Acerca de la construcción de personajes es muy probable que todo esté dicho, y, sin embargo, siempre puede resultarnos útil (a mí, desde luego, me resulta) la reflexión sobre cómo les hacemos hablar y desenvolverse en las páginas de nuestros guiones.
Una de esas normas que pueden llegarnos en los talleres es la de "escribe sobre lo que conoces". Como todos los consejos de cualquier taller, habrá que luchar entre el impulso a rebelarnos contra cualquier ortodoxia, y la capacidad de entender que las reglas contienen matices.
Veamos. "Escribe sobre lo que conozcas" se refiere, en principio, al ambiente donde vayamos a situar nuestra historia. Hasta ahí, tiene lógica. Y de lógica y razón va la cosa, puesto que esto se refiere al elemento racional que toda narración tiene. Si no conozco cómo funciona la ley en España, probablemente una ficción sobre abogados no es posible. Si ignoro el día a día de una fábrica de acero, es difícil que pueda incluir escenas sobre el tema, y no digamos centrar la acción allí.
Pero después están los personajes. Y los personajes tienen menos de pura "lógica". Extendida la anterior regla a los personajes, yo no podría pensar como un homosexual, un nigeriano, una mujer o un morisco habitante del siglo XVI. ¿O sí? Esperen, porque esto es clave. Lo cierto es que las estructuras mentales no son tan variadas, y ninguno de nosotros somos tan especiales como nos creemos, si nos referimos a "lo que pensamos". Claro que ya sabemos que no es tan sencilla la diferenciación entre la razón y el sentimiento. Por eso, quizá yo podría precipitarme a creer que si estudio la sociedad y los moriscos (y cómo vivían la religión) del siglo XVI, las mujeres que me rodean, los nigerianos que viven en mi barrio, o mis amigos homosexuales, tengo el camino hecho.
Es, sin duda, un camino, o, digámoslo mejor, la puerta a un camino. Porque no necesitamos andarlo hasta las últimas consecuencias. De hecho, puede que sea mejor tan sólo abrir esa puerta, y mirar, y tomar nota. Claro. La raza, la nacionalidad, la orientación sexual, el género, o la sociedad o la religión (la de hoy o la del siglo XVI) marcan el carácter. Pero ojo: lo marcan; no lo determinan. Además, si además de abrir la puerta, nos ponemos a andar y andar por esa senda de los aspectos "racionales" de un personaje, podemos acabar en un sin sentido.
Nunca conoceré a todos los moriscos que vivieron en el siglo XVI, a todas las mujeres, a todos los nigerianos, a todos los homosexuales. Y no importa. Porque el extremo final de esa senda conduce a generalizaciones. Ante ese laberinto de posibilidades, puede tentarnos realizarle una media. Y no. Eso no vale. La ficción es el territorio de lo concreto.
¿Y entonces?
Entonces, imaginamos. Nuestro personaje no sólo es un "ser", sino también un "estar". Y las situaciones que le hemos preparado en nuestro Tratamiento serán (han de serlo) muy concretas. Ahora, se trata de imaginar. Pero no sólo, o no tanto, en el sentido de "entender". Cuando empatizamos con alguien, decimos que entendemos, pero esto no es exacto. Entender las Motivaciones de un amigo (o un enemigo) es, de nuevo, el reino de la razón. Empatizar es algo más. Es imaginar qué se siente. Cómo se siente esa persona. Y lo mismo, para nuestros personajes.
Sentir lo que sienten. Ese camino es más complicado. Lo es, si nuestros personajes no son como nosotros. Lo son, si realizan que no "entendemos". Un asesinato, un suicidio, una maldad. O una bondad exagerada. O un cambio radical de vida. A medida que lo que hagan se aleje de nuestra personalidad, nuestras vivencias, más tendremos que empatizar; más que imaginar. Más que sentir como ellos.
En lo que respecta a mi historia, tiene relevancia cómo siente un homosexual, un nigeriano, una mujer, un señor del siglo XVI. Pero lo que importa, lo que es fundamental, es cómo siente mi homosexual, mi nigeriano, mi mujer, mi morisco del siglo XV. El que he inventado. Su individualidad.
"Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres. Por eso no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine al género humano; por eso no es injusto que la crucifixión de un sólo judío baste para salvarlo; acaso Schopenhauer tiene razón. Yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres."
La forma de la espada. Ficciones, 1944. Jorge Luís Borges.