sábado, noviembre 17, 2012

FESTIVAL DE CINE EUROPEO DE SEVILLA: PARADISE: FAITH (ULRICH SEIDL, 2012)



Paradise:Faith (Paradies: Glaube, Ulrich Seidl, 2012) participó en la Sección Oficial del Festival de Cine Europeo de Sevilla. Forma parte de una trilogía de este director austriaco (que ya tuvo su buena recepción crítica, con Import/Export, mostrada en la Sección Oficial de Cannes en 2007) en proceso cuyo primer capítulo fue Paradise: Love, que también pudo verse en el festival. Sin continuidad narrativa, las tres películas tendrán como denominador común un desafío que se plantea ante mujeres con creencias religiosas muy fuertes. En su paso por el festival de Venecia, esta última obra de Ulrich Seidl ya tuvo sus ciertas dosis de polémica. Sin duda, sus imágenes son explícitas y la mezcla entre religión y sexo se lleva a extremos que molestarán, indignarán y hasta enrabietarán a muchos espectadores. Sobre todo, en España, y ya me parece un buen síntoma de salud cultural que el Festival haya apostado por proyectarla en una ciudad como Sevilla, bastante conservadora en estos temas.

En cambio, encuentro que Paradise: Faith juega menos a la provocación que a una distancia que vuelve complicado una respuesta única; y ni siquiera constante durante toda la película. Yo diría que los tiros van menos por pretenderse como “crítica de los fanatismos religiosos”. Y más por un proceso más complejo, emocional y racional, en cada uno de los espectadores.


Anna Maria es una asistente en un hospital a la que le llegan las vacaciones. Su tiempo libre lo utiliza de una forma peculiar. No viaja fuera. Se queda en su casa, y su día a día extiende lo que es una devoción católica muy poderosa a una tarea más: la visita, puerta a puerta, de diferentes familias, a las que trata de convencerles de que se conviertan a su religión.

En líneas generales, se utilizan, y, a ratos, contrastan dos estilos de filmación. En las visitas “a puerta fría”, el estilo de rodaje es más libre, cámara en mano (sin tampoco demasiados aspavientos) y con un guión, y diálogos que se notan improvisados. Luego, en la vida cotidiana de Anna Maria, la cámara tiende a estarse estática. 

En varios momentos, y no es casual, donde ella prueba esa devoción, el personaje nos da la espalda. Los planos hasta adquieren cierta cualidad de pinturas. No es fácil determinar con seguridad qué pretende el director producirnos, y, menos, si lo consigue del todo. 


Anna Maria, sola, canta y toca un órgano electrónico canciones religiosas. La vemos de espaldas.

Por una parte, que toda la película se centre en ella casi con exclusividad movería a que, de algún modo, nos fuéramos sintiendo cercanos. Por otra, esta mujer vive en un universo que nos es completamente ajeno, y ya su plano primero lo deja claro, cuando Anna Maria se golpea la espalda con una especie de látigo frente a un crucifijo. Nos puede parecer tan ajeno... que la platea fue dándose a la risa.

Algo que poco a poco vamos a perder, con ese trasvase de espectadores de la sala de cine a la pantalla de ordenador es la experiencia de compartir la sesión cinematográfica con otros. No ya con quienes nos acompañen, sino con esa masa de extraños que reaccionan, de formas similares o opuestas, a nosotros. Con Paradise: Faith, lo que sucedía entre los asientos de la sala fue, para mí, un punto de origen de reflexiones muy jugosas, que, de paso, apuntan a qué puede que intentara el guión y la dirección de Seidl. Y, según leo aquí, la risa también aparecía en los pases del Festival de Venecia.

¿Es Paradise: Faith una comedia? En principio, yo diría que no, aunque puede que Seidl haga uso de algunos de sus mecanismos. Si persigue la risa, desde luego la persigue como complementaria a otra cosa. Puede que la estrategia de Seidl conduzca por fuerza a la incomodidad. Y ante la incomodidad, la risa es un modo de superación. Como afirman la crítica de Ioncinema: 

Many will be turned off at how Seidl often times uses his protagonists for ridicule, but one could argue that this may really just be our own discomfort with the consumption of materials not glossed over with euphemism.

Porque la película juega a la acumulación. Y esto, es posible que cause que sintamos que se mueva en círculos por momentos. Es lo peor de la cinta, porque acumular significa repetir, y tal vez un poco menos de ello hubiera servido igualmente a los propósitos del director y guionista.

Ahora bien, la acumulación también tiene un efecto peculiar. Un ejemplo. Vemos que, entre esos hábitos religiosos tan extremos, Anna Maria está el rezo repetitivo de una oración mientras avanza por su casa de rodillas. Seidl sabe, tiene que saber, que esto ya es lo suficientemente extremo. Pero no escatima planos. Vemos cómo recorre un pasillo. Vemos cómo sigue por todo el suelo del salón. Vemos cómo entra en casi cada estancia. El conjunto resulta esa acumulación que es imposible que no mueva a la risa, o a cierta sonrisa.

Pero aquí no hay personaje testigo que nos sirva como guía de cómo tomárnoslo. Sí. Este comportamiento es extraño para la mayoría de nosotros. Sí, tanto viaje por todas las habitaciones sobre sus rodillas, y con esa oración (que además se acelera) es absurdo. Pero para que el fanatismo produzca miedo, una historia ha de mostrar su peligro para los otros. Para que se retrate como parte de una “crítica social”, tendría que enseñársenos las consecuencias de dicho fanatismo sobre personajes, situaciones, instituciones.

Y aquí, los únicos efectos son sobre la misma protagonista. Puede que nos hayamos reído o sonreído con esa penitencia extravagante, pero, en la escena siguiente, vemos cómo Anna Maria se cura con alcohol las heridas de sus rodillas. Y ya no tiene tanta gracia.

Ese mismo método se usará durante todo el film. Lo estrambótico, lo extremo, de ese comportamiento pareciera que sólo con la risa puede confrontarse… y al minuto Seidl añade un acontecimiento o un detalle que hace que ni siquiera esa distancia sirva. Y esa duración que se alarga quizá sea la clave.


Igual que en la escena de los rezos de rodillas, hacia el final tendremos la visita de Anna Maria a una inmigrante rusa. La mujer está borracha, y tal vez hasta drogada. Anna Maria trata de animarla, calmarla, convencerla de que deje de beber. Entre esa estatua de la virgen María (que porta en todas sus visitas, y genera más de una situación hilarante), y lo ilógico de que persista en su labor, la escena puede que origine cierto humor. Al fin y al cabo, dos escenas anteriores, de éstas que retratan las visitas, han ido más por ese camino. En una, Anna Maria charla con una pareja que no está casada, y las argumentaciones de por qué deben casarse y por qué están “en pecado” es tan ilógico como ya sabemos que son las normas de la Iglesia católica. Luego, también hemos asistido a una visita a un hombre con evidentes síntomas del síndrome de Diógenes, donde el diálogo (también, se intuye, con muchas dosis de improvisación) ha degenerado en el surrealismo.

Sin embargo, ahora, cuando estamos cerca del final, Paradise: Faith y su guión demostraría que en la historia hay más progresión de lo que se podría suponer. La escena con la inmigrante se alarga, y un chiste alargado ya no produce con tanta facilidad la sonrisa. Los cambios de humor de la inmigrante, que la desprecia, la humilla, y, al segundo, se echa a llorar, o se abraza a Annamaria, son más bien dramáticos. Y la entereza de la protagonista, imposible de negar.

Paradise: Faith impide que el espectador se ponga “por encima” del personaje, por muy lejano que nos parezca. La burla es una forma de humor, y, recordando a cierto profesor mío de un taller literario, la literatura española sabe bien de ese reírse de los personajes. Se me ocurre aquella interpretación chocante pero razonada del escritor Andrés Ibáñez (lo siento; no hay link), donde hablaba de cómo nada menos que el mismísimo Quijote ya inauguraba esa tendencia en las letras españolas. Machaquemos a los personajes, enseñemos lo estúpido de sus querencias, de sus sueños, y riámonos de él. No con él.

Paradise: Faith no permite esto, o no todo el tiempo. Por cada ocasión en que nos tiente descartar a Anna Maria como ser incomprensible, sobre el que podemos juzgar, “desde arriba”, tenemos otra oportunidad en la que sea hace demasiado humana para que esto nos sirva. Su rostro sufre, y lo veremos, más de una vez, entre escenas y planos donde nos da la espalda, y otros en que ya no tanto.

No. Tranquilos. Seidl “no se vende a Hollywood” como dice aquí , y tampoco usa todo el tiempo la posible identificación emocional común al cine, digamos, convencional, o, si quieren, comercial. Es en la equidistancia donde reside el mayor valor del film: el guión y la dirección no nos deja ni juzgarla ni tampoco comprenderla.

¿Esto conlleva a la frialdad? Bueno, no hay una respuesta sencilla. Aquí es donde entraría la subjetividad de cada espectador.



Como ya decía, es improbable interpretar Paradise: Faith bajo el epígrafe de “denuncia del fanatismo” y esto se confirma con una sorpresa (casi podríamos hablar de un giro) que matiza bastante su posible intolerancia. Cuando regresa su esposo, que, tras un accidente ha quedado parapléjico, y que, tras un tiempo, ha retornado a casa.

Y su marido, Nabil, es musulmán.

La aparición (tal vez algo tardía) de Nabil tiene dos ventajas principales. Una, es que a la protagonista se le superponen matices que hace que se acreciente el interés por seguir la historia. ¿Cómo es posible que una fanática católica como ella se casara con un musulmán? ¿Cómo puede ser que, además, ahora acepte su regreso con la mayor naturalidad? La otra, es que, además, crea un conflicto que da nuevas energías al guión.

Nabil ha vuelto para que su vida marital sea completa. Sus presiones son progresivas. Anna Maria no cede. Los enfrentamientos empiezan en lo ridículo, y, ahí, de nuevo ese giro cómico. Así lo reseñaba Indiewire:

And yet as button-pushing as the film is, it also proved, to us at least, extremely funny. The set up – Catholic woman and her disabled Muslim husband living together! – could almost be a twisted sitcom pitch, and Seidl wrings plenty of laughs out of the escalating conflict between Annamaria and Nabil.

Es verdad. Nabil, irritado, se mueve por toda la casa con su silla de ruedas usando un bastón para tirar cada crucifijo y cada imagen religiosa. Anna Maria le echará agua bendita cuando duerme, para “purificarlo”.

Pero poco a poco, degenerará en lo dramático, siguiendo ese esquema que ya hemos visto que domina toda la cinta. Si antes hablábamos de que se expresaba en una escena, ahora se aplica a toda esta subtrama en su estructura. Y el clímax es cuando Nabil, ya harto, casi viola a Anna Maria. De nuevo, la comedia, entre incómoda y absurda, se ha vuelto violenta, dura.

Puede que, como se afirma aquí, sea refrescante que en pantalla veamos esta variación en la que no es el creyente musulmán el fanático incomprensible. En todo caso, tampoco estoy seguro de cuán importante sería el contraste de estas dos religiones. Cuando Nabil realiza sus rezos, la cámara también lo toma desde atrás. A Seidl le interesa menos, parece, la fe en sí que el efecto diario en la psique de una persona. Además, Nabil se irá mostrando como igual de intransigente en sus exigencias de sexo.

La última escena prueba que la fe de la protagonista se resquebraja, y, al minuto, se recompone. 

No. No tenemos idea de qué hacer de Anna Maria. No la comprendemos. Pero está ahí, presente, y somos testigos de todas sus disyuntivas. De sus excesos (con alguna escena que es la que probablemente ha escandalizado más, donde el amor de ella hacia Jesucristo se expresa físicamente) y de esa búsqueda, rara, de la felicidad a través de la fe.

Paradise: Faith no propone un mensaje claro, y eso, y menuda contradicción jugosa, pese a que su estilo no sea la sutilidad. Sí, es posible que esa reiteración, y lo extremo, se antoje innecesaria, pero merece mucho la pena como forma distinta de exponer un mundo que tampoco está tan lejos. 

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