Todas las historias merecen ser contadas. Es la máxima que, con todos los posibles matices que se quieran añadir, queda como la principal conclusión de esta semana.
Todas lo merecen, porque todas las razones por las que se llega a una historia son válidas. La cuestión no es el qué; es el cómo.
Mi novedoso rol como representante del desarrollo de un guión me ha permitido soñar con que yo pudiera elegir de entre los otros proyectos. Todos no me son afines; todos no me atrae igualmente. Un compañero del equipo de Las Cautivas me hacía esa pregunta: “¿Y una vez escuchas los pitchings, no te sucede que te preguntes, estoy en el proyecto equivocado?”
Lo cierto es que no. Tengo confianza en Cerca del Cielo. Tanta que Carla bromeó incluso con cómo, a ratos, parece que hablo de un guión que fuera mío. Es decir, que he comprendido tanto a los protagonistas y la intención y el tono que queda claro que juntos vamos a desarrollarlo hasta su mejor versión.
Pero, enseguida le contesté al compañero argentino, claro que hay más proyectos que apoyaría.
“Sólo que yo no soy el de la güita”.
Y es que a uno le indigna que algunas películas tarden hasta cinco años en llegar a los cines, y que, cuando lo hagan, además tropiecen con mil y una dificultades. Las películas hay que hacerlas, pero, sobre todo, hay que verlas. El público, general, adulto, infantil, especializado, el de festivales o el de barrio, el que sea al que está dirigido, tiene que poder verlas.
Muchos ya se están poniendo las pilas. Muchos ya están ejerciendo de aficionados al marketing. Al fin y al cabo, la imaginación es un arma igual de válida en la creación de una ficción, como en la de tarjetas o dossieres de presentación. Y, como decía en un anterior post, si tu productor es malo o rácano o inexperto, habrá de ser el guionista el que mueva ficha.
Todas las historias merecen ser contadas, porque somos muchos individuos en el planeta, y es una falacia interesada, una coartada de mediocres, que todo ha sido ya contado. No. El amor o el odio crean una serie de situaciones limitadas; los géneros, también. Pero el contexto lo cambia todo. ¿Cuántas historias conocen ustedes sobre los indígenas del Amazonas? ¿Y sobre la guerrilla colombiana? ¿Y sobre la política de Perú? Yo soy, sin duda, consumidor de ficciones más insertadas en los cánones de género, pero siempre he tenido un respeto inmenso por el (buen) cine de autor. Tras el curso, me he confirmado en mi impresión: la excepcionalidad cultural es necesaria. La narración, y, en especial, la narración audiovisual necesita espacios de todo tipo, y no sólo ventanas donde te ofrezcan McDonalds y, al lado, un McDonald un poco mejor hecho.
Mi amiga y “enviada especial” a un curso de literatura en Nueva York me comenta que, con mayoría de compañeros iberoamericanos, concluye que a ese lado del Atlántico, los autores tienen mayor conciencia política. Es claro que ha sido mayoría ese caso también en este curso. Tal vez sus países pasen por procesos más tensos, más dramáticos, más cambiantes. Quizá sus dictaduras les queden más cercanas en el tiempo; también, sus desaparecidos.
Sea como sea, la curiosidad por cómo y por qué sucede lo que sucede (actualidad) o sucedió lo que sucedió (Historia) es una coartada viable para acercarse a las ficciones. Otra cosa es, sin duda, que se parta de ahí con tanto ímpetu que se tienda al didactismo y a lo panfletario. El público de los 60 y 70 no es el mismo que el de ahora. Y, en general, lo que todos queremos son historias: no tratados sociólogos, históricos, políticos.
Todas las historias merecen ser contadas, y así espero que suceda con todas las de mis compañeros en el curso. Todas poseen elementos de interés, y todas tienen asegurado su porción de audiencia. Buena suerte a todos.
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