sábado, julio 18, 2015

“EVERYDAY REBELLION” (ARASH Y ARMAN T. RIAHI, 2013): LOS LÍMITES DE LOS ARGUMENTOS


“Everyday Rebellion” representa un intento loable de repaso a los movimientos sociales de protesta que se han sucedido en los últimos años. Sin embargo, el film de Arash y Arman T. Riahi tiende a caerse, de ese género –“actualidad”-, hacia ese otro subgénero, el de documentales de “llamada a la acción” (“call to action”), sin percatarse, ni de la ingenuidad de que los argumentos no se prueben, ni de que la amalgama de historias y movimientos seleccionados apuntan más bien las diferencias y a que eso mismo, el repaso, enfatiza justo la dificultad de comprender bien el fenónemo.





Presentada en el Hot Docs 2014 de Toronto, “Everyday Rebellion” era casi una seleccionada obligatoria. Como podemos comprobar aquí, parece que es casi tradición darle hueco a luchas sociales, y este documental aglutina algunas de los que más protagonismo han tenido en los medios de comunicación. En ese sentido, se intuye que el proyecto de los hermanos T. Riahi ha debido ser de órdago en cuanto a producción, y, sobre todo, en cuanto a horas de visionado y montaje. Desde Estados Unidos y aquel “Occupy Wall Street”, pasando por la España de los desahucios, las peripecias de una componente del movimiento “Femen”, o los opositores del régimen sirio. Ése sería una base temática del documental. La que se ha publicitado en especial en la promoción.

Pero no es la única. La otra, tan importante o más, es la intención de que la “llamada a la acción” se agrupe bajo un presupuesto: la estrategia de la “no violencia” es la que acaba generando el cambio para con las injusticias en las sociedades. Cuando una experta estadounidense (en lo que parece un congreso sobre estos movimientos, en Dinamarca) afirma tajante la tesis de que esta “no violencia” la clave de todo, es bien probable que un espectador medio se plantee dudas,  si conoce un poco de la Historia de la humanidad. Es cierto que ella matiza que habla del periodo desde 1900 hasta el 2006. Pero el documental no suscribe ningún dato contundente por parte de dicha experta. Y nada en “Everyday Rebellion” prueba la tesis en absoluto. En un momento, otro entrevistado expresa en un “total” que a nadie le gusta cuando el poder golpea a un “payaso”. En otro "total", la misma experta explica que las fuerzas policiales quedan más desacreditadas si no se le oponen manifestantes violentos. Todo, a priori, tiene sentido. Tanto como cuando otro experto, un miembro de la oposición serbia en las calles, que nos habla a cámara (reforzando lo de la “llamada a la acción”)  afirma que, con quien equivaldría a Mike Tyson (el "poder"; Goliath), es mejor el ajedrez que el boxeo.

A priori. Pero en las calles de ciertas naciones, ese juego de ajedrez cuesta vidas, prisión, tortura. A bienintencionados e imaginativos globos de helio que lanza la resistencia siria, no se contesta con acciones en el mismo tablero. Por tanto la tesis acaba más bien en un argumento de fe. Nada vemos de movimientos triunfantes gracias a esa oposición pacífica. El espectador lo cree y se une a esa llamada a la acción, o no.  Si no se prueba el supuesto, ¿cómo se convence a la gente? Puede que es que se cuente con que mucha parte del espectador al que se dirige está ya convencido. 

Lo más llamativo es que, estuviera o no en las intenciones de los directores y guionistas, ese afán de repaso de las similitudes entre movimientos de protesta acaba incidiendo en las grandes diferencias. El discurso compartido (los asistentes de una sentada corean cada frase como “apoyo”), largo y no demasiado significativo, de una participante de “Occupy Wall Street”, es una muestra. Además de una de las primeras escenas, y un comienzo de dudosa efectividad, que expone cómo la ingenuidad de las ideas bien puede ser empachosa, es un buen contraste, cuando, pasamos, de ahí, a la línea argumental de Juan Carlos, un español que se enfrenta a un desahucio. No digamos cuando la mujer de Femen o el activista contra el líder de Siria tienen que marcharse del país. 

En unos casos, este contraste es interesante, probablemente lo mejor del documental. En otros, también es valioso, contribuyendo a una cierta emoción, aunque cabe la duda de si ello repercute en el objetivo del film. Cuando vemos la acción, entre desesperada e infantil, de Juan Carlos pintando las paredes del piso que se verá forzado a abandonar, con mensajes contra los bancos, se transmite más una desazón que desactiva, lo opuesto a una película que se quiere militante.  



Juan Carlos se resiste como puede, y pinta en las paredes del hogar que le exigen que abandone. Lo relevante es el gesto de impotencia que se refleja tras esta acción desesperada.

Esos momentos no abundan, los relacionados con las emociones, y eso señala que cuando menos la tesis no acaba de gobernarlo todo, y los directores saben que lo melodramático es una frontera a no cruzar por muy honorable que sea el objetivo del film.  Se agradece que la cámara esté tomando a bastante distancia a una víctima del régimen iraní que confiesa que fue obligado a participar en una matanza, y se derrumba durante su declaración. En toda esa parte, cuando un tribunal internacional analiza y da voz a lo sucedido en Irán, la cámara sabe escoger dónde posarse, e igual de conmoción causa el gesto de una miembro del tribunal que apenas contiene la tristeza, que el gesto reflexivo e impresionado del traductor en su cabina, escuchando como todos los iraníes asistentes cantan una canción de agradecimiento.

Uno de los momentos más penetrantes, también porque altera el tono general del film, es éste. El tribunal internacional da sus conclusiones frente a un grupo de familias iraníes de víctimas de la represión del régimen, en la década de los 80. En agradecimiento, cantan un tema persa. Y los hermanos Riahi "miran" hacia la cabina del traductor del evento.


No, “Everyday Rebellion” no se quiere definir por la impotencia o la pesadumbre, y prefiere cierto optimismo. Tanto, que apenas se detiene en los efectos de la crisis española, o la represión siria. Y, eliminados los efectos, tampoco es que se dé cabida a los motivos. 

Quizá los directores y guionistas continuaron en esa mirada positiva durante todo el rodaje y montaje (un logro, porque se supone bien largo), quizá contagiados de esa esperanza (nos ha pasado a casi todos) por las noticias que nos llegaban de todo el mundo (en especial, aquella quizá agrandada “primavera árabe”). O quizá les interesó más ese detalle del consejo práctico (los de “Occupy”, enseñando técnicas para practicar esa resistencia no violenta, por ejemplo) que comprobar si de veras la estrategia funciona. A ratos, uno desea que los directores regresen a estos países y personajes en dos, tres años. Diez. Y comprueben.

O quizá sea una cuestión de estructura y guión. Sólo desde ese giro del tono, el tribunal que juzga los crímenes iraníes, se asume que para mover a que el espectador se una, la indignación es un recurso válido y más eficiente. Previo a ello, hay un breve montaje que al fin muestra lo que se ha estado negando durante todo el metraje: la represión. 

La conferencia del tribunal que juzgan los crímenes del régimen iraní es, sí, un hallazgo en cuanto a girar ante el espectador ingenuo (el que haya creido a rajatable la tesis) y al descreído (el que tenga serias dudas) y contraponerle un pedazo de realidad cruda. Pero, por otro, el Goliat sigue sin rostro. Y, como posible “prueba” de que la no violencia lo cambia todo es relativa. Lo que se juzga son las atrocidades cometidas en los años 80. Una invitada, agradecida, repite que la presión internacional funciona. Es posible. Treinta años después. El mismo “target” al que se dirige el film tiene ese otro conocimiento que tal vez desarme el argumento: ¿y qué hay de China? ¿Qué, de Arabia Saudí? ¿Qué, sin salir de lo reflejado en el documental, de Siria, abandonada a su suerte?

El error puede que esté en retrasar la mostración del problema, habiendo comenzado con la respuesta; la solución. En Madrid, veíamos un plano solitario de un policía a caballo, que es desde luego poco fiel a una realidad que aquí hemos visto, bien en Twitter (y los que enviaban información y fotos de lo que sucedía en ciertas zonas de la capital), bien en algunos medios, en cuanto a represión policial. Arash y Aran T. Riahi confían en que su target conozca la actualidad informativa tanto que suponga el tamaño de estos “Goliats” contra los que luchan los pequeños “Davids” en cada país. Sin embargo, aunque puede estar en una especie de “off” del que somos conscientes, si el oponente apenas se entreve, la lucha resulta menos heroica y más inocente. 

La excepción a esto está en la que es la mejor historia y la más efectiva:  la de Inna, la representante de “Femen”. Es la única activista a la que vemos enfrentarse a sus oponentes desde un comienzo. El relato que hace de cómo la policía secreta ucraniana las secuestró y amenazó de muerte es de esos pocos instantes en que cierta dureza de la realidad se entremete en el documental antes del citado giro de tono. Además, el personaje reúne buenas cualidades como perfil. Una chica de 21 años con ideas tan claras como para abandonar su país por las presiones policiales y sociales (le envían amenazas de muerte) contradice esa idea tan extendida (en España, la conocemos de sobra) de que las nuevas generaciones no tienen idearios políticos. Sin duda, escenas como su visita a una colaboradora de la organización en Polonia para refugiarse unos días, y esa amistad reciente, y cómo se apoyan, dibujan una escenas muy bellas.  La forma en que Inna cuenta con increíble coherencia cómo prefiere dejar Ucrania y su familia que apartarse de su lucha es, al tiempo, emocionante, y el camino que los directores quizá podrían haber caminado desde el origen.  

Los “héroes” inspiran y “mueven”. Expertos en revoluciones en una conferencia en Dinamarca más bien mueven a la dirección opuesta. Algo similar sucede con los  activistas de “Occupy Wall Street”. Como si la realidad confirmara aquella acusación cliché de Aaron Sorkin en aquel capítulo de “The Newsroom”, apenas se explora de qué se quejan, qué buscan, qué quieren. Es posible que, como se conversa en cierta escena, ellos no quieren definirse bajo las etiquetas “comunistas” o “anarquistas”, que les resultan “antiguas”. Es posible que todo esto sea igual que sucedía con el 15 M; nos faltan conceptos nuevos porque en los viejos no encajan lo que algunos de estos movimientos hacen y pretenden.
 


“Everyday Rebellion” logra el repaso tanto como produce la posible contradicción en estas cuestiones: si nos paramos a reflexionar y ponemos contra las cuerdas los argumentos, se causa la "no-acción", pero si el objetivo de que nos movamos expulsa la razón quizá no estemos entendiendo del todo qué diablos pasa en el mundo para que al fin se estén organizando respuestas organizadas, o si de veras las estrategias son igual de funcionales cuando el régimen puede disparar a matar o detenerte sin motivo, que en democracias, donde las libertades permiten más margen y más "juegos de ajedrez". 

“Everyday Rebellion” está producida por ZDF-ARTE (la rama alemana de esta cadena), Golden Girls Filmproduktion (Austria), y Mira Film (Chequia). En España, se puede ver en la plataforma de VOD Filmin.

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