sábado, julio 25, 2015

"RED ARMY" (GABE POLSKY, 2014): HISTORIA Y DEPORTE

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Por si casos como el de “Town of Runners” (Jerry Rothwell, 2012) o la inminente “Speed Sisters” (Amber Fares, 2015) no lo acabaran de definir del todo, “Red Army” manifiesta de nuevo que documental de deportes puede hablar de mucho más que de ganar títulos. El film de Gabe Polsky es una cabriola en cuanto a equilibrios, capaz de narrarnos, con igual habilidad, la peripecia de un jugador de hockey ruso, y la “macrohistoria” del fondo contra el que se apoya –la Guerra Fría. Y todo esto, con un ritmo endiablado fruto de un guión muy pensado, que de paso esquiva el tono sentencioso.


Ahora que ESPN quiere robarle a HBO Sports la etiqueta de cadenaproductora de los documentales deportivos indispensables, la inversión en estos productos parece parecía quizá el momento propicio para que “Red Army” alcanzara aún mayor relevancia. En cambio, la película, con críticas en general muy positivas, y un recorrido interesante de festivales, no llegó a las cinco nominadas finales de los Oscars del año pasado.

En apariencia, se ofrece como extraño. “Red Army” ofrece algo que se antoja muy estadounidense; la capacidad para no tomarse demasiado en serio. Según la jugada (quizá posible respuesta intencionada) de HBO Sports produciendo el “mockumentary” “7 days in Hell”(Andy Samberg, Kit Harrington, 2015) sobre una competición de tenis, donde el guiño es burlarse de ciertos cánones del género, se intuye que estas dos cadenas (con la última, percatándose) han podido estar cayendo justo en ese error de estimar que ese tema tan querido del triunfo a pesar de todo (“against all odds”) y la seriedad de cualquier competición requerían un cierto tremendismo. Puede que, así, muchos espectadores esperen de un documental del género de deportes esa gravedad. Incluso es posible que mucho “target” habituado al otro género concomitante –el documental histórico- esperara esa dosis de rotundidad. Cualquiera que haya visto un documental de “History Channel”, sea de un evento medieval, una crisis en un reinado o lo relativo a alguna guerra sabe que ahí música, “voice over” y montaje se agrupan para repicar casi cada cinco minutos sobre el cerebro del que lo visiona.

También es posible que para esa llegada a los Oscar lo que le perjudicara es que aquí los protagonistas son, claro, rusos. Viacheslav Fetisov es el centro de la historia, y su narrador principal. Nacido y criado en la URSS, fue, como tantos otros, un aspirante más a formar parte del equipo nacional de hockey. Estos jugadores representaban un símbolo de los valores que Stalin quería que su pueblo entendiera como los del comunismo. Fetisov no engaña. Los creía entonces, y, en parte, a su manera, los sigue creyendo a día de hoy. Ése es el giro temático que quizá haya pasado más desapercibido. “Red Army” cuenta, muy bien, el detalle de cómo un equipo de hockey ruso triunfando en Occidente era propaganda, tanto como lo era del lado estadounidense que fueran los “suyos” los que probaran en la Olimpiada que eran los líderes. Sin embargo, lo más novedoso es que estas dos líneas argumentales, las dos tramas, si se quiere –jugadores, país y política- se extienden tras la “Perestroika”, y se adentra en el régimen de Putin. Es en ese punto donde uno desearía que “Red Army” durara unos minutos más (si bien, parece ser que la versión estadounidense tiene unos minutos más que la que está disponible en España en VOD). Fetisov recupera la amistad con el amigo que, en parte, le traicionó, una vez acepta ser Ministro de Deporte, como recupera el afán “organizador” del nuevo líder ruso. Quizá aquí de nuevo la historia personal, del personaje protagonista, sea metáfora de cierta historia de su nación: una mezcla peculiar entre necesidad de orden importado de lo que vivieron como jóvenes,  un heredado nacionalismo del comunismo pero un aperturismo a las ventajas del capitalismo. Si esta combinación es o no es contradictoria Fetisov no la ve, ni Gabe Polsky la enfatiza del todo. Deja que lo veamos nosotros, igual que deja que el propio personaje tenga esas contradicciones personales, juzgando que es una especie de drama nacional que los jugadores rusos actuales sigan dejando el país, por dinero, cuando él mismo presionó (hasta extremos peligrosos) al gobierno de la Unión Soviética para que le dejara marchar cobrando de forma íntegra todo su sueldo. Eso sí, cierto momento parecería que Polsky cuando menos empatiza con su argumento. Es una escena de un “factual” de la televisión de Estados Unidos, a una de las recientes estrellas rusas importadas no le duele en prendas aceptar el reto de probar su puntería… disparando el disco contra muñecas rusas, puestas en línea. En cierto modo, una imagen muy simbólica de la posible caída del orgullo patrio ruso.

 
De cualquier manera, “Red Army” concede aún una sorpresa más, ya para el espectador concreto que pueda dedicarse al audiovisual. Porque, todo el deleite obtenido por el documental, viene de una estética que no es especialmente flamante. Al cabo, sigue el usual esquema de las “cabezas parlantes”, si bien se libra de complementarlo con una “voice over” moralizante o aclaratoria. En todo caso, para los estándares, pongamos, europeos en cuanto a cine documental es muy probable que se juzgara como “televisivo” en exceso. No les faltará razón a quien apunten esa característica, y en la propia España pasó pronto al VOD. Sin embargo, lo que Polsky adhiere al formato tradicional son matices, detalles, hallazgos, que denotan una gran habilidad.

Uno de esos recursos, a priori simples, consigue un efecto interesantísimo. Polsky usa las antiguas retransmisiones de ciertos encuentros de hockey pero también para que las oiga Fetisov durante momentos silentes de las entrevistas, de forma que los “totales” son sus gestos de reacción al recuerdo. Esto es en especial efectivo cuando se nos cuenta y oímos, y se le hace oír, el partido que enfrentó a la URSS contra Estados Unidos en un partido con implicaciones políticas, en las Olimpiadas.

Otros recursos tal vez sean más obvios, como unos travellings –eso sí, bastante medidos en todo el metraje- hacia los entrevistados, en instante cruciales, como cuando casi es la cámara la que “pregunta” e “insiste”, acercándose al que fuera mejor amigo de Fetisov, sobre cierta crisis entre ambos.

Quizá la decisión más delicada haya sido la banda sonora. En realidad, cumple su requisito de colaborar al ritmo: en cierto sentido, la música te “empuja” a continuar viendo tanto como el (muy notable) montaje. Lo que sucede es que en esa especie de competición de qué avanza o hace avanzar más rápidamente, si la imagen y su montaje, o la banda sonora, a ratos uno puede verse agotado. La otra potencial arista se basaría en que los acordes e instrumentos que remiten a la música tradicional rusa tal vez estén forzados. Aunque es bien posible que esto fuera intencionado, en tanto que, en esas antípodas a la música tajante y dramática de esos, por ejemplo, documentales históricos que mencionaba antes, en esas mezclas hay una cierta ligereza, afín al tono buscado.

Ése es el otro gran aporte del guión, que prueba que el director supo detectar que con un protagonista tan elusivo, distante, que le trató con cierta displicencia (“Gran chico de California”, afirma al final, con Poslky añadiendo, “Erm… De Chicago…”), lo mejor era contagiarse de esa posición casi “inferior” donde le colocaba el entrevistado. De ahí que “Red Army” y su guión no eluda los puntos dramáticos (que la historia personal los tenía) pero siga esa levedad de quien no quiere asentarse a base de martillazos como “autor” sino dejando que sea el espectador quien concluya. Quien disfrute con una trama asentada sobre ese fondo más complejo de lo que aparenta. 

"Red Army" tiene como agente de ventas internacionales a Wild Bunch. En España puede verse en Filmin.  

sábado, julio 18, 2015

“EVERYDAY REBELLION” (ARASH Y ARMAN T. RIAHI, 2013): LOS LÍMITES DE LOS ARGUMENTOS


“Everyday Rebellion” representa un intento loable de repaso a los movimientos sociales de protesta que se han sucedido en los últimos años. Sin embargo, el film de Arash y Arman T. Riahi tiende a caerse, de ese género –“actualidad”-, hacia ese otro subgénero, el de documentales de “llamada a la acción” (“call to action”), sin percatarse, ni de la ingenuidad de que los argumentos no se prueben, ni de que la amalgama de historias y movimientos seleccionados apuntan más bien las diferencias y a que eso mismo, el repaso, enfatiza justo la dificultad de comprender bien el fenónemo.





Presentada en el Hot Docs 2014 de Toronto, “Everyday Rebellion” era casi una seleccionada obligatoria. Como podemos comprobar aquí, parece que es casi tradición darle hueco a luchas sociales, y este documental aglutina algunas de los que más protagonismo han tenido en los medios de comunicación. En ese sentido, se intuye que el proyecto de los hermanos T. Riahi ha debido ser de órdago en cuanto a producción, y, sobre todo, en cuanto a horas de visionado y montaje. Desde Estados Unidos y aquel “Occupy Wall Street”, pasando por la España de los desahucios, las peripecias de una componente del movimiento “Femen”, o los opositores del régimen sirio. Ése sería una base temática del documental. La que se ha publicitado en especial en la promoción.

Pero no es la única. La otra, tan importante o más, es la intención de que la “llamada a la acción” se agrupe bajo un presupuesto: la estrategia de la “no violencia” es la que acaba generando el cambio para con las injusticias en las sociedades. Cuando una experta estadounidense (en lo que parece un congreso sobre estos movimientos, en Dinamarca) afirma tajante la tesis de que esta “no violencia” la clave de todo, es bien probable que un espectador medio se plantee dudas,  si conoce un poco de la Historia de la humanidad. Es cierto que ella matiza que habla del periodo desde 1900 hasta el 2006. Pero el documental no suscribe ningún dato contundente por parte de dicha experta. Y nada en “Everyday Rebellion” prueba la tesis en absoluto. En un momento, otro entrevistado expresa en un “total” que a nadie le gusta cuando el poder golpea a un “payaso”. En otro "total", la misma experta explica que las fuerzas policiales quedan más desacreditadas si no se le oponen manifestantes violentos. Todo, a priori, tiene sentido. Tanto como cuando otro experto, un miembro de la oposición serbia en las calles, que nos habla a cámara (reforzando lo de la “llamada a la acción”)  afirma que, con quien equivaldría a Mike Tyson (el "poder"; Goliath), es mejor el ajedrez que el boxeo.

A priori. Pero en las calles de ciertas naciones, ese juego de ajedrez cuesta vidas, prisión, tortura. A bienintencionados e imaginativos globos de helio que lanza la resistencia siria, no se contesta con acciones en el mismo tablero. Por tanto la tesis acaba más bien en un argumento de fe. Nada vemos de movimientos triunfantes gracias a esa oposición pacífica. El espectador lo cree y se une a esa llamada a la acción, o no.  Si no se prueba el supuesto, ¿cómo se convence a la gente? Puede que es que se cuente con que mucha parte del espectador al que se dirige está ya convencido. 

Lo más llamativo es que, estuviera o no en las intenciones de los directores y guionistas, ese afán de repaso de las similitudes entre movimientos de protesta acaba incidiendo en las grandes diferencias. El discurso compartido (los asistentes de una sentada corean cada frase como “apoyo”), largo y no demasiado significativo, de una participante de “Occupy Wall Street”, es una muestra. Además de una de las primeras escenas, y un comienzo de dudosa efectividad, que expone cómo la ingenuidad de las ideas bien puede ser empachosa, es un buen contraste, cuando, pasamos, de ahí, a la línea argumental de Juan Carlos, un español que se enfrenta a un desahucio. No digamos cuando la mujer de Femen o el activista contra el líder de Siria tienen que marcharse del país. 

En unos casos, este contraste es interesante, probablemente lo mejor del documental. En otros, también es valioso, contribuyendo a una cierta emoción, aunque cabe la duda de si ello repercute en el objetivo del film. Cuando vemos la acción, entre desesperada e infantil, de Juan Carlos pintando las paredes del piso que se verá forzado a abandonar, con mensajes contra los bancos, se transmite más una desazón que desactiva, lo opuesto a una película que se quiere militante.  



Juan Carlos se resiste como puede, y pinta en las paredes del hogar que le exigen que abandone. Lo relevante es el gesto de impotencia que se refleja tras esta acción desesperada.

Esos momentos no abundan, los relacionados con las emociones, y eso señala que cuando menos la tesis no acaba de gobernarlo todo, y los directores saben que lo melodramático es una frontera a no cruzar por muy honorable que sea el objetivo del film.  Se agradece que la cámara esté tomando a bastante distancia a una víctima del régimen iraní que confiesa que fue obligado a participar en una matanza, y se derrumba durante su declaración. En toda esa parte, cuando un tribunal internacional analiza y da voz a lo sucedido en Irán, la cámara sabe escoger dónde posarse, e igual de conmoción causa el gesto de una miembro del tribunal que apenas contiene la tristeza, que el gesto reflexivo e impresionado del traductor en su cabina, escuchando como todos los iraníes asistentes cantan una canción de agradecimiento.

Uno de los momentos más penetrantes, también porque altera el tono general del film, es éste. El tribunal internacional da sus conclusiones frente a un grupo de familias iraníes de víctimas de la represión del régimen, en la década de los 80. En agradecimiento, cantan un tema persa. Y los hermanos Riahi "miran" hacia la cabina del traductor del evento.


No, “Everyday Rebellion” no se quiere definir por la impotencia o la pesadumbre, y prefiere cierto optimismo. Tanto, que apenas se detiene en los efectos de la crisis española, o la represión siria. Y, eliminados los efectos, tampoco es que se dé cabida a los motivos. 

Quizá los directores y guionistas continuaron en esa mirada positiva durante todo el rodaje y montaje (un logro, porque se supone bien largo), quizá contagiados de esa esperanza (nos ha pasado a casi todos) por las noticias que nos llegaban de todo el mundo (en especial, aquella quizá agrandada “primavera árabe”). O quizá les interesó más ese detalle del consejo práctico (los de “Occupy”, enseñando técnicas para practicar esa resistencia no violenta, por ejemplo) que comprobar si de veras la estrategia funciona. A ratos, uno desea que los directores regresen a estos países y personajes en dos, tres años. Diez. Y comprueben.

O quizá sea una cuestión de estructura y guión. Sólo desde ese giro del tono, el tribunal que juzga los crímenes iraníes, se asume que para mover a que el espectador se una, la indignación es un recurso válido y más eficiente. Previo a ello, hay un breve montaje que al fin muestra lo que se ha estado negando durante todo el metraje: la represión. 

La conferencia del tribunal que juzgan los crímenes del régimen iraní es, sí, un hallazgo en cuanto a girar ante el espectador ingenuo (el que haya creido a rajatable la tesis) y al descreído (el que tenga serias dudas) y contraponerle un pedazo de realidad cruda. Pero, por otro, el Goliat sigue sin rostro. Y, como posible “prueba” de que la no violencia lo cambia todo es relativa. Lo que se juzga son las atrocidades cometidas en los años 80. Una invitada, agradecida, repite que la presión internacional funciona. Es posible. Treinta años después. El mismo “target” al que se dirige el film tiene ese otro conocimiento que tal vez desarme el argumento: ¿y qué hay de China? ¿Qué, de Arabia Saudí? ¿Qué, sin salir de lo reflejado en el documental, de Siria, abandonada a su suerte?

El error puede que esté en retrasar la mostración del problema, habiendo comenzado con la respuesta; la solución. En Madrid, veíamos un plano solitario de un policía a caballo, que es desde luego poco fiel a una realidad que aquí hemos visto, bien en Twitter (y los que enviaban información y fotos de lo que sucedía en ciertas zonas de la capital), bien en algunos medios, en cuanto a represión policial. Arash y Aran T. Riahi confían en que su target conozca la actualidad informativa tanto que suponga el tamaño de estos “Goliats” contra los que luchan los pequeños “Davids” en cada país. Sin embargo, aunque puede estar en una especie de “off” del que somos conscientes, si el oponente apenas se entreve, la lucha resulta menos heroica y más inocente. 

La excepción a esto está en la que es la mejor historia y la más efectiva:  la de Inna, la representante de “Femen”. Es la única activista a la que vemos enfrentarse a sus oponentes desde un comienzo. El relato que hace de cómo la policía secreta ucraniana las secuestró y amenazó de muerte es de esos pocos instantes en que cierta dureza de la realidad se entremete en el documental antes del citado giro de tono. Además, el personaje reúne buenas cualidades como perfil. Una chica de 21 años con ideas tan claras como para abandonar su país por las presiones policiales y sociales (le envían amenazas de muerte) contradice esa idea tan extendida (en España, la conocemos de sobra) de que las nuevas generaciones no tienen idearios políticos. Sin duda, escenas como su visita a una colaboradora de la organización en Polonia para refugiarse unos días, y esa amistad reciente, y cómo se apoyan, dibujan una escenas muy bellas.  La forma en que Inna cuenta con increíble coherencia cómo prefiere dejar Ucrania y su familia que apartarse de su lucha es, al tiempo, emocionante, y el camino que los directores quizá podrían haber caminado desde el origen.  

Los “héroes” inspiran y “mueven”. Expertos en revoluciones en una conferencia en Dinamarca más bien mueven a la dirección opuesta. Algo similar sucede con los  activistas de “Occupy Wall Street”. Como si la realidad confirmara aquella acusación cliché de Aaron Sorkin en aquel capítulo de “The Newsroom”, apenas se explora de qué se quejan, qué buscan, qué quieren. Es posible que, como se conversa en cierta escena, ellos no quieren definirse bajo las etiquetas “comunistas” o “anarquistas”, que les resultan “antiguas”. Es posible que todo esto sea igual que sucedía con el 15 M; nos faltan conceptos nuevos porque en los viejos no encajan lo que algunos de estos movimientos hacen y pretenden.
 


“Everyday Rebellion” logra el repaso tanto como produce la posible contradicción en estas cuestiones: si nos paramos a reflexionar y ponemos contra las cuerdas los argumentos, se causa la "no-acción", pero si el objetivo de que nos movamos expulsa la razón quizá no estemos entendiendo del todo qué diablos pasa en el mundo para que al fin se estén organizando respuestas organizadas, o si de veras las estrategias son igual de funcionales cuando el régimen puede disparar a matar o detenerte sin motivo, que en democracias, donde las libertades permiten más margen y más "juegos de ajedrez". 

“Everyday Rebellion” está producida por ZDF-ARTE (la rama alemana de esta cadena), Golden Girls Filmproduktion (Austria), y Mira Film (Chequia). En España, se puede ver en la plataforma de VOD Filmin.

miércoles, julio 08, 2015

“CONFESIONES DE UN BANQUERO” (“MASTER OF THE UNIVERSE”, MARC BAUDER, 2013): LA CRISIS, CONTADA POR UN VILLANO CONTRADICTORIO



“Confesiones de un banquero” (“Master of the Universe”, Marc Bauder, 2013) es un documental que reflexiona sobre la reciente crisis económica y financiera europea a partir de un punto de vista de relativa originalidad. Evitando el objetivo totalizador, más común en televisión, el film opta, con todas sus consecuencias –mejores y peores-, por darle micrófono y tiempo a uno de los villanos de este relato que nos llevan contando varios años. De todo ello brota una película que descarta el suspense -entendido como el mantenimiento del interés- en el guión, que desprecia a ratos el poder de atracción de cada subtema para con el espectador, pero que lo equilibra todo mediante un personaje que pertenecía a ese universo, y que durante todo el documental cae en contradicciones, en plena liza por momentos por explicar (se) qué diablos va mal con un sistema que él mismo reconoce que no funciona.



Rainer Voss es en muchos sentidos el “personaje” perfecto que cualquier director o guionista de documental aspira a tener para su proyecto. Tras una breve “intro”, el film incluye una conversación previa donde Voss advierte a Marc Bauder que cierren todo con los abogados para que sus declaraciones no repercutan en exceso, pero, con cierta mano (la voz del director se deja oír en sus preguntas aquí y allá), luego se explaya incluso en los aspectos que más le incomodan. Se sabe expresar bien, maneja conceptos complejos (y los financieros, sin duda, lo son). Y lo mejor, acude con facilidad a las metáforas. Es cierto que, como comenta Nicolas Bold, en su crítica en el New York Times, estas comparaciones no dejan de acumularse sin que de veras iluminen la razón de una actitud tan destructiva (y autodestructiva) como la de ese funcionamiento de la banca. Pero he ahí lo más destacado del documental: justo porque Voss se compromete con Bauder a una explicación que todo el mundo pueda comprender, él mismo se descubre luchando por encontrar respuestas a cuestiones que, una vez dichas en voz alta, pareciera que no tienen sentido. Reconoce por ejemplo que nadie le ha sabido explicar por qué el tiempo medio en que una acción se posee es de 22 segundos, y asegura que la contabilidad del Deutsche Bank es indescifrable. Quizá la frase que resuma este comportamiento colectivo, de “los mercados” (Voss afirma que “no existen”), de los bancos, de los propios inversores está en otra de esas comparaciones que tanto le placen: son (somos) como los lemmings. De cabeza al precipicio.

Cierto es que “Confesiones de un banquero” rehúye las exigencias del “story-telling” usual que se ha importado de la ficción al documental. Rainer Voss no ofrece una vida o historia apasionante, llena de conflictos y desafíos. La ventaja es que el documental y sus materiales de promoción no engañan al respecto y prometen un producto donde prima la información. Por un lado, esto lo mueve hacia el documental de actualidad con conexiones fronterizas con la televisión, pero, por otro, Bauder tenía y aporta lo que quizá fuera imposible e aceptar en las cadenas (públicas) de televisión: una única visión. Un punto de vista.

Como el tema ha tenido tanta cobertura en los últimos años y casi todos tenemos un mínimo conocimiento de lo sucedido, la elección es relevante. Ya teníamos y tenemos el relato de las “víctimas”, todos los días, de hecho, en los telediarios correspondientes. Y ya tenemos el análisis “amplio” por parte de economistas y demás gurús en programas de cualquier cadena. Bauder parece que nos oferta algo mucho menos común. Nada de explicaciones completas a modo de reportaje o periodismo (televisivo), similar, por ejemplo, a “Inside Job” (Charles Ferguson, 2010). No. “Ahora escuchen la versión de los de arriba”.


Un antiguo trabajador de importancia en el sistema bancario es un “villano”, pero Rainer Voss hace bastante complejo que la etiqueta se ajuste con facilidad. A pesar de que no se pliegue a una exposición más clara como “personaje” o “perfil”, de igual modo se expresan (el director le sonsaca) suficientes datos sobre su “backstory” como para que comprendamos parte de sus motivaciones. Dos momentos son esenciales. Uno, cuando relata cómo, recién llegado, se sintió en desventaja por su educación y cultura, y comenzó a leer libros sobre vinos o puros, para temas de conversación con los que desde ese instante serían sus iguales. El segundo momento pareciera que sitúa a Voss un tanto en aquella generación de varones que necesitaban sentirse “hombres de empresa”, reconocidos y premiados, dispuestos a seguir cualquier orden. “Como mercenarios, o como morir por la Patria”, comenta, “a cada uno le va lo que le va. Y a mi me iba lo de sentirme parte de una institución”. Aunque le costara desencuentros con su familia.


Esta decisión creativa de Bauder de contarlo todo desde Voss tiene su precio, y es probable cierto rechazo en algunos espectadores. No nos engañemos. Voss es y ha sido un engranaje del sistema financiero que se analiza, y mucha parte de su discurso es apologético. Ni las privatizaciones fueron un error, según él, ni los nuevos y cada vez más complejos productos financieros que fueron naciendo en los años 90 eran el problema. El director, tal vez muy hábilmente, nunca pregunta a bocajarro entonces cuál ha sido “el problema”, porque, habida cuenta de lo explicado en “Confesiones de un banquero”, ni él mismo es capaz de comprenderlo. Bauder le deja hablar y hablar, y en esa cuerda, el capitalismo se acaba ahorcando.

Con aún mayor tino, el director sitúa en el montaje hacia el final las reflexiones del personaje en cuanto a su retiro, forzado por el banco, y, en ese momento tenso (Voss pide que dejen el tema), el personaje parece que se deja llevar un tanto y admite; ni los mercados, ni el sistema, ni los bancos, ni los inversores: nadie aprende ni aprenderá, pese a la reciente crisis. Pero también es verdad que, melancólico o no, observando el que fue su lugar de trabajo, Voss sigue recibiendo un estipendio muy considerable por el banco que lo prejubiló. Bauder, al tiempo, lo expone en un rótulo final que no llama a engaño. Este hombre tiene infinidad de matices para ser un simple verdugo, pero desde luego tampoco es una “víctima”.


En el lado de la estética, el director también es consecuente con su apuesta, de modo que todo reverbera en una película que se busca fría en su aproximación a un tema igualmente arduo, bien en la fotografía, bien en la localización elegida: un antiguo banco abandonado. Sin embargo, aquí también se dan las limitaciones. Existe una variedad limitada de planos con los que se puede montar para “cubrir” los “totales” de las entrevistas. Aunque las salas de reuniones, los desmontados espacios donde se vendían y compraban acciones, y hasta las zonas de ordenadores están rodadas con esa elegancia fría que otorga un matiz de “lugar de desastre”, al cabo estos insertos se vuelven reiterativos. El contraste entre el personaje desde dentro de ese lugar derrotado, mirando hacia el exterior donde se siguen construyendo edificios imponentes (“El nuevo edificio del CommerzBanck le añadieron una antena para que fuera más alto que el del “Deutsche Bank”, señala) funciona bien en los primeros minutos. Al cabo de varios regresos a insertos de oficinas vecinas con trabajadores a todas horas, el recurso se destruye.

“Confesiones de un banquero” fue premiado como Mejor Documental en los Premios del Cine Europeo en 2014. Se antoja un tanto excesivo, pero ya se sabe que en el juicio de los documentales aún se da más esa máxima de que pese más el contenido que la forma; el tema por encima de la aproximación concreta. Teniendo en cuenta que “Master of the Universe” se puede interpretar como un “mea culpa” del lado germano, quizá el premio se explique mejor. En cualquier caso, el documental es un ejemplo de coherencia estética y de contenido para con una premisa creativa peliaguda, si bien le hubiera beneficiado un montaje más conciso, asumiendo que, con tan parcos elementos, 90 minutos eran un estándar de duración demasiado ambicioso.

"Master of the Universe" es una producción de Bauderfilm, Nikolaus Geyrhalter Filmproduktion y ARTE. Su agente de ventas internacionales es Autolook Film Sales

martes, julio 07, 2015

WEB JUNKIE (Hilla Medalia, Shosh Shlam, 2013): UN DOCUMENTAL INDECISO


"Web Junkie"(Hilla Medalia, Shosh Shlam, 2013) se ofrece como un acceso a un tema interesante, el nacimiento de la adicción a Internet en China, y cómo las autoridades sanitarias de aquel país lo asumen como tal problema de salud mental. Sin embargo al cabo el tratamiento de la cuestión se diluye, menos por un punto de vista premeditadamente distanciado, que por la comprobación de que el género de documental observacional presenta limitaciones, en especial cuando se mezcla con la indecisión en cuanto a objetivos, tono y hasta género. "Web Junkie" puede que comenzara (y hasta fuera "comisionado") como proyecto de documental "de actualidad" aunque en el proceso se fue convirtiendo en otra historia que pareciera que nunca acabó de definirse.



Las críticas de Christopher Campbell, de la web "Non-Fics, Real Stories, Real Insight",  y la de Steve MacFarlane, en Slant Magazine, resumen bastante bien algunos de los problemas fundamentales de "Web Junkie". Quizá la decepción sea mayor porque también en los documentales el marketing y la promoción pueden ser engañosos. Si se tratara de buscarle etiquetas de género, es probable que esta película se haya ofertado como "documental de actualidad". La pregunta sería si centrarse en exclusiva en el tratamiento de estos (supuestos) adictos, y en el psiquiátrico era la mejor opción. O si, quizá, los que promueven el film (incluida la BBC) priman "el tema", cuando en verdad justo ese acceso privilegiado al final les dio la posibilidad a las directoras de contar otra historia. Muy diferente.

Las directoras y guionistas cuentan en esta entrevista en la web de la BBC Storyville que se llevaron 4 años para finalizar el film. Desde luego, el documental tiene un grado de interés sólo por que lograran este acceso continuado a nada menos que una institución mental de las autoridades chinas. Ahora bien, ese triunfo, que podríamos decir "de producción", dirige y marca tanto "Web Junkie" que centra demasiado todo en este edificio.

No es que ello no aporte ventajas. Sin que salgamos de aquí, es más probable que como espectadores nos sintamos casi tan atrapados como los adolescentes que aquí pasan meses de terapia para diferenciar "mundo real" de "mundo virtual". De hecho, es la decisión estética más destacable de un documental donde todo es romo, gris, de forma intencionada aunque también, a ratos, se antoje en lo audiovisual un tanto pobre.

Al tiempo, sin esos datos, no es que no podamos sacar conclusiones, sino que ese tema que se supone que orienta el documental se queda en algo abordado a arañazos. Sin modo de contrastar si lo que cuenta el psiquiatra jefe es cierto, tanto como sin haber visto si los chicos van más allá de pasar muchas horas (muchísimas) jugando al video juego "War of Warcraft", no se trata ya de conclusiones sino que siquiera la interpretación es fácil.

Y esto se relaciona con los límites del documental observacional, pero, además, con las limitaciones de este caso concreto. Si la finalidad es que el espectador interprete -afán muy loable- jugamos en el tablero de los argumentos y lo racional. En cierto modo, las directoras y guionistas se nota que han hecho lo posible para que la visión de los adolescentes ("esto es un lavado de cerebro", llega a afirmar uno) y la del personal médico y las familias que los han internado tengan un equilibrio.

En cambio, desde el instante en que se opta por no salir de la institución y tiene más importancia que sintamos claustrofobia esto ya era un juego distinto.  Centrándonos aquí no podemos juzgar si estos chavales son o no adictos, si la institución psiquiátrica, si las autoridades chinas tiene razón o no. No hemos visto el "antes". En verdad, nunca vemos la adicción en sí.

Los rótulos informativos son tan sólo un "escalón menos" que una Voice Over explicativa, y en cómo en esto tampoco se arriesga hasta las últimas consecuencias quizá haya otra clave de la decepción: la indecisión en ir hasta el final. Es notable que no haya una voz que nos oriente (ni moralice en exceso) pero, puestos a arriesgar, más riesgo hubiera sido la entrada de golpe en la historia. Y los "totales" (entrevistas) a los chavales y el psiquiatra ya dan bastante información.



Además, me pregunto si ese énfasis que hacen algunos "comissioners" de televisiones (europeas; en este caso, BBC) sobre el "story-telling" y los personajes no es, a veces, contraproducente. Al final, "Web Junkie" no es (apenas) un documental sobre una posible nueva adicción (a Internet, a los vídeo juegos) sino un drama semicarcelario sobre unos adolescentes y su relación con sus padres. De su relación o, mejor, de su "no-relación" con el "mundo real" no tenemos nada. Sin posibilidad de ese contraste de cómo eran y se comportaban como supuestos "adictos", lo que cuentan (que tampoco es tanto) sobre los problemas concretos con sus familias sufren de la misma debilidad que esos datos que se expresan en diálogos en un guión de ficción: no contienen fuerza sin el apoyo visual. Y sin información más allá del "uno dice/el otro dice" al final es más automático que rijan las emociones, y nos pongamos de parte de los encerrados. 

En todo caso, y he aquí otra contradicción, la búsqueda de "personajes" no ha funcionado del todo. Más que personas con diferencias resultan tres "representantes" de un posible problema social o generacional. Puede que, de nuevo, esto fuera consecuencia de los detalles de la producción. Puede que ese acceso a la institución psiquiátrica fuera limitado, y en ese tiempo, las directoras y guionistas tuvieran que elegir. El acceso condiciona mucho al documental. En cualquier caso, funcionan como seres humanos con los que se crea empatía (de nuevo, un automatismo "emocional") pero no como personas con rasgos definidos. Nicky, Hacker, Hope sufren lo mismo: la incomunicación con sus progenitores masculinos.

Para ello, tenemos las visitas y sesiones de terapia conjuntas, y he aquí que puede abrirse otro debate.  ¿Si en ficción la cámara "se queda" con un personaje en pleno llanto es "pornografía emocional" (pienso en la tendencia usual de Lars Von Trier) pero si es un documental observacional no? Entiendo que hay diferencias, desde luego. Entiendo que la escena de la confrontación de Nicky con su padre es un cierto clímax. Pero si la cámara se queda tanto, desde luego no estamos en un producto que trate de mover hacia la reflexión o lo racional.

Lo mejor de "Web Junkie" es lo que se "cuela" justo en el lado de las ventajas de lo observacional que las tiene, por supuesto. Determinar si ahí hay mayor o menor intención de las directoras es más complejo, porque, quizá habiéndose comprometido con plegarse a un "tema" quizá lo que se fueron encontrando por el camino no les cabía, o no podían desarrollarlo. Pero, sembrado, apuntado, está aquí el retrato de China como país patriarcal. Las tensiones se disponen entre hijos y padres. Las mujeres no cuentan apenas ni en las sesiones de terapia grupal. A lo mejor "Web Junkie" va menos sobre la adicción a Internet que sobre cómo hijos y padres hablan idiomas distintos por ese abismo entre generaciones. A lo mejor, las directoras no pudieron, no supieron o incluso no les dejaron, que el documental fuera sobre este descubrimiento que ambas hicieran en el proceso del rodaje. 

"Web Junkie" es una producción de Shlam Productions, Yes Docu y kNow Productions. Los fondos privados Impact Parners y Chicken and Egg colaboraron en la financiación del film, cuyo agente de ventas es Dogwoof.