudiera interpretarse con mayores derivaciones y complejidades que el que hay, que lo resume todo en un único, y pobre, sentido. Sin embargo, pese a este error, sea intencionado o no, a los directores y guionistas se les ha colado aquello que quizá sí era el objetivo de la novela. Que “el destino” repite pautas o las trastoca con humor o con crueldad, y que el ser humano tiene siempre diferentes oportunidades para luchar por lo que es justo. Que estos seis cuentos también hablan sobre cómo la verdad es, como dice Somni, sólo una, y sacarla a la luz merece oponerse a la regla establecida, y, si es el caso, a la muerte. Que no, lo que nos “salva” no es, como dice el final, el amor romántico, sino esa misma lucha, y esas mismas verdades, y la confrontación contra ese “orden natural de las cosas” que vuelve, una y otra vez, a lo largo de la Historia a esclavizar a algunos y mantener a otros en el poder.

Pero, tal vez esto era demasiado revolucionario para las audiencias, las de EEUU, quién sabe si las de todo el globo. Esa ventaja, esa forma de que esos otros aspectos de esa hipótesis (la Historia se repite, no sólo en sus grandes eventos, sino en las vidas particulares) sólo sobrevuelen Cloud Atlas, choca con la rotundidad de la historia de Sonmi. Puede que porque contar cómo se hace una revolución implique, por inercia, una simplificación. Tampoco ayuda que Somni sea una mujer que se convierte en voz y rostro de un movimiento pero que necesita de un "héroe" masculino para salvarla, educarla, ayudarla. 

De nuevo, la justificación de por qué tiene que ponerse en tantas palabras qué cree el personaje tiene sus razones en cuanto a guión. Es interna. Sonmi-451 graba ese discurso como forma de avivar una revolución en ese futuro. Y, cuando lo expresa ante su interrogador, tiene su por qué, coherente con su Objetivo y Motivaciones: quiere que alguien más crea en cambiar las cosas. Es decir, casa bien con el desarrollo de su historia, con las necesidades del personaje.

El discurso de Somni a lo largo de ese interrogatorio desde el que se cuenta su aventura dice, decía, otras cosas; pero lo que se deja para el final es la vuelta a un soniquete que es demasiado familiar. Esa cantinela del “love conquers all”, me hace preguntarme, aún más, cómo es que Cloud Atlas ha podido ser vista como “arriesgada”. Al fin y al cabo, esto suena a tópicos de Hollywood.

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