Antes de que la crítica, la oficial y la bloguera, le echen el diente a esta película, anticipo mis impresiones sobre Super 8, la última aventura de J.J. Abrams. La película creará, supongo, esa polémica recurrente (hasta en el cine, todo es cuestión de "bandos"), ya que hay una unanimidad un tanto contundente, lo que siempre lo hace todo sospechoso. Hará las delicias de muchos posmodernos, ya que tiene bastante de pastiche, de homenaje, de cómo quiera llamarse. A mí el debate siempre me resulta atractivo, y a buen seguro me hará mover mis posiciones. Pero al cabo, un blog es también para que lancemos nuestras impresiones, y que los comentarios vayan construyendo una opinión más fundamentada.
Veamos qué separa y qué une a Abrams y a Spielberg:
1. Abrams construye su película con referencias. Spielberg construía aquellas películas en las que se basa Abrams con referencias. Sólo que las referencias, por edad, por cultura, por época, son diferentes. Las de Spielberg, supongo que para ciertos analistas, son más respetables, más de “high culture”: casos, como el cine de John Ford o David Lean. Abrams usa, decíamos, (algunas) referencias de las primeras películas de Spielberg y hasta alguna que sólo produjo (Los Goonies). Para los críticos más apocalípticos, esto conduce poco menos que al fin de la civilización occidental. ¿Cómo se puede hacer buen cine tomando como referencia cine “popular”?
Pero ojo: las influencias de Spielberg nunca excluyeron otras más ancladas en la cultura pop (la supuesta “low culture”), como pudieran ser las historias de ciencia ficción de revistas o las películas de Bond (para su Indiana Jones). Y no olvidemos que David Lean no tenía, cuando Spielberg ya lo hacía su maestro, el reconocimiento que pudiera tener ahora.
Por tanto, no confundamos. Tanto Abrams como Spielberg son cineastas posmodernos. Con sus matices.
2. Spielberg es fundamentalmente un director. Sólo ha escrito un guión, aunque siempre ha supervisado (como es común con los directores más reconocidos en USA) los guiones que ha elegido para sus películas. Sin embargo, lo ha hecho centrándose, muchas veces, en sus afamados set-pieces, olvidando lo que queda entre medio, también a nivel dramático o narrativo. Un ejemplo: Parque Jurásico (Jurassic Park, 1994) tiene dos set-pieces maravillosos (el ataque del T-Rex; los dos Velociraptores en la cocina con los niños) pero el guión es, aunque funcional, soso y plano entre medias.
3. Si bien Spielberg también trabajó en televisión, Abrams ha trabajado en esta industria más tiempo y como showrunner. Y allí, el poder está en la historia: en el guión. Su labor en Super 8, como se cuenta aquí, ha sido la de tomar dos historias independientes y fusionarlas. Y le sale bastante bien. Es decir, nada se queda “abierto”, todo está bien medido, y la información (el propio monstruo) se va desvelando en progresión, como indicaría cualquier manual de guión (¿se referirá a esto, este crítico?).
Por el contrario, el respeto a las normas de guión se le va de la mano (porque una estructura nunca es neutral; siempre hay un toque personal) cuando cumple tan a rajatabla que nos ofrece escenas previsibles. Previsibles y poco verosímiles, como el encuentro final del protagonista y el monstruo; y previsibles, y demasiado tópicas, cuando cierra la Subtrama del enfrentamiento de los dos padres de los chicos protagonistas.
Y un detalle más. Abrams no dirige ni por asomo tan bien como Spielberg. Sí, si acaso, en lo relativo a actores; sí, en lo relativo a ese gran espectáculo que tiene que ver menos −extraño pero significativo − con su supuesto maestro que con un modo de cine mucho más reciente. El accidente de tren podría haberlo rodado un Michael Bay con un poco menos de, lo admito, ese parkinson montador tan suyo. Adolece de esa exageración del quién da más en cuanto a explosiones.
Pero de su maestro, no ha tomado ni la construcción del plano, ni de la escena. Ni esa capacidad de Spielberg para la síntesis narrativa, donde la imagen lo cuenta todo.
4. Spielberg usó parte de sus experiencias para un film muy personal (aunque parezca lo contrario) como es E.T. Lo relevante es que las usó, pero de forma sublimada. Las convirtió en detalles del argumento, sí, pero también en imágenes. Adultos sin rostro; adultos vestidos de trajes amenazadores que invaden la casa. Adultos que persiguen a los niños en bicicleta.
El momento, genial, de la "invasión" de la casa de Elliot por parte de los expertos y científicos, en E.T.
Abrams utiliza ahora detalles de sus experiencias como aprendiz de director. Mientras no conozcamos más sobre su biografía, sólo hago hipótesis, pero da la impresión de que ha plasmado una anécdota (o una serie de ellas) y no, de veras, un sentimiento o una reflexión. Es decir, el camino a sus recuerdos quizá haya seguido un camino más recto. Su visión de aquella época y de los adultos lo ha vertido en forma más intelectual: en forma de situaciones. De diálogos, quizá. No de imágenes. Spielberg procesó; Abrams cuenta. Le importan más las funcionalidades de la historia que cuánto de él hay en ella.
Super 8 nos habla de los gustos e intereses de Abrams; no de su personalidad. Ni falta que hace, por supuesto. Pero de ello se deduce que el placer que genere esta película tal vez tenga más que ver con eso de detectar similitudes, guiños, etc; y menos con la experiencia emocional que generan las imágenes. No siempre, sin duda, puesto que la Subtrama de los dos adolescentes (y su backstory, mejor cuanto menos se cuenta) funciona. De hecho, funciona tan bien, que hace que nos preguntemos si es que Abrams tiene vergüenza o prudencia excesiva para hablar de sus vivencias, y por eso lo envuelve todo con la Trama Principal del monstruo.
5. Spielberg retrataba una infancia/adolescencia un poco más gamberra, y hasta algo más sombría. Malhablados eran los Goonies, y sombrío era Elliot cuando miraba a los adultos; y la cámara estaba “con él”. Los invasores de la casa, en esos trajes casi espaciales, o el hecho de que apenas se muestren sus rostros (sólo la madre o el personaje de Peter Coyote) prueban una distancia y una alienación respecto a los “mayores”. Por no hablar de la ausencia del padre.
6. Abrams opta por un camino mucho más políticamente correcto. Los niños son más inocentes. Por ejemplo; nadie habla de los encantos físicos de la chica. Improbable en adolescentes. No se insultan demasiado entre ellos. En este sentido, la referencia que leo por ahí a Cuenta conmigo (Stand by me, 1986) sólo me parece pertinente, siempre que se reconozca que la cosa se ha endulzado.
Ello no implica que lo mejor de Super 8 sea la relación, torpe, natural, entre los dos niños protagonistas. Ahora bien, aquí, los adultos tienen mucha mayor relevancia, tanto como para que tenga una parte fundamental de la Subtrama de los niños. Como si Abrams quisiera (o pudiera) entender a los mayores (a algunos de ellos), lo que Spielberg no pudo o no quiso hacer.
7. Spielberg nunca relacionó los monstruos, en aquellos principios, con los extraterrestres. No es que los evitara puesto que su primera película (para cine; El Diablo sobre Ruedas (Duel, 1971) fue realizada originalmente para televisión) fue Tiburón (Jaws, 1975). Sin embargo, tras aquel film (no precisamente poco sangriento), sus siguientes películas tendían a ser menos violentas. Y su visión de los extraterrestres (entonces) era amable. Quién sabe si una especie de sueño infantil en el que el niño Spielberg soñaba con hacer amigos venidos de otro mundo. Encuentros en la Tercera Fase (Close Encounters of the Third Kind, 1977) retrataba a adultos que empezaban a cometer “locuras” un poco infantiles, como ir a ver volar supuestos platillos volantes. O (y aquí se tornaba todo un poco oscuro, por lo paranoico) construir una y otra vez una montaña. Y he aquí, que estos "locos" tenían razón, y pese a esos (otros) adultos (militares, científicos que crean una mentira), asisten a la visita de los extraterrestres.
8. En contra de esa visión que decíamos un poco idealizada de la infancia, Abrams no teme a los monstruos, ni a cierto toque de terror. Super 8 no muestra sangre, pero una elipsis visual −por cierto, algo en parte presente en Monstruoso (Cloverfield, 2008) − no resta la violencia de esos ataques del monstruo a los humanos. Hay gente que muere. Y tampoco cree que haya que suprimir ese momento crudo donde se asesina a sangre fría a un secundario (no quiero hacer spoilers).
Ahora bien, la contradicción comienza cuando una película que se codea con una visión menos amable de la realidad se precipita a la corrección política. Como aquella vuelta de tuerca un poco naif de El Mundo Perdido (The Lost World, 1997) con respecto a Parque Jurásico, los monstruos merecen, de pronto, nuestra comprensión y respeto. Como si el homenaje a Spielberg le forzara al final feliz. Como si Spielberg no tuviera, también en su cine más reciente, esa faceta más oscura.
Y estas son mis primeras impresiones. Abiertas a matices y a comentarios. ¿Les gustó la película? ¿La odiaron? ¿Ni lo uno ni lo otro? Pues anímense, y opinen.
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