Un virus mortal ha eliminado el 90% de la población mundial.
Un virus contagioso ha convertido al 90% de la población en zombies.
Una catástrofe ambiental o nuclear ha reducido la población a un escaso número de seres humanos.
En los tres casos, en estas bien conocidas premisas, coincide (en este ejemplo hipotético de guión) un mismo desarrollo. La historia nos mostrará cómo el hombre es un lobo para el hombre, y cómo, sin sociedad ni ley, los instintos priman sobre la justicia y los valores “racionales”.
¿Les suena? Seguramente.
Una idea original no te salva un guión. La originalidad absoluta es un jefe terrible para un guionista. Porque sí, lo sabemos. Casi todo está inventado. Ahora bien, eso también contiene una potencial invitación a la vagancia. El hecho de que, en términos máximos, sea imposible la originalidad, no puede despistarnos: existe la originalidad relativa.
O, en otras palabras, hay grados de originalidad.
Es cierto. Hay grandes películas, grandes novelas, grandes relatos que han partido de esquemas sabidos. Ahí lo que importa es la mirada personal, el desarrollo concreto, los personajes, construidos de una manera peculiar. Sin duda. Y, de nuevo, es verdad: la originalidad no es indispensable.
Ahora bien, competimos en un día a día donde las historias nos llegan de todas partes. A todas horas; en todos los dispositivos posibles. Por tanto, si nuestra historia es “una más”… ¿cómo esperamos atraer la atención de un posible espectador?
Aceptando que es un elemento más de la construcción de historias, indaguemos un poco más. ¿De veras es imposible ser, al menos, un poco originales?
Puede que España tenga una herencia en contra: el realismo. A diferencia, por ejemplo, de la literatura anglosajona, la ciencia ficción o la fantasía no han sido géneros populares. Literalmente. Es decir, no han sido géneros admitidos ni siquiera en su acepción popular; entre la gente. No digamos ya por parte de la crítica.
Por eso, nada tenemos que envidiar en otros campos o aspectos de la narración en las historias de autores españoles… excepto en la originalidad.
Una buena cura contra el escepticismo de que “ya está todo contado” es leer ciencia ficción. A ser posible buena ciencia ficción. Ésa que tienen premisas estupendas, pero, además, buenos desarrollos. No es la normal, claro, como no es la norma la buena ficción. Pero está ahí. Y con ella, es improbable que nos mostremos descreídos sobre la posibilidad de la originalidad.
The left hand of darkness (La mano izquierda de la oscuridad) de Ursula K. LeGuin: una premisa totalmente original y un desarrollo magnífico.
Otro ejercicio recomendable es que conociéramos un poco las historias que sí se codean con la originalidad, digamos, más extrema. Para ello, nada mejor que recorrer algunas de las películas de Luis Buñuel. No por nada, el surrealismo desde el que partió quiso cambiar el status quo en todas las artes. Otro caso, más reciente, y a otro nivel, David Lynch. Ambos directores se mueven en un límite muy estrecho entre la originalidad y la extravagancia. Pero para conocerlo, hay que codearse con autores que se manejan en esos ámbitos.
El fantasma de la libertad es una película de Buñuel que aporta ideas muy interesantes sobre cómo estructuras una historia.
Pero si la búsqueda de la originalidad nos produce sudores nocturnos y agotamiento ante la página en blanco, siempre cabe el matiz. Bajemos un nivel en lo original.
Para quien conozca un poco la psicología y hasta la psiquiatría, chocaremos con un descubrimiento un tanto desalentador. Los seres humanos somos clasificables. Las reacciones, las ansiedades, los deseos, las penas, las crueldades… todas se han sentido antes. Ni siquiera nosotros mismos somos originales. Los extremos, sufrimientos, e incluso los aspectos positivos (¿sabían que la psicopatía o la sociopatía no sólo da lugar a personas dañinas?) han sido estudiados: se han convertido en síntomas o enfermedades mentales bien documentadas.
Sin embargo, ¿a que no nos atreveríamos a afirmar que no existe algo que hace único a cada persona?
A la hora de construir guiones, nadie usa estas clasificaciones realizadas por la psicología o la psiquiatría para construir sus personajes. No se usa como una plantilla. Entonces, ¿por qué sí acudimos a estructuras, temas, motivos visuales o temáticos resultado de análisis cinematográficos realizados por los expertos? ¿Por qué el género, por ejemplo, nos da la excusa de que "hay que respetar los esquemas" para un guión ya visto mil veces?
Vale, tal vez, para ese tinte de autoayuda que pulula en ciertos libros sobre la construcción del guión o la novela. Por supuesto: no despreciemos a todos aquellos que se han dedicado a examinar cómo funcionan las historias, desde Aristóteles hasta Vladimir Propp. Claro que sí. Hay límites. Hay estructuras básicas. Hay técnica. Y es necesaria.
Pero esto es un principio. Si aplicamos “la plantilla” hasta el extremo, lo que tendremos son historias falsas.
Efectivamente. El número de actitudes, personalidades y reacciones en el ser humano es limitado. Y efectivamente existen roles y arquetipos, bien asentados por la tradición narrativa. Pero ello no puede justificar la vagancia. Que levantemos seres a partir de esos libros que hemos leído sobre guión… o sobre psicología, llegados a eso.
Porque esto lo que da pie a backstories tópicos. Infancias traumáticas o bien inteligencias superiores para los malvados. Héroes hechos antihéroes con taras diversas porque sus padres no le querían. Seres que escribimos porque lo hemos visto en esta o aquella película.
Pero, con que uno observa un poco la vida, confronta que no todos reaccionan igual a las mismas situaciones. Que la originalidad no debería hacerse presente tanto por una aspiración pedante para con nuestra idea del autor sino por respeto a la realidad.
Por eso, creo tanto en las tarjetas, en la creación de personajes antes de ponerse con el tratamiento, o con el guión. Porque sólo con pasos intermedios, uno puede descartar la primera idea que se nos venga a la cabeza. La segunda. La tercera.
Porque las tres, las cuatro, las cinco, incluso, primeras respuestas que nos vengan a la cabeza acerca de cómo reacciona un personaje o por qué nos dará opciones trilladas. El cerebro, al contrario de lo que se cree, es un órgano perezoso; tendemos a lo conocido. Nos sentimos, de hecho, cómodos en lo que conocemos: hábitos, vicios, costumbres. Pero eso crea una capa, un escudo y una cárcel para que nuestros personajes crezcan y sean completos, llenos de matices originales. Para que sean lo más cercano a las personas.
Un virus ha acabado con el 90 % de la población. Los humanos supervivientes se dan a la buena vida, el cachondeo, la orgía, y el carpe diem. Son felices, hartos del mundo que tenían, y construyen una civilización que es lo opuesto a todo lo ensayado antes.
¿Por qué no?
Lo de la originalidad extrema lo he sufrido en mis carnes con alguna que otra productora y la verdad es que quema de lo lindo. Curiosamente, la solución siempre estaba repleta de referencias, pero claro, era la solución del JEFE.
ResponderEliminarMuy buenas reflexiones, Fernando.
Lo ideal, Roberto, sería que encontráramos las soluciones a los problemas de nuestros guiones por nuestra cuenta. Es decir, que alguien las señale, sí, pero sin masticárnoslo mucho. De hecho, que un lector o un jefe, como tú apuntas, nos indique un problema es una buena forma de "picar" y poner en marcha nuestra imaginación.
ResponderEliminarSi nos lo dan hecho, y, si encima, dichas soluciones también son "importadas" de otras películas... Entonces, no.
Gracias por comentar