Cloud
Atlas (Tom Tykwer, Andy & Lana Wachoski, 2012) es un film entre el género histórico y el de ciencia ficción. Cuenta seis
historias, con sus correspondientes grupos de personajes, en diferentes fechas
y ambientes. Ewing es un americano, en el siglo XIX, en viaje por islas lejanas, que se da de cara con la dureza
de la esclavitud. Robert Fishober es un aspirante a compositor que, en los años
30 se adentra en la casa (y la vida) de un viejo maestro del que quiere
aprender. Luisa Rey es una periodista de los años 70 que investiga una central
nuclear con algún secreto. Timothy Cavendish es un editor, algo
ridículo, algo rastrero, que pasa de un éxito a un encarcelamiento, ambos
inesperados y bastante cómicos. Sonmi-451 es una mujer coreana del año 2144, donde
ella, y sus compañeras, son “fabricants”, una raza inferior de
ejemplares humanos creados genéticamente para servir a los clientes. Por
último, Zachary vive en un futuro aún más lejano, tras algún desastre mundial
que ha dejado a unos humanos devueltos a tiempos premedievales, y a otros, los
“Prescients”, superiores en su conocimiento de tecnologías avanzadas.
Cloud
Atlas hace algo muy bien: empieza adelantando lo que la define principalmente.
Como si siguiera ese consejo para guionistas, no poco sabio, de que un buen
principio debe asentar pronto por dónde irán los tiros, comienza “saltando”
entre varias localizaciones y épocas. Y sin que ninguna de ellas sea realmente
un comienzo de cada una de esas historias. No son introducciones al uso, sino
entradas in media res.
Esto
es lo que resume la película, su mayor aportación, y su mayor valor: seis
historias, seis hilos, que no se unen por los nudos convencionales. Eso sí,
imagino que esto no es lo que pretendían sus directores, los hermanos Wachoski
y Tom Tykwer. Porque hacia el final, pareciera que se arrepienten, y entonces
establecen unas conclusiones que cualquier espectador (o tal vez no, volveré
sobre esto) podían anticipar sin que le llevaran de la mano.
Esto
puede que explique lo que afirma el personaje de Cavendish, hacia el final de
esas primeras escenas:
“While my extensive
experience as an editor, has led me to a disdain for flash-backs and
flash-forwards and all such tricksy gimmicks, I believe that, if you dear
reader can extend your patience for just a moment, you will find there is a
method to this tale of madness”.
Igual
que parecieran dar un paso atrás con la intención inicial, ya este principio
necesita dirigirse al espectador y pedirle clemencia: “por favor, no huyan de
que no contemos nuestras historias en un orden no usual”. Y esto de que tengan
que masticarnos no ya que pretende sino cómo apunta a lo peor de Cloud Atlas. Y
lo que hace que su intento sea tan loable como fallido es el resultado.
Nunca
he sido yo creyente de esa aserción crítica que dice que de buenas intenciones,
no salen buenas obras. Pero que no sea una norma no significa que no se cumpla
en algunas ocasiones.
El
hecho de que el casting repita su participación en las diferentes historias,
pero bajo diferentes edades, razas y hasta géneros, no es una decisión,
imagino, sin motivo. Los directores querían que quedara claro esa conexión a
través del tiempo que une la película (y, en parte, por lo que leo, también el
libro original) así como la reiteración de roles en las reencarnaciones. En
particular, esto sirve para con los personajes que interpreta Hugo Weaving.
Ahora bien, es de esas opciones que tienen sentido sobre el papel, sobre el
guión, pero que tiene un coste alto en imagen; rodado.
Pese
a todos los posibles avances en maquillaje, convertir a un actor occidental en
un personaje coreano no funciona. No funciona porque se nota. Y como se nota,
ayuda a que se enfaticen algunas preguntas. Algunas preguntas muy bien
resumidas en esta reseña de Gabriel Murphy, en la página Strange Horizons.
Para
una historia que pretende apuntar con el dedo a la opresión del Otro (ya sean
esclavos negros, “fabricants” replicados por ingeniería genética o un gay
chantajeado por su orientación sexual), ese dedo a lo mejor es más paternalista
que valiente, si ese Otro no está tan fielmente representado. Y no se justifica
en que actores de otras razas hagan de blancos, porque estos personajes son no
ya secundarios, sino episódicos.
Curiosamente,
algo de paternalismo hay también en algunas de las críticas; como si Cloud Atlas mereciera la palmadita en la espalda por lo esforzado del intento,
pero sin que se abrace del todo la propuesta. Valen estos dos ejemplos, del San Francisco Gate, y del Examiner; a sus críticos no les place que un futuro muy
lejano hable en un lenguaje inventado y diferente (esto se perderá en el
doblaje, por cierto; a mí, ya lo digo, me parece un detalle de verosimilitud
que echo en falta y mucho en la ciencia ficción audiovisual). O que las
historias no se entremezclen siempre con razones obvias. Pero aplauden, de
todos modos.
Lo
peculiar es que el grado de ambición, algo en lo que insisten estas críticas y algunas otras, es relativo. Las historias, per se, siguen
una evolución narrativa más o menos convencional. Lo que puede “incomodar” al espectador
medio es el montaje que simplemente invierte en algunos momentos su orden
cronológico, o ese mismo hecho de que se entrelacen seis vidas. Y una conexión
entre personajes de las distintas historias que no son claras siempre. Pero si
ello hace a Cloud Atlas “ambiciosa” o “rompedora”, hace que me pregunte hasta
cuán bajo han caído nuestras expectativas acerca de lo que significan estos
adjetivos. Cuando llegue a España, y lleguen las críticas correspondientes,
será interesante. Ahí veremos si nuestro grado de exigencia está tan bajo como
el de Estados Unidos. Si Cloud Atlas es “vanguardista”, entonces no es extraño
que una cinta tan convencional como Argo se considere de lo mejor del año.
A
la película le hubiera convenido un humor que también acaba diciendo que “el
destino” tiene más mala leche y más vulgaridad y no es sólo esa fuente de
“sentido”. Veremos que, de hecho, este matiz, menos trascendente, estaba ahí
(¿quizá en la novela original?), en especial en la historia de Cavendish.
Es
un detalle divertido, quizá irónico, que las revolucionarios del
año 2144 usen una frase de una película como parte de su levantamiento. Porque
dicha película (Kino, según el vocabulario de ese futuro) se basa en Cavendish,
y su experiencia contada más bien en tono de comedia, y que no deja de ser, en
todo caso, bastante banal.
La rebelión en la historia del 2144 comienza con una frase que viaja por el tiempo, y que adquiere otro sentido. Como si fuera un giro irónico a aquello que decía, creo, Karl Marx, de que "la historia se repite, primero como tragedia, y después como farsa". El montaje coloca primero la escena del futuro, y luego la de Cavendish.
Como
en el libro original las historias se narraban de manera consecutiva, ahí no
estaba, pero aquí, lo que le ocurre a Cavendish planteaba un problema de
ruptura de tono: aquí está entrelazado durante todo el guión. Su encierro
forzado en una casa de “retiro” para ancianos no puede aspirar a ser ese peso
trascendente que se le quiere dar a todo el film. Por suerte, tampoco pretende
sumarse a ese tono, y no es mala opción. Es verdad que él, y esos ancianos
“retirados”, también sufren falta de libertad, pero Hugo Weaving como enfermera
cruel resulta más humorístico que opresivo. Y nunca se ve el posible maltrato a
Cavendish o el resto de ancianos. Para cuando llega su clímax, entendemos que
el propio Cavendish exagera lo vivido (ya que, como digo, se supone que luego
lo convierte en libro) o bien los directores y guionistas han sido fieles (para
lo bueno) con la novela de Mitchell. Porque esa lucha liberadora en un pub,
entre ingleses y escoceses, no puede aceptarse sino es como comedia absurda. Y
aun así, uno se pregunta si esa excusa perdona lo extremo de su resolución.
Igual
de sarcástico, cruel incluso, es que Cavendish repita, en su primer
intento de fuga, aquella frase de la película Soylent Green: cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973): “Soylent
Green is people, Soylent Green is people”. Y que, más adelante (pero no
inmediatamente; de ahí, que sea una conexión no tan masticada para el
espectador), se compruebe que aquella posibilidad que contaba la
película/novela se cumple en el futuro donde habita Sonmi-451. Ahí, de veras,
las personas se están alimentando de personas.
Sí,
lo mejor de Cloud Atlas es cuando las conexiones no son para que se especifique
el sentido; cuando son asociaciones un poco más libres. Un ejemplo: la huida de
Somni de sus perseguidores (cine de acción futurista no demasiado original, por
cierto, y casi diría que rodado con desgana) con la escena, paralela en
tensión, del esclavo que intenta proteger Arwin, luchando por demostrar que
vale un puesto en el barco para no ser ejecutado.
La
marca de nacimiento con forma de cometa se repite en cada historia, pero en
personajes diferentes y Tom Hanks no sigue el mismo itinerario de Hugo Weaving
de repetir roles de “malvado”; en una historias es un hombre ambicioso y
despiadado, en otra, un colaborador en favor de “la verdad”, en otra, alguien
indeciso de si acepta al Otro o no. Ninguno de los dos detalles puede
explicarse con una teoría simplificada de la reencarnación, religiosa o no. No;
en este sentido, si uno se fija bien, no se puede despreciar Cloud Atlas porque
sea “filosofía de auto ayuda”; no lo es, todo el tiempo. Antes de ese final tan
equivocado que si cae en eso, en el guión están esos vericuetos que “rompen”
cualquier teoría facilona, usual en cómo los occidentales asumimos (tanto para
criticarla como para sumarse, pero simplificando) la filosofía procedente de
Oriente. Otros
dos ejemplos no son ya detalles, sino historias enteras. Dos que no reducen
todo a esa lucha, a través de los siglos, contra la opresión o a esa
desconfianza que puede o no superarse entre los seres de distintas razas y
condición.
Así
son las tramas de Luisa y de Robert, que son las rodadas por Tykwer, lo que
quizá sea significativo. El racismo está presente, sí, pero sin obviedad, en la
historia de Luisa, en cómo el gerente de la central nuclear trata a su personaje
(de paso, también hay ahí machismo, éste algo más subrayado). Y, sí, también hay
decisiones difíciles que hacer en cuanto a cuánto implicarse (ella y su
informante) por la verdad. Lo peculiar es que su historia tal vez sea la que
sigue más los cánones del suspense, de la intriga, y el peso de la trama. Quizá
es lo que la haya salvado de ser tan abstracta como “parábola”: como historia
que, de nuevo, le grite al oído al espectador qué debe pensar. En la escena
donde se conocen ella y su informante, sencilla, pero con un rojo que lo inunda
todo (el ascensor en que viajan queda estancado), hay algo que abunda en todo
el film: emoción. Contenida. Con pistas sólo para el espectador. Con detalles
que sólo lo captamos nosotros y no los propios personajes.
En
cuanto a la historia de Robert, ofrece dos características, quizás
contradictorias. Es la menos típica por lo que cuenta, y, a la vez, es la que
hace aguas en los momentos claves. Es la que oferta detalles más emocionantes.
El beso de despedida de Robert a su amante, justo antes de marcharse; el momento
de coincidencia de maestro y alumno, hablando de qué rápido se escapa la
inspiración, pese a que luego se distancien y se hagan de hecho enemigos. Mucho
de lo que tiene de bueno se basa en la interpretación de Ben Whishaw.
Al
mismo tiempo es la que se desenvuelve con menos lógica. Parece justo que una de
esas historias de opresión fuera la presión social contra un homosexual. Y
parece justo, y necesario, que su final haya de ser dramático. Si no, esa
composición musical suya no tendría su valor de símbolo (parece que con mayor
peso en la novela que aquí; la banda sonora no destaca). Su obra musical (Cloud
Atlas, precisamente) es un acto de independencia, y la prueba de que es fiel a
ella pese al precio que paga. Además, sin ese final, su amante nunca será ese
informante de la periodista, cuarenta años después. Todo esto, según me
informo, ya era bastante problemático en la novela original, pero, desde luego,
en el film que sea el suicidio sea “necesario” no hace que sea comprensible.
Como un ardid de guión, “conveniente”, pero que no se destile del personaje o
la historia. Al fin y al cabo, nunca vemos la presión social sobre él.
Si
estas dos historias pesaran más hacia el final, tal vez Cloud Atlas pudiera
interpretarse con mayores derivaciones y complejidades que el que hay, que lo
resume todo en un único, y pobre, sentido. Sin embargo, pese a este error, sea
intencionado o no, a los directores y guionistas se les ha colado aquello que
quizá sí era el objetivo de la novela. Que “el destino” repite pautas o las
trastoca con humor o con crueldad, y que el ser humano tiene siempre diferentes
oportunidades para luchar por lo que es justo. Que estos seis cuentos también
hablan sobre cómo la verdad es, como dice Somni, sólo una, y sacarla a la luz
merece oponerse a la regla establecida, y, si es el caso, a la muerte. Que no,
lo que nos “salva” no es, como dice el final, el amor romántico, sino esa misma
lucha, y esas mismas verdades, y la confrontación contra ese “orden natural de
las cosas” que vuelve, una y otra vez, a lo largo de la Historia a esclavizar a
algunos y mantener a otros en el poder.
Pero,
tal vez esto era demasiado revolucionario para las audiencias, las de EEUU,
quién sabe si las de todo el globo. Esa ventaja, esa forma de que esos otros aspectos
de esa hipótesis (la Historia se repite, no sólo en sus grandes eventos, sino
en las vidas particulares) sólo sobrevuelen Cloud Atlas, choca con la
rotundidad de la historia de Sonmi. Puede que porque contar cómo se hace una
revolución implique, por inercia, una simplificación. Tampoco ayuda que Somni sea una mujer que se convierte en voz y rostro de un movimiento pero que necesita de un "héroe" masculino para salvarla, educarla, ayudarla.
De
nuevo, la justificación de por qué tiene que ponerse en tantas palabras qué
cree el personaje tiene sus razones en cuanto a guión. Es interna. Sonmi-451
graba ese discurso como forma de avivar una revolución en ese futuro.
Y, cuando lo expresa ante su interrogador, tiene su por qué, coherente con su
Objetivo y Motivaciones: quiere que alguien más crea en cambiar las cosas. Es
decir, casa bien con el desarrollo de su historia, con las necesidades del
personaje.
El
discurso de Somni a lo largo de ese interrogatorio desde el que se cuenta su aventura
dice, decía, otras cosas; pero lo que se deja para el final es la vuelta a un
soniquete que es demasiado familiar. Esa cantinela del “love conquers all”, me
hace preguntarme, aún más, cómo es que Cloud Atlas ha podido ser vista como
“arriesgada”. Al fin y al cabo, esto suena a tópicos de Hollywood.
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